EL CAMINANTE. (Narración)
Bien sabia que no era su culpa. Tenia como tres conciencias simultaneas. Nunca se había podido explicar esto cabalmente.. Sus percepciones eran extrañas. Veía las ideas abstractas, como los otros ven las personas de carne y hueso. Leía los “hechos” de una manera que no podía explicárselo. Sus videncias no eran infalibles, eso lo sabía muy bien, Una confianza ciega en sí mismo le convertiría en un imbecil deplorable.
Leyendo en la mente de sus semejantes más allá de lo que otros pueden hacerlo tenía como una visión panorámica de la mente humana. Sus emociones oscilaban entre la antipatía, la repulsión o el amor. Esta experiencia irracional le daba miedo y queria rechazar estas vivencias sin poderlo conseguir.. Comprobaba con frecuencia que su intuición era exacta aunque hubiera dudado de creer en ella. Sus antipatías y simpatías respondían hechos reales. Podía captar las mentiras existenciales mejor guardadas.
Había una falla. Sus simpatías eran menos confiables, porque desataban en él una confianza infantil que le dejaba, posteriormente, indefenso.
***************************************
A sí mismo se conocía bastante bien. Captaba su proceder sus móviles profundos desapasionadamente, con frialdad, sin poderse engañar a sí mismo. También sabia reconocer fácilmente las emociones que él causaba en los demás. Los otros eran sus espejos en los que no desdeñaba mirarse.
Su alta de complacencia en sí, una crueldad irónica le habían ido conduciendo a su verdad. Consiguió despojarse de sus propias máscaras despojándose de ellas venciendo su pudor psíquico aceptando aparecer desnudo frente a los otros. De joven aparecía alguien como el común, aunque algunos rejuzgasen demasiado inquieto y curioso
Pensaba que su cambio empezó cuando emprendió la tarea de explora su propia mente, sus intencionalidades ocultas detrás de idealistas acciones. Un día, no recordaba cuando de repente se le apareció su propia imagen desnuda y según pensaba, verdadera. Fue para él una situación humillante, desgarradora pues todo su brillante universo mental se derrumbaba, enfrentándole con su realidad. Cuando un se humano se encuentra en semejante coyuntura le quedan pocas escapatorias: la locura, el suicidio o un cambio duro y drástico en su vida. Eligió la última opción aunque siempre afirmó que la locura y la muerte le habían tocado de alguna manera
Aunque nunca pudo establecer las etapas de su nueva vida, conversión las llamó alguna vez,. Su vieja piel caía en pedazos y se sentía desnudo y escarnecido por muchos, pero dento de sí vivía una bendición y alegría inmensas.
Caminó tan lejos como pudo por aquella senda interior que no tenía posible retorno. Su lucidez siempre en aumento solamente la hubiera podido aniquilar por el alcohol o las drogas. No lo intentó, aceptó su destino de paria, réprobo, a-normal en mdio de una sociedad que no le perdonará jamás el hecho que fuese diferente.
Oooooooooooooooooooooooo
Caminaba despacio por entre las colinas verdes e interminables. La abertura del raído poncho dejaba ver su carne desnuda. Una baba crecida de muchos días. El viejo costal de tela que llevaba al hombro con sus pocas pertenencias estaba mugriento.
¿Cuál seria la incierta edad de aquel hombre? No muy viejo.
Sus brillantes ojos, llenos de intensa vida tenian el aspecto del vidente o del loco. Parecía pertenecer a un extraño mundo.
Su piel, curtida por soles, aguas e intemperies tenia aun cierto aspecto que demostraba haber sido clara y cuidada. Sus manos callosas y duras, sucias, de uñas rotas eran demasiado pequeñas como sus pies duros, agrietados fueron en oto tiempo deformados por el calzado.
Llegó finalmente a la cima de la coli8na a la que estaba ascendiendo. Ante él las cuestas herbosas estaban sembradas de espaciados troncos carbonizados. Arbolas petrificados en un momento de angustia cuando las crepitantes llamas se enroscaron en sus troncos otrora majestuosos y magníficos. Ahora, allí solitarios ni siquiera podían ser codiciados por leñadores. Esperaban, sabe Dios cuantos años, hasta que lentamente carcomidos un piadoso temporal los derribase. Caídos se confundirían con la tierra y pasarían a alimentar otras selvas.
