Thursday, January 30, 2014

EL RENEGADO II

        Con frecuencia, Apoena, te he preguntado  el por qué dejaste tu tribu allá al otro lado de la Gran agua. Allí según lo que me contaste eras un gran cacique y guerrero.
¿Por qué dejaste todo incluido mujeres e hijos para venir tan lejos?
        Me gustaría podértelo  explicar Deimpriba. Lo he intentado ya muchas veces. Temo que nunca lo comprenderás a pesar de  tu gran sabiduría. No trato de ocultarte nada. Tampoco  que yo cometiese  algún gran crime contra las gentes de mi tribu.. Si allí  hubiera vivido como se vive entre vosotros nunca habría pensado en  dejar mi tribu. Tu nunca lo comprenderás.
        ¿Por qué no he de comprenderlo?
        Shaman en nuestra tribu de aquí el clan desea que todos sus miembros seamos iguales y por eso tu eres el depositario de las costumbres que enseñas  a los jóvenes en los días de su iniciación y que recordarás a todos cuando  ellos las olvidan. Insistes siempre que cada cosa tiene su tiempo y y ha de hacerse en forma determinada.
        Cuando alguno no lo hace así el clan lo mira con malos ojos y se le juzga como inadaptado a la vida del clan y de la tribu. Este hombre debe irse, morir o si es muy bravo fundar otro clan con el tiempo.
        Es cierto lo que dices pero la tribu tiene para esas personas fuera de serie posibilidades que no son el ostracismo y la muerte. La tribu reconoce  con tiempo observando su comportamiento  a estas personas y les dada misiones especiales conforme a las capacidades que ellos tienen. Yo mismo fui uno de ellos y esa es la razón por la que soy shaman.
        Te explicaré como suele suceder. Aquellos que se rebelan porque son egoístas y ante todo se aman a sí mismos son incapaces de posponer sus deseos al bien común. Cuando después de numerosos intentos el clan  se convence que son irrecuperables tiene el deber de neutralizarlos arrojándolos de la tribu. Si no se hiciera esto ellos organizarían  grupos que les apoyasen y destruirían la tribu.
        Existen otros, como tú lo fuiste en tu tribu y yo en la mía, que no aceptamos las leyes de nuestro clan porque reconocemos que ya son muy viejas y que son inútiles o peligrosas. No lo hacemos por nuestro interés sino por el del clan. Las costumbres son bastones que deben servir para caminar no para ser estorbos que nos hagan caer. Cuando aparecen estos “elegidos” y el clan primero y después la tribu  consigue reconocerles como tales les encomienda aquello para  lo que están mejor dotados que el resto porque ven más lejos que los demás: ellos serán guerreros especiales, amazonas, cazadores sin parangón, artesanos o como yo shamanes. Eso no significa que todo les esté permitido, pero sí una libertad para salirse de  lo quesiempre los demás hace  como correcto. Esto lo dedican  no a sus fines propios sino siempre al provecho del clan. Ellos son el polo opuesto a esos criminales que lo único que desean poner al clan a su servicio aunque  esto cueste la vida a muchos de nosotros.
Te estoy explicando a ti, que eres un extranjero uno de los más ocultos secretos de nuestra tribu. Aquello que nos permite  tener una armonía profunda. Te lo explico, Apoena, porque he comprendido que aunque eres extranjero un día llegarás a ser declarado “elegido” por el consejo de los Ancianos. Además porque sé que si me puedes explicar porque abandonaste tu lejana tribu.
        Tienes razón anciano. En mi lejana tribu  son escasos las gentes sabías como tú, pero los jefes de mi tribu no lo son nunca y juzgan criminales a todos los que no acptamos lo que ellos declaran como  provechoso, generalmente, para ellos mismos. Se nos llama malditos, herejes y se nos aplica el hierro y el fuego. Solamente nuestros jefes como te digo,  permiten  esos que  son diferentes para su provecho propio y los denominan guerreros, artesanos, clérigos, y de vez en cuando artistas. Esos jefes  se agrupan en pequeños grupos que someten a los demás a su sevicio. Esos grupos se llaman iglesia, nobles, cortesanos…
        Esto que acabas de decir no lo comprendo.
        Son nombres  detrás de lo que se esconden  los que dominan a la tribu entera.
        No comprendo eso de nombres. Eso que dices son palabras. ¿Cómo pueden esconderse  detrás de palabras?
        Tienes toda la razón. Entre nuestros pueblo el tuyo y ya mio, las palabras representan objetos, cosas, algo que se puede tocar. Esos nombres no señalan cosas sino grupos muy pequeños de personas que se ayudan para mantener a su servicio al los clanes y a la tribu. Tu eres shaman y depositario de las sabiduría de la tribu, pero no te unes con otros shamanes para ordenar  que os sirvan, Igualmente el cacique que se elige solamente para la guerra o la caza. Cuando  ha cumplido su misión, ya no manda y menos aun, se le obedece. Solamente es un guerrero o cazador más de la tribu.
        Efectivamente, Apoena, ahora lo comprendo y precisamente a esas personas  es a quienes alejamos definitivamente de entre nosotros.
        Ya he comprobado que nadie  de aquellos que se sacrifican, que sacrifican sus intereses personales,  pide retribución alguna por ello Ni siquiera piensa merecerla, sino que  su deber es hacerlo porque es miembro de ella.
¿Has pensado, Deimpriba, pedir un regalo cuando  das una medicina o curas una herida?
        ¿Por qué lo haría?
        Supón que alguien es mordido por una serpiente y tu le salvas la vida en agradecimiento  te podría entregar algo que él quiera mucho También por ejemplo cuando das una de tus medicinas qu te ha costado tanto buscar, recolectar y preparar puedes pedir algo en pago.
        ¿Qué es pago? ¿Qué significa?
        Es como hacer un trueque.
        Pero un trueque se hace cuando ambos necesitan de la cosa que se trueca. Yo cuando doy medicina no necesito nada de quien la recibe.
        Te podría dar algo que te sea útil. Un arco, flechas.
        Ya tengo las mías. Las he hecho yo mismo. Sé como se comportan. Las que hacen otros no me sirven
        ¿No puede ser el arco mejor que el tuyo?
        Imposible Yo lo he construido  con mi larga experiencia, según mis necesidades, altura de mi cuerpo, largo de mis brazos, la fuerza que ahora tengo para tensarlo
        Podrías guardarlo  por si se te rompe el tuyo.
        ¿Para qué? Cuando yo advierto que me puede fallar me pongo a fabricar uno nuevo.
        Posiblemente puse un mal ejemplo. ¿Qué piensas si  lo que te da a cambio es alimentos.
        Que ya estoy excesivamente viejo y que soy incapaz de conseguirlos y que mi hijo es un inútil porque no me los puede dar. Sería un anciano inválido. A lo que tú, Apoena, sueles llamar trabajo, nosotros lo llamamos “vida” porque  haciéndolo nos sentimos vivos y fuertes.
        Te parecería increíble, anciano, que en mi tribu dicen que el trabajo es un castigo impuesto por el  dios  a quien llamáis el Padre Engendrador.
        ¿Cómo El podría maldecir o castigar a sus hijos? Además lo que tu llamas trabajo es lo mismo que dormir, hacer el amor con una hembra o caminar…  ¡Todo eso es”vida”.
        En mi lejana tribu, los ricos, los nobles, los funcionarios no trabajan.
        ¿como se alimenta?
        Otros  trabajan para ellos, son los siervos, los esclavos, los pobres.
        ¿Castigados también por vuestro dios?
        Si, creo que si. A ellos les convence que dios manda que sirvan a los poderosos.
        A esos pobres ¿Quién los alimenta?
        Esas gentes que les obligan a trabajar les quitan los alimentos que cosechan y solamente les dan un poco para que no se mueran de hambre y sigan trabajando.
        ¿Tu quieres  decir que si esos que tu llamas siervos salen a cazar y traen un pecarí, solamente reciben un pedazo y el resto se lo queda el que tu llamas noble?
        Así es. Con frecuencia ni siquiera le dan un pedazo sino otra cosa, algo así como una torta de mandioca.
        ¿Me vas a decir que esas personas aceptan que les traten así?
         ¿Qué sus hermanos permitan que  les hagan eso? Ahora comprendo porque abandonaste tu tribu.
        ¿Cuándo vosotros hacéis la guerra tomáis prisioneros?
        No, nunca ¿para qué querríamos pasioneros?
        Supón que si lo hiciereis. Habría que vigilarle, alimentarle.
        Eso no tiene  objeto alguno.
        Lo podíais poner a trabajar en beneficio de quien lo tomó o del clan. Así lo hacen vuestros vecinos mayas y mexicas.
        El huiría.
        Si lo  tomaseis de nuevo les  castigaríais por huir y  ya no se atrevería a hacerlo. Le podríais cortar un tendón del pie, para que no huyese más
        No creo que un bravo guerrero se atemorice por cosa así. Por lo demás si alguno de nuestra tribu hiciese cosas semejantes le expulsaríamos porque para nosotros sería un no-hombre.
        Los mexicas hacen prisioneros para sacrificarlos a sus dioses. Les sacan el corazón vivos y se lo ofrecen al dios de piedra.
        Esas gentes son una raza maldita. Moriremos antes que cometer semejantes horrores..
        Cierto Deimpriba, yo también, si llega el momento quiero morir  con ustedes. Ahora comprendes por qué abandone mi tribu.

