EL RENEGADO (novela I
EL RENEGADO
La imagen
representa a Juan de Aguilera,
conquistador español, que fue hecho prisionero por los mayas y que engendró al
primer mestizo hispano- mejicano.
Se conocen
algunos nombres de españoles que por una u otra razón adoptaron la vida de los indígenas
americanos. Es posible que haya habido otros varios que no
fueron tenidos en cuenta.
GONZALO
GUERRERO, marinero. Natural de Palos. Naufragó en Yucatán en 1536. Murió
luchando contra Cortés.
CASCORRO.
Pescador de Huelva. Al principio de la conquista, en Cuba.
FRANCISCO MARTIN. Soldado de la expedición de Alfanje
en 1532. Selva colombiana.
FRANCISCO
GASCO. En Chile.
LOPE DE
OVIEDO. En Texas.
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Capitulo
1 LA GRAN CAVERNA
Mirándola de espaldas difícilmente se
podía pensar que se trataba de una mujer. Usando como bastón la lanza de dura
madera trepaba seguramente por la empinada y pedregosa cuesta. Tenía
movimientos ágiles. Alta, flexible, de apretados músculos se movía como un gran
gato en el que todos los músculos se dibujan siguiendo un hermoso ritmo.
Completamente desnuda, con el cuerpo
marcado por atroces cicatrices hundidas y cortes de heridas nunca suturadas.
Ella era igual que cualquier
guerrero que ha sobrevivido a múltiples
batallas.
Su cabeza torpemente rapada indicaba que
su pelo le estorbaba como guerrera, o bien que lo había sacrificado en un
pesado luto según las normas de su tribu.
Detrás de ella escalaban la abrupta
ladera sembrada de enormes guijarros como monstruosas piedras de honda un hombre bajo y musculoso de
movimientos pesados y ágiles a la vez. Su pelo muy negro estaba cortado a la
semejanza de un cerquillo monacal por delante mientras que una larga melena le
caía por atrás. Desnudo no mostraba cicatrices sino complicados dibujos en rojo
y azul sobre su cuerpo. En sus manos llevaba un arco armado con una flecha, listo para ser tensado
instantáneamente como si en cualquier momento pudiese aparecer algún peligro.
Pendía de su espalda un grueso manojo de flechas con plumas multicolores.
El tercero que ascendía con ellos,
parecía escalar sin esfuerzo alguno. Era
un adolescente. Desnudo su cuerpo contrastaba con el de sus acompañantes. Su
piel era aterciopelada y mucho más clara que la de ellos, su cobrizo parecía
dorado. Su pelo cortado como el del otro varón era castaño oscuro. Como la
mujer empuñaba una larga lanza, con la aguzadísma punta negra por haber sido
endurecida en el fuego. No se servía de ella para apoyarse sino que la
enristraba como para defenderse o atacar a un enemigo aun invisible.
Ascendían en un sabio zigzagueo siguiendo las huellas naturales dejadas por
la erosión y por los animales de la
montaña. Se deslizaban entre las rocas y los arbustos espinosos en movimientos
gráciles de sus cuerpos brillantes debido a algún aceite, sin mover una rama ni
clavarse una espina. Caminaban muy erguidos, sin mirar donde pisaban como si
sus pies desnudos captasen el camino tomándose en forma prensil de la senda
empinada y adivinando obstáculos. Su caminar elástico parecían los pasos
aprendidos de un milenario ballet.
Resultaba hermoso verles trepar, deslizarse silenciosos, sin hacer
rodar una sola piedra, sin tropezar con una rama espinosa, como réptiles o como
la brisa.
Los cuerpos brillantes empezaron a
transpirar por el calor y el reverbero
de las rocas sin parecer mayormente afectados por ello.
Subían y subían. Sin cambiar una palabra entre ellos. Uno detrás de otro.
Llegaron a una estrecha plataforma que contorneaba la montaña transformándose
en una especie de repisa. Empezaron a
seguir aquella senda pegados a la pared rocosa y teniendo a sus pies
vertiginosos abismo. La mujer ya que abría el camino ahora no se ayudaba con la
lanza sino que la empuñaba lista a
usarla frente a un atacante o repelar cualquier ataque repentino. Ella ahora
caminando en un plano horizontal cojeaba
ligeramente... La cornisa se abrió bastante
en ella habían anidado muchos
arbustos. La mujer se detuvo. Se apegó aun más a la pared rocosa cubierta de vegetación
trepadora. Empezó a palpar el muro rocoso con la mano. Más abajo lo hacía con
el cuento d de la lanza. Los otros dos
algo distanciados, la seguían siempre en guardia. Ella dijo en un
murmullo:
•
Estamos muy cerca.
•
Huelo a la pantera, dijo el joven.
•
Si, dijo el llamado Sirupré. Si, Ureíta.
•
La pantera solamente pasó por aquí, dijo
la mujer. Puede haber entrado en la caverna. La entrada está cerca.
Continuaba avanzando lentamente. Pasó un
momento.
•
Aquí está, dijo la mujer apartando con
suavidad las plantas que tapaban la oquedad. Sin titubear se sentó en el borde, pasó ambas piernas y se
deslizó a dentro como culebra. Arrastraba
la lanza tras de sí.
Sirupré tuvo dificultades debido a su
corpulencia. El joven se deslizó con facilidad.
Una vez dentro se comprobaba que la entrada era grande pero las plantas habían creado una
inextricable cortina que solamente dejaban pasar en algunos huecos una luz tamizada y casi
verdosa. Adentro, en contraste con el agobiante calor exterior se experimentaba
una agradable frescura y seco. Sin embargo
se sentía allí con fuerza el característico olor de un felino. Sobre la
fina arena del piso se veían claramente sus huellas muy recientes.
Sirupré se acuclilló sobre ellas y las
observó atentamente.
•
Es una hembra grande. Está preñada y
cerca de parir. Tendremos que tener cuidado.
•
Tendremos alimento, dijo Ureíta casi
festivamente.
•
No vinimos a eso, dijo secamente la
mujer. Será mejor que no la encontremos en uno de los pasadizos.
•
No hay que temer, dijo Sirupré, ella no
se ha dirigido nunca hacia ellos.
De todas maneras ellos avanzaron
preparados hacía el fondo de la caverna que era bastante larga. A pesar de ello
una vez acostumbrados existía una cierta claridad. Terminaba en una pared
vertical muy alta. En ella, a diversas alturas había oquedades alargadas como
entradas a túneles. Sirupré se encaramó y olfateó en las entradas.
•
No, la pantera no ha penetrado en los corredores. Probablemente es muy
voluminosa o teme arriesgarse. Ahora debe estar cazando o durmiendo en otra parte.
Cuando salgamos habrá que ser muy cautos, sobre todo si ya ha parido.
•
La pantera no nos molestará, afirmó la
mujer.
La mujer escogió uno de los estrechos
boquerones. Se introdujo como la primera vez arrastrándola lanza sobre su cabeza.
•
Ahora comienza el viaje en las tinieblas, musitó Sirupré. Se
introdujo laboriosamente. Le siguió un espacio después el joven sin vacilar.
La inclinación del conducto no era muy grande y parecía haber sido labrado por las aguas, porque era bastante
suave para no herir la gruesa piel de los indígenas. Poco después se fue
agrandando y pudieron caminar agazapados. Ureíta arrastraba la lanza detrás de
si con la mano izquierda mientras que con la derecha colocada un poco arriba de
su cabeza en previsión de cualquier resalte peligroso. Con su fino sentido
sentía los movimientos de quienes le precedían. Captaba de antemano cuando
podía caminar o debía reptar arrastrando de nuevo su lanza. En ocasiones tenia
dificultad en una curva demasiado
cerrada. Finalmente sintió que llegaba a un espacio amplio, se enderezó y trató
de tocar el techo primero con el brazo extendido, luego con la lanza. La
mujer dijo que se tomasen de su mano.
Ella avanzaba con cautela, quizá explorando con sus pies el desigual piso
rocoso. Finalmente dijo en un susurro:
•
Aquí es. Yo descenderé la primera. Luego
esperen mucho latidos de su corazón porque se podrían ensartar en mi lanza.
Ureíta me seguirá. Bajen con cuidado. Se frena con los brazos y las piernas.
•
Lo haremos como dices, Pineabe, dijo
Sirupré.
•
El hoyo está a mis pies, dijo ella.
Escucharon los movimientos de ella al
sentarse y luego el suave frotamiento de la piel al
comenzar a dejarse deslizar.
•
¿será muy peligroso? Preguntó Ureíta.
•
Es un túnel que baja y es estrecho. Ella
desciende arrastrando la lanza si tú…
•
Comprendo, dijo Ureíta
•
Ahora tú, dijo Sirupré
Palpando el piso con el extremo de su
lanza Ureíta encontró el pozo
Cuidadosamente se sentó en el borde con las piernas colgando y exploró el
contorno del túnel. Luego, decididamente
se dejó caer. Las estrechas paredes de nuevo eran pulidas por millones
de años sometidas al flujo del agua. Cuando sentía que tomaba demasiada
velocidad se frenaba con brazos y piernas contra la pared. Cosa que ya no pudo
hacer en el tramo final completamente vertical y cayó hecho un ovillo sobre un
espeso manto de arena.
•
Apártate, dijo Pineabe, Sirupré viene
ahora.
La larga oscuridad estaba
reemplazada por una luz cenital que
venía de lejos y a mucha altura. Acuclillados al lado donde habían caído
esperaron al guerrero. Este llegó resoplando.
Pineabe no preguntó a su hijo si había
tenido miedo, aunque sabía que deslizarse en tinieblas por aquellos ductos
subterráneos desafiaba la fortaleza del
mejor guerrero.
A pesar de lo pulido de los ductos,
Ureíta sentía su cuerpo lleno de múltiples pequeños cortes y no tenía parte que no le ardiese. No lo
comentó. Los guerreros nunca se compadecen a si mismos.
Seguían a Pineabe que parecía muy
familiarizada con aquella inmensa
caverna y aquellos lugares. Pronto la
arena desapareció y empezaron a caminar
por un lugar inundado. El agua les llegaba a las corvas esta muy helada. De repente caían en un profundo
hoyo y entonces se sumergían hasta el
cuello. De nuevo estaban sumergidos en
la más completa oscuridad y se debieron tomar de la mano otra vez. Aumentaba el rumor de un agua que se despeñaba y notaron en sus
piernas un aumento de la corriente cada vez
más pronunciada. Ellos se dirigían directamente guiados por Pineabe hacía lo
que parecía una catarata que se precipitaba
en la oscuridad a una sima desconocida. Llegaron ya con un ruido ensordecedor al borde del
lugar en que se precipitaba el agua y apenas podían mantenerse en pie.
Pineabe
atrajo hacía si a Ureíta y luego lo empujó hacía adelante.
•
Harás como otras veces. Siéntate. Respira
hondo y déjate caer.
Ureíta obedeció sumergiéndose en el agua helada, tan helada
que resultaba casi insoportable. El agua
le llegaba al mentón. Respiró fuerte y se
dejó engullir por el torrente. Por largos instantes creyó que penetraba el dominio de la muerte. Fue algo
muy rápido que a él le pareció muy
lento. Cayó sobre un lecho rocoso y
automáticamente magullado salió de la cascada. Abrió los ojos y llenó sus
pulmones de aire. Quedó absolutamente deslumbrado no porque la claridad fuera
muy intensa, sino por el espectáculo que captaban sus ojos parpadeantes. Como
en la primera caverna, con más intensidad estaba inundada de una luz tamizada que procedía de
una abertura a grande altura. Esa luz se quebraba en mil destellos feericos al
refractarse en inmensas lágrimas de vidrio de mil colores que pendían
fantásticamente del techo de la caverna o bien que se elevaban a intervalos en
inmensos colmillos que emergían del piso. Una insignificante lagunita de aguas
transparentes y mágicas reflejaba todo
aquel espectáculo. Ureíta, apoyado en su lanza miraba todo aquello incapaz de
reaccionar, Nadie jamás le había contado que existiesen aquellas maravillas, ni siquiera su madre que
parecía conocerlas y estar familiarizadas con ellas. Ni siquiera en las
leyendas maravillosas que contaban los viejos se describí, si es que se hubiese podido hacer, aquella maravilla.
Estaba seguro que para Sirupré el
espectáculo tampoco era nuevo. Era verdad. Incluso sentían que el penoso recorrido a través de
las cavernas y túneles merecía la pena. Sin embargo, a la vez sentían el
respeto sagrado.
Cuando se reunieron con Ureíta todos
ascendieron la suave orilla arenosa y se
dejaron caer agotados, pues todo aquel tenebroso viaje a pesar de ser guerreros
bien entrenados se encontraban agotados. Pronto se durmieron.
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Cuando Ureíta se despertó quedó
largamente recostado contemplando el
mundo maravilloso que le rodeaba muy cambiado debido a los diferentes juegos de luz debidos a la inclinación
exterior del sol. Su cuerpo estaba descansado a pesar que las múltiples heridas
y cortaduras que le había producido el descenso le ardiesen intensamente. Desde
muy niño había sido entrenado para no
tener en cuenta todo aquel tipo de molestias producidas con mucha frecuencia en
las cacerías en la selva y aun el mucho más graves a consecuencia de la guerra. Heridas en nada
comparables con las sufridas por su
madre-amazona o cualquier otro guerrero valeroso de su tribu... De todas
maneras fue explorando centímetro a centímetro su cuerpo para calibrar la
importancia de sus lesiones.
Sirupré y su madre dormían aun.
Se incorporó no porque lo desease, sino
impulsado por sus necesidades biológicas. Buscó un lugar bastante alejado de la lagunita, pues desde muy
temprano le habían enseñado que los desechos del cuerpo ensuciaban las aguas y
la tierra. Las heces debían estar lejos de donde pudiesen ser pisadas por otros
porque los viejos decían que si se pisaban se
comunicaban los espíritus de la enfermedad. Con las manos hizo un hoyo
profundo en la suave arena y defecó y orinó dentro de él. Luego los cubrió
cuidadosamente y colocó encima una roca suelta. Así tampoco un animal, si acaso
allí también los había, podría llegar a ellos.
