EL GUERRERO EXTRANJERO (narración simbólica)
Estaban ahí. En semicírculo. Cuatro jinetes sobre sus grandes trotones de guerra. Vestido con aceradas armaduras de guerra. Fuertes, enérgicos, revestidos de poder.
¿Miraban al quinto hombre con desprecio o compasión?
A pie, desnudo, cubierto de polvo. Su cuerpo había sido marcado con el látigo.
Ellos pensaban:
Nuestros servidores le azotaron
Los señores sabían que no pudo ser castigado. Aquellas marcas, la aparente vulnerabilidad eran signos de su fortaleza. Lo sabían y no querían reconocerlo.
¡ Ningún guerrero se atrevería a desafiarle en combate ¡ ¡es invulnerable!
Ellos, en cambio ¿volverían vivos del campo de batalla? ¿Sus armaduras y sus poderosas armas ofensivas bastarían para defenderles?
No. Intuían que no. No volverían de aquella batalla. El, si, volvería. No le odiaban. En sus corazones le envidiaban. Su tranquilidad, su desnudez eran más fuere que el acero de ellos.
El tenía la fortaleza.
Ellos tenían las insignias del poder. Temían carecer de ellas. A esos signos falaces sacrificarían muy pronto sus vidas. El viviria.
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¡En marcha! –gritó uno, el Jefe-. El que parecía el Jefe. Todos intentaban ser Jefes.
Los impacientes caballos pedían rienda. Eran caballos de guerra. Habían sido adiestrados para ser caballos de guerra y porta pesadas armaduras de hierro. Enseñados a envestir en cortas carreras y resistir el empuje de otros corceles como ellos. Es lo que sabían hacer y lo hacían bien. Olían la sangre que asociaban con la posterior comida. Estaban llenos de brío, consecuencia de un alimento excesivo. La batalla era la hembra en la que desfogarían su energía
Empujaron al quinto hombre suavemente apoyando las puntas de sus lanzas en su carne desnuda y desgarrada. Lo hacían levemente, sin ánimo de herirle, casi con ternura. Una tosca manera de decirle:
¡En marcha!
¿Hacia donde? Hacía el campote batalla.
No era un prisionero. No era un rehén. Era un hombre libre. Un hombre sagrado. Un Heron. Sabían íntimamente que era el único valiente entre todos los que estaban allí, aunque no se lo confesasen. ¿Le compadecían?
No. Un guerrero no compadece nunca. No tiene lástima. Es insensible a todo dolo ajeno. Tampoco se tiene lástima a sí mismo.
Se avergonzaba, eso si, de verle así desnudo, flagelado. Era cierto, ellos eran los que le habían hecho azotar.
¿Por qué? Ahora no lo sabrán ¿Sería que por haberle visto tan sereno, altivo, sin miedo, ¿se habían irritado? Quizás. ¿Acaso trataron de vengarse de él porque no sentía la angustia que a ellos ls mordía el vientre antes de la batalla? ¡Podía ser!
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Le habían ofrecido el mejor de sus caballos de guerra. El extranjero meneó la cabeza y ellos comprendieron que significaba un cortés ,no.
Quizás –pensaron - es un mal jinete.
Le ofrecieron una de las más bellas armaduras de fino acero incrustada en dibujos de oro. Su gesto fue:
¡No! ¡ gracias! ¡ no la necesito!
Ellos, indulgentes se dijeron que quizás desacostumbrado, no se sentí con fuerzas para vestirla. Cargar con tanto peso necesita un lago entrenamiento que nosotros recibimos desde niños. Es posible que las armaduras de su país sean mucho más livianas. Sea como quiera, sin duda se trata de un guerrero como nosotros. Debemos dejarle escoger sus armas. No se trata de un hombre del pueblo o un cobarde . tiene l porte de un héroe. De eso nos damos cuenta, nadie nos puede engañar. Nosotros somos guerreros y hemos sobrevivido a cien batallas. Llevamos el cuerpo marcado por múltiples heridas. Sabemos conocer el valor de un hombre con solo mirarle.