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Este largo  dialogo con el shaman me ha dejado exhausto. Sobre todo porque  debo buscar continuamente las palabra y los pensamientos que no existen para él. Son costumbres, formas de ver la vida tan antinaturales y tan perversas que para estas gentes práctica y naturales  no son comprensibles siquiera. A pesar que  a una cierta distancia de ellos que se pueden medir en leguas, sean  muy semejantes a las de los españoles y europeos. Ya lo decían los viejos romanos que” el ser humano es el lobo del ser humano”. Ellos permanecen aun en la humanidad de los orígenes, la humanidad de la solidaridad. Sentir que todos los otros  de alguna manera son parte de nosotros mismos. Creo que justamente eso es lo que  quería decir Yeshoua “amarás al prójimo como a ti mismo”.

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El shaman, a pesar de du edad se levanta ágilmente desclava su lanza  que le servía como respaldo mientras se mantenía sentado y se interna en la floresta  deslizándose como un bailarín entre los espesos matorrales.
Yo permanezco sentado y miro sin ver desde el altozano donde me encuentro, el lejano y azuloso mar que se extiende hacía el infinito. Un mar que creo aun virgen de cualquier embarcación que no sea una  ligera piragua. Ese mar en que los delfines  aun confiando en el ser humano lo dejan nadar a su lado y juguetean mansamente con él. Pareciera que lo aceptan como uno de ellos mismos. Este lugar me parece aun muy cerca del Paraíso tal como lo describe la Biblia. Sin duda alguna no es el paraíso porque aquí se sufre,  se corren riesgos, hay guerras… Los seres humanos que me rodean tienen sin duda muchos defectos como yo mismo y como las gentes de cualquier nación, pero aun viven en el mundo de los orígenes y no tienen los graves defectos de las gentes que viven  sometidos a todo tipo de tiranía. No stán corrompidos aun por los vicios de lo que llaman civilización. Las guerrras no suelen ser el capricho de un jefe para ser más poderoso, sino la consecuencia de cuando una tribu crece desmesuradamente y agota los recursos del lugar en que vivieron quizá demasiados años. En esos momentos se sienten obligados a buscar terrenos de caza, pesca y recolección más ricos. Cuando esos terrenos están uya ocupados el choque es inevitable y los más débiles se ven obligados a buscar un lugar desocupado y suelen seguir adelante hacía el sur. Siempre hacía el sur.
Este pueblo e comporta  en casi todo en forma diferente a las concepciones de las gentes que había conocido en mis muchos viajes, sobre todo porque son personas que viven sin artificio. Tiene problemas como todos los seres humanos pero son los naturales que proporciona la vida, ellos no suelen  inventarlos ni crearlos por ansia de riqueza o poder. Aquís se vive al ritmo de la naturaleza que se acepta  y al que uno se trata de adaptar, no al revés como se hace  en el mundo civilizado. Aceptan las cosas como suceden. Su riqueza está en sus manos con las que pueden  crear todo aquello que necesitan para su vida. Menos aun están obsesionados por la locura  nuestra de la honra o la deshonra. Pueden apreciar algo bello. Si encuentran una amatista o una esmeralda que son corrientes en estos lugares pueden jugar con ella o ponérsela como adorno pero no la consideran  de más valor que su arco o una flecha. Nadie reverencia a otro, ni existen saludos particulares. Nadie agradece nada. Lo recibe, demuestra cierto aprecio y nada más.
En las contiendas  y choques personales la ley natural para ellos es la de “ojo por ojo y diente por diente”. Si alguien mata a otro  lo normal es que  se  ejecute  al que mató por un miembro de la familia, pero eso  lo admiten y no isgnifica que se  el comienzo de matanzas interminables. Puede suceder  que la muerte del agresor se cambie por la “sustitución”. El agresor  reemplaza  al muerto  toda su vida. Esto sucede cuando se juzga que se trató de una muerte accidental, por tanto  deberá alimentar a la familia y tomará como esposa a la viuda.
Me suele irritar  la falta de previsión en mis nuevos hermanos. A nosotros se nos enseña desde niños a tratar de prevenir todo aquello que denominamos  peligroso para nosotros. Esto nos somete a una continua tensión, porque nos hace imaginar continuamente situaciones que nunca sucederán. Solamente cuando  me dí cuenta que esa imprevisión de los sucesos se basa en la seguridad en sí mismos, de manera tal que han sido adiestrados a reaccionar casi instantáneamente en las situaciones peligrosas. Como decía hace poco el shaman, cuando se rompe el arco se fabrica  otro. No se acumula para la vejez porque el clan se preocupará de  nuestras necesidades cuando llegue el caso. Cuando salgo a cazar  y vuelvo con alguna pieza esta será repartida primeramente entre aquellos que por su edad o impedimento físico ya no pueden hacerlo. El resto será repartido entre todo el clan en partes proporcionales sin que yo goce de privilegio alguno.  Exactamente ocurrirá lo mismo con cualquier otro cazador o mujeres recolectoras.
El shaman  me  dijo observando  mi tendencia  d acumular objetos tanto necesasrios como innecesarios:
        ¿Para qué guardas todas esas cosas si no puedes usarlas  todas a la vez? ¿Para qué sirve algo que no se usa?