El hombre se detuvo a contemplar aquellos tristes cadáveres imaginando los magníficos bosques que cubrieron no hacía tantos años, aquellas colinas. Miraba aquellos troncos con amo, con una suerte de camaradería, pero sin la melancolía morbosa y vacía del intelectual que una ve fue. Su mirada era de aquel que ve la verdad de las cosas aun sabiendo que es incapaz de transmitirla a los otros. Pensó que él, ahora, era capaz de leer aquellos mensajes pero su propio mensaje seria siempre rechazado. ¿Sufría por ello? No. Ya había traspasado las fronteras del sufrimiento.
En aquellos troncos leía la locura humana, la imbecilidad, la ignorancia que fueron las que derrocharon tontamente tanta vitalidad que había habitado aquellas selvas inmensas un dia con el fin de abrir míseros senderos o sembrar unos escasos sacos de trigo y unas carretadas de carbón.
Se pasó una mano por la cara como para alejar aquella visiones sombrías. Ahora era solamente un “caminante, uno más entre tantos, sin casa, familia. Todas sus posesiones estaban n el minúsculo morral. Si su mente estaba extrañamente desarrollada ahora nadie lo sabía. Tampoco aquello era para él fuente de orgullo sino de humildad.
Depositó su morral al pie de uno de los carbonizados troncos. La soledad era absoluta. Sabía que en kilómetros no existía choza alguna, solamente quebradas verdes y profundas, algún puma tan solitario como el mismo. Respiró con fruición el aire purísimo de aquellas cumbres. No era un ermitaño aun, aunque un día esperaba serlo.
Resulta muy duro para un ser humano estar rodeado por la muralla de la “videncia”, del conocimiento. El-que-ve es un separado, un anormal. El había buscado escaparse de su aislamiento comunicando sus vivencias a los otros. La mano que tendió había sido escupida como la de un réprobo, un leproso un ser peligroso que intentaba hacer ver cosas, situaciones que los demás no quería que existiesen y que prefreían ignorar. Se daba cuenta que para los demás era una persona incómoda y molestas.
Las primeras veces se sintió herido. Intentó inútilmente analizar aquellas situaciones equívocas. Saber si realmente se equivocaba. Con el tiempo supo que era imposible entablar algún diálogo. Aceptó su aislamiento antes que traicionarse a si mismo. Comprendió y aceptó ser un vagabundo apatrida peregrino del infinito. Así comenzó su “camino”.
Un día partió sin nada. Sin rumbo. Se quedaba allí donde le tomaba la noche. Donde le daban pan y trabajo permanecía. Cuando tarde o temprano le miraban mal, partía. Algunas veces le daban amor y lo gozaba, pero siempre los que le rodeaban se daban cuenta que era “distinto” lo captaba y huía. Seguía u camino preguntándose si estaría macado con una señal semejante a la de Cain. Así peregrinaba sin amargura entre gentes que nunca le aceptarían.
Había encontrado la paz.
Tiempo atrás cuando la traición y la estupidez le habían herido con crueldad trató de perdonar. Solamente en aquella ocasión, frente aquel hombre que leyó ansiaba destruirle comprendió con su terrible frialdad que poseía la capacidad de destruir la perfidia y que lo podía hacer sin piedad ni tregua. Bastaba con observar el punto debil de su contrario y dejarle que él mismo se enredase en su propia red. Bastaba darles sencillamente el empujón final para que se auto aniquilasen. Utilizó algún tiempo aquel infalible método hasta que descubrió con tristeza que todo aquello9 era una mezquina venganza, un juego destuctor y que el odio solamente se puede destruir con amor.
Entonces percibió lo que era el amor.
El caminante de manta raida y pies mugrientos escudriñó los lejanos cerros . Se daba cuenta que transcurría el tiempo. Una vez más, la nche caería rápidamente y debería ver interminablemente las estrellas ants de dormirse. ¡Qué importaba! Todo ya había perdido importancia para él: el frio y el calor; el dolor y la alegria; el hambre y la sed…
Había alcanzado un suerte de libertad.