Mostrémosle nuestras lujosas arterias, de seguro que escogerá allí lo que le parezca conveniente. Es un guerrero y sabrá apreciar la variedad y la riqueza. Tampoco importa que luche a pie y desnudo , sin duda es tan diestro en un arma que esta será su caballo, su armadura, lanza y escudo. Hemos escuchado de viajeros que han visitado lejanos países que existen guerreros increíble capaces de luchar con las manos desnudas y que vencen a los guerreros cubiertos de acero. Dicen que son como esos antiguos tigres de dientes de sable. Luchadores de otros tiempos como aquellos de los ejércitos de Odín.
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El extranjero con mirada experta y penetrante recorrió, cortés, las grandes salas de armas de todos ellos. Sonreía levemente, ni despreciativo, ni admirado.
Los señores, intrigados, expiaban sus reacciones.
El extranjero, alguna vez, tomó una hermosa espada, un acerado alfanje u otra arma. Lo blandió apreciativo en forma diestra y extraña. Luego lo depositó cuidadosamente de donde lo tomara. Algunas veces querrían distinguir en su imperturbable placidez alguna señal de apreciación.
Toma lo que desees le dijeron una y mil veces en diferentes idiomas y con signos elocuentes-.
El extranjero parecía asentir cortésmente. Miraba con más atención. Tomaba y volvía a dejar. En una ocasión tomó un puñal de hermoso y peregrino diseño. Lo arrojó en una amplia y elegante curva y volvió a sus manos como por arte de magia.
Ante esta demostración ellos se asombraron, pero a la vez sintieron un agudo y sordo despecho.
¿Es que no poseemos ningún arma n su opinión? ¿qué quería aquel extranjero? ¿humillarles? ¿se estaría burlando de ellos??cómo trataba con aquella arrogancia a ellos los señores de la guerra? ¡El, solamente era un extranjero! ¿Por qué ellos serán tan corteses y deferentes con {el?
Se miraron unos a otros. En sus ojos brillaba la cólera y el deseen. Contemplaron al extranjero, en sus ojos había paz, dignidad y…ausencia de miedo!
¡Ausencia de miedo!
Ellos sabían bien que aquello era la suprema cualidad de un guerrero.
Sería, pues, un guerrero. El más temible de ellos.
Aumentó su cólera y humillación. Aun no le odiaban. Si hubieran logrado conocer el lenguaje de aquel extranjero le podrían preguntar o insultar Estaban perplejos.
Salieron al gran patio de gestas. Allí los caballos de guerra piafaban impacientes. Las mesnadas de ellos, inquietas se agrupaban y los siervos numerososo aportaban armas y bagajes.
No hay mas tiempo- dijo uno.
¡Partamos! –exclamó otro.
Todos asintieron. Se armaron. Subieron pesadmente a sus caballos.
Parecían esperar, en último momento, un movimiento inesperado del extranjero. Algo como un milagro. Ignoraban lo que esperaban. Quizá algo así como que descendiera del cielo un caballo alado y que se pusiera al lado del extranjero o bien que este apareciese ceñido de armas luminosas. Ni siquiera se habrían sorprendido que fuese el mismo Odín que partiría al frente de ellos como un rayo luminoso y aterrador.
Nada de ello ocurrió.
Fingían indiferencia mientras montaban parsimoniosamente sus impacientes cabalgaduras. Vigilaban, eso sí, con el rabillo del ojo al extranjero que impasible con los brazos cruzados les contemplaba encaramándose dificultosamente a sus corceles. Finalmente abrazaron sus heráldicos escudos y los escuderos reverentes les alcanzaron las largas lanzas.
Partamos –dijo uno.
¡Un momento! Exclamó otro.
Entonces se miraron uno a otro. No dijeron nada pero se comprendieron. Al unísono, haciendo caracolear sus caballos rodearon al extranjero. Con un círculo de hierro y poder mortal. Aquel no pareció extrañarse, permaneció inmóvil viéndoles evolucionar como si él mismo no fuera el objeto de aquella maniobra.
Uno de los señores musitó una orden al iodo de uno de sus escuderos, como si temiera ser comprendido por el extranjero.