Recordaba que su padre que era tan
diferente en tantas cosas de los hombres de la tribu decía que aquellas
costumbres eran muy sabías y deberían conocerlas también las gentes del otro
lado del mar.
Volvió al borde del laguito y comenzó a
lavar su cuerpo restregando algunas partes con la fina arena. Sus
compañeros también se habían despertado.
Pineabe se movía recorriendo las
márgenes de la laguna recogiendo pequeños moluscos, crustáceos y gusanos. Allí
abundaban.
Ureíta la miraba con inmenso amor y
admiración. Muy pocos jóvenes tenían una madre parecida. Mujer y guerrera.
Todas las amazonas morían vírgenes a no ser que la tribu juzgase sin excepción
que siendo alguien excepcional debía
tener un hijo. También su padre había sido un ser excepcional, tanto que
a pesar de ser un extranjero adoptado por la tribu fue juzgado digno del honor sin nombre
de fecundar una amazona. Era evidente
para Ureíta que el debía ser igualmente alguien fuera de lo común.
Sirupré volviendo de realizar sus ritos
matinales se puso a ayudar a Pineabe.
Ureíta le imitó.
Cuando reunieron una cantidad apreciable
de alimento se sentaron a la orilla del agua en el pequeño hoyo en que los
habían acumulado y se pusieron a comerlos
Era un alimento nutritivo y energético que están acostumbrados a ingerir
crudos igual que los pescados de orilla del mar. Masticaban calmadamente como
era su costumbre en las comidas de cualquier especie.
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Comiendo, sentado como todos ellos sobre sus talones, Ureíta contemplaba a su
madre. Como siempre le fascinaba aquel cuerpo firme, incansable, marcado por tantas cicatrices cuya historia
le habían contado otras muchas veces en
detalle. En su imaginación lo comparaba
con los cuerpos fofos, redondos, llenos de grasa de las mujeres – madre de la
tribu. Aquellas mujeres de pechos enormes y colgantes que oscilaban en cada
movimiento de ellas siempre que una de las crías que portaban a su espalda no
los apretasen golosamente en sus manos.
En cambio su madre al igual que cualquier
mujer guerrera los tenía pequeños y firmes. Es cierto que le habían dicho que ella no le amamantó como
lo hacía cualquier mujer sino que fue entregado para su crianza a una
mujer-madre.
Ciertamente, muchos guerreros podían ser
mucho más musculosos que ella, pero aquellos músculos poco pronunciados y
largos tenían una elasticidad y fuerza que la mayoría de los guerreros
envidiaba. Ella era ágil y en sus saltos recordaba a las duras pelotas de
caucho que en algunas tribus usaban para
sus juegos.
Era igualmente cierto que las amazonas
vivían poco. En la tribu no existía ninguna mujer guerrero anciana. Su padre
decía que eran víctimas de su bravura. Eran demasiado buenas, valientes,
arriesgadas ara que se perpetuasen .Esas cosas que decía su padre eran propias
solamente de él como otras muchas, porque era diferente. También todos le
recordaban como bueno y bravo y por eso murió luchando con los extranjeros.
Su padre junto con ser guerrero era un
shaman famoso y la tribu no dudaba de enviarle
al mando de lejanas expediciones, aunque no todos entendían sus
enrevesados pensamientos y lo que el contaba de lejanísimas regiones que había
conocido.
Sirupré y su madre eran de los pocos que
comprendían algo de lo que él contaba. Los otros guerreros de la tribu le admiraban y reverenciaban,
algunos ocultamente le odiaban aun ahora, después de su muerte.
Ahora Ureíta sabía que él había sido designado para suceder a su padre
y era la razón por la que habían descendido a las entrañas de la tierra.
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Terminaron su frugal comida. Ureíta
sentía oscuramente que estaba llegando el “momento” por el que estaban allí.
Sumergirse en el corazón de la montaña no era un azar, ni siquiera para que el
conociese aquel lugar maravilloso. Hacer esto no estaba en las costumbres de su
pueblo en que cada acción tenía un fin
concreto. Menos aun estaban allí para cazar la pantera como en un momento llegó
a pensar y cuyas huellas parecían haber
seguid en algún momento. Sabía que sus
dos compañeros no tenían nunca prisa porque juzgaban que el apuro es
propio de los niños. La vida del ser humano era su opinión está compuesta de
una sabia espera en todos los aspectos. El guerrero espera los movimientos
previos de su oponente, lo mismo que el cazador o el pescador que esperan
pacientemente sus presas Ellos esperarán
largo tiempo con el arco distendido y la flecha colocada hasta que
pase su presa o la sombra del
pescado cruce el agua profunda.
El silencio duró largo tiempo. Frente a
frente, sentados los tres sobre sus talones, con las manos suavemente colocadas
sobre las rodillas, parecían tres estatuas pétreas en concordancia con las
rocas que les rodeaban.
Sirupré rompió el encanto:
•
¿Ureíta, sabes por qué estamos en este
lugar?
El joven estaba consciente que no esperaban respuesta alguna de él.
•
Hace
varias lunas que fuiste iniciado como guerrero adulto. Eres uno de los
guerreros más joven de nuestra tribu. Ya no eres un aprendiz, aunque continuas
siendo un discípulo. Los discípulos corrientes son iniciados una sola vez. Los
“escogidos” como tú lo serán muchas veces. ¡Muchas veces!
Una leve aprensión recorrió el estómago
de Ureíta y a la vez algo sucedió en su
mente. La “iniciación” de por sí era algo duro y terrible era el precio
que todo adolescente debía pagar para
llegar a ser un guerrero aceptado por la
tribu. Eran las pruebas duras y difíciles para preparar a cada varón y mujer
ante todos sus hermanos del clan que este y la tribu estaban por encima de sus vidas individuales. Su yo, su vida
personal, su interés se supeditaban a la
supervivencia de la comunidad. La vida de cada miembro de la tribu y del clan
dependía de todos los demás y por ello “todos se debían a todos”.
Eso era lo que las iniciaciones enseñaban
de una manera práctica, real y
verdadera a través de la realización de lo aprendido en ese momento siendo
ejercitado sin ayuda alguna por cada uno de ellos. Si cada uno demostraba su
capacidad de ser artesano, cazador,
guerrero…. No era para su beneficio sino el de toda la comunidad
Ser un iniciado era un honor pero ya
comportaba en adelante pesadas cargas Mucho más ser jefe que implicaba el
sacrificio de sí mismo al único servicio de todos.
Que en aquellos momentos Sirupré le
dijese que sería iniciado varias veces más aun tenía un
terrible significado que le
aterraba porque se le escapaba aun su sentido profundo.
Indudablemente era el hijo de un héroe y ese era su destino.
A Sirupré debido a su larga experiencia
no se le escaparon aquellos pensamientos del muchacho. Por ello calló un largo
rato. Después continuó:
•
Tu bien sabes que en nuestra tribu desde tiempos tan antiguos que nadie sabe su origen
existen los guerreros corrientes y los
“elegidos”. No hay diferencia entre mujeres y varones. Tenemos el honor y la
bendición de las “amazonas” como Pineabe que nos envidian las tribus lejanas. Los varones elegidos no n menos valiosa que ellas para nuestro
crecimiento y defensa.
El Gran Padre es quine os elige, el
Consejo de los Ancianos tan pronto como leen los dignos de una elección son los
que determinarán vuestro destino ya de héroes o chamanes para ser depositarios
de la sabiduría que la tribu ha ido acumulando a través de muchas vidas.
Tu mismo padre. Un extranjero venido de
tierras lejanas nos fue enviado por el
Gran señor para que siendo uno de nosotros
nos enseñase el camino para que
nuestra tribu no fuese aniquilada con la llegada de las gentes del otro lado
del mar. Los ancianos de la tribu supieron reconocer las señales de su elección y el acepto su
misión y se sometió a todas las iniciaciones a las que decidieron
someterle.
YO TE ENTREGO EL MENSAJE DEL CONSEDO DE
LOS ANCIANOS, QUE DECIDIO QUE TE POSESIONES DEL ESPIRITU DE TU PADRE.
Aquí en esta caverna recibirás su
espíritu como el recibió el de nuestros antepasados cuando se posesionó del
espíritu de mi padre el difunto chamán.
Es importante que el espíritu de tu padre te posea para que te
enseñe todo lo que conocía de sus lejanas tierras porque en ello está la salvación de nuestro
clan y tribu.
Pineabe miraba fijamente a Ureíta
mientras hablaba Sirupré.
Ureíta anonadado por aquellas revelaciones se sentía paralogizado.
No tenía problema alguno para aceptar
los mandatos que se le daban, ya que desde su infancia se le había
inculcado que ante todo para un guerrero estaba el bien común de aquellos que de alguna manera se habían
confiado a su valor y fuerza.
•
Juntémonos, dijo Sirupré. Debemos formar
el círculo sagrado
Diciendo aquello se sentó sobre la suave
arena con las piernas cruzadas y extendió sus brazos con las manos abiertas.
Los otros le imitaron y fueron
entrelazando fuertemente sus manos unos con otros.
•
Abramos nuestras mentes para que nos
posea el espíritu de Apoena….
Ureíta
tan pronto como unió sus manos con las de su madre y el chamán sintió
una sensación como jamás antes había
experimentado. Se sentía fundido con ellos como si formasen un único cuerpo y
una sola mente.
Luego no hubo transición alguna. Estaba
en otro lugar y en otro tiempo. Contemplaba cosas extrañas e inauditas… ¡estaba
viviendo otra vida!
+++++++++++++++++
II.
ALVARO DIAZ DEL VIVAR
Ya no sufro. No siento más el dolor de
mis heridas. Es lo que he escuchado muchas veces antes que ahora en los campos
de batalla con aquellos que ya están muriendo.
Mi mente no solamente está clara sino que
parece que tengo una lucidez extrema. Es como si habitara otro cuerpo que
tuviera la capacidad de mirar dentro y fuera de sí mismo. No comprendo como
muriendo se puede tener tal claridad en vez de estar como tantos otros sin
sentido debido a las terribles heridas que tengo y toda la sangre que he
perdido.
Era indudable que los españoles están
informados de mi presencia a pesar que yo me creía un guerrero anónimo. Ellos
tienen espías por todas partes. Gentes que
una vez fueron bravos guerreros pero que ahora se entregaron al servicio
de los enemigos que les utilizan y acabarán
destruyéndoles.
Ya en su primera carga en sus gritos desaforados era evidente que yo
era su objetivo principal. Era tanto su furor que llegué a sentir su odio hacia
mí como materializado:
•
¡Matad al traidor Alvaro! ¡al renegado!
¡Al indio espureo! ¡Al traidor hijo de madre puta!
Luego la voz estentórea de su capitán:
•
¡Cien doblones para quien traiga la
cabeza del traidor Alvaro!
Con esa suma fabulosa que nunca sería
pagada el furor de todos los soldados y yanaconas era indudable que se
dirigía contra mí.
Sin duda mi cabeza estaría ya ensartada
en una des sus picas sino hubiera sido
la respuesta la carga suicida de las amazonas capitaneadas por Pineabe mi
esposa. Ellas rescataron mi cuerpo sangrante
del campo de batalla con el sacrificio de sus vidas. He participado
durante mi vida en muchas batallas aquí y en occidente pero nunca jamás participé en una lucha tan desigual e
increíble. Nosotros luchamos con armas de madera y con puntas de cortante
obsidiana contra hombres forrados de hierro y empuñando armas de los mejores
aceros españoles.
Las ágiles y rápidas amazonas
saltaban sobre ellos caballos y
abrazadas a los hombres de hierro los arrojaban del caballo sin soltarlos jamás
a pesar de ser acuchilladas ferozmente por los compañeros del atacado. En
confuso revoltijo los guerreros con sus macanas de piedra atacaban al caído, sujeto por los brazos aun
de la amazona, y con sus golpes sacaban
chispas de las armaduras, mientras que los otros jinetes les alanceaban a su
placer. Yo creo que ellas aun muertas no
se desasían del soldado en que habían hecho presa.
Cuan grande es el poder del espíritu
que permite que se forme una muralla de
carne desnuda frente a un puñado de aventureros osados que tratan de
arrebatarles sus tierras, mujeres,
costumbres y reducirles a la esclavitud.
Yo sé muy bien que ellos para
justificarse dicen que nosotros los indios somos seres de espíritu obtuso, y
locos que tontamente queremos desafiar el acero y las espadas
toledanas en forma inútil.
Están completamente equivocados.
Sabemos perfectamente que estamos en inferioridad frente a ellos y que defendernos, aun con
pocas posibilidades de triunfar será al
precio de terribles carnicerías. –
Estamos conscientes que tenemos que
oponer esa muralla de carne desnuda a sus espadas tajadoras para que tenga
tiempo el grueso de la tribu compuesta de los más débiles a huir y refugiarse
en lugares selváticos donde ellos por ahora no puedan alcanzarles.
Hace poco rato, cuando las mujeres
guerreras en su carga demencial frenaron al escuadrón que había roto nuestras
filas con el único fin de capturarme vivo o muerto estaban perfectamente
conscientes del alto precio que iban a pagar con sus vidas.
El escuadrón español fue cruelmente diezmado y tuvieron que volver
grupas vergonzosamente y no pudieron sacar del campo de batalla este cuerpo
igualmente desnudo y destrozado por su acero. Fue igual
como cuando un atrevido goloso voltea un árbol hueco en que habita un
panal de abejas. Estas se defienden tan fieramente que acaban haciéndole huir
aunque ellas deban morir por millares.