Ya no poseía nada ni siquiera a sí mismo. Recordó: “…si comeis del fruto de este árbol sereis como dioses…”
Se sentó junto a su vieja talega y dobló sobre sus hombros los extremos del descolorido poncho para tener los brazos libres. Rebuscó en el saquito y sacó un arrugado cigarrillo. Frotó un fósforo. Fumó. Aspiraba el humo lentamente como si fuera el incienso de los dioses. Sabía bien que en otro tiempo y espacio lo había sido antes de convertirse en un vicio venenoso. Fumaba y contemplaba soñadoramente. Su mente estaba vacía. Esa manera de fumar también era una fuente de irritación para los otros que se preguntaban por qué hacía cosas tan corrientes de una manera tan diferente y como sagrada. Era lo mismo cuando yacía con una mujer que en el curso de su peregrinaje le ofrecía voluntaria y deseosamente su vulva generosa. Ella no podía comprender que el la reverenciase como una sacerdotisa sagrada y que tratase de hacerla gozar porque le decía que por ella comulgaba con el mundo de lo vivo y hermoso.
Arrojó a la tierra la minúscula colilla. Se levantó Con el dedo gordo de su curtido pie la desmenuzó prolijamente hasta estar seguro de que estaba apagada. Tomó su bolsa y se la echó al hombro. Comenzó a caminar de nuevo subiendo y bajando cerros, pisando suavemente piedras y espinas, sin dejar huellas. Cruzó arroyos de aguas heladas. El cielo tenía una tonalidad gris azulada.
Caminaba y caminaba. Las casas estaría lejos o cerca. Le recibirían haciéndole compartir el pan y el fuego, el mate hirviete y el saldo charqui. Quizás azuzasen contra él los perros. Seguirla. Encontraría una sonrisa amiga, una caricia de mujer, un vientre cálido. Todo sería una etapa más de su caminar.
DURAMENTE HABIA IDO APRENDIENDO A VIVIR Y SER.
Bien sabia que no era su culpa. Tenia como tres conciencias simultaneas. Nunca se había podido explicar esto cabalmente.. Sus percepciones eran extrañas. Veía las ideas abstractas, como los otros ven las personas de carne y hueso. Leía los “hechos” de una manera que no podía explicárselo. Sus videncias no eran infalibles, eso lo sabía muy bien, Una confianza ciega en sí mismo le convertiría en un imbecil deplorable.
Leyendo en la mente de sus semejantes más allá de lo que otros pueden hacerlo tenía como una visión panorámica de la mente humana. Sus emociones oscilaban entre la antipatía, la repulsión o el amor. Esta experiencia irracional le daba miedo y queria rechazar estas vivencias sin poderlo conseguir.. Comprobaba con frecuencia que su intuición era exacta aunque hubiera dudado de creer en ella. Sus antipatías y simpatías respondían hechos reales. Podía captar las mentiras existenciales mejor guardadas.
Había una falla. Sus simpatías eran menos confiables, porque desataban en él una confianza infantil que le dejaba, posteriormente, indefenso.
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A sí mismo se conocía bastante bien. Captaba su proceder sus móviles profundos desapasionadamente, con frialdad, sin poderse engañar a sí mismo. También sabia reconocer fácilmente las emociones que él causaba en los demás. Los otros eran sus espejos en los que no desdeñaba mirarse.
Su alta de complacencia en sí, una crueldad irónica le habían ido conduciendo a su verdad. Consiguió despojarse de sus propias máscaras despojándose de ellas venciendo su pudor psíquico aceptando aparecer desnudo frente a los otros. De joven aparecía alguien como el común, aunque algunos rejuzgasen demasiado inquieto y curioso
Pensaba que su cambio empezó cuando emprendió la tarea de explora su propia mente, sus intencionalidades ocultas detrás de idealistas acciones. Un día, no recordaba cuando de repente se le apareció su propia imagen desnuda y según pensaba, verdadera. Fue para él una situación humillante, desgarradora pues todo su brillante universo mental se derrumbaba, enfrentándole con su realidad. Cuando un se humano se encuentra en semejante coyuntura le quedan pocas escapatorias: la locura, el suicidio o un cambio duro y drástico en su vida. Eligió la última opción aunque siempre afirmó que la locura y la muerte le habían tocado de alguna manera
Aunque nunca pudo establecer las etapas de su nueva vida, conversión las llamó alguna vez,. Su vieja piel caía en pedazos y se sentía desnudo y escarnecido por muchos, pero dento de sí vivía una bendición y alegría inmensas.