Hubo largos momentos de tensa espera. Luego se precipitaron en aquel círculo de hierro los sayones con cortos y pesados látigos. Ellos, los esclavos, si vomitaban odio por sus ojos y vilezas por sus bocas Siempre les había irritado la presencia del extranjero: su sencillez, su pobreza, su dignidad... Sobre todo, aquella cortés indiferencia rnte a las atenciones de sus amos. Ahora que se les iba a dar poder sobre él le enseñarían a respetar y temer la autoridad de los señores. Ellos, entrenados en servir no pedían reconocer otr
a cosa que el poder.
No necesitaron una orden especial. Rodearon al extranjero como una manada de lobos hambrientos. Volaron los serpentinos látigos. Eran verdugos bien entrenados. Lo castigarían hasta que arrastrándose lamiese los pies de los amos pidiendo abyectamente misericordia.
No se humilló. No pidió perdón. No suplicó…
Se enfurecieron. Miraron a los señores su aprobación. Ya no eran verdugos sino una jauría enfurecida…
¡Basta! –dijo uno de los señores-.
¡Basta! –gritaron los otros-.
Ellos, ahora, no tenían ya duda. No era un dios, pero sin duda era uno de su raza. Habían tratado de probar su fortaleza. Comprobar si acaso era un siervo temeroso.
¡Es un Héroe! ¡un Hombre sagrado! -exclamaron todos.
Los sayones habían quedado petrificados. Con los látigos en el aire, pero eran perros bien amaestrados.
Había quedado marcado por el látigo. Infamado pero no humillado Su mente aun permanecía lejana.
Ha tenido su merecido –exclamó un sayón con rabia.
Me lo hubiesen dejado a mi – dijo otro- sé como se hace. Lo hice con otros parecidos a él.
Los señores avanzaron y le empujaron apoyando ligeramente la punta de sus lanzas en la espalda.
¡Vamos! ¡En marcha!
No le llevaban como un prisionero, sino casi como uno de ellos mismos.
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No es un superhombre –pensaron algunos-. No es Odín u otro de los dioses.
Los latigazos lo derribaron. Lo marcaron. Gimió. Gritó.
¡No se humilló.!
¡Sus heridas han sangrado!
¡No puede ser un ser divino!
¡No se arrastró, no pidió misericordia,! En cualquier lengua que lo hubiera hecho le habríamos entendido, el lenguaje de los vencidos es universal. Habriamos leido en sus ojos el miedo.
¡ EL LEYÓ EN NUESTROS OJOS EL MIEDO! Nuestro miedo.
Podrimos haberle dejado a merced de los siervos. Ellos deseaban hacerle tener miedo.
Aunque le hubiesen arrancado los ojos no le habrían hecho temer.
¡Quien sabe! Todo ser humano tiene “su” miedo: quien al látigo, quien al fuego, quien al agua… Solamente hay que sabérselo encontrar.
…Y…?si no fuera humano?
¡Calla!
Hubiera sido mejor arrojarlo a los perros.
¿A un ser sagrado!
Tendremos tiempo para hacerlo. Ahora es nuestro prisionero.
¿Nuestro prisionero? ¿ no seremos, acaso, nosotros los prisioneros de él?
Le estamos conduciendo a la batalla. En el combate se prueba a los héroes.
¿Héroe él? ¿No le vimos retorcerse bajo los latigazos?
Te equivocas. Ello no significa que sea un cobarde, sino que es un ser humano y no un dios. Solamente los dioses no sufren. Si no hubiese gritado de dolor estaría convencido que es Odín o uno de los inmortales dioses. En ese caso estaríamos malditos
¿Estaremos marcados por los dioses? Los dioses no olvidan ni perdonan.
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¿Por qué aun no llegan?
Estamos cansados de esperar, agobiados con el peso de nuestras armadurs, sedientos por el tórrido calor del desierto.
Esto debe ser un ardid guerrero de nuestros enemigos. No tratan de desgastar con la espera.
¡Mírenle a él, siempre ecuánime e igual!
¡Ni siquiera hace caso de sus heridas, ni se compadece de sí mismo!
¡Bah! Son simples cortes en su piel. ¿Qué significado puede tener eso para un guerrero? En cambio, nosotros estaremos dentro de pocos momentos heridos con botes de lanza y atravesados de flechas.
Nosotros ya estamos heridos en el alma.
¿Qué tratas de decir, hermano?
Sentimos miedo.
¿Tratas de insultarnos?