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La pregunta que me hace el shaman  de por qué vine a este país, me la hacen con mucha frecuencia casi todos.
Al  principio yo no comprendía el por qué les obsesionaba tanto  y reiteraban u sus preguntas. Me doy cuenta que para ellos el clan y la tribu es todo. El castigo equivalente a la pena  de muerte entre nosotros  es la expulsión de la tribu. Es la consecuencia que un ser humano sólo frente a la naturaleza bravía que nos rodea es nada. Ciertamente podrá sobrevivir un tiempo debido a su entrenamiento. Esto no se debe a que esta naturaleza sea esencialmente hostil para el humano, sino que es demasiado grande y poderosa, nos envuelve, tiene sus propias leyes y un pequeño error de parte del humano implica su muerte cuando no tiene la ayuda del grupo. Los pocos que lo consiguieron son héroes de leyenda.
Estas mismas leyes rigieron el mundo del que yo provengo en una antigüedad muy remota. Nosotros las fuimos destruyendo y aquí son plenamente vigentes.
Pienso en mis compañeros de viaje, ahora todos muertos. Si alguno  hubiese tenido que sobrevivir  como me  sucedió a mí sería para ellos una verdadera tragedia. Se les habría terminado su única razón de vivir, el ORO. Conseguir oro a cualquier precio porque esto significaba para ellos poder y lujuria. Soñaban con indias desnudas que  fuesen sus esclavas para sastifacer sus más peregrinos vicios. Indias a quien violar como derecho de guerra. Encomiendas de indios esclavos para acumular riqueza e intentar comprarse un título nobiliario y una espoas española de linaje cuando ya estuviesen ahítos de sexo y lujuria.
Distinguirse en hechos de armas, es decir, matanza indiscriminada de indios así ameritarían del Rey por su valentía  el otorgamiento quizá  de una prebenda. Lo que  medito no es imaginación mia sino sacado de las conversaciones ordinarias de mis compañeros de navegación. Ahora muertos han dado una tregua a estas gentes sencillas. Muchos otros que nos seguirán, morirán igualmente en naufragios  oe en luchas estériles, pero España está llena de pobres endeudados, soldados desocupados, presos que  están en cárceles y galeras. Por tanto llegarán ola tras ola a la Española y de allí pasarán a este país, que evidentemente no es una isla, sino probablemente el perdido continente de Atlantis de que  habla Platón en sus escritos y corroboran algunos de los portulanos.

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He permanecido divagando muchas horas. Ya está cayendo la noche. Debo volver al poblado. Aun me muevo torpemente en la oscuridad. No tengo la habilidad de los indios que parece nacen con ella para moverse en la oscuridad más espesa y orientarse bien tanto en el bosque como en los montes y páramos. A esa maner de caminar la llaman marcha de poder. Para  conseguirla me explican que uno debe dejarse llevar por la capacidad que todos tenemos dentro de uno mismo. Desde luego hay que olvidar el miedo a extraviarse, tropezar, caer, herirse… He intentado mil veces humildemente seguir las instrucciones que me ha dado el shaman , en ocasiones he logrado resultados increíbles. Soy un discípulo torpe en el ejercicio de esta manera de caminar. Con frecuencia pierdo la concentración y las consecuencias  son bastante desagradables de  golpes y caídas. Yo le repito que  es algo que sedebe  aprender de muy joven. Me responde que la edad  no importa y que si persevero un día lo lograré completamente. Afirma que todos tenernos el “conocimiento” y que lo importante es saberlo liberar de los miedos. Es un viejo que filosofa como lo hacía Platón y muchas de sus ideas me recuerdan a este gran filósofo griego. La diferencia que lo que en aquel era razonamiento puro aquí se aplica en forma cotidiana en multitud de aspectos. Ahora pienso que si el shaman se  fue en forma tan repentina lo hizo para que trate de poner en práctica sus enseñanzas.