Caminó tan lejos como pudo por aquella senda interior que no tenía posible retorno. Su lucidez siempre en aumento solamente la hubiera podido aniquilar por el alcohol o las drogas. No lo intentó, aceptó su destino de paria, réprobo, a-normal en mdio de una sociedad que no le perdonará jamás el hecho que fuese diferente.
Oooooooooooooooooooooooo
Caminaba despacio por entre las colinas verdes e interminables. La abertura del raído poncho dejaba ver su carne desnuda. Una baba crecida de muchos días. El viejo costal de tela que llevaba al hombro con sus pocas pertenencias estaba mugriento.
¿Cuál seria la incierta edad de aquel hombre? No muy viejo.
Sus brillantes ojos, llenos de intensa vida tenian el aspecto del vidente o del loco. Parecía pertenecer a un extraño mundo.
Su piel, curtida por soles, aguas e intemperies tenia aun cierto aspecto que demostraba haber sido clara y cuidada. Sus manos callosas y duras, sucias, de uñas rotas eran demasiado pequeñas como sus pies duros, agrietados fueron en oto tiempo deformados por el calzado.
Llegó finalmente a la cima de la coli8na a la que estaba ascendiendo. Ante él las cuestas herbosas estaban sembradas de espaciados troncos carbonizados. Arbolas petrificados en un momento de angustia cuando las crepitantes llamas se enroscaron en sus troncos otrora majestuosos y magníficos. Ahora, allí solitarios ni siquiera podían ser codiciados por leñadores. Esperaban, sabe Dios cuantos años, hasta que lentamente carcomidos un piadoso temporal los derribase. Caídos se confundirían con la tierra y pasarían a alimentar otras selvas.
El hombre se detuvo a contemplar aquellos tristes cadáveres imaginando los magníficos bosques que cubrieron no hacía tantos años, aquellas colinas. Miraba aquellos troncos con amo, con una suerte de camaradería, pero sin la melancolía morbosa y vacía del intelectual que una ve fue. Su mirada era de aquel que ve la verdad de las cosas aun sabiendo que es incapaz de transmitirla a los otros. Pensó que él, ahora, era capaz de leer aquellos mensajes pero su propio mensaje seria siempre rechazado. ¿Sufría por ello? No. Ya había traspasado las fronteras del sufrimiento.
En aquellos troncos leía la locura humana, la imbecilidad, la ignorancia que fueron las que derrocharon tontamente tanta vitalidad que había habitado aquellas selvas inmensas un dia con el fin de abrir míseros senderos o sembrar unos escasos sacos de trigo y unas carretadas de carbón.
Se pasó una mano por la cara como para alejar aquella visiones sombrías. Ahora era solamente un “caminante, uno más entre tantos, sin casa, familia. Todas sus posesiones estaban n el minúsculo morral. Si su mente estaba extrañamente desarrollada ahora nadie lo sabía. Tampoco aquello era para él fuente de orgullo sino de humildad.
Depositó su morral al pie de uno de los carbonizados troncos. La soledad era absoluta. Sabía que en kilómetros no existía choza alguna, solamente quebradas verdes y profundas, algún puma tan solitario como el mismo. Respiró con fruición el aire purísimo de aquellas cumbres. No era un ermitaño aun, aunque un día esperaba serlo.
Resulta muy duro para un ser humano estar rodeado por la muralla de la “videncia”, del conocimiento. El-que-ve es un separado, un anormal. El había buscado escaparse de su aislamiento comunicando sus vivencias a los otros. La mano que tendió había sido escupida como la de un réprobo, un leproso un ser peligroso que intentaba hacer ver cosas, situaciones que los demás no quería que existiesen y que prefreían ignorar. Se daba cuenta que para los demás era una persona incómoda y molestas.