Digo la verdad. Lo siento en mi corazón, lo leo en vuestras caras. Todos, siempre hemos tenido miedo antes de una batalla, aunque sintamos vergüenza y tratemos de ocultarlo.
El que tiene miedo, ya, es un vencido.
¡Volvámonos! Ellos ya no vendrán.
Matemos al extranjero y volvámonos.
¿Matarlo? ¿por qué?
Para que no exista un testigo de nuestro miedo.
Nosotros somos los testigos de nuestro propio miedo. Demás ¡mirad! Ellos ya vienen. Esa nube de polvo les anuncia.
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¿Te sientas, extranjero?
Míralos
. Ahí vienen ¡huye! Esta no es tu guerra. Te damos la posibilidad de huir. Quizás eres un cobarde. Puede ser que nos equivocamos a tu respecto. No aceptaste ser nuestro aliado. Creímos leer en tus ojos que eras diferente. No te odiamos, por eso no te abandonamos a la furia de nuestros esclavos. Tu muerte había sido horrible. Ahora te libras con algunas cicatrices infamantes. Aquí dentro de unos instantes solamente reinará la muerte ¡huye!
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¡Calad vuestras lanzas! ¡Ya hemos llegado! ¡Bajad la visera de vuestras celadas! Pero ¿Qué hace ahí tranquilamente sentado vuestro prisionero?
No es nuestro prisionero.
¿Nooo? ¿será acaso algún peregrino asaltado por bandoleros?
¿Vinisteis a preguntar o a luchar? ¿sois guerreros o trovadores?
Venimos a mataros pero solamente luchamos contra guerreros. ¡Apartad ese hombre y dejadle ir!
Es libre de irse.
No lucharemos mientras ese hombre indefenso esté en medio de vosotros.
¡Atropelladle entonces!
No somos asesinos, sino nobles guerreros. Nos batimos con hombres forraos de hierro como nosotros, pero no contra hombres desnudos.
Desnudo es más poderoso que cualquiera de nosotros.
¡Poderoso él! A ese hombre el látigo le corto hace poco la carne.
¡Miradle a los ojos!
Los tiene cerrados ¿Acaso será un hombre sagrado?
¡Callad! ¡Luchad con nosotros que no somos hombre sagrados!
No podemos.
¿Nos tenéis miedo?
Vuestras armas no nos causan pavor alguno. Sino vuestros ojos ¡son ojos de muertos! ¡ojos de réprobos!
¡Atrás! ¡vuelvan todos riendas! ¡nadie puede luchar con malditos! ¡estan marcados por lods dioses! ¡Habéis profanado….!
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¡Matemos al extranjero testigo de nuestra deshonra!
¡Testigo de nuestra ignominia!
¡Oíd, hermanos, ¡no es testigo de nada! ¡ES NUESTRO JUEZ!
¡Te atreves a decirlo!
¡Tú también debes morir!
¿Hasta cuando arreglareis todo con la muerte? La muerte del extranjero. Mi propia muerte, ¿Acaso ella borrará vuestro estigma de malditos? Mejor aprendamos del extranjero a no temer, porque si ocultamos nuestro miedo con más miedo el MIEDO nos irá carcomiendo como un cáncer. Temeremos a nuestros siervos, a nuestros hijos, a nuestras esposas… ¡a nosotros mismos!
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¡Adiós extranjero de habla desconocida! Depositamos nuestras orgullosas armas ante ti. No no te servirán de nada. PORQUE TUS ARMAS ESTAN DENTRO DE TI. ¡Perdonados! Hemos descubierto que estamos poseídos por el miedo y por eso nos despojamos de los instrumentos con los que tratábamos de ocultarlo: las armas. Volvemos a nuestros inexpugnables castillos, cuyas torres y portones abriremos porque ya los reconocemos incapaces de protegernos Nos enseñaste sin que sepamos bien como a caminar por una senda difícil y desconocida que solamente intuimos a donde conduce. Es el camino de los dioses y de los héroes
Cuando a través de los días nos desanimemos, trataremos de recordarte a ti, veremos tus ojs y tendremos paz
Es posible que alguna vez, peregrinos de otras tierras lleguemos a testimoniar como tú que el miedo no anida en el corazón de los verdaderos héroes.