¡Cien doblones de oro por mi cabeza les
enloqueció e inútilmente perdieron vidas de hombres y caballos!
++++++++++++++++++
Ureíta no había participado aun en
batallas. Había escuchado mil veces los relatos de los sobrevivientes de los
primeros choques con los invasores en los que había muerto su padre y su
madre había quedado tan mal herida. Sin
embargo, ahora en el trance sagrado vió y sintió todo a través de unos ojos que
estaban en su mente y que sabía no eran los suyos. Era terrible la conciencia
de esa dualidad y unidad simultaneas.
+++++++++++++++++++
Como si Pineabe estuviese igualmente
dentro de él rompió aquella extraña situación, aun sin soltar las manos del círculo sagrado:
•
Deberás combatir con esos guerreros forrados de metal y aprender a usar
sus mismas armas. Las que arrancamos con el precio de muchas vidas
Era evidente que también ella había
revivido aquellos luctuosos momentos en los que participó y que ahora Ureíta contemplaba directamente
Cuando tu padre aun estaba vivo no conocíamos lanzas, ni espadas, ni puñal de acero. Por
cada extranjero que derrotamos murieron cinco o seis de nuestros guerreros.
Aun caídos los extranjeros trataban de
encogerse como las tortugas en sus trajes de hierro y mientras tanto los otros
hacían carnicería en nosotros.
Muchas lunas antes cuando tu padre llegó
entre nosotros nuestras armas eran semejantes y nuestras luchas parejas
Solamente el valor, la fuerza, la agilidad, la astucia y el deseo de defender
la tribu diferenciaban a un guerrero del otro. Éramos un una mujer o un hombre
contra otro. No se trataba de matar, sino de hacer huir al adversario. Al caído
no se le remataba porque ya estaba vencido. Tampoco a los que huían se les
perseguía para exterminarlos. No se tomaban prisioneros como hacen las gentes
de las ciudades para que nos sirviesen, sino que estábamos contentos con
alejar a los invasores de nuestros
terrenos de caza y recolección.
En verdad, no conocíamos la guerra por la
guerra. Es cierto que cada cierto tiempo
podían llegar invasores que había que
hacer huir. A veces eran tribus
que agotados sus terrenos de caza y recolección deseaban los nuestros. Eso lo
comprendíamos pero ellos debían buscar otros
y, en ocasiones, solamente nos pedían que les dejásemos atravesar
nuestros bosques e ir más allá al lejano
sur. Ahora los extranjeros que llegan del otro lado de la Gran Agua no proceden
así. Ellos son muy pocos y desean
someter a su servicio a nuestras tribus.
¡Son extranjeros devoradores de tierras y
de humanos!
++++++++++++++++++++
Cuando Pineabe casó de hablar, ureíta
cayó de nuevo en el trance profundo:
•
Moriré muy pronto. No siento odio alguno
por los que en otro tiempo fueron mis hermanos incapaces de comprender que no
soy ni un traidor, ni asesino un enemigo irreconciliable por el hecho de
haberme convertido en indio. Solamente lucho contra su prepotencia, crueldad y
desprecio por estos seres humanos que somos iguales a ellos.
En estos momentos siento con fuerza el deseo de reencarnarme en
mis hijos fundiendo dos pueblos en uno solo tal como los olmecas sonaban con
hacer un nueva
Estirpe de españoles e indios. No sé como
pueda suceder esto, pero ahora
agonizando lo deseo con todas las fuerzas que me quedan. Que mis dones, que mis
capacidades se unan a la sabiduría ancestral este pueblo. Que un día, lo mejor
de nuestros dos pueblos triunfe y que el odio, la ambición y el deseo de rapiña
se purifique en seso nuevos seres humanos del futuro.
++++++++++++++++++++++
De nuevo habló Pineabe:
•
Le sacamos moribundo del combate, tu
padre estaba muy terriblemente herido. Nuestro designio había sido arrancar su
cuerpo de las manos de de los
extranjeros para que no lo expusiesen al ludibrio o lo arrojasen a su perros.
El nos había dicho en muchas ocasiones que si caía en mano de los extranjeros
le harían morir en indecibles torturas y que si lo capturaban muerto
desmembrarían su cuerpo y clavado en picas lo expondrían en las entradas de sus
diferentes aldeas. Esas cosas no las
podíamos aceptar. Nuestro pueblo lo
rescató con sus propias vidas en paga. Era la deuda que teníamos con él y la
cumplimos. Ninguno de los que sobrevivimos a aquella lucha desesperada nos
hemos arrepentido de lo que hicimos por él.
+++++++++++++++++++++++++
Sirupré, el shaman interrumpió:
Apoena está entre nosotros y desea
seguir instruyendo a hijo
•
Hace más de cuatrocientos años que mi
antecesor en quince
generaciones Rodrigo Díaz del Vivar, que sería conocido como el Cid
Campeador, mientras Valencia estaba sitiada por los moros No murió con las
armas en la mano, sino en su cama y abatido por la peste. Una ironía de la
suerte. Yo, su descendiente directo de sus blasones y grandes hechos moriré en
buena lid y por buena causa, como el
mismo vivió y hubiera deseado morir.
Herido de muerte por mis hermanos, no por traidor como gritaban sino por ser
fiel a mi conciencia y estirpe. A mi deber de caballero de defender con su vida
al pobre y oprimido contra el fuerte e invasor. Creo que mi bravo antecesor en mi situación hubiese procedido en forma diferente a la mía.
Yo, como él, tengo la esperanza de ganar
mi última batalla después de muerto. No la ganaré mediante el engaño que muerto
y embalsamado y sujeto astutamente sobre su fiel Babieca sembró el terror en
las filas de los moros. Tengo la esperanza que mi hijo la decimosexta
generación de los Vivar mitad español y mitad indio sea el quien gane la última
batalla de una manera tan sutil que se
me escapa. ¡Ojala suceda así!
++++++++++++++++++
¡Shaman, Madre! Es mi padre quien está
hablando dentro de mí! ¡No sé que me está ocurriendo! ¡A la vez soy yo y soy mi
padre! Veo con sus ojos, escucho con sus oídos, pienso con su mente, sufro con
sus heridas…!estoy muy confundido!
•
¡Tranquilízate y no rompas el círculo
sagrado! Va a ser muy difícil para ti! Tu padre vive en ti desde de ahora para
que toda sus sabiduría entre en ti, sea tuya. Vas a conocer su vida. No
comprenderás ahora muchas cosas, como tampoco nosotros las comprendíamos cuando
él nos hablaba de ellas. Tu padre llegó desde el otro lado de la Gran Agua. Las
costumbres de su lejana tribu son para nosotros tan extrañas como son esos
mismos extranjeros forados de cuero y hierro. Necesitamos más que nunca
comprenderlas ya que se han hecho tan
numerosos como las hormigas del fin del verano que cubren el cielo y que devoramos asadas con
tanto placer. Quizás tu padre por tu medio no haga comprender estas cosas aun
oscuras para nosotros y así los expulsaremos de nuestras tierras.
•
¡Esperad! ¡me siento agotado! ¡Dejadme
descansar!
•
Sea como deseas. Rompamos el círculo
sagrado.
++++++++++++++++++
Ya desde muy niño escuché la narración de
cómo llegó mi padre a nuestras tierras. Ahora quiero que mi madre, me cuente
como ocurrió todo cuando ella con las otras amazonas lo encontró. Para mí es
comprensible lo que escuché, lo que no
comprendo como mi padre, Apoena, llegó hasta nuestra tribu y sobre todo por qué
llegó a ser como uno de nosotros y un
cacique tan famoso.
•
Ureíta, pienso que es el espíritu de tu
padre quien te impulsa a que nos hagas
estas preguntas. Ciertamente, cuando las hacías aun con espíritu infantil
nuestras respuestas estaban dirigidas a
un niño y aunque eran verdaderas
omitíamos tantas cosas s que entonces no comprenderías.
Ahora, mientras reposa tu cuerpo, el
espíritu que te habita permitirá que
comprendas y fijes lo que sucedió porque ya
posees el conocimiento de nuestras tradiciones.
•
Hace muchas lunas, empezó Sirupré, tu
madre, Pineabe, había recibido su segunda iniciación como guerrera. Con sus
compañeras, todas amazonas como ella, descendió de nuestro poblado en la
montaña a las orillas de la Gran Agua.
Ellas primero aprendieron a ser mujeres,
luego a ser guerreras, su tercera etapa era aprender a bastarse por ellas mismas y conocer sus
capacidades para vivir y luchar lejos de la protección del resto de la tribu.
Tú no comprendes bien esto porque eres
varón, pero para las hembras es muy importante ya que deben recorrer un largo
camino para conseguirlo. Tienen que
aprender a no temer nada, a valerse siempre únicamente por sí mismas, a nunca ser
socorridas por nadie en cualquier situación en que se encuentren y a ser las
defensoras siempre de la tribu.
Teniendo en cuenta lo que te digo escucha
lo que cuente ahora Pineabe la guerrera
•
Estábamos contentas Era el comienzo de
poner en práctica lo que habíamos
aprendido desde casi nuestra niñez cuando fuimos elegidas como mujeres
guerreras.
Por primera vez estábamos solas, alejadas
del territorio tribal y por lo tanto expuestas
solamente a nuestras propias capacidades en cualquier situación en que
nos viésemos envueltas. Ni siquiera sabíamos si el territorio que recorríamos
pertenecía a una tribu amiga o enemiga. Contábamos con nuestra astucia y
fuerza.
Si encontrábamos a guerreros de otras
tribus, inmediatamente nos codiciarían
pensando que éramos mujeres-madre
Fácil presa para su concupiscencia y trofeos para conducir a su tribu.
Además los bordes de la Gran Agua
esconden muchos misterios y peligros desconocidos para nosotras. En nuestra
selva tupida nos movemos como sombras, aparecemos y desparecemos a voluntad y
fácilmente nos ocultamos. Además es fresca
y reparada. Allí, en cambio debimos aprender a convertirnos en arena, en
pez, en iguana…Aprendimos a luchar con el tiburón y el caimán, a no pisar la
raya venenosa o el pez que fulmina….Aprendimos que el nadar era hermoso y
peligroso. Íbamos a demostrarnos de lo que éramos capaces que es algo hermoso y
fascinante.
En esa época ignorábamos que existían
esos grandes cajones de troncos que tu padre llamaba navíos, llenos de hombres
extranjeros forrados en metal que pueden manejar el rayo y matar.
Éramos siete amazonas. Yo soy la única
viva de todas ellas. Fuertes e incansables no temíamos a nada. Durante muchas
lunas recorrimos aquellas inmensas playas. Aprendimos a caminar días enteros sobre aquellas arenas candentes
que nos quemaban las plantas de los pies hasta que las endurecimos.
Difícil es correr
sobre las filosas rocas de las orillas resbalosas por las plantas
marinas o donde con enorme fuerza revientan
las olas. Supimos desconfiar de las arenas que se tragan a las personas
lentamente y de las cuales solamente con ayuda se puede escapar. Nadábamos días
enteros para enfrentarnos con el tiburón al que rajábamos la panza con el
cuchillo de obsidiana o bien metiendo aguzados palos en la boca de los sanguinarios
caimanes de forma que sus fauces quedase empaladas y Lugo saltando sobre
ellos los rematásemos entre sus
formidables saltos y contorsiones.
Nos alimentábamos de peces crudos y ricos
moluscos. Nuestra piel se hizo muy oscura y nos sentíamos cada vez más fuertes
y enérgicas.
En todas aquellas largas lunas no
encontramos huella alguna de gentes de
otras tribus ya fuesen mujeres o varones. Cuando el cielo se oscureció durante
muchos días. La lluvia era incesante y los vientos que hacían remolinos que arrastraban hasta grandes troncos, decidimos que había
llegado el momento de volver sobre nuestros pasos y regresar a la tribu. Ya no
podíamos encender fuego ni escucharnos unas a otras tal era el ruido de las
aguas que caían y de los vientos. Hacíamos profundos hoyos en la arena donde
dormíamos azotadas por la lluvia tratando de darnos con nuestros cuerpos algo
de calor. A pesar de todo ello nos manteníamos contentas porque sabíamos que
aquello nos hacia fuertes y nos enseñaba
a adaptarnos a cualquier circunstancia.
Uno de aquellos días de furioso temporal caminábamos una detrás de otra por
la playa con la cabeza gacha enceguecidas por la lluvia que nos azotaba la
cara. Era una playa traicionera de rocas cortantes enterradas en la arena.
Delante de nosotras el agua era cortina oscura que no permitía ver sino a corta
distancia. Repentinamente nos
enfrentamos con tres hombres que venían en sentido contrario al nuestro.
Caminaban vacilantes y mostraban una debilidad extrema. Enseguida los
rodeamos con nuestras lanzas preparadas
al ataque, aunque enseguida nos dimos cuenta que no presentaban peligro alguno
por lo extenuados que aparecían y porque no vimos que portasen arma alguna.
Ellos empezaron a gritarnos palabras en lengua desconocida que el ruido del
viento la lluvia y el mar hacían aun menos identificables.
Nunca ninguna de nosotros habíamos visto
hombres tan pálidos, con tanto pelo, casi como los monos. Nos daban risa y
asco. Nos produjeron tanta curiosidad que algunas se acercaron y les tiraron de
sus largos pelos y barbas. Ellos estaban tan agotados que nos dejaban hacer, De
cerca comprobamos que estaban muy heridos. Uno solamente estaba completamente
desnudo. Los otros dos llevaban unas camisas largas como las que usan las mujeres de las tribus mayas. Cuando las
tocamos advertimos que eran muy duras.
Ahora sabemos que están hechas de cadenas y que las llevan debajo de las
corazas para evitar las flechas y los
cortes de las espadas. Apoena nos diría
que se llaman cotas de malla. Ese era su único vestido y les hacía más torpes y
ridículos.