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        Dime Sirupré, siendo mi padre un extranjero tan diferente de los otros hombres de nuestra tribu tal como yo lo recuerdo y me lo han mostrado las visiones cuando vosotros  hacéis que su espíritu me penetre ¿cómo es que la tribu lo hizo uno de sus miembros?  Mucho más cuando lo declaró “elegido” algo inconcebible  y que nunca había sucedido con un extranjero. Le entregaron como esposa a una amazona virgen cosa  nunca sucedida. Más tarde elegido jefe de guerra y toqui de la federación de las tribus para luchar con los extranjeros.
        Tus dudas, Ureíta, son legítimas, las mismas que  escuchamos entre todas las gentes de nuestro clan y de la tribu. Mi padre y los ancianos  pienso que tuvieron buenas razones para hacer lo que hicieron. Apoena vivió entre nosotros  creo que unas ocho veces  doce lunas. Menos  de la edad que tú tienes ahora. Es cierto que nosotros le enseñamos de tal manera  que le hicimos nacer de nuevo. El también nos enseñó cosas importantes sobre todo en el arte de la guerra... Tan importantes que aun existe nuestra tribu y no fue destruida por los extranjeros como las de nuestros vecinos Si tú aprendes todo aquello que te enseñamos  Pineabe y yo, podrás continuar el trabajo de Apoena y conducirnos, como él nos aconsejaba muy lejos hacía el sur a los bosques interminables donde los extranjeros nunca podrán penetrar.
        No creas Ureíta, dijo Pineabe, que las cosas que te contamos sobre la transformación de tu padre en uno de nosotros fue algo fácil. Como dijo Sirupré él tuvo que “nacer de nuevo”. Cuando nosotras decidimos conducirlo hasta la aldea madre, esto no significaba aceptación alguna. Ignorábamos si  los ancianos y el clan decretarían su muerte inmediata por considerarle un peligro para nosotros.
        Cuando tu padre llegó a la aldea estaba muy enfermo y débil. Nosotras
lo llevábamos al hombro entre dos con un palo colgado en una red. Llegadas a la aldea lo entregamos a los guerreros a quienes les contamos todo lo sucedido y por qué habíamos decidido traerle con nosotras. Luego los ancianos del Consejo, antes de tomar decisiones decidieron dejarle al cuidado del viejo shaman padre de Sirupré. Nosotras teníamos que continuar el ritual de nuestra iniciación de amazonas y por tanto quedamos alejadas de la aldea Su destino ya no era cosa nuestra.
        Yo, dijo Sirupré, me preparaba  para ser shaman y suceder más tarde a mi padre. Tenía aproximadamente entonces tu edad Ureíta. El extranjero  me apasionaba. Su apariencia tan diferente de la nuestra. Su piel delgada y blanca, El exceso de pelo en su cara. Lo más impactante era su fragilidad ya que la mayoría de las heridas que tenía se debían a su incapacidad de  moverse en la playa y el cerro. Sobre todo su lenguaje que no entendíamos en absoluto ni siquiera aquel que habían vivido muy lejos en contacto con los nahuas, los mayos e, incluso los mexicas.

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Cuando recuerdo la manera como llegué a la aldea-madre, pienso que fue una de mis experiencias más difíciles. Después de mi encuentro con las amazonas me resultó claro que mis únicas posibilidades de sobre vivencia era que ellas me aceptase y me condujesen hasta su aldea. Enseguida fue evidente que no me deseaban a pesar de ciertos cuidados que me  dieron. Al principio cuando intentaba seguirlas no me demostraban hostilidad sino simplemente que  desistiese de ello. Cuando me obstiné en seguirlas  creció el rechazo. Se alejaban, me tiraban piedras hasta que  en el colmo de la irritación y como aviso perentorio, Pineabe con un golpe de lanza me hizo una herida profunda. Ni siquiera  la pérdida de sangre me hizo cejar en mi empeño. Afortunadamente  las podía seguir con facilidad por sus rastros muy claros en la arena virgen, aunque ello me significaba un terrible esfuerzo en las condiones de agotamiento en que me encontraba. Conseguía alcanzarlas siempre aunque me amntenía a cierta distancia con el fin que ellas inmediatamente  no se volviesen a poner en camino. Alguna de ellas o de común acuerdo, dejaban abundantes alimentos en la hoguera de su campamento que yo devoraba cada vez con más fruición. Estaba dispuesto a seguirlas hasta que  definitivamente me faltasen las fuerzas. Me sentía ridículo siguiendo a aquellas mujeres guerreras incapaz de sobrevivir sin su ayuda.
Agotado al máximo aquel día  pensé que ya no me levantaría más dispuesto a dejarme morir y fue cuando milagrosamente ellas  cambiaron de parecer. Empezaron a retardar su avance y dejarme acercar a su fogata nocturna. Finalmente acamparon durante varios días con el claro fin que recobrase fuerzas mientras ellas gozaban de la natación, la pesca y la caza en el cercano bosque. Empecé a comprender algunas de sus palabras. Trajeron de esa selva  diversas plantas y enredaderas  de las que sacaron fibras para fabricar una red y en un momento dado me ví envuelto en ella, que supendieron de un largo palo y me llevaban entre dos de ellas. No puedo decir que me sintiese muy cómodo por el balanceo quue me mareaba quizá debido a mi extrema debilidad.
Aunque ellas son muy atléticas y y yo me encontraba reducido a una delgadez  grande cuando nos internamos definitivamente en la floresta  y empezó el terreno a subir continuamente la marcha se hizo muy lenta. Perdí la sensación del tiempo y la posible distancia recorrida. De todas maneras ellas parecían  no preocuparse por esta lentitud que fijaban por el ritmo de la alimentación del grupo. Cuando en los altos  la caza y la recolección era abundante la jornada se perlongaba. Si era escas  la jornada era corta con el fin de procurarse  alimento abundante.
Nunca sospeché el momento en que  repentinamente llegamos a la aldea. Nada lo había hecho sospechar. Entonces no logré comprender  por que no habíamos llegado el día precedente. Mi lógica, entonces, no respondía a sus costumbres.
Hacía varios días que advertí que estábamos caminando por senderos muy transitados. No es
Que fuesen caminos rurales como los que existen en España. No había árboles abatidos para hacer  un camino ancho y recto. Solamente algunos troncos en los cursos de agua profundos, que solamente los pies prensiles de mis  cargadoras pasaban  airosos. Lo único que delataba es que la senda estaba  muy apisonada y que  las ramas de los bordes y aquellas que podían molestar a quien llevase una carga sobre la cabeza, habían sido quebradas.