¡ADIOS EXTRANJERO!
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Estaban ahí. En semicírculo. Cuatro jinetes sobre sus grandes trotones de guerra. Vestido con aceradas armaduras de guerra. Fuertes, enérgicos, revestidos de poder.
¿Miraban al quinto hombre con desprecio o compasión?
A pie, desnudo, cubierto de polvo. Su cuerpo había sido marcado con el látigo.
Ellos pensaban:
Nuestros servidores le azotaron
Los señores sabían que no pudo ser castigado. Aquellas marcas, la aparente vulnerabilidad eran signos de su fortaleza. Lo sabían y no querían reconocerlo.
¡ Ningún guerrero se atrevería a desafiarle en combate ¡ ¡es invulnerable!
Ellos, en cambio ¿volverían vivos del campo de batalla? ¿Sus armaduras y sus poderosas armas ofensivas bastarían para defenderles?
No. Intuían que no. No volverían de aquella batalla. El, si, volvería. No le odiaban. En sus corazones le envidiaban. Su tranquilidad, su desnudez eran más fuere que el acero de ellos.
El tenía la fortaleza.
Ellos tenían las insignias del poder. Temían carecer de ellas. A esos signos falaces sacrificarían muy pronto sus vidas. El viviria.
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¡En marcha! –gritó uno, el Jefe-. El que parecía el Jefe. Todos intentaban ser Jefes.
Los impacientes caballos pedían rienda. Eran caballos de guerra. Habían sido adiestrados para ser caballos de guerra y porta pesadas armaduras de hierro. Enseñados a envestir en cortas carreras y resistir el empuje de otros corceles como ellos. Es lo que sabían hacer y lo hacían bien. Olían la sangre que asociaban con la posterior comida. Estaban llenos de brío, consecuencia de un alimento excesivo. La batalla era la hembra en la que desfogarían su energía
Empujaron al quinto hombre suavemente apoyando las puntas de sus lanzas en su carne desnuda y desgarrada. Lo hacían levemente, sin ánimo de herirle, casi con ternura. Una tosca manera de decirle:
¡En marcha!
¿Hacia donde? Hacía el campote batalla.
No era un prisionero. No era un rehén. Era un hombre libre. Un hombre sagrado. Un Heron. Sabían íntimamente que era el único valiente entre todos los que estaban allí, aunque no se lo confesasen. ¿Le compadecían?
No. Un guerrero no compadece nunca. No tiene lástima. Es insensible a todo dolo ajeno. Tampoco se tiene lástima a sí mismo.
Se avergonzaba, eso si, de verle así desnudo, flagelado. Era cierto, ellos eran los que le habían hecho azotar.
¿Por qué? Ahora no lo sabrán ¿Sería que por haberle visto tan sereno, altivo, sin miedo, ¿se habían irritado? Quizás. ¿Acaso trataron de vengarse de él porque no sentía la angustia que a ellos ls mordía el vientre antes de la batalla? ¡Podía ser!
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Le habían ofrecido el mejor de sus caballos de guerra. El extranjero meneó la cabeza y ellos comprendieron que significaba un cortés ,no.
Quizás –pensaron - es un mal jinete.
Le ofrecieron una de las más bellas armaduras de fino acero incrustada en dibujos de oro. Su gesto fue:
¡No! ¡ gracias! ¡ no la necesito!
Ellos, indulgentes se dijeron que quizás desacostumbrado, no se sentí con fuerzas para vestirla. Cargar con tanto peso necesita un lago entrenamiento que nosotros recibimos desde niños. Es posible que las armaduras de su país sean mucho más livianas. Sea como quiera, sin duda se trata de un guerrero como nosotros. Debemos dejarle escoger sus armas. No se trata de un hombre del pueblo o un cobarde . tiene l porte de un héroe. De eso nos damos cuenta, nadie nos puede engañar. Nosotros somos guerreros y hemos sobrevivido a cien batallas. Llevamos el cuerpo marcado por múltiples heridas. Sabemos conocer el valor de un hombre con solo mirarle.