Tu padre que era quien iba completamente
desnudo nos señalaba desesperadamente su hundido vientre y el de sus
compañeros. Comprendimos que tenían mucha hambre. No entendíamos como les podía
suceder ya que el alimento estaba por todas partes en abundancia sobre todo en
aquellas rocas que pisábamos y que el mar había dejado temporalmente al descubierto.
Me agaché y tomando un pedazo de hulte y
unos puñados de mariscos se los ofrecí a tu padre. Enseguida me día cuenta que
desconocía que se trataba de un buen alimento. Entonces yo misma empecé a comer
de ellos. El recogió algunos y empezó a morderlos con desconfianza y disgusto.
Luego empezó a comerlos ávidamente lo que nos causó risas. Dejando de lado toda
desconfianza nos apresuramos a arrancar
de las rocas toda clase de mariscos y plantas acuáticas. Ellos los recibían
pero no comían si no veían que nosotras lo hiciésemos antes. Comprendimos que
debían pertenecer a una tribu de las lejanas montañas que desconocían estos
lugares y los abundantes alimentos que se encuentran en ellos. Una de mis
compañeros encontró en la orilla un gran pescado recién arrojado por el mar.
Cortó largas tiras que todas empezamos a
comer crudas, pero ellos hacían grandes visajes de repugnancia. No podíamos
comprender que fuesen gentes tan
estúpidas que morían de hambre y rechazaban cosas tan buenas. Luego de
permanecer largo tiempo con ellos nos dimos cuenta que oscurecía rápidamente y deseábamos encontrar un lugar menos azotado por la
lluvia y el viento. Les abandonamos suponiendo que ellos seguirían su camino
igualmente.
Sorpresivamente al otro día salió el sol.
Fuimos al cercano bosque y sacamos
musgos de los árboles, los secamos sobre las piedras y pudimos hacer fuego cosa que no habíamos hecho en muchos días.
Recogimos gran cantidad de moluscos, pescados, desenterramos raíces buenas para
comer del bosque. Buscamos un buen hoyo
de esos que hacen en las rocas los remolinos. Colocamos los alimentos en ellos,
Los cubrimos de grandes hojas y encima encendimos una fogata. Pronto tuvimos
una gran cantidad de comida cocida, con mucho caldo caliente algo que no
habíamos disfrutado hacía mucho tiempo.
Con el vientre bien lleno, ninguna de nosotras
deseaba continuar caminando y
dormimos al dulce calor del sol y de la arena ya seca.
Al anochecer llegó tu padre, Apoena.
Caminaba en condiciones deplorables apoyado en un palo. Aparte de las heridas y
golpes que tenía se había herido en las
rocas y lajas resbalosas del roquedal en que les abandonamos. Tenía grandes
cortes sangrantes en los pies. Era claro, para nuestros ojos expertos que había
caído con frecuencia y muchas de sus heridas eran recientes. Le compadecimos,
le ayudamos a lavarse en el estero junto al que habíamos acampado, con agua
dulce y le sacamos la arena de sus heridas. Ahí nos dimos cuenta que su piel no
era gruesa y dura como la de nosotras. Le dios los restos de nuestros alimentos
cocidos y los comió con mucha ansia.
Cuando comió y descansó nos
empezó a tratar de explicar con gestos que sus compañeros estaban muertos o bien habían continuado su
camino hacía el norte. No le comprendimos mucho entonces.
No sé si por tu padre o porque sin
confesárnoslo nosotras estábamos muy cansadas, permanecimos varios día en
nuestro campamento provisorio. El tiempo mejoraba, aunque todas las tarde
llovía un largo rato. Las heridas de Apoena mejoraban rápidamente ayudadas por las plantas que recogíamos del
bosque y le colocábamos.
Confirmamos que su manera de hablar era
diferente a todas las que conocíamos y
muy diferente de ellas. Tampoco se parecía a la “interlingua” que usaban
los chamanes en sus reuniones cada ciertas lunas y que ocasionalmente algunas
de nosotros había escuchado. Pronto, a pesar de todo, aprendimos a comunicarnos
un poco con él mediante gestos. El nos indicaba
hacía el sur con frecuencia y pensamos que deseaba seguir con nosotras.
Cuando sospechamos lo que deseaba
discutimos detenidamente lo que haríamos con tu padre. Nos pareció un desatino
llevarlo hasta la tribu. Podría ser un peligro que desconocíamos. El debía
volver al norte donde se encontraba su
tribu y a donde se dirigían cuando les encontramos.
Descubrimos que él con frecuencia, parecía indicarnos
que procedía de la Gran agua, cosa imposible según lo que hasta entonces
conocíamos. Posiblemente sus grandes sufrimientos le habían trastornado el
espíritu. Era imposible que nadie viniese de don señalaba. Quizá más repuesto,
nos quería hacer caer en algún engaño.
Podía ser que ellos tres fuesen una avanzadilla que los temporales habían
separado del grueso de una expedición. Empezamos a desconfiar más de él y
sentir hostilidad. A la vez nos preguntábamos ¿qué clase de guerrero podía ser
si era más desvalido que un niño o una mujer-madre? ¿Por qué era tan peludo,
tenía la piel tan delgada y tan blanca? Sus pies eran blandos, parecidos a los
de los niños chicos antes de caminar? ¿Por qué en aquellos días de descanso no
se afanaba en fabricarse sus armas cosa que habría hecho inmediatamente
cualquier guerrero?
En el cercano bosque estaban todos los
elementos para hacerlas y nosotras hacíamos
fuego y le era fácil endurecerlas
ni tampoco faltaban las piedras con las
que rompiéndolas tendrá las herramientas necesarias.
En cambio permanecía la mayor parte del
tiempo tendido tratando de aprender algunas de nuestras palabras y enseñarnos
las suyas cosa en la que no teníamos
interés alguno.
¿Qué estaba tratando de conseguir?
¿Fortalecerse porque nos deseaba como
hembras? ¿Ignoraba que tratar de hacer
eso le significaba la muerte inmediata?
Algo semejante una amazona no lo acepta
ni del guerrero más poderoso de su
tribu.
Discutimos sobre su suerte y hubo un
momento que pensamos que debíamos
matarle. Si las siete hubiéramos estado
de acuerdo es lo que habríamos ejecutado.
Las determinaciones por unanimidad no se discuten de nuevo. Su manera de
comportarse, para nosotras era extraña y ambigua. No podíamos calcular el
peligro que encerraba.
Finalmente decidimos abandonarle a su
suerte. Todas estábamos convencidas que aun estando sano no era capaz de
sobrevivir por sí mismo por la torpeza
que mostraba en todos sus actos.
Partimos antes de la primera claridad de
la mañana. El dormía apaciblemente. Le dejamos
enterrados en el fogón alimentos cocidos del día anterior. Sin embargo,
a pesar de nuestro silencio vimos que el
se daba cuenta, despertando, d e nuestra partida.
Se
incorporó trabajosamente buscando un palo en que apoyarse para
seguirnos. Le arrojamos varías lanzas sin ánimo de herirle para que se diese
cuenta de nuestro rechazo. Era claro que no bromeábamos y que se las
clavaríamos en el cuerpo si insistía. El persistió en querernos seguir.
Yo avancé hacía él y con la lanza como
clara advertencia le corté la piel desde debajo de su brazo derecho hasta el
muslo. Era una herida superficial pero sangraba bastante. Quedó quieto y como
aterrado mirando como le corría la sangre. Nos dio risa verle tan cobarde.
Ninguno de los miembros más débiles de nuestra tribu se mostraría con tan poca
dignidad. Emprendimos un ligero trote y
nos alejamos definitivamente de él.
Pasaron dos días después que le
abandonamos. Le habíamos olvidado. Ya no solía llover. A la segunda noche después que abandonamos al
extranjero sentimos que alguien se aproximaba. Era de nuevo él. Le rodeamos
indignadas apuntándole con nuestras lanzas Si hubiese llegado en buenas
condiciones le habríamos muerto sin duda. Estaba tan agotado y tan herido que
cayó a nuestros pies. Tenía abierta la herida que yo le hice y otras muchas
debidas a múltiples caídas y arrastrarse para continuar la marcha. Le
recibimos., le curamos sus heridas y lo alimentamos.
Decidimos
dejarle que nos siguiese, era claro que no representaba ningún peligro.
En algún momento caería y no se levantaría más. Sabíamos bien que no podría
seguirnos cuando nos internásemos en los bosques y menos trepara a las montañas
tras de nosotras.
Penosamente, día a día, con una tenacidad
inaudita nos seguía a la distancia. Llegaba muy tarde en la noche a nuestros
campamentos en un grado de agotamiento inaudito.
Siempre le dábamos alimentos y comenzamos
a admirar aquella fuerza de voluntad que no se doblegaba. Comenzamos a sentir
lástima de él y respetar su tenacidad.
Efectivamente él no habría podido atravesar el bosque y subir a las montañas, pero nosotras ya
habíamos decidido que lo haríamos igual que se lleva una presa de caza muy
grande. Era imposible que debido a su estado de agotamiento y torpeza.
Tejimos con fibras vegetales una suerte
de hamaca semejante a las que usamos para dormir. Lo metimos dentro y atamos. Atravesando un palo largo lo
llevábamos entre dos de nosotras igual que se hace cuando retiramos a los
heridos graves de un combate y los tenemos que trasladar hasta la aldea.
++++++++++++++
Tu padre, intervino Sirupré, mucho más
tarde me contó lo terrible que fue para él aquella larga marcha. El trataba de
caminar y seguir a las amazonas, pero no
lo conseguía y debía aceptar humildemente ser transportado por ellas largos
trechos. Esto para un guerrero como era él es muy humillante. Me decía que en ese momento se juró ser uno
de nosotros, si se lo permitíamos. Conseguir
esto sin haber nacido como uno de nosotros y además siendo ya varón de cierta edad. Lo consiguió y llegó a
ser cumplidamente uno como nosotros.
Apoena, me decía que en aquellos largos días de viaje admiró
profundamente toda nuestra forma de
vivir que nos integra tan profundamente con el mundo que nos rodea. Mundo que no
consideramos hostil ni enemigo, sino al que nos debemos adaptar en todas
circunstancias. Se dio cuenta que todo aquello que le habían enseñado como
peligroso que había que destruir y
vencer Ponía por ejemplo que a él se le
había enseñado que caminar en una selva era abrirse un camino cortando cuanto
se presentase como obstáculo. En cambio nosotros igual que los más hábiles animales nos
deslizamos aun en sitios inaccesibles
por lo tupido o por los matronales espinosos….
Empecé, me decía Apoena, a no sentirme
orgulloso de todo aquello que había poseído antiguamente para defender mi
cuerpo del medio ambiente y sus rigores, tal como ropa, armas, calzado, viendo
a mis compañeras moverse incólumes sin
defensa corporal alguna, mientras yo inútilmente era incapaz de imitarlas sin sufrir grave daño. Todos
aquellos artilugios, en vez de defenderme me habían quitado la capacidad de
tener dentro de mi mismo mi propia defensa. Yo
era un humano igual que aquellas mujeres desnudas que me rodeaban, pero
carecía de su agilidad, su flexibilidad, su sabiduría para
saber en cada momento lo que hacer y como resolver el problema que se
presentase. Sus miembros, su piel no eran diferentes a los míos, pero podían
caminar horas sobre la candente arena,
tomar las brasas con sus manos y deslizarse en medio de árboles espinosos y
venenosos.
Le causaba mucha maravilla la capacidad
de fabricarse sus armas tanto para cazar como para la guerra con valvas de
moluscos o piedras usadas como instrumentos y muchas fibras que sacaban de las
plantas o de las tripas de animales. De eso y mucho más eran capaces aquellas
jóvenes completamente desnudas que le estaban salvando la vida quizá
arriesgando pesados castigos a la
llegada de su tribu por haber decidido
llevar con ellas aquel extranjero.
Yo en aquel tiempo no comprendía gran
cosa de las explicaciones de tu padre de
todo aquello que el antes y todos los
extranjeros llevan en su cuerpo para defenderse del mundo que les rodea, aun
sin pensar en todo lo que se ponen en
caso de guerra o cuando temen ser atacados. Cuando mucho tiempo después he contemplado y tocado
eso que llaman vestidos, solamente estoy convencido que les convierten en unos
seres tan débiles, que si se les pudiesen despojar de todo ello y luchasen con
nosotros sin todos esos artilugios los derrotaríamos fácilmente.
+++++++++++
Bien Ureíta, dijo la madre, ya ha
descansado harto. Ahora debemos
concentrarnos de nuevo para que el espíritu de tu padre penetre en ti de nuevo
y te enseñe aquello que debes conocer para así poder continuar la defensa de nuestro pueblo que
comenzó Apoena.
Cierto, madre. ¿Alcanzaré a comprender lo
que el me muestre, ya que en vuestras palabras me demostráis que el vino de
tierras tan diferente. Aun para mí las costumbres de nuestros vecinos que
narran con frecuencia algunos ancianos son incomprensibles. Cuando Apoena narraba en los días de paz al anochecer en el
consejo de la tribu muchas cosas de su tiempo de extranjero yo no comprendía
nada….
No trates de comprender. La
comprensión es un largo camino en
que caminando por él todo comienza a
tener sentido y claridad.
+++++++++++
“Nunca
alcanzan a comprenderme. Como
español tengo tendencia a exagerar y quizá me entiende más de lo que yo creo.
Siento me he sentido como alguien extraño viviendo en un mundo extraño.
Ahora en este galeón que nos lleva rumbo
al Nuevo Mundo, todos estos buscavidas que se creen gentilhombres por el sólo
hecho que piensan que ninguno de nosotros conoce sus humildes orígenes, sienten
hacía mí una repulsa incontenible. Ellos
para embarcarse debieron vender las
escasas anegas de tierra para comprarse un caballo y una armadura. Llegan a
tanto que tratan de indisponer con el
capitán del galeón diciendo que yo me juzgo superior a todos.