Comenzamos la camina  cuando empezó a aclarar, mucho antes que de ordinario. Me llevaban envuelto en la red.  Caminaron un corto tiempo cuando delante de nosotros  sonó como un agudo ladrido. Quizá un grito de algún animal  no escuchado hasta entonces por mí. De repente desde diversas distancias  y lugares empezaron a llegar ladridos semejantes. Ellas detuvieron la marcha un momento como para escuchar mejor. Luego seguimos y al desembocar en un claro nos vimos bruscamente rodeados  por un medio  centenar de guerreros que parecían  brotar de cada árbol que nos apuntaban con sus arcos armados o las lanzas. Ante ellos las amazonas parecieron perder algo de su gallardia, se detuvieron y permanecieron con la cabeza inclinada. Pensé que habíamos caído en una emboscada. Uno de los guerreros se adelantó y dirigió a las amazonas un pequeño discurso. Cuando terminó la amazona que tomaba las decisiones dijo brevemente unas palabras.. El guerrero retrocedió y avanzaron otros dos  que terciándose sus armas a la espalda., tomaron de las amazonas los extremos del palo que  sujetaba mi red y emprendieron una elática carrera haccía adelante  llevándome como un paquete. Alcancé a ver como las amazonas retrocedían y se internaban por el mismo camino por el que habíamos llegado.  Detrás de mis porteadores seguía media docena de guerreros como escolta. Intrigado, trtaba de retorcerme en mi red para mirarles y examinarles.  Muchos más altos y anchos que las amazonas, completamente lampiños y con todo el cuerpo pintado con dibujos geománticos en  azul y rojo. Su única vestimenta, por así decir, era un diminuto capuchón tejido que llevaban e ne la punta de su miembro viril sujeto a la cintura por dos delgadas cuerdecillas. En las pantorrillas, antebrazos, muñecas y tobillos llevaban  unas anchas como pulseras  que luego  vería que eran fibras vegetales.
El paso de mis porteadores era casi de carrera siempre que la senda lo permitía. Al rato desembocamos en una  amplia planicie al pie de una montaña. En el fondo, en semicírculo al pie de la pared rocosa unas inmensas chozas como grandes cascos de navíos vueltos del revés.
No tenían abertura alguna sino una baja entrada en uno de sus costados. Eran de paja. Habbía mucho movimiento de hombres y mujeres en la planicie y alrededor de las chozas. Nuestra llegada les dejó indiferentes.
Mis porteadores se  dirigieron  rectamente a una de las chozas donde colocándome sobre la tieera me deslizaron  por la baja entrada. Pasamos de la intensa  claridad  exterior a una penumbra profunda. Había allí dentro bastante humo. Diseminadas siguiendo las paredes de la choza había algunas hogueras productoras de aquel acre humo. Los guerreros depositándome de nuevo en tierra extrajeron el palo de mi red y levantándome en vilo colgaron la red a cierta altura entre muchas otras que allí se encontraban. Eran hamacas  de red semejantes a las coyas que teníamos en el barco como cama y que eran de lienzo de vela. Algunas de las hamacas estaban ocupadas, pero la  mayoría colgaban bacías. Los guerreros que me habían traído se fueron y ninguno de los que allí estaban  en sus menesteres pareció prestarme la menor atención Todo esto  desconociendo sus costumbres me parecía inconcebible

La oscuridad d la cabaña y el balanceo me hicieron caer en una dulce somnolencia. En medio de  ella sentí una presencia junto a mi hamaca. Un indio muy alto de apariencia viejísma a juzgar por su arrugada cara me observaba. Ya no me pareció la choza tan oscura como antes sino que se distinguían cosas y personas en una  suave penumbra. El anciano, entonces se dirigió a mía con una voz suave y modulada. Al cambiar varias veces de entonación me dí cuenta que estaba ensayando diversos idiomas  conmigo. Todos aquellos sonidos me resultaban incomprensibles.  Comprobando que yo no le entendía no insistió más. Se volvió hacia uno de los fogones lejanos y dijo algunas palabras. Al rato  salió de allí mismo una mujer de mediana edad. Su pelo larguísimo le llegaba hasta los talones y estaba esmeradamente peinado. Traía en la mano una escudilla de madera. Me lo alargó  ra un caldo espeso y oloroso que bebí con ansia En esa sopa nadaban pequeños pedazos de carne blanda y deliciosa. El caldo contenía unos como granos gruesos translúcidos y suaves. Estaba conociendo por primera vez la tapioca. La mujer se retiró. Cuando ingerí todo el contenido de la escudilla no sabiendo que hacer con ella la deposité sobre mi pecho. Al pocorato la mujer se acercó silenciosamente y la tomó. Reconfortado por la comida me adormecí de nuevo. Cuando me desperté traté de observar cuanto me rodeaba que era tan nuevo parra mí.

L choza era de grandes dimensiones. Unas cuarenta varas de largo por veinte de ancho y seis o siete de altura en la parte más alta. En ella colgaban a diversas alturas de los troncos que sujetaban la armazón  multitud de redes iguales a la mía. Ahora estaban todas vacias. Yo me encontraba colgado a unas dos o tres varas del piso.  Los fuegos que  había visto  junto a las paredes estaban apagados o humeaban levemente.
En la choza reinaba una intensa actividad que a primera vista me parecía incoherente. Tanto hombres como mujeres no tenían dificultada alguna para trepara a usa elevadas hamacas Lo hacían hábilmente, con ligereza y frecuencia porque junto a ellas tenían colgados canastos de los que sacaban o introducían cosas.  Trepaban por los palos en que estaban colgadas que observé tenían pequeñas muescas y que les servían como escaleras colocando en ellos los dedos de los pies. Me sorprendía su elegancia para trepar erectos sin contorsiones ni aparente esfuerzo.
Sin embargo aquella actividad me parecía incomprensible.. Solamente  supe más tarde que era el resultado que la comunidad se estaba preparando para el recibimiento de las amazonas.
Ellas habían coronado con éxito su último periodo de iniciación y el poblado reconocida el hecho de su virginidad intacta y su condición de guerreras que habían desafiado el posible contacto con otras  tribus lejanas y los peligros del mar, la selva y todo lo concerniente a una larga expedición.
Poco a poco la maloca se fue vaciando de sus habitantes quedando solamente yo.  Mi presencia al parece  lo mismo que no despertaba la curiosidad, tampoco les inquietaba
lo más mínimo. Aproveché la soledad para descender de mi coy o hamaca, ahora  siento vergüenza por ello e hice mis necesidades naturales en un rincón alejado cubriéndolas con una espesa capa de ceniza sacada de un fogón apagado. Volvía a trepara a mi red  dificultosamente y me dormí profundamente.
Cuando desperté debido a los alaridos de la multitud y el sonido de muchos instrumentos era ya noche cerrada. Lleno de curiosidad me hubiera gustado saber lo que ocurría en el exterior, mi estado de lasitud y el temor de no ser bien recibido  me hicieron abstenerme de ello. El jolgorio duró muchísimo tiempo. Luego las gentes  volvieron a invadir la choza. Se fueron encendiendo todos los fuegos y las mujeres se  afanaban alrededor de ellos. El humo  me hizo toser y atragantarme. Las salidas y entradas se repetían y pronto  se notaba que  llevaban  alimentos fuera de la choza. Solamente cuando empezó a clarear las gentes se calmaron y empezaron a trepar a sus hamacas en algunas dormían parejas ye n algunas hacían el amor.

Aquel día los habitantes de la maloca se empezaron a levantar, es decir, deslizarse de sus hamacas , bastante tarde. Repentinamente llegó el anciano  que el día anterior había intentado  comunicarse conmigo acompañado de dos robustos mocetones. Ellos me tomaron y me bajaron al piso. Me colocaron tendido sobre una estera nueva y allí el anciano empezó a examinar todo mi cuerpo, palpando cado músculo, articulación, miembro por miembro. Lo hacía con la misma precisión que cualquier  médico español. Se detenía especialmente en dada una de mis llagas  aun las minúsculas. Cuando se sintió satisfecho hizo que me llevasen al exterior. Me condujeron  hasta un estero no lejos de la aldea, donde me sumergieron en sus heladas aguas bajo la vigilancia del anciano, me lavaron cuidadosamente todo el cuerpo frotándome con unas cortezas jabonosas y sacándome la suciedad de tantas semanas que llevaba en mi cuerpo.