Mostrémosle nuestras lujosas arterias, de seguro que escogerá allí lo que le parezca conveniente. Es un guerrero y sabrá apreciar la variedad y la riqueza. Tampoco importa que luche a pie y desnudo , sin duda es tan diestro en un arma que esta será su caballo, su armadura, lanza y escudo. Hemos escuchado de viajeros que han visitado lejanos países que existen guerreros increíble capaces de luchar con las manos desnudas y que vencen a los guerreros cubiertos de acero. Dicen que son como esos antiguos tigres de dientes de sable. Luchadores de otros tiempos como aquellos de los ejércitos de Odín.
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El extranjero con mirada experta y penetrante recorrió, cortés, las grandes salas de armas de todos ellos. Sonreía levemente, ni despreciativo, ni admirado.
Los señores, intrigados, expiaban sus reacciones.
El extranjero, alguna vez, tomó una hermosa espada, un acerado alfanje u otra arma. Lo blandió apreciativo en forma diestra y extraña. Luego lo depositó cuidadosamente de donde lo tomara. Algunas veces querrían distinguir en su imperturbable placidez alguna señal de apreciación.
Toma lo que desees le dijeron una y mil veces en diferentes idiomas y con signos elocuentes-.
El extranjero parecía asentir cortésmente. Miraba con más atención. Tomaba y volvía a dejar. En una ocasión tomó un puñal de hermoso y peregrino diseño. Lo arrojó en una amplia y elegante curva y volvió a sus manos como por arte de magia.
Ante esta demostración ellos se asombraron, pero a la vez sintieron un agudo y sordo despecho.
¿Es que no poseemos ningún arma n su opinión? ¿qué quería aquel extranjero? ¿humillarles? ¿se estaría burlando de ellos??cómo trataba con aquella arrogancia a ellos los señores de la guerra? ¡El, solamente era un extranjero! ¿Por qué ellos serán tan corteses y deferentes con {el?
Se miraron unos a otros. En sus ojos brillaba la cólera y el deseen. Contemplaron al extranjero, en sus ojos había paz, dignidad y…ausencia de miedo!
¡Ausencia de miedo!
Ellos sabían bien que aquello era la suprema cualidad de un guerrero.
Sería, pues, un guerrero. El más temible de ellos.
Aumentó su cólera y humillación. Aun no le odiaban. Si hubieran logrado conocer el lenguaje de aquel extranjero le podrían preguntar o insultar Estaban perplejos.
Salieron al gran patio de gestas. Allí los caballos de guerra piafaban impacientes. Las mesnadas de ellos, inquietas se agrupaban y los siervos numerososo aportaban armas y bagajes.
No hay mas tiempo- dijo uno.
¡Partamos! –exclamó otro.
Todos asintieron. Se armaron. Subieron pesadmente a sus caballos.
Parecían esperar, en último momento, un movimiento inesperado del extranjero. Algo como un milagro. Ignoraban lo que esperaban. Quizá algo así como que descendiera del cielo un caballo alado y que se pusiera al lado del extranjero o bien que este apareciese ceñido de armas luminosas. Ni siquiera se habrían sorprendido que fuese el mismo Odín que partiría al frente de ellos como un rayo luminoso y aterrador.
Nada de ello ocurrió.
Fingían indiferencia mientras montaban parsimoniosamente sus impacientes cabalgaduras. Vigilaban, eso sí, con el rabillo del ojo al extranjero que impasible con los brazos cruzados les contemplaba encaramándose dificultosamente a sus corceles. Finalmente abrazaron sus heráldicos escudos y los escuderos reverentes les alcanzaron las largas lanzas.
Partamos –dijo uno.
¡Un momento! Exclamó otro.
Entonces se miraron uno a otro. No dijeron nada pero se comprendieron. Al unísono, haciendo caracolear sus caballos rodearon al extranjero. Con un círculo de hierro y poder mortal. Aquel no pareció extrañarse, permaneció inmóvil viéndoles evolucionar como si él mismo no fuera el objeto de aquella maniobra.
Uno de los señores musitó una orden al iodo de uno de sus escuderos, como si temiera ser comprendido por el extranjero.
Hubo largos momentos de tensa espera. Luego se precipitaron en aquel círculo de hierro los sayones con cortos y pesados látigos. Ellos, los esclavos, si vomitaban odio por sus ojos y vilezas por sus bocas Siempre les había irritado la presencia del extranjero: su sencillez, su pobreza, su dignidad... Sobre todo, aquella cortés indiferencia rnte a las atenciones de sus amos. Ahora que se les iba a dar poder sobre él le enseñarían a respetar y temer la autoridad de los señores. Ellos, entrenados en servir no pedían reconocer otr
a cosa que el poder.