Me vuelvo a preguntar, como siempre,
porque tengo problemas sin provocarlos, con aquellas personas que me rodean. El
fondo del asunto es que ellos desean que yo sea como ellos en sus gustos,
fanfarronería, y violencia. Como no soy ni me comporto como la imagen que tiene
de mi antecesor, como mi manera de ser no calza con la imagen que tiene de un
Alvaro Díaz del Vivar, se sienten defraudados y me odian. Entonces yo me
obstino en ser yo mismo y no como ellos quisieran. Esto no les causa el menor
mal pero les enfurece. Esto me ha ocurrido siempre, en la escuela, en mi
familia en las campañas de Italia y Flandes en que participé y antes en el real
de los reyes católicos frente a Granada. Nunca nadie dudo de mi arrojo en la
batalla, mis capacidades de estratega, pero no soportaban mi respeto por el
enemigo y que luchase sin odio.
Ahora en esta inmunda cáscara de nuez la
tensión se ha hecho insoportable.
¿Por qué? Porque yo el único gentilhombre
de solar reconocido que navega en este barco, con blasones de quince
generaciones, armas propias y escudo nobiliario no les apabullo diariamente con
mi alcurnia como lo haría un pelafustán
con uno solo de mis blasones y sin haber
realizado jamás un auténtico hecho de
armas. Este montón de campesinos disfrazados en caballeros, hijosdalgo
perseguidos por la justicia debido a sus deudas, todos vienen a esta aventura
para ganar oro y honor a cualquier precio. ¿Por qué se
sienten tan heridos por mi sola presencia? ¿Acaso porque no me paso el día como
ellos jugando a los dados y naipes maldiciendo su mala suerte? ¿Buscando
rencillas para demostrar su arrogancia y valentía? Continuamente disimulo
escuchar cuchicheos malévolos a mi espalda.
Ya en el primer y segundo día abordo,
cuando aun no habíamos abandonado las tranquilas aguas del Mediterráneo les
faltó tiempo para unos con otros contarse sus fingidas hazañas de amor y
guerra.
Contaban historias inverosímiles para gentes avezadas no solamente para m. el
capitán y los pilotos, sino también para la mayoría de los más humildes
tripulantes. Se jactaban de la descomunalidad de sus penes que hacían gritar a
las numerosas doncellas que habían fincado de dolor y placer y enloquecidas de
amor a las más ardientes mujeres.
Pronto cuando entramos en el atlántico,
las largas olas les hicieron callar
víctimas de espantosos mareos y vómitos. Gentes que días atrás se ufanaban de ser excelentes
navegantes.
Yo descansaba de sus narraciones de
lugares y batallas en las que jamás habían estado. Puesto que no podía
evitar aquellos rosarios de sandeces por
la estrechura y hacinamiento en que nos encontrábamos, me limitaba a sonreír
irónicamente. Mi silencio y no experimentar el mareo, les irritaba grandemente.
Mucho más aun que no me unía al coro de sus lúbricas carcajadas cuando
describían sus lances amorosos. No es que yo hiciese voto de castidad. Amé y he
sido amado, pero con respeto y gozo, porque eran amores fuertes y verdaderos no
de aquellos de amores furtivos de
maravedí.
Mi cortés y prudente silencio lo
interpretaban mal y sospechaban que no podían engañarme porque yo era casi
siempre conocedor de los lugares y batallas que describían y fácilmente
podía mostrarles como mentirosos.
En los dos primeros días solían decir
melosos:
•
Vos, don Alvaro, rico y noble, que habéis
recorrido toda Europa, sin duda tendréis mucho que contar.
Ciertamente podía narrar múltiples aventuras, pero no aquellas
de gusto fanfarrón y procaz que ellos deseaban oír. En esos casos me escuchaban
en forma distraída interrumpiéndome alguien siempre con mal disimuladas bromas.
Es cierto que todo se cortaba si yo descendía un poco mi mano sobre la
empuñadura de mi espada y se helaban las principiantes burlas.
Yo no sé que fama me rodeaba, porque sin
ser nunca pendenciero el banal movimiento de mi mano una mirada fría con el
ceño fruncido, produjese tanto espanto.
Puede ser que también interviniese la aureola de mi buen antepasado el Cid y la
ausencia de sangre noble de mis compañeros de ruta.
Yo no pienso haber sido nunca alguien
pendenciero, ni recuerdo que por una broma pesada haya desenvainado mi espada o
puñal para vengar la afrenta. Siempre he detestado a aquellos que
puntillosamente creen manchado su honor por cualquier niñería. La broma o
insultos son palabras y con palabras se combaten. Estimo la vida humana como
algo sagrado que no debe ser arriesgado con ligereza.
En los duros años que me ha tocado vivir,
he combatido muchas veces, pero me ha bastado dejar fuera de combate a mi oponente y nunca he
rematado a un vencido. Para mí las armas son instrumentos nefastos que deberían
repugnar a todos. El noble solamente debe usarlas por necesidad. La gran lacra
de mi tiempo es la de usar las armas con ligereza. Generaciones futuras se
avergonzarán de ello. Me pregunto si
esos usos desmesurados son frutos de la valentía y la justicia o mucho
más del miedo.
¿Cómo se comportarían conmigo esta banda
de matones incluidos el escribano y los dos clérigos, si conociesen estos
sentimientos míos íntimos que me prohíben usar mis armas y conocimientos
guerreros en sólo provecho? Probablemente me considerarían como cobarde y
pusilánime, poniendo en duda mis condiciones de
caballero. Afortunadamente no los conocen y por eso me temen y optan por
hacerme el vacio, cosa que para mí es dejarme en paz públicamente, aunque sé
que complotan en secreto.
Mare incognitum. Nadie de quienes
viajábamos había navegado nunca en estas
altitudes. El capitán y algunos marineros solamente. Yo tenía una ventaja sobre
mis compañeros, ya de niño, nacido en Valencia, cruce en muchas ocasiones el
Mediterráneo. He conocido temporales y bravuras. Lo navegué tanto en galeras,
bricbarcas como en humildes caiquenes de pesca. Reconozco que estas olas altas
y largas son cosa seria aun cuando la mar está en calma. Cuando la mar se pone
brava resultan impresionantes, parece como si navegásemos entre dos murallas de
agua mucho más altas que el palo mayor de la carabela. Eso es cuando estamos
abajo, cuándo cabalgamos la ola parece que el navío se va a partir por la
mitad, todo el maderamen cruje. Efectivamente el capitán me ha contado que más de un barco efectivamente se ha partido
por la mitad en un temporal. Nuestro barco parece bastante marinero y espero
que resista bien los temporales.
Mis compañeros con las mares gruesas se refugian
inmediatamente en sus hamacas del entrepuente, los que no lo hacen
rápidamente tomados de las amuras
vomitan hasta los intestinos. Luego, bien envueltos en sus capas tratan de
acurrucarse en algún lugar protegido de la cubierta.
Yo que no he alardeado de mis condiciones
marineras, ni de mis viajes de buen valenciano, me preguntaba como reaccionaría mi cuerpo en estas nuevas
situaciones para mí completamente nuevas. Me observaba a mí mismo, a la vez que
me daba cuenta que los viejos lobos de mar no me quitaban los ojos sorprendidos
que no demostrase las mismas señales que mis compañeros.
Es cierto que con las primeras “mares
boas” sentí bastante desazón, pero me alivié mascando uno de los grandes
limones que en prevención había llevado en mi zurrón.
Mi cuerpo se fue acostumbrando fácilmente
a las grandes bordadas del barco que con viento constante había desplegado
todas sus velas hasta los sobrejuanetes y navegaba con una fuerte escora a
babor. Cuando me sentí en completo
aplomo dejé mi hamaca y subí a la toldilla. Allí cerca del timonel se
encontraba el sonriente capitán con el fin de ordenar la nueva bordada en el
momento oportuno.
•
Buen viento, Don Alvaro, me dijo
alegremente. Un buen comienzo de nuestro viaje. ¿Qué le parece? Quiera Dios y
la Santísima Virgen que este buen comienzo nos acompañe largo tiempo. Luego
añadió maliciosamente. Pero, Don Álvaro ¿que hacéis aquí? Harto mejor marinero
me parecéis que esos fanfarrones recién salidos de la gleba.
•
No lo crea tanto, capitán, al comienzo de
las bordadas también sentí alguna
descompostura.
•
¡Quien no, Don Álvaro, eso ocurre aun a viejos lobos de mar. Lo que a
nosotros nos hace reír son esos espadachines de a maravedí que hasta se
vanaglorian de ser buenos marineros, pero solamente aparecen por cubierta
mohínos y tambaleantes si el mar no está
como taza de leche, cosa inaudita en este mar inmenso.
•
Gentes inútiles. Canallas de España que
uno está obligado a conducir a este
Nuevo Mundo maravilloso
•
Mida su lengua capitán. Recuerde que no
existe chancho flaco que no pueda ser peligroso.
•
Si, lo tengo en cuenta, Don Álvaro, pero
recuerde que aquí en mi nave, después de Dios está el capitán. Nunca me ha
temblado la mano si he debido hacer colgar de una gavia aun revoltoso. Aunque no es necesario llegar a
tanto una tanda de latigazos con el de siete colas deja tranquilo a cualquier
rufián exaltado que se cree agraviado
por las palabras francas y verdaderas de un marino.
De
todas maneras también perdonad mi franqueza, vos que sois un auténtico
caballero. ¿Cómo vos habéis partido a la aventura, siendo así que no lleváis,
dada vuestra nobleza, ningún cargo proveído por el Rey nuestro señor? Rico, de
alcurnia, cristiano viejo sin duda no os arrastra al Nuevo Mundo la sed de oro
y poder de estos ganapanes disfrazados de caballeros. ¿Acaso algún mal de
amores?
•
Capitán me simpatizáis y me dais confianza.
Os puedo decir que ni yo mismo sé bien por qué decidí esta aventura. Solamente
os diré que estoy harto de España, de las etiquetas obligatorias de la corte,
de sus envidias y odios. De tenerse que batir a espada por algo tan infantil como el olvido de levantar la mano al chambergo. Decidí ir a una
“tierra nueva” donde pudiera ser yo mismo sin etiquetas ni reverencias de nadie, ni a nadie. Esa es la razón por la
que no he aspirado a cargo alguno que tendría derecho por mi sólo linaje y mis
servicios al Rey. Quiero ser un particular que cree un nuevo linaje y una vida
menos sórdida de la que se obliga en España donde todas nuestras acciones están
controladas por la costumbre, la envidia y el linaje.
Desde
luego me guardé decirle que por la Religión pues inmediatamente habría sido
sospechado de simpatía con los herejes y que estaba huyendo del largo brazo de
la Inquisición.
•
Os comprendo perfectamente, dijo el
capitán. Yo aquí soy señor de mi nave y no deseo instalarme en tierra, sino los
breves pasaje en que reposo con mi
familia
+++++++++++++
Los
días pasaban monótonos. Casi todos mis compañeros se fueron habituando a la
navegación, muy pocos a la mar gruesa… Mi firmeza frente al mareo a la mayoría
les causaba una especie de afrenta. Sin que viniese a cuento se trataban
de disculpar conmigo diciendo que ellos
eran gentes de tierra adentro. Yo les escuchaba sin darles importancia y
tratando de seguirles la corriente.
Advertí que me iban haciendo un cortés,
por entonces, vacio. Me evitaban.
Aun
me invitaban a jugar con ellos a los dados o a los naipes. Nunca aceptaba jugar a los dados ya que pensaba que era un
juego de truhanes. A los naipes algunas veces lo hacía ya que en ese juego se
puede desarrollar una cierta ingeniosidad. Mi inusitada buena suerte y mi
sentido común hacían que ni ganase ni perdiese y con el ducado que comenzaba el
juego terminaba siempre de nuevo en mi bolsa. Yo no deseaba ganar a aquellos
pobres diablos que sabía muy endeudados. Apostaba bajo, rehusando siempre
cualquier apuesta importante. Cuando el juego
empezó a ser origen cada vez más
de pendencias opté por retirarme porque ya no era pasatiempo sino pábulo de
bajas pasiones. Opté por enfrascarme en la lectura de Ulises y Eneas que
llevaba conmigo en buenas ediciones.
Mi
afición a la lectura fue otro comienzo a la mala voluntad que me tenían. La
mayoría de ellos eran iletrados.
Solamente podía conversar de
literatura con los dos clérigos y el
escribano. Con el capitán solamente
hablábamos de viajes y de los “portulanos” que el me prestaba, pues poseía
algunos.
Era
claro que la monotonía del viaje con
buen tiempo y generalmente vientos de popa suaves que mantenían la nave a un
andar lento se isba creando, como el
capitán me había advertido un ambiente
pesado y colérico. Los incidentes se sucedían cada vez con más
frecuencia, de ordinario de palabra o con algunos golpes. Tampoco era raro que
saliesen a relucir puñales pero sin llegar a la sangre. Esto por la rapidez del capitán y la habilidad de sus
ayudantes. Yo me mantenía siempre al margen de estos problemas preguntándome hasta cuando lo conseguiría. Sentía cada vez con más fuerza la hostilidad que me
rodeaba y me preguntaba cual sería el origen de una posible reyerta provocada
por aquellos que deseaban verme en una situación embarazosa.
El
capitán me decía que todo aquello era fruto del largo viaje, la estrechez del
navío, el añejamiento de los víveres y el racionamiento del agua. Los sabios
capitanes manejan estos acontecimientos
con mano de hierro y guantes de
terciopelo.