Las primeras veces se sintió herido. Intentó inútilmente analizar aquellas situaciones equívocas. Saber si realmente se equivocaba. Con el tiempo supo que era imposible entablar algún diálogo. Aceptó su aislamiento antes que traicionarse a si mismo. Comprendió y aceptó ser un vagabundo apatrida peregrino del infinito. Así comenzó su “camino”.
Un día partió sin nada. Sin rumbo. Se quedaba allí donde le tomaba la noche. Donde le daban pan y trabajo permanecía. Cuando tarde o temprano le miraban mal, partía. Algunas veces le daban amor y lo gozaba, pero siempre los que le rodeaban se daban cuenta que era “distinto” lo captaba y huía. Seguía u camino preguntándose si estaría macado con una señal semejante a la de Cain. Así peregrinaba sin amargura entre gentes que nunca le aceptarían.
Había encontrado la paz.
Tiempo atrás cuando la traición y la estupidez le habían herido con crueldad trató de perdonar. Solamente en aquella ocasión, frente aquel hombre que leyó ansiaba destruirle comprendió con su terrible frialdad que poseía la capacidad de destruir la perfidia y que lo podía hacer sin piedad ni tregua. Bastaba con observar el punto debil de su contrario y dejarle que él mismo se enredase en su propia red. Bastaba darles sencillamente el empujón final para que se auto aniquilasen. Utilizó algún tiempo aquel infalible método hasta que descubrió con tristeza que todo aquello9 era una mezquina venganza, un juego destuctor y que el odio solamente se puede destruir con amor.
Entonces percibió lo que era el amor.
El caminante de manta raida y pies mugrientos escudriñó los lejanos cerros . Se daba cuenta que transcurría el tiempo. Una vez más, la nche caería rápidamente y debería ver interminablemente las estrellas ants de dormirse. ¡Qué importaba! Todo ya había perdido importancia para él: el frio y el calor; el dolor y la alegria; el hambre y la sed…
Había alcanzado un suerte de libertad.
Ya no poseía nada ni siquiera a sí mismo. Recordó: “…si comeis del fruto de este árbol sereis como dioses…”
Se sentó junto a su vieja talega y dobló sobre sus hombros los extremos del descolorido poncho para tener los brazos libres. Rebuscó en el saquito y sacó un arrugado cigarrillo. Frotó un fósforo. Fumó. Aspiraba el humo lentamente como si fuera el incienso de los dioses. Sabía bien que en otro tiempo y espacio lo había sido antes de convertirse en un vicio venenoso. Fumaba y contemplaba soñadoramente. Su mente estaba vacía. Esa manera de fumar también era una fuente de irritación para los otros que se preguntaban por qué hacía cosas tan corrientes de una manera tan diferente y como sagrada. Era lo mismo cuando yacía con una mujer que en el curso de su peregrinaje le ofrecía voluntaria y deseosamente su vulva generosa. Ella no podía comprender que el la reverenciase como una sacerdotisa sagrada y que tratase de hacerla gozar porque le decía que por ella comulgaba con el mundo de lo vivo y hermoso.
Arrojó a la tierra la minúscula colilla. Se levantó Con el dedo gordo de su curtido pie la desmenuzó prolijamente hasta estar seguro de que estaba apagada. Tomó su bolsa y se la echó al hombro. Comenzó a caminar de nuevo subiendo y bajando cerros, pisando suavemente piedras y espinas, sin dejar huellas. Cruzó arroyos de aguas heladas. El cielo tenía una tonalidad gris azulada.
Caminaba y caminaba. Las casas estaría lejos o cerca. Le recibirían haciéndole compartir el pan y el fuego, el mate hirviete y el saldo charqui. Quizás azuzasen contra él los perros. Seguirla. Encontraría una sonrisa amiga, una caricia de mujer, un vientre cálido. Todo sería una etapa más de su caminar.
DURAMENTE HABIA IDO APRENDIENDO A VIVIR Y SER.
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