No necesitaron una orden especial. Rodearon al extranjero como una manada de lobos hambrientos. Volaron los serpentinos látigos. Eran verdugos bien entrenados. Lo castigarían hasta que arrastrándose lamiese los pies de los amos pidiendo abyectamente misericordia.
No se humilló. No pidió perdón. No suplicó…
Se enfurecieron. Miraron a los señores su aprobación. Ya no eran verdugos sino una jauría enfurecida…
¡Basta! –dijo uno de los señores-.
¡Basta! –gritaron los otros-.
Ellos, ahora, no tenían ya duda. No era un dios, pero sin duda era uno de su raza. Habían tratado de probar su fortaleza. Comprobar si acaso era un siervo temeroso.
¡Es un Héroe! ¡un Hombre sagrado! -exclamaron todos.
Los sayones habían quedado petrificados. Con los látigos en el aire, pero eran perros bien amaestrados.
Había quedado marcado por el látigo. Infamado pero no humillado Su mente aun permanecía lejana.
Ha tenido su merecido –exclamó un sayón con rabia.
Me lo hubiesen dejado a mi – dijo otro- sé como se hace. Lo hice con otros parecidos a él.
Los señores avanzaron y le empujaron apoyando ligeramente la punta de sus lanzas en la espalda.
¡Vamos! ¡En marcha!
No le llevaban como un prisionero, sino casi como uno de ellos mismos.
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No es un superhombre –pensaron algunos-. No es Odín u otro de los dioses.
Los latigazos lo derribaron. Lo marcaron. Gimió. Gritó.
¡No se humilló.!
¡Sus heridas han sangrado!
¡No puede ser un ser divino!
¡No se arrastró, no pidió misericordia,! En cualquier lengua que lo hubiera hecho le habríamos entendido, el lenguaje de los vencidos es universal. Habriamos leido en sus ojos el miedo.
¡ EL LEYÓ EN NUESTROS OJOS EL MIEDO! Nuestro miedo.
Podrimos haberle dejado a merced de los siervos. Ellos deseaban hacerle tener miedo.
Aunque le hubiesen arrancado los ojos no le habrían hecho temer.
¡Quien sabe! Todo ser humano tiene “su” miedo: quien al látigo, quien al fuego, quien al agua… Solamente hay que sabérselo encontrar.
…Y…?si no fuera humano?
¡Calla!
Hubiera sido mejor arrojarlo a los perros.
¿A un ser sagrado!
Tendremos tiempo para hacerlo. Ahora es nuestro prisionero.
¿Nuestro prisionero? ¿ no seremos, acaso, nosotros los prisioneros de él?
Le estamos conduciendo a la batalla. En el combate se prueba a los héroes.
¿Héroe él? ¿No le vimos retorcerse bajo los latigazos?
Te equivocas. Ello no significa que sea un cobarde, sino que es un ser humano y no un dios. Solamente los dioses no sufren. Si no hubiese gritado de dolor estaría convencido que es Odín o uno de los inmortales dioses. En ese caso estaríamos malditos
¿Estaremos marcados por los dioses? Los dioses no olvidan ni perdonan.
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¿Por qué aun no llegan?
Estamos cansados de esperar, agobiados con el peso de nuestras armadurs, sedientos por el tórrido calor del desierto.
Esto debe ser un ardid guerrero de nuestros enemigos. No tratan de desgastar con la espera.
¡Mírenle a él, siempre ecuánime e igual!
¡Ni siquiera hace caso de sus heridas, ni se compadece de sí mismo!
¡Bah! Son simples cortes en su piel. ¿Qué significado puede tener eso para un guerrero? En cambio, nosotros estaremos dentro de pocos momentos heridos con botes de lanza y atravesados de flechas.
Nosotros ya estamos heridos en el alma.
¿Qué tratas de decir, hermano?
Sentimos miedo.
¿Tratas de insultarnos?
