NOCHE DE PESCA (RECUERDO)
HACE AÑOS.
Estaba construyendo casas para las gentes de la Isla del Rey después del maremoto.
El día antes me dijo Osvaldo mi ayudante:
Salgamos mañana a la pesca.
Vayamos –dije yo-. ¿con quien?
Con “Caja de untos”. Nos presta “Panduro” el bote y el trolihuan (red). Lleve ropa de repuesto y algo par el “mange”.
Bien arremangados los vaqueros, descalzo como irian ellos, desciendo hacía el muelle por el lodoso camino. A la espalda la bolsa harinera con ropa, pan y queso.
En la orilla el bote esbelto de cinco metros. Dentro la red enrollada. Los remos listos sobre las bancadas. Me meto el agua y acomodo mi saco bajo la chupilla (bancada de proa). Pienso que Osvaldo y Untos matean en la choza de arriba. Subo el empinado senderito. Me anuncio. Sale la vieja hermana de Osvaldo. Siempre avergonzada por carecer de zapatos y dientes.
Invitado, entré agachándome, en la minúscula choza. Algunos utensilios colgados de las ahumadas tablas.. Me senté en el piso de tierra con la espalda apoyada en la pared. Mateé con ellos comiendo tortilla al rescoldo con pateé, un lujo raro para ellos.
Salimos. Partimos a cuatro remos: Untos y yo. Osvaldo timoneaba con un remo. La corriente del Calle-Calle era fuerte en contra nuestra porque la marea estaba subiendo. Costeábamos para avanzar con menos esfuerzo. Pasamos frente a Mancera y cruzamos la boca del Tornagaleones.
Haríamos el primer “lance” cuando empezase a bajar la marea. Remamos aun durante dos horas. De vez en cuando majábamos nuestras manos en el agua recalentadas por la boga. Tenía los dedos de los pies, engarfados sobre la bancada de delante blancos por el esfuerzo.
Una pequeña caleta de boca chica nos permitirá cerrarla con la red. Osvaldo cambia de puesto. Empuña dos remos. Será el capitán y nosotros los marineros obedientes. Empezamos a arrojar la red. Untos los plomos, yo los flotadores. Osvaldo rema y la va extendiendo. Nos colocamos entre la red y tierra. Empieza el “bombeo” una gruesa piedra atada con un cordel sirve para azotar el agua levantando columnas y mojándonos bastante. Es la manera de asustar a los peces y que huyendo se ensartan en la red.
Comenzamos a levantar la red. Ahí terminamos por saturarnos de agua la ropa. No contamos los pescados porque sería mala suerte. Continuamos por horas lance tras lance. Nuestras manos y pies estan completamente blancos un los de Untos que es tan moreno. Frío. Continuamos sin quejarnos lance tras lance hasta la media noche en que subiendo la marea la pesca no resultaría.
Embicamos el bote en una playita en medio de la oscuridad más absoluta. Osvaldo buscó a tientas leña. Se encendió una fogata. Pusimos a calentar agua en la ahumada tetera para el café. Untos limpiaba pescado y lo ensartaba en palitos alrededor de la fogata. Nos cambamos la ropa empapada por la seca. Comimos con voracidad pan y pescado asado. Nos acurrucamos junto al fuego y dormimos. Debíamos emprender la larga remada de vuelta . La pesca había sido bien escasa.
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HACE AÑOS.
Estaba construyendo casas para las gentes de la Isla del Rey después del maremoto.
El día antes me dijo Osvaldo mi ayudante:
Salgamos mañana a la pesca.
Vayamos –dije yo-. ¿con quien?
Con “Caja de untos”. Nos presta “Panduro” el bote y el trolihuan (red). Lleve ropa de repuesto y algo par el “mange”.
Bien arremangados los vaqueros, descalzo como irian ellos, desciendo hacía el muelle por el lodoso camino. A la espalda la bolsa harinera con ropa, pan y queso.
En la orilla el bote esbelto de cinco metros. Dentro la red enrollada. Los remos listos sobre las bancadas. Me meto el agua y acomodo mi saco bajo la chupilla (bancada de proa). Pienso que Osvaldo y Untos matean en la choza de arriba. Subo el empinado senderito. Me anuncio. Sale la vieja hermana de Osvaldo. Siempre avergonzada por carecer de zapatos y dientes.
Invitado, entré agachándome, en la minúscula choza. Algunos utensilios colgados de las ahumadas tablas.. Me senté en el piso de tierra con la espalda apoyada en la pared. Mateé con ellos comiendo tortilla al rescoldo con pateé, un lujo raro para ellos.
Salimos. Partimos a cuatro remos: Untos y yo. Osvaldo timoneaba con un remo. La corriente del Calle-Calle era fuerte en contra nuestra porque la marea estaba subiendo. Costeábamos para avanzar con menos esfuerzo. Pasamos frente a Mancera y cruzamos la boca del Tornagaleones.
Haríamos el primer “lance” cuando empezase a bajar la marea. Remamos aun durante dos horas. De vez en cuando majábamos nuestras manos en el agua recalentadas por la boga. Tenía los dedos de los pies, engarfados sobre la bancada de delante blancos por el esfuerzo.
Una pequeña caleta de boca chica nos permitirá cerrarla con la red. Osvaldo cambia de puesto. Empuña dos remos. Será el capitán y nosotros los marineros obedientes. Empezamos a arrojar la red. Untos los plomos, yo los flotadores. Osvaldo rema y la va extendiendo. Nos colocamos entre la red y tierra. Empieza el “bombeo” una gruesa piedra atada con un cordel sirve para azotar el agua levantando columnas y mojándonos bastante. Es la manera de asustar a los peces y que huyendo se ensartan en la red.
Comenzamos a levantar la red. Ahí terminamos por saturarnos de agua la ropa. No contamos los pescados porque sería mala suerte. Continuamos por horas lance tras lance. Nuestras manos y pies estan completamente blancos un los de Untos que es tan moreno. Frío. Continuamos sin quejarnos lance tras lance hasta la media noche en que subiendo la marea la pesca no resultaría.
Embicamos el bote en una playita en medio de la oscuridad más absoluta. Osvaldo buscó a tientas leña. Se encendió una fogata. Pusimos a calentar agua en la ahumada tetera para el café. Untos limpiaba pescado y lo ensartaba en palitos alrededor de la fogata. Nos cambamos la ropa empapada por la seca. Comimos con voracidad pan y pescado asado. Nos acurrucamos junto al fuego y dormimos. Debíamos emprender la larga remada de vuelta . La pesca había sido bien escasa.
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