Yo
mismo acostumbrado a la soledad me sentía frecuentemente irritado. Comprendía
que mi contemplación del horizonte, los peces que seguían el derrotero de
nuestro braco o que volaban airosos a sus costados o bien, en la noche las estrellas y
constelaciones no bastaban para aliviar mi desazón. Notaba que mi cuerpo
reclamaba acción y por ello decidí un
trabajo que ocupase algo mis manos y mi
mente. Conseguí del maestro carpintero del barco un hermoso pedazo de haya
decidido a construir una réplica de nuestro barco. Comencé mi prolija labor de
tallado con mi daga toledana a sabiendas que la damascena era de un acero muy
superior. Desde luego me conseguí, buscando entre el lastre de la cala del
barco entre los restos de lastre una
negra piedra de obsidiana, con la que saqué un filo excelente a mi daga.
Pasaba
la mayor parte del día absorbido por mi
trabajo. Empecé a captar al paso irónicos cuchicheos que invariablemente venían
a decir:
•
Nuestro guerrero que, a veces, toma aires
de filósofo, resulta que ahora es un menestral. Veremos cuando enfrentemos a
los indios si es tan buen soldado como el supone serlo.
Evidentemente, fingía no haber escuchado
nada, aunque me hervía la sangre con
frecuencia. Las cosas empezaron a ir tan lejos que el capitán juzgó conveniente
llamarme a parte para advertirme y pedirme calma.
•
Capitán ¿quiere que no haga nada? ¿Qué siga haciendo el papel
de idiota?
¿No
advierte que esta actitud será tomada
igualmente como desafió?
•
Don Álvaro yo no le pido que acepte
seguir siendo ultrajado.
Lo
único que le ruego que no se ofusque y termine
todo esto en un duelo en mi nave. Todos sabemos que vos sois muy bueno
con la espada y el puñal. Situaciones de esta índole han causado terribles
condiciones en otras naves, porque dado el
clima de enervamiento se puede convertir en una lucha de todos contra todos. No
se deje, pues, llevar por la impudicia de estos míseros espadachines.
•
Mejor es que les amoneste para que se
queden tranquilos porque no se insulta y agravia impunemente a un descendiente
del Cid.
Yo
dije esta bravuconada, consciente que sería transmitida pasando de boca en boca
y que serviría para poner un poco de tranquilidad en los ánimos. Calculaba que
podía existir un exaltado que tratase de
mostrar a sus compañeros que no tenía miedo a nada
•
Desde luego, dijo el capitán.
•
Si se da algún tipo de desafío, dijo yo,
será sin arma alguna.
•
¡Ah, maligno! Dijo riendo el capitán,
creéis que ignoro que habéis aprendido de los moros esa nueva
manera de luchar con las manos un arte que hacen las manos más peligrosas que
las armas.
•
Espero que evitaremos confrontamientos innecesarios. Si
lo hay, más de uno se bañará en el mar así que tenga ya prevenidas las sogas de salvamento.
++++++++++++++
Con vientos continuamente favorables habíamos recorrido mucho más de
la mitad de nuestro camino. Hubo mares gruesas y cortos tiempos desfavorables o
pequeños temporales. Nada importante.
Casi repentinamente se descargó
una verdadera borrasca. Comprendí la importancia con sólo mirar la cara de los
viejos marineros. El capitán tomó enseguida las medidas más extremas de
seguridad. Se cerraron todas las escotillas y se cubrieron con pesadas lonas
embreadas. Se arriaron todas las velas y
se dejaron sólo los foques para la maniobra del buque. Se envió a todos
aquellos que no eran indispensables a sus hamacas y los cañones se amarraron
fuertemente. El barco era castigado por terribles y bruscos paquetes de olas.
Yo, abajo como todos los demás contemplaba las pesadas piezas de artillería que en cada
bandazo podían romper sus amarras. Me preguntaba que podría ocurrir si ocasionalmente se soltaba un cañón y empezaba a correr
alocadamente de un lado a otro del entrepuente. Destruiría mamparas y los
mismos costados del barco como un ariete imparable. Aquella noche dormí sobre
saltadamente confiando solamente en la pericia del capitán y de su timonel ambos amarrados firmemente junto al timón para no ser
arrastrado por las olas que barrían no solo la cubierta sino también la
toldilla. Cuando en esa noche de pesadilla
dormité, me desperté comprobando que el temporal no había amainado sino
que era peor. Decidí subir a cubierta. Llegar a la única escotilla practicable
esquivando las bamboleantes hamacas parecía un acto suicida. Todo era mejor que
permanecer un momento más en aquel
ambiente pestilente a detritus humanos y vómitos que me rodeaban y sobre los
que era difícil no resbalar. Llegado a la escalerilla de cuerda que bailaba de
un lado a otro fue difícil pero tomado
de ella levantar la pesada escotilla me
pareció un acto sobrehumano debido a mi desesperación. Encaramado a gatas en
cubierta pude respirar aquel ambiente
húmedo pero limpio y cargado de agua. No llovía. El viento silbaba en
los cordajes y las olas intermitentemente, barrían la cubierta, pero no eran
tan altas como el día anterior. Tomándome de cuanto cordaje pendía de lo alto me pude incorporar y
caminar hacía la escalera de la toldilla. Ya a los primeros pasos estaba
totalmente chorreante. El agua era tibia. Me felicité de haber dejado la mayoría de mis ropas con los
borceguíes en mi hamaca. Llevaba
solamente una camisa y el jubón sin calzas.
Cuando el capitán me distinguió:
•
Cómo se atreva a subir hasta aquí Don
Álvaro con grave peligro de su vida’
•
Abajo me estaba ahogando la mierda y los
vómitos de mis compañeros. Prefiero morir aquí arriba lavado por el aire y el
agua salada que morir abajo como las ratas de sentina.
•
Venga conmigo a la cámara de popa.
Descansaremos un rato y beberemos un buen trago. El timonel, se las puede
componer solo un rato.
•
¿Está pasando el temporal?
•
Desgraciadamente aun no. Estamos
acercándonos al centro del huracán. Cuando esto ocurre se tiene una cierta
calma. Después será lo que Dios quiera.
•
¿Tan mala está la cosa capitán?
•
Uno nunca sabe. El barco está aguantando
bien. Ya he perdido cuatro gavieros. Todos ellos buenos marineros. Es muy malo
cuando caen al mar los mejores hombres. Los que no son tan
buenos como ellos eran empiezan a trabajar peor y con miedo. El miedo, Don
Álvaro, es el peor enemigo de aquellos que trepana a las jarcias.
•
¿Cómo va el derrotero?
•
No he podido hacer cálculos. Mi
experiencia de marino me dice que el huracán nos ha arrastrado violentamente
hacía las costas a las que nos dirigimos. Temo que no estemos sino a pocos días
de tierra. No sé donde.
•
¿tanto como eso?
•
Así es. Hay que dejarlo mejor en las
manos de Dios.
•
Usted, capitán, siempre me parece un
hombre muy religioso.
•
Cierto, cierto. Tratemos de comer algo
para restaurar las fuerzas frente a lo que nos espera. No hay nada caliente pero
un poco de galleta con miel nos dará fuerzas.
++++++++++++
Que
estábamos saliendo del ojo del huracán me lo advirtió un terrible bandazo del
navío, seguido de un ruido ensordecedor de algo que caía sobre cubierta. Siguió una sucesión de golpes menores.
Con grandes dificultades pude salir de
la cabina del capitán. El barco cabeceaba locamente. La rueda del timón giraba descompasadamente y no había
rastro alguno del timonel a pesar que estaba atado junto a ella. El capitán tomado a mí mismo juraba entrecortadamente.
•
Tengo que llegar al timón. Me tiene que acompañar y atarme allí para que
no me ocurra lo que le sucedió al desgraciado timonel.
•
El timonel también estaba amarrado,
respondí.
•
Aférrese a lo que pueda, gritó
desesperado.
Pensé que nunca conseguiríamos llegar a la rueda del timón. Cuando
milagrosamente pudimos tomarnos de la rueda vimos que las cuerdas con que
estuvo el timonel colgaban. Sin duda confiado en la aparente calma se había
desatado. Entre los dos con gran
esfuerzo pudimos manejar la rueda y con gran trabajo até al
capitán, no calculando cuando sería yo
mismo arrastrado por una ola que de nuevo barría la toldilla.
El temporal siguió y siguió. Logré sujetarme a un palo con varias vueltas de un grueso
calabrote. Yo era un muñeco desarticulado golpeado por los paquetes de agua y los bandazos que
arrojaban sobre mi cuanto era arrastrado por la cubierta. Al miedo y la
desesperación sobrevino a mi cuerpo casi descoyuntado una gran paz. Es como si
de repente hubiese estado incorporado al ritmo de la tempestad y que era uno
con ella. Era como entrar en la eternidad. Posiblemente perdí el conocimiento. Cuando me recobré,
creo que horas después, el temporal había amainado. El capitán desvanecido sobre
el timón estaba siendo auxiliado por el contramaestre y el piloto. Los golpes
de mar eran menos violentos y mucho más espaciados. Cuando me deshice de mi
atadura y pude llegar hasta el capitán, este estaba ordenando con voz desfallecida al contramaestre:
•
Todos los hombres que no sean capaces
para la maniobra deben ser puestos a manejar las bombas. Los gavieros
inmediatamente deben ponerse a la maniobra porque hay que izar algo de tela
para que el buque sea navegable. El piloto que se encargue de enderezar el barco tan pronto como sea
posible.
En la confusión reinante era muy difícil poner en práctica las órdenes
del capitán. Temí que estaba mal herido, pero no quiso que le llevasen a su
cabina sino que sentado en el piso se apoyó en una mampara, aun despierto para
dar las órdenes necesarias. Me pareció un hombre al borde del colapso solamente
sostenido por su conciencia de mando. Lo admiré profundamente. Un heroísmo como
el suyo lo había encontrado muy pocas veces en los campos de batalla, en casos
que un comandante herido se preocupaba ante todo de la salvación de sus hombres
o de conseguir la victoria en el
combate.
Según los gavieros iban subiendo a cubierta y reuniéndose frente al
capitán este vió su pequeño número. Leí en su rostro la desesperación más
absoluta. Estaba claro que con aquellos
hombres en la devastación en que se encontraba el navío era imposible la
maniobra. A gritos ordenó al contramaestre que el subiese también a las vergas y que le pasase su
silbato porque él dirigiría la maniobra
desde cubierta. El contramaestre sin responder le paso el pito y luego se
desnudó completamente como ya lo estaban el resto de los marineros y se puso
entre los dientes el cuchillo de maniobra.
El capitán silbó la primera orden y todos como monos de piel lisa,
brillantes por el agua que lavaba sus cuerpos corrieron se lanzaron hacía el
trinquete para recuperar los los foques destrozados, limpiar para enarbolar los foques nuevos que darían un cierto impulso y
estabilidad al barco. Trepaban
dificultosamente evitando el chicoteo
despiadado de los cabos sueltos y el
terrible golpe si les alcanzaba un motón loco de repente sentí como un garfio
que me tomaba del tobillo. Era la mano crispada del capitán. Me incliné cerca
de su cara:
•
No van a poder, me gritó´, Necesitarían
al menos otro más con un hacha de abordaje.
Era indudable que nunca se le pasó por la cabeza que yo pudiese
ayudarles. Miré hacía el mamparo donde estaban
sujetas las hachas y seguían allí
firmes en sus anclajes.
Si, podía ayudar. De casi niño en la galera de mi padre había trepado a los palos y jugado a ser
gaviero. No dudé. Me desembaracé de toda mi empapada ropa, corrí a tomar un
hacha que ceñí a mi cintura con pedazo de cordel y tomando mi querida daga
damascena entre los dientes me lancé corriendo y haciendo equilibrios hacía el
trinquete. Antes de llegar resbalé y caí con riesgo de herirme. Afortunadamente los gavieros habían
conseguido desenredar una de las escalas y pude trepar por ella a pesar que se movía peligrosamente como un columpio loco.
Conseguí pasar el hacha al gaviero más próximo, seguro que el la manejaría
mejor y yo trataría de ayudar según los gritos de mis compañeros. Me tomaba de
la verga con todas mis fuerzas. Los obenques laceraban mis pies
desacostumbrados a aquel rudo ejercicio y que carecían de la dureza y
prensibilidad de los marineros.
Cuando muchas horas después pisé la bamboleante cubierta me pareció
alcanzar tierra firme y el más mullido de los tapiases.
El capitán me recibió acostado en su cabina con la más variada
colección de juramentos marineros. Aseguraba que el hecho que no me hubiese caído de las
vergas y roto la cabeza o ahogado se
debía a mi proverbial buena suerte. Le dije que aquello no se debía a la buena
suerte sino que en mi juventud, debido a mi insaciable sed de experiencias en
la alera de mi padre había subido con los gavieros muchas veces a la maniobra.
Cierto que nunca con tamaño temporal. También había timoneado e incluso remado
entre los galeotes como uno más….
Esas experiencias solamente yo las conocía porque serían
incomprendidas siempre por mis orgullosos pares e interpretadas torcidamente.
El capitán me hizo vestir con ropas suyas ya que las mías habían sido
barridas por el temporal, hasta que yo pudiese llegar a los revueltos arcones del equipaje y
encontrase el de mi propiedad.
Pasado el temporal los marineros me consideraban como un roe. El resto de los pasajeros como algo
deshonroso y la última de las extravagancias de un caballero, más aun de noble
estirpe. Lo que más criticaban era que
como era posible que un caballero se hubiese colgado desnudo como un gusano de
las vergas del navío.
Picado con estos comentarios y dispuesto a desafiarles, empecé a subir
con los gavieros ahora simplemente por deporte, aunque ahora vestido
simplemente con jubón y camisa de marinero que compré a uno de los tripulantes.
Descalzo todo el tiempo como ellos.
El capitán no aprobaba mi conducta pero no me decía nada.
Todo ello sería pocos días después provisional, porque los gentileshombres con sus pesadas botas
todos se irían al fondo del mar en el luctuoso naufragio.