Digo la verdad. Lo siento en mi corazón, lo leo en vuestras caras. Todos, siempre hemos tenido miedo antes de una batalla, aunque sintamos vergüenza y tratemos de ocultarlo.
El que tiene miedo, ya, es un vencido.
¡Volvámonos! Ellos ya no vendrán.
Matemos al extranjero y volvámonos.
¿Matarlo? ¿por qué?
Para que no exista un testigo de nuestro miedo.
Nosotros somos los testigos de nuestro propio miedo. Demás ¡mirad! Ellos ya vienen. Esa nube de polvo les anuncia.
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¿Te sientas, extranjero?
Míralos
. Ahí vienen ¡huye! Esta no es tu guerra. Te damos la posibilidad de huir. Quizás eres un cobarde. Puede ser que nos equivocamos a tu respecto. No aceptaste ser nuestro aliado. Creímos leer en tus ojos que eras diferente. No te odiamos, por eso no te abandonamos a la furia de nuestros esclavos. Tu muerte había sido horrible. Ahora te libras con algunas cicatrices infamantes. Aquí dentro de unos instantes solamente reinará la muerte ¡huye!
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¡Calad vuestras lanzas! ¡Ya hemos llegado! ¡Bajad la visera de vuestras celadas! Pero ¿Qué hace ahí tranquilamente sentado vuestro prisionero?
No es nuestro prisionero.
¿Nooo? ¿será acaso algún peregrino asaltado por bandoleros?
¿Vinisteis a preguntar o a luchar? ¿sois guerreros o trovadores?
Venimos a mataros pero solamente luchamos contra guerreros. ¡Apartad ese hombre y dejadle ir!
Es libre de irse.
No lucharemos mientras ese hombre indefenso esté en medio de vosotros.
¡Atropelladle entonces!
No somos asesinos, sino nobles guerreros. Nos batimos con hombres forraos de hierro como nosotros, pero no contra hombres desnudos.
Desnudo es más poderoso que cualquiera de nosotros.
¡Poderoso él! A ese hombre el látigo le corto hace poco la carne.
¡Miradle a los ojos!
Los tiene cerrados ¿Acaso será un hombre sagrado?
¡Callad! ¡Luchad con nosotros que no somos hombre sagrados!
No podemos.
¿Nos tenéis miedo?
Vuestras armas no nos causan pavor alguno. Sino vuestros ojos ¡son ojos de muertos! ¡ojos de réprobos!
¡Atrás! ¡vuelvan todos riendas! ¡nadie puede luchar con malditos! ¡estan marcados por lods dioses! ¡Habéis profanado….!
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¡Matemos al extranjero testigo de nuestra deshonra!
¡Testigo de nuestra ignominia!
¡Oíd, hermanos, ¡no es testigo de nada! ¡ES NUESTRO JUEZ!
¡Te atreves a decirlo!
¡Tú también debes morir!
¿Hasta cuando arreglareis todo con la muerte? La muerte del extranjero. Mi propia muerte, ¿Acaso ella borrará vuestro estigma de malditos? Mejor aprendamos del extranjero a no temer, porque si ocultamos nuestro miedo con más miedo el MIEDO nos irá carcomiendo como un cáncer. Temeremos a nuestros siervos, a nuestros hijos, a nuestras esposas… ¡a nosotros mismos!
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¡Adiós extranjero de habla desconocida! Depositamos nuestras orgullosas armas ante ti. No no te servirán de nada. PORQUE TUS ARMAS ESTAN DENTRO DE TI. ¡Perdonados! Hemos descubierto que estamos poseídos por el miedo y por eso nos despojamos de los instrumentos con los que tratábamos de ocultarlo: las armas. Volvemos a nuestros inexpugnables castillos, cuyas torres y portones abriremos porque ya los reconocemos incapaces de protegernos Nos enseñaste sin que sepamos bien como a caminar por una senda difícil y desconocida que solamente intuimos a donde conduce. Es el camino de los dioses y de los héroes
Cuando a través de los días nos desanimemos, trataremos de recordarte a ti, veremos tus ojs y tendremos paz
Es posible que alguna vez, peregrinos de otras tierras lleguemos a testimoniar como tú que el miedo no anida en el corazón de los verdaderos héroes.
¡ADIOS EXTRANJERO!
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