Me ayudaron a subir a la orilla y me tendieron de nuevo sobre una estera.
El anciano se preocupó ante todo de las profundas heridas de mis pies que estaban convertidos en llagas supurantes y profundas debido a las cortantes lajas de los roquerios de la playa y las largas caminatas por las ardientes arenas. Con delicadeza utilizando un aguzado palito fue extrayendo todos los cuerpos extraños y la materia purulenta hasta que sangraron abundantemente.. Las lavó con misteriosas aguas sacada s de diversas calabazas y masticando unas hojas las aplicó sobre las heridas sujetándolas  con fibras vegetales. Extrajo numerosas espinas de mi cuerpo clavadas en la larga caminata  en los bosques suspendido balanceándome en la red. En suma limpió y curó todas mis heridas, algunas de las cuales databan del momento del naufragio.
Me hizo caminar algo alejado del estero y, hizo  un hoyo en la tierra y con expresiva mímica me hizo comprender que allí debería hacer mis necesidades y cubrirlas con abundante tierra.
Pensé que los mozos iban a retirarse, pero nadie se movió hasta que me hicieron comprender  que me debería ejecutar. Sin duda para ellos no se trataba de ningún acto vergonzoso como entre nosotros.

De vuelta a la maloca me colocaron de nuevo ene una hamaca, pero esta vez de fibras suaves y que colgaron bastante baja, sin duda para facilitar mis movimientos.
El viejo que ya había comrendido yo que era  el curandero de la tribu, debió dejarme al cuidado de las mujeres, ya que estas  casi enseguida empezaron a traerme alimento y bebida.

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Empecé a observar que en las tardes a la hora aproximada del Ángelus, los varones que estaban en este momento en la choza, tomaban sus lanzas , apoyadas casi siempre cerca de la hamaca en que dormían además se aprovisionaban de un pequeño cuero y luego salían al exterior. Solían volver ya entrada la noche. En ese momento, si no lo habían tomado antes, las mujeres les ofrecía algún alimento y luego se encaramaban en sus propias hamacas.
Muy pronto sabría que en esos momentos diarios se celebraba el consejo tribal. Ignoraba que en ellos se estaba discutiendo  acaloradamente sobre mi destino, mi vida o muerte. No solamente no lograban un acuerdo unánime necesario  para toda decisión en estos pueblos, sino que carecían de datos para tomar una oportuna decisión.  Ante  la imposibbilidad de tomar  una decisión el shaman que era quien me había curado y que siempre  demostró mucho interés por mí, propuso que ante todo era necesario que me restableciese y que él trataría de enseñarme algo del lenguaje de ellos. Así se podría tomar una decisión justa sobre mi destino. Fue la opinión que triunfó

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Han pasado muchos meses, ellos dicen lunas. Me he restablecido y engordado notablemente. He aprendido algo de su lengua, porque todos  se han dado  la diversión de hacerme conocer las palabras para todos los objetos que nos rodean y otros nexos más sutiles lo he ido deduciendo. Mis heridas se han cerrado y otras se han abierto ya que comencé a acompañar a los miembros de mi clan adoptivo en sus expediciones de caza y recolección. Ne he dado cuenta claramente que a pesar de la gentileza de una gran mayoría hacía mí no es total. Es evidente que mi permanencia en la tribu tiene razones que se me escapna. Soy una especie de huésped, tolerado por algunos y rechazado por otros.
Yo me siento feliz con mis nuevas experiencias y con las cosas que voy a aprendiendo a diario, como disparar un arco, utilizar una laza de madera… Ignorancias que les admira que no conozca.
Ciertamente no se trata de una sociedad utópica como la describe Tomas Moro en uno de sus libros. Encuentro que es una vida hermosa y equilibrada, a veces muy penosa para mí porque no nací en ella pero que no lo debe ser mucho para ellos mismos. Sin sentirme excluido me pregunto si me aceptarán entre ellos o no.
Entre todos los que puedo llamar  amigos se encuentran el viejo shamanDeimpriba y su hijo mayor Sirupré que es su discípulo y quien le suceda cuando muera. Los cargos en la tribu son por elección como entre los antiguos germanos. Si las elecciones deben ser unánimes como por el resto mi imagino que deben ser procesos muy largos y laboriosos. Aparte del shaman los cargos son temporales y las jefaturas  duran lo que sea la caza o la guerra.

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Sirupré me ha dicho que mi caso va a ser llevado pronto a la deliberación del Consejo tribal una de estas tardes puesto que mal o bien puedo informar a la tribu de la razón por la que he llegado a estos lugares y contestar a las preguntas que ellos me hagan. Es claro que voy a ser sometido a una especie de jucio popular.

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IV. EL GRAN CONSEJO

Ya no se trata de unas conjeturas de Sirupré. El Gran Concejo de la tribu, no el diario del clan se va a dar en pocos días más. No faltará nadie de la tribu, sea varón o hembra. Algunos vendrán de aldeas lejanas, solamente no participarán los centinelas de la aldea.

El sol se está poniendo, las noches son muy frescas. Voy viendo como los hombres de mi maloca van tomado sus lanzas y recogen su pequeño cuero de corzo. En unos momentos más yo haré lo mismo. En el centro de la media luna que forman las malocas, los jóvenes han acumulado gran cantidad de leña para hacer la gran hoguera  que deberá durar muchas horas. cada uno va eligiendo el lugar que más le justa cerca del fuego que da luz y calor.. Clava allí su lanza em el suelo arenosos y coloca delante de ella el cuero que ha traído . Luego se sentará hierático con las piernas cruzadas y la espalda ligeramente  apoyada en su lanza.  Así inmóvil  estará durante las horas del Consejo o bien cuchicheará sin moverse con alguno de sus vecinos como si estuviera recitando alguna oración.

Las mujeres-madres con sus hijos pequeños permanecen en la periferia, apoyadas en los muros de las malocas cercanas. Desde esa posición escuchan las discusiones generales y vigilan las evoluciones de sus niños preparadas  para que con sus correrías perturben las discusiones del Consejo cuando son generales. Esto no ocurre con frecuencia porque los niños indios no son tan bulliciosos como lo serán los españoles.