Yo estaba consciente que mi actitud personalista y fuera de las
costumbres de aquella sociedad tan
estrecha de la que yo estaba huyendo. Uno de los clérigos se sintió obligado a
advertirme que en cualquier momento
sería desafiado a duelo para
lavar aquella afrenta pública en condiciones tales que ni el mismo capitán podría impedirlo.
Una vez más me preguntaba a mí mismo porque les importaba tanto que yo
fuese diferente? ¿En qué deshonraba yo al resto de los pasajeros por el hecho
de que en un momento de peligro trabajase como marinero? ¿Por qué era vergonzoso y
y deshonroso el trabajo de
aquellos marineros que habían arriesgado su vida para salvarnos a todos? ¿Qué deshonra
significaba que caminase sobre aquel
cascarón bamboleante sin botas ni una
espada que en cada vaivén se metía entre las piernas mientras que las rígidas
suelas de los borceguíes hacían resbalar, caer y causar la hilaridad de los
observadores?
Ya estaba decidido a dar una buena lección de esgrima a cualquier de aquellos estúpidos que me
desafiasen y si mi buena suerte me acompañaba dejarles en un estruendoso ridículo.
Sin embargo esa buena suerte o
la Providencia enviaron la segunda tempestad. Apenas habíamos tenido dos días de bonanza. El
capitán consiguió apenas determinar
nuestra situación. Era indudable que habíamos derivado notablemente
hacía el sur y que probablemente nos encontrábamos muy cerca de tierra.
El temporal se desencadenó con tal rapidez y fuerza que no hubo
posibilidad de arriar ninguna vela. El palo mayor se quebraron a la vez, pues
el mayor lo derribó en su caída. Ahora con el barco escorado violentamente
empezó una lucha de leones con cuanta herramienta cortante pudimos encontrar. Tengo que decir que ahora que todos mis compañeros vieron en inminente
peligro sus vidas olvidaron sus caballerías y empuñaron deseperadamente hachas
y cuchillos. Conseguimos arrojar al mar cuanto
nos podía causar problemas cuando
una ola arrancó de cuajo el
timón. En ese momento el escorado barco
ya no era ni siquiera una balsa
ingobernable. Nunca me habían convencido las confidencias del capitán de
que nos debíamos encontrar muy cerca de
tierra. De repente el barco chocó y
reventó como una nuez.
Cuando recobré mis cabales me encontraba nadando desesperadamente
tratando de no ser golpeado por todos los restos que hervían a mí alrededor.
Repentinamente me sentí levantado como por una mano gigantesca, me tomé de algo
y no supe más. Cuando desperté estaba lejos de la costa rodeado de montones de
maderos y restos del naufragio que formaban una especie de parapeto entre mí y
el mar. Me encontraba desnudo, solamente con restos de harapos y solamente
ceñido con mi ancho cinturón del que
pendía mi fiel puñal damasceno en su sólida
vaina. Según iba recuperando la lucidez hice un inventario de mi cuerpo,
un conjunto de grandes morados cruzados por mil desgarraduras que si bien sangrantes, parecían poco profundas.
Pronto volví a caer en una especie de desmayo. Despertaba con poca conciencia
en la oscuridad, dolorido y aterido. Tenía una sed insoportable. Estaba seguro
que moriría. Cuando desperté con algo
más de lucidez me encontraba reconfortado ligeramente por un sol ya alto y que
calentaba mucho. Sentía mi cuerpo muy dolorido. Mucho más que en las heridas
recibidas en combate. No me podía poner en pie. Reptando entre los escombros de
la nave pude llegar hasta la orilla. Ahí me di cuenta que no estaba en tierra
sino en un ancho arrecife que distaba
relativamente poco de la verdadera playa de arena. Me deslice en el agua
salada y sentí su terrible influencia y
escozor desde la planta de mis pies a la coronilla de mi cabeza. En el
agua me sentía más capaz y lentamente
nadé hacía la playa. El estar en el agua
me dio como energía. Nadando y caminando en las partes bajas sostenido por el
agua pude llegar finalmente a lo que
parecía la verdadera tierra firme En el entretanto el cielo se cubrió
repentinamente y se puso a llover como
jamás lo había experimentado. Verdaderas cortinas de agua caían sobre mi
cuerpo, afortunadamente lavándole del agua salada era un agua tibia.
En la gran playa, más retos del
naufragio y varios cadáveres
desnudos a los que no pude reconocer.
Encontré restos de uno de los palo flotando cerca de la orilla y con asombro
descubrí que se encontraban atados a el dos hombres. Al principio pensé que
muertos, luego ví que aun respiraban.
Corté sus ataduras y los arrastré penosamente hasta la playa. Se encontraban
muy maltratados pero mi experiencia en la guerra me hacía suponer que quizá
sobreviviesen. Me puse a friccionar a uno de ellos. No dio señales de
recuperarse. Luego lo hice con el otro al que reconocí como Martín. Fue
reaccionando lentamente, pero cuando se despertó era imposible que tomase
conciencia de la realidad. En cambio, el otro, un marinero de nombre Gonzalo no
lo podíamos hacer revivir. Cuando dos días más tarde desesperados, aunque aun
respiraba, le íbamos a abandonar comenzó como a despertarse.
++++++++++++
•
Madre, Sirupré he vivido en carne de mi
padre su llegada a nuestra tierra. He
“vivido” en él su muerte y recuperación.
Indudablemente
en esa playa que he visto con sus ojos es donde, tú, madre lo encontraste
cuando caminabais con tus compañeras las otras amazonas.
+++++++++++++++
III.
DIÁLOGOS DE ÁLVARO CON EL ANCIANO SHAMAN DE LA TRIBU
•
Con frecuencia, Apoena, te he
preguntado el por qué dejaste tu tribu
allá al otro lado de la Gran agua. Allí según lo que me contaste eras un gran
cacique y guerrero.
¿Por qué
dejaste todo incluido mujeres e hijos para venir tan lejos?
•
Me gustaría podértelo explicar Deimpriba. Lo he intentado ya muchas
veces. Temo que nunca lo comprenderás a pesar de tu gran sabiduría. No trato de ocultarte
nada. Tampoco que yo cometiese algún gran crime contra las gentes de mi
tribu.. Si allí hubiera vivido como se
vive entre vosotros nunca habría pensado en
dejar mi tribu. Tu nunca lo comprenderás.
•
¿Por qué no he de comprenderlo?
•
Shaman en nuestra tribu de aquí el clan
desea que todos sus miembros seamos iguales y por eso tu eres el depositario de
las costumbres que enseñas a los jóvenes
en los días de su iniciación y que recordarás a todos cuando ellos las olvidan. Insistes siempre que cada
cosa tiene su tiempo y y ha de hacerse en forma determinada.
•
Cuando alguno no lo hace así el clan lo
mira con malos ojos y se le juzga como inadaptado a la vida del clan y de la
tribu. Este hombre debe irse, morir o si es muy bravo fundar otro clan con el
tiempo.
•
Es cierto lo que dices pero la tribu
tiene para esas personas fuera de serie posibilidades que no son el ostracismo
y la muerte. La tribu reconoce con
tiempo observando su comportamiento a
estas personas y les dada misiones especiales conforme a las capacidades que
ellos tienen. Yo mismo fui uno de ellos y esa es la razón por la que soy
shaman.
•
Te explicaré como suele suceder. Aquellos
que se rebelan porque son egoístas y ante todo se aman a sí mismos son
incapaces de posponer sus deseos al bien común. Cuando después de numerosos
intentos el clan se convence que son
irrecuperables tiene el deber de neutralizarlos arrojándolos de la tribu. Si no
se hiciera esto ellos organizarían
grupos que les apoyasen y destruirían la tribu.
•
Existen otros, como tú lo fuiste en tu
tribu y yo en la mía, que no aceptamos las leyes de nuestro clan porque
reconocemos que ya son muy viejas y que son inútiles o peligrosas. No lo
hacemos por nuestro interés sino por el del clan. Las costumbres son bastones
que deben servir para caminar no para ser estorbos que nos hagan caer. Cuando
aparecen estos “elegidos” y el clan primero y después la tribu consigue reconocerles como tales les
encomienda aquello para lo que están
mejor dotados que el resto porque ven más lejos que los demás: ellos serán
guerreros especiales, amazonas, cazadores sin parangón, artesanos o como yo
shamanes. Eso no significa que todo les esté permitido, pero sí una libertad
para salirse de lo quesiempre los demás
hace como correcto. Esto lo dedican no a sus fines propios sino siempre al
provecho del clan. Ellos son el polo opuesto a esos criminales que lo único que
desean poner al clan a su servicio aunque
esto cueste la vida a muchos de nosotros.
Te estoy
explicando a ti, que eres un extranjero uno de los más ocultos secretos de
nuestra tribu. Aquello que nos permite
tener una armonía profunda. Te lo explico, Apoena, porque he comprendido
que aunque eres extranjero un día llegarás a ser declarado “elegido” por el
consejo de los Ancianos. Además porque sé que si me puedes explicar porque
abandonaste tu lejana tribu.
•
Tienes razón anciano. En mi lejana
tribu son escasos las gentes sabías como
tú, pero los jefes de mi tribu no lo son nunca y juzgan criminales a todos los
que no acptamos lo que ellos declaran como
provechoso, generalmente, para ellos mismos. Se nos llama malditos,
herejes y se nos aplica el hierro y el fuego. Solamente nuestros jefes como te
digo, permiten esos que
son diferentes para su provecho propio y los denominan guerreros,
artesanos, clérigos, y de vez en cuando artistas. Esos jefes se agrupan en pequeños grupos que someten a
los demás a su sevicio. Esos grupos se llaman iglesia, nobles, cortesanos…
•
Esto que acabas de decir no lo comprendo.
•
Son nombres detrás de lo que se esconden los que dominan a la tribu entera.
•
No comprendo eso de nombres. Eso que dices
son palabras. ¿Cómo pueden esconderse
detrás de palabras?
•
Tienes toda la razón. Entre nuestros
pueblo el tuyo y ya mio, las palabras representan objetos, cosas, algo que se
puede tocar. Esos nombres no señalan cosas sino grupos muy pequeños de personas
que se ayudan para mantener a su servicio al los clanes y a la tribu. Tu eres
shaman y depositario de las sabiduría de la tribu, pero no te unes con otros
shamanes para ordenar que os sirvan,
Igualmente el cacique que se elige solamente para la guerra o la caza.
Cuando ha cumplido su misión, ya no
manda y menos aun, se le obedece. Solamente es un guerrero o cazador más de la
tribu.
•
Efectivamente, Apoena, ahora lo comprendo
y precisamente a esas personas es a
quienes alejamos definitivamente de entre nosotros.
•
Ya he comprobado que nadie de aquellos que se sacrifican, que sacrifican
sus intereses personales, pide
retribución alguna por ello Ni siquiera piensa merecerla, sino que su deber es hacerlo porque es miembro de
ella.
¿Has
pensado, Deimpriba, pedir un regalo cuando
das una medicina o curas una herida?
•
¿Por qué lo haría?
•
Supón que alguien es mordido por una
serpiente y tu le salvas la vida en agradecimiento te podría entregar algo que él quiera mucho
También por ejemplo cuando das una de tus medicinas qu te ha costado tanto
buscar, recolectar y preparar puedes pedir algo en pago.
•
¿Qué es pago? ¿Qué significa?
•
Es como hacer un trueque.
•
Pero un trueque se hace cuando ambos
necesitan de la cosa que se trueca. Yo cuando doy medicina no necesito nada de
quien la recibe.
•
Te podría dar algo que te sea útil. Un
arco, flechas.
•
Ya tengo las mías. Las he hecho yo mismo.
Sé como se comportan. Las que hacen otros no me sirven
•
¿No puede ser el arco mejor que el tuyo?
•
Imposible Yo lo he construido con mi larga experiencia, según mis
necesidades, altura de mi cuerpo, largo de mis brazos, la fuerza que ahora
tengo para tensarlo
•
Podrías guardarlo por si se te rompe el tuyo.
•
¿Para qué? Cuando yo advierto que me
puede fallar me pongo a fabricar uno nuevo.
•
Posiblemente puse un mal ejemplo. ¿Qué
piensas si lo que te da a cambio es
alimentos.
•
Que ya estoy excesivamente viejo y que
soy incapaz de conseguirlos y que mi hijo es un inútil porque no me los puede
dar. Sería un anciano inválido. A lo que tú, Apoena, sueles llamar trabajo,
nosotros lo llamamos “vida” porque
haciéndolo nos sentimos vivos y fuertes.
•
Te parecería increíble, anciano, que en
mi tribu dicen que el trabajo es un castigo impuesto por el dios a
quien llamáis el Padre Engendrador.
•
¿Cómo El podría maldecir o castigar a sus
hijos? Además lo que tu llamas trabajo es lo mismo que dormir, hacer el amor
con una hembra o caminar… ¡Todo eso
es”vida”.
•
En mi lejana tribu, los ricos, los
nobles, los funcionarios no trabajan.
•
¿como se alimenta?
•
Otros
trabajan para ellos, son los siervos, los esclavos, los pobres.
•
¿Castigados también por vuestro dios?
•
Si, creo que si. A ellos les convence que
dios manda que sirvan a los poderosos.
•
A esos pobres ¿Quién los alimenta?
•
Esas gentes que les obligan a trabajar
les quitan los alimentos que cosechan y solamente les dan un poco para que no
se mueran de hambre y sigan trabajando.
•
¿Tu quieres decir que si esos que tu llamas siervos salen
a cazar y traen un pecarí, solamente reciben un pedazo y el resto se lo queda
el que tu llamas noble?
•
Así es. Con frecuencia ni siquiera le dan
un pedazo sino otra cosa, algo así como una torta de mandioca.
•
¿Me vas a decir que esas personas aceptan
que les traten así?
•
¿Qué sus hermanos permitan que les hagan eso? Ahora comprendo porque abandonaste
tu tribu.
•
¿Cuándo vosotros hacéis la guerra tomáis
prisioneros?
•
No, nunca ¿para qué querríamos
pasioneros?
•
Supón que si lo hiciereis. Habría que
vigilarle, alimentarle.
•
Eso no tiene objeto alguno.
•
Lo podíais poner a trabajar en beneficio
de quien lo tomó o del clan. Así lo hacen vuestros vecinos mayas y mexicas.
•
El huiría.
•
Si lo
tomaseis de nuevo les
castigaríais por huir y ya no se
atrevería a hacerlo. Le podríais cortar un tendón del pie, para que no huyese
más
•
No creo que un bravo guerrero se
atemorice por cosa así. Por lo demás si alguno de nuestra tribu hiciese cosas
semejantes le expulsaríamos porque para nosotros sería un no-hombre.
•
Los mexicas hacen prisioneros para
sacrificarlos a sus dioses. Les sacan el corazón vivos y se lo ofrecen al dios
de piedra.
•
Esas gentes son una raza maldita.
Moriremos antes que cometer semejantes horrores..
•
Cierto Deimpriba, yo también, si llega el
momento quiero morir con ustedes. Ahora
comprendes por qué abandone mi tribu.
++++++++++++
Este largo dialogo con el
shaman me ha dejado exhausto. Sobre todo porque
debo buscar continuamente las palabra y los pensamientos que no existen
para él. Son costumbres, formas de ver la vida tan antinaturales y tan
perversas que para estas gentes práctica y naturales no son comprensibles siquiera. A pesar
que a una cierta distancia de ellos que
se pueden medir en leguas, sean muy
semejantes a las de los españoles y europeos. Ya lo decían los viejos romanos
que” el ser humano es el lobo del ser humano”. Ellos permanecen aun en la
humanidad de los orígenes, la humanidad de la solidaridad. Sentir que todos los
otros de alguna manera son parte de
nosotros mismos. Creo que justamente eso es lo que quería decir Yeshoua “amarás al prójimo como
a ti mismo”.
++++++++++
El shaman, a pesar de du edad se levanta ágilmente desclava su
lanza que le servía como respaldo
mientras se mantenía sentado y se interna en la floresta deslizándose como un bailarín entre los
espesos matorrales.
Yo permanezco sentado y miro sin ver desde el altozano donde me
encuentro, el lejano y azuloso mar que se extiende hacía el infinito. Un mar
que creo aun virgen de cualquier embarcación que no sea una ligera piragua. Ese mar en que los delfines aun confiando en el ser humano lo dejan nadar
a su lado y juguetean mansamente con él. Pareciera que lo aceptan como uno de
ellos mismos. Este lugar me parece aun muy cerca del Paraíso tal como lo
describe la Biblia. Sin duda alguna no es el paraíso porque aquí se sufre, se corren riesgos, hay guerras… Los seres
humanos que me rodean tienen sin duda muchos defectos como yo mismo y como las
gentes de cualquier nación, pero aun viven en el mundo de los orígenes y no
tienen los graves defectos de las gentes que viven sometidos a todo tipo de tiranía. No stán
corrompidos aun por los vicios de lo que llaman civilización. Las guerrras no
suelen ser el capricho de un jefe para ser más poderoso, sino la consecuencia
de cuando una tribu crece desmesuradamente y agota los recursos del lugar en
que vivieron quizá demasiados años. En esos momentos se sienten obligados a
buscar terrenos de caza, pesca y recolección más ricos. Cuando esos terrenos
están uya ocupados el choque es inevitable y los más débiles se ven obligados a
buscar un lugar desocupado y suelen seguir adelante hacía el sur. Siempre hacía
el sur.
Este pueblo e comporta en casi
todo en forma diferente a las concepciones de las gentes que había conocido en
mis muchos viajes, sobre todo porque son personas que viven sin artificio.
Tiene problemas como todos los seres humanos pero son los naturales que
proporciona la vida, ellos no suelen
inventarlos ni crearlos por ansia de riqueza o poder. Aquís se vive al
ritmo de la naturaleza que se acepta y
al que uno se trata de adaptar, no al revés como se hace en el mundo civilizado. Aceptan las cosas
como suceden. Su riqueza está en sus manos con las que pueden crear todo aquello que necesitan para su
vida. Menos aun están obsesionados por la locura nuestra de la honra o la deshonra. Pueden
apreciar algo bello. Si encuentran una amatista o una esmeralda que son
corrientes en estos lugares pueden jugar con ella o ponérsela como adorno pero
no la consideran de más valor que su
arco o una flecha. Nadie reverencia a otro, ni existen saludos particulares.
Nadie agradece nada. Lo recibe, demuestra cierto aprecio y nada más.
En las contiendas y choques
personales la ley natural para ellos es la de “ojo por ojo y diente por
diente”. Si alguien mata a otro lo
normal es que se ejecute
al que mató por un miembro de la familia, pero eso lo admiten y no isgnifica que se el comienzo de matanzas interminables. Puede
suceder que la muerte del agresor se cambie
por la “sustitución”. El agresor
reemplaza al muerto toda su vida. Esto sucede cuando se juzga que
se trató de una muerte accidental, por tanto
deberá alimentar a la familia y tomará como esposa a la viuda.
Me suele irritar la falta de
previsión en mis nuevos hermanos. A nosotros se nos enseña desde niños a tratar
de prevenir todo aquello que denominamos
peligroso para nosotros. Esto nos somete a una continua tensión, porque
nos hace imaginar continuamente situaciones que nunca sucederán. Solamente
cuando me dí cuenta que esa imprevisión
de los sucesos se basa en la seguridad en sí mismos, de manera tal que han sido
adiestrados a reaccionar casi instantáneamente en las situaciones peligrosas.
Como decía hace poco el shaman, cuando se rompe el arco se fabrica otro. No se acumula para la vejez porque el
clan se preocupará de nuestras
necesidades cuando llegue el caso. Cuando salgo a cazar y vuelvo con alguna pieza esta será repartida
primeramente entre aquellos que por su edad o impedimento físico ya no pueden
hacerlo. El resto será repartido entre todo el clan en partes proporcionales
sin que yo goce de privilegio alguno.
Exactamente ocurrirá lo mismo con cualquier otro cazador o mujeres
recolectoras.
El shaman me dijo observando mi tendencia
d acumular objetos tanto necesasrios como innecesarios:
•
¿Para qué guardas todas esas cosas si no
puedes usarlas todas a la vez? ¿Para qué
sirve algo que no se usa?
+++++++++++++
La pregunta que me hace el shaman
de por qué vine a este país, me la hacen con mucha frecuencia casi
todos.
Al principio yo no comprendía
el por qué les obsesionaba tanto y
reiteraban u sus preguntas. Me doy cuenta que para ellos el clan y la tribu es
todo. El castigo equivalente a la pena
de muerte entre nosotros es la
expulsión de la tribu. Es la consecuencia que un ser humano sólo frente a la
naturaleza bravía que nos rodea es nada. Ciertamente podrá sobrevivir un tiempo
debido a su entrenamiento. Esto no se debe a que esta naturaleza sea
esencialmente hostil para el humano, sino que es demasiado grande y poderosa,
nos envuelve, tiene sus propias leyes y un pequeño error de parte del humano
implica su muerte cuando no tiene la ayuda del grupo. Los pocos que lo
consiguieron son héroes de leyenda.
Estas mismas leyes rigieron el mundo del que yo provengo en una
antigüedad muy remota. Nosotros las fuimos destruyendo y aquí son plenamente vigentes.
Pienso en mis compañeros de viaje, ahora todos muertos. Si alguno hubiese tenido que sobrevivir como me
sucedió a mí sería para ellos una verdadera tragedia. Se les habría
terminado su única razón de vivir, el ORO. Conseguir oro a cualquier precio
porque esto significaba para ellos poder y lujuria. Soñaban con indias desnudas
que fuesen sus esclavas para sastifacer
sus más peregrinos vicios. Indias a quien violar como derecho de guerra.
Encomiendas de indios esclavos para acumular riqueza e intentar comprarse un
título nobiliario y una espoas española de linaje cuando ya estuviesen ahítos
de sexo y lujuria.
Distinguirse en hechos de armas, es decir, matanza indiscriminada de
indios así ameritarían del Rey por su valentía
el otorgamiento quizá de una
prebenda. Lo que medito no es
imaginación mia sino sacado de las conversaciones ordinarias de mis compañeros
de navegación. Ahora muertos han dado una tregua a estas gentes sencillas.
Muchos otros que nos seguirán, morirán igualmente en naufragios oe en luchas estériles, pero España está llena
de pobres endeudados, soldados desocupados, presos que están en cárceles y galeras. Por tanto
llegarán ola tras ola a la Española y de allí pasarán a este país, que
evidentemente no es una isla, sino probablemente el perdido continente de
Atlantis de que habla Platón en sus
escritos y corroboran algunos de los portulanos.
++++++++++
He permanecido divagando muchas horas. Ya está cayendo la noche. Debo
volver al poblado. Aun me muevo torpemente en la oscuridad. No tengo la
habilidad de los indios que parece nacen con ella para moverse en la oscuridad
más espesa y orientarse bien tanto en el bosque como en los montes y páramos. A
esa maner de caminar la llaman marcha de poder. Para conseguirla me explican que uno debe dejarse
llevar por la capacidad que todos tenemos dentro de uno mismo. Desde luego hay
que olvidar el miedo a extraviarse, tropezar, caer, herirse… He intentado mil
veces humildemente seguir las instrucciones que me ha dado el shaman , en ocasiones
he logrado resultados increíbles. Soy un discípulo torpe en el ejercicio de
esta manera de caminar. Con frecuencia pierdo la concentración y las
consecuencias son bastante desagradables
de golpes y caídas. Yo le repito
que es algo que sedebe aprender de muy joven. Me responde que la
edad no importa y que si persevero un
día lo lograré completamente. Afirma que todos tenernos el “conocimiento” y que
lo importante es saberlo liberar de los miedos. Es un viejo que filosofa como
lo hacía Platón y muchas de sus ideas me recuerdan a este gran filósofo griego.
La diferencia que lo que en aquel era razonamiento puro aquí se aplica en forma
cotidiana en multitud de aspectos. Ahora pienso que si el shaman se fue en forma tan repentina lo hizo para que
trate de poner en práctica sus enseñanzas.
++++++++++++
•
Dime Sirupré, siendo mi padre un
extranjero tan diferente de los otros hombres de nuestra tribu tal como yo lo
recuerdo y me lo han mostrado las visiones cuando vosotros hacéis que su espíritu me penetre ¿cómo es
que la tribu lo hizo uno de sus miembros?
Mucho más cuando lo declaró “elegido” algo inconcebible y que nunca había sucedido con un extranjero.
Le entregaron como esposa a una amazona virgen cosa nunca sucedida. Más tarde elegido jefe de
guerra y toqui de la federación de las tribus para luchar con los extranjeros.
•
Tus dudas, Ureíta, son legítimas, las
mismas que escuchamos entre todas las
gentes de nuestro clan y de la tribu. Mi padre y los ancianos pienso que tuvieron buenas razones para hacer
lo que hicieron. Apoena vivió entre nosotros
creo que unas ocho veces doce
lunas. Menos de la edad que tú tienes
ahora. Es cierto que nosotros le enseñamos de tal manera que le hicimos nacer de nuevo. El también nos
enseñó cosas importantes sobre todo en el arte de la guerra... Tan importantes
que aun existe nuestra tribu y no fue destruida por los extranjeros como las de
nuestros vecinos Si tú aprendes todo aquello que te enseñamos Pineabe y yo, podrás continuar el trabajo de
Apoena y conducirnos, como él nos aconsejaba muy lejos hacía el sur a los
bosques interminables donde los extranjeros nunca podrán penetrar.
•
No creas Ureíta, dijo Pineabe, que las
cosas que te contamos sobre la transformación de tu padre en uno de nosotros
fue algo fácil. Como dijo Sirupré él tuvo que “nacer de nuevo”. Cuando nosotras
decidimos conducirlo hasta la aldea madre, esto no significaba aceptación
alguna. Ignorábamos si los ancianos y el
clan decretarían su muerte inmediata por considerarle un peligro para nosotros.
•
Cuando tu padre llegó a la aldea estaba
muy enfermo y débil. Nosotras
lo
llevábamos al hombro entre dos con un palo colgado en una red. Llegadas a la
aldea lo entregamos a los guerreros a quienes les contamos todo lo sucedido y
por qué habíamos decidido traerle con nosotras. Luego los ancianos del Consejo,
antes de tomar decisiones decidieron dejarle al cuidado del viejo shaman padre
de Sirupré. Nosotras teníamos que continuar el ritual de nuestra iniciación de
amazonas y por tanto quedamos alejadas de la aldea Su destino ya no era cosa
nuestra.
•
Yo, dijo Sirupré, me preparaba para ser shaman y suceder más tarde a mi
padre. Tenía aproximadamente entonces tu edad Ureíta. El extranjero me apasionaba. Su apariencia tan diferente de
la nuestra. Su piel delgada y blanca, El exceso de pelo en su cara. Lo más
impactante era su fragilidad ya que la mayoría de las heridas que tenía se
debían a su incapacidad de moverse en la
playa y el cerro. Sobre todo su lenguaje que no entendíamos en absoluto ni
siquiera aquel que habían vivido muy lejos en contacto con los nahuas, los
mayos e, incluso los mexicas.
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Cuando recuerdo la manera como llegué a la
aldea-madre, pienso que fue una de mis experiencias más difíciles. Después de
mi encuentro con las amazonas me resultó claro que mis únicas posibilidades de
sobre vivencia era que ellas me aceptase y me condujesen hasta su aldea.
Enseguida fue evidente que no me deseaban a pesar de ciertos cuidados que
me dieron. Al principio cuando intentaba
seguirlas no me demostraban hostilidad sino simplemente que
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