Nadie da la señal para el comienzo del Consejo. Algún anciano o guerrero prominente propone algo. Si el tema es de importancia poco a poco todos se van concentrando en él. Rara vez lo que hablan levantan la voz. Suelen hablar con un tono reposado Yo me he instaldado cerca de los guerreros que rodean al shaman. Si bien las mujeres –madre  no suelen tomar la palbra, las amazonas participan como cualquier guerrero. Esta vez lanzó el tema Pineabe, la joven amazona que comandaba el grupo que me  trajo a la aldea.

Alvaro, dijo ella pronunciando con dificultad mi nombre, ya hace varias lunas que convive con nosotros. Comprende ya  lo queu hablamos y sabe  decir muchas cosas en nuestra lengua. Ha llegado el momento que deba explicarnos  por qué  atravesando la Gran agua llegó a nuestras tierras. Deberá declararnos cual es us tribu y sus intenciones.

A sus palabras siguió un fuerte murmullo de aprobación que duró largo rato. Todos comentaban entre sí las palabras de Pineabe.
Se me había advertido que no tratase de expresarme  mientras  no fuese interrogado directamente por alguno de los presentes. Tampoco  debía incorporarme o cambiar de lugar. Desde el mismo lugar en que encontraba debía contestar  lo que se me preguntase con pocas palabras, porque  mis asesores sabían que a pesar de mis limitaciones lingüísticas, me explayaba de una manera poco familiar  para la parquedad de la tribu en sus expresiones. De todas maneras en aquellos momentos me parecía una hazaña superior a mis fuerzas expresarme en una lengua que  apenas  dominaba.
Justamente  cuando estaba en estos pensamientos se deslizó a mi lado el joven Sirupré, mi más inteligente confidente, con quien infinitas veces había conversado todo aquello que podía ser el tema del Consejo.

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Cuando Sirupré creyó oportuno explicó:
Álvaro  siempre ha querido que todos sepan  las razones de su llegada a nuestras tierras. Tiene mucho deseo de hacerse comprender, pero como niño pequeño aun sabe hablar poco en nuestra lengua.

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Hermanos míos benditos seáis. Hace ya muchas lunas el Gran Anciano del Cielo me envió a vosotros para ser vuestro amigo. Vine desde lejanas tierras al otro lado de la Gran Agua a  muchas lunas de esta tierra. Un huracán arrastró nuestra gran canoa durante días y noche  y nos arrojó a la playa sin límites. Yo solo sobreviví  porque así lo quisieron vuestros dioses.

Siguió silencio hasta que un guerrero dijo: Creemos lo que dices, hombre extranjero. ¿Con qué intenciones  viniste tú  y tus compañeros a nuestras tierras? Los clanes y las tribus solamente se mueven por  alimento y por otras tierras.

Quise venir a conocer porque me habían dicho que esta era una hermosa tierra poblado de gentes hermosas y sabias. Un país donde las platas y animales eran abundantes y diferentes de mi tierra.

No comprendemos, extranjero, que alguien emprenda tan largo camino por la Gran Agua a causa de lo que tú has dicho. Nosotros creemos que veníais para conocer nuestras tierras y  comprobar si eran tan buenas como os habían dicho. Luego venir con toda la tribu para quitárnosla. Esto es lo que siempre ha sucedido

Lo que has dicho es cierto. Eso pensaban mis compañeros de viaje y por eso el anciano del Cielo los hizo morir. Yo no vine enviado por nadie porque mi deseo era vivir  en una tribu que no era la mía y aprender  de su sabiduría.

La amazona Pineabe tomó la palabra: Extranjero, dijo con calma terrible, hasta ahora te creímos leal, tus palabras son lisonjeras como alguien que está temiendo la muerte.
El explorador de una tribu extranjera debe ser muerto para que no lleve a su pueblo el camino y la forma de llegar a lo que descubrió. El no hacerlo así nos acarrearía mil desgracias.

Si la ley es que yo deba ser muerto, lo acepto. No vine a explorar vuestras tierras que ni siquiera sabía donde estaban ni quienes vivían en ellas. Después de haber vivido varias lunas con vosotros y conoceros mi deseo sería permanecer como vuestro hermano y seguir todas vuestras costumbres.

Podríamos entregarte una canoa para que volvieses a tu lejana tribu si te comprometes a no hablar nunca de nosotros y de nuestra tierra.

Mi tribu vive al otro lado de la Gran Agua a muchas  lunas de distancia, Nosotros para llegar aquí  teníamos una  gran canoa que  podía llevar a un clan numeroso. No deseo volver a mi tribu y esto les asegura que yo no les  podré conducir jamás  a estos lugares.

Ahora extranjero ya estás fuerte, te daremos armas y quizá una de las tribus más al norte te reciba

Si la tribu lo desea así partiré. He aprendido algo de vuestra lengua y costumbres y deseo que esa lengua y costumbres lleguen a ser las mías.

Extranjero, dijo el shaman que hasta aquel momento no había intervenido, ¿vendrán más exploradores de tu tribu?

Os contestaré lealmente. No creo que una cosa sí ocurra sino después de incontables lunas. Mi canoa se desvió por el temporal y ellos no desean venir tan al sur. Temo mucho que un día lejano lleguen a encontrar el camino.

¿Ese lejano día ¿te unirás a ellos?

Nunca. E
Se día lucharé como cualquier toro guerrero de esta tribu para defender  nuestra tribu y nuestros terrenos de caza y recolección. Lo haré hasta la muerte.

Hubo una larga, muy larga pausa en que los intercambios entre los presentes, sin moverse de sus lugares y casi musitando intercambiaban sus opiniones. Me sobresalté cuando el shaman volvió a hablar creo que como mandatario de la comunidad.

Extranjero, te venimos observando  desde que  te trajeron a nuestro clan. Tu corazón nos parece sincero.
En cambio tu cuerpo es débil. Tus manos y pies demasiado  blandos, incapaces de resistir las largas marchas o arrancar  el alimento. La piel de tu cuerpo es delgada y sufres mucho de espinas, aguijones de insectos. En la caza eres torpe porque no sabes correr en la selva. No sabes distinguir la diferencia entre una planta venenosa y una planta alimenticia o curativa. Eres incapaz de escuchar la tos de la pantera, oler al ciervo o al pecarí, flechar al pez dentro del agua.

Todo lo que has dicho, anciano es completamente cierto. La piel de mis pies, manos y cuerpo se encallecerá  e iré aprendiendo la multitud de coas que ignoro. Todo ser humano es capaz de eso. Debo comenzar a aprender como un niño pequeño.

Un ser humano puede aprender de nuevo, pero tu no eres ya niño, Cuando los árboles crecen para un lado es muy difícil inclinarlos para el contrario. Tendrías que aprender como niño, ser iniciado como joven, aprender como  hombre. ¿serás capaz de ello?

Tú sabiduría es grande, anciano. Pido que la tribu me ponga a prueba. Si no me juzga digno que me deseche como fruto inútil. Un día como se hace con los jóvenes iniciados me llevaréis a un lugar ignoto y lejano. Si con lo que haya aprendido soy incapaz de volver a la tribu será porque el Gran Padre me ha desechado. Mi suerte será la de cualquier desterrado.

Habéis escuchado al extranjero. Que vuestro corazón dictamine si aceptáis que llegue a ser uno de nosotros.

Lenta y volublemente  a la luz de las reanimadas llamas de la gran hoguera se fueron levantando las manos. Cuando Sirupré dejó caer la mano sobre mi hombro supe que la tribu por unanimidad estaba aceptando  mi intento, creo que con bastante  desconfianza y escepticismo.

Mi clan, será tú clan, dijo el shaman. Yo seré tu guía. Dese este momento participarás del grupo de los más jóvenes aspirantes a guerrero.

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La asamblea se fue disolviendo. La hoguera era ya solamente un gran brasero, del que las mujeres extraían brasa para sus propios fogones. Muy pronto comenzaría a aclarar.
Me incorporé. Recogí el curo de corzo sobre el que estaba sentado, extraje mi lanza y me dirigí hacía la maloca.
Empecé a sentir oscuramente el peso de la singular aventura que iba a comenzar. Ya estaba interiorizado en la manera de  actuar de mis nuevos hermanos y sabía perfectamente que no tendrían ninguna preferencia para tratarme  con toda rigurosidad y exigirme el máximo de mis posibilidades. Estaba seguro que  muchos, quizá la mayoría, habían aceptado la experiencia convencidos que  no podría superar todas mis deficiencias. Yo iba a renunciar a un pasado inscrito en mi por cientos de generaciones y para lo que mi cuerpo y mente no estaba preparados. Debía nacer a una vida nueva en un nuevo mundo. La resolución estaba
Tomada la realización se daría  día a día. En aquellos momentos no me preguntaba si tendría éxito o no. Quería únicamente vaciarme de lo anterior para recibir lo nuevo.

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V.  LA INICIACION DEL GUERRERO

Un sabio dice que es necesario desaprender para lograr  aprender. Yeshoua dice en el evangelio que si no se hace uno como niño no entrará en el reino de los cielos. Sin transición alguna empecé a experimentar ambas cosas. El viejo shaman  comprendía muy bien cuando me dijo lo difícil que es volver a aprender en una edad que ya se cree saber casi todo y además enseñar el cuerpo a una realidad   dura como la que practican y viven ellos.

Los indios, ya me había dado cuenta, aprenden a mirar y vivir el mundo que les rodea de una manera absolutamente que lo haría un niño español. La diferencia me parece que consiste en que ellos ven cuanto les rodea como algo natural y normal. De alguna manera se identifican con el mundo que les rodea. Hay que aceptar todo como es, y “como es” resulta bueno. El resultado es que  ellos son los que se tiene que adaptar a cuanto les rodea y no como nosotros que tratamos de modificar  todo aquello que o no nos gusta o suponemos nos dañará. Para nosotros el mundo suele ser sucio, peligroso y ,con frecuencia, malo. Debemos estar siempre a la defensiva porque hasta el ser humano, nuestro prójimo no es confiable.

El niño indio desde que nace está en contacto físico con el mundo que le rodea. Ni siquier  usan algo parecido a un pañal. Estará desde su nacimiento en contacto piel con piel con su madre. En cuanto se  comience a independizar, lo estará con la tierra, las piedras, las espinas las plantas y los animales. Se irá adaptando a sus beneficios y peligros. El rio no será peligroso si aprende a flotar en sus aguas. No es raro que niñitos que apenas saben caminar en tierra firme  naden o floten en aguas poco profundas pataleando a la manera de los perrillos. No se les enseña a temer a las serpientes, sino se les muestra las que son venenosas y como se las debe apartar mediante un palito o una rama larga. Tan pronto como dejan el cuerpo de sus madres saben como defenderse del frio y calor ya sea por una gran actividad o la búsqueda de inactividad en lugares sombreados.
En cambio yo de niño, según lo recuerdo viví como todos los otros en una maraña inextricable de prohibiciones acerca de lo que  podía hacer o lo que tenía que evitar. En mi tierra no se conoce lo que nos rodea por propia experiencia sino por los ojos, sensaciones y temores de los adultos. No nos permiten experimentar lo que nos rodea  y siempre nos trasmiten sus gustos y temores ante todo.
Además la experiencia corporal de un niño es muy limitada, pues desde que nacemos nos envuelven en apretadas fajas. Luego nos ciñen ropas según sus propios gustos, calzados que atormentan nuestros pies, alfombras, braseros, chimeneas y manjares a su guisa. Se aparta de nosotros todo aquello que se juzga nos pueda dañar en vez de mostrarnos que  precisamente es nuestra imprudencia lo que generalmente causa el posible daño.
Yo hablo esto  porque es especialmente fuerte en las clases ricas  y de gentilhombres que en las pobres aunque las diferencias sean sobre todo de grado en los cuidados.

Estas distorsiones que se dan en nosotros los europeos comienzan en la infancia, continúan y aumentan con el crecimiento y terminan por invadirnos completamente en todos los ámbitos de nuestra vida. Los letrados son los mejores ejemplos de esta evolución en que nos apartamos de nuestro ser original.  Yo mismo, hombre de armas y letrado a medias me encontraba muy orgulloso  de mis conocimientos indirectos del mundo a través de los libros considerando esto como uno de los mayores logros alcanzados por el ser humano.
A las pocas semanas de mi convivencia con los indios esa concepción aparecía  falsa e inútil frente a los acontecimientos reales. Ninguno de mis conocimientos teóricos me servía en aquellos momentos para nada útil o para la sobrevivencia. A la vez me sentía maniatado por todos aquellos prejuicios que me habían imbuido y que obraban en mí como una falsa naturaleza. Por ejemplo de  estar completamente desnudo entre varones y , sobre todo, mujeres, que no llevaban sobre su cuerpo sino un diminuto triangulito tejido sobre su sexo.
Yo creo que l shaman adivinaba vagamente algo de  mi naturaleza interior. Debo a su sabiduría y comprensión haber alcanzado las diversas metas de mi nueva iniciación.

Empecé a darme cuenta según empezaba a comprender y estimar el mundo que me rodeaba la causa que mis nuevos compañeros se sintiesen desorientados por mis reacciones y comportamientos para ellos incomprensibles. Cuando  encontré varios meses antes por primera vez a las amazonas  cuando en  aquel  lugar para mí inhóspito y desértico donde estuve a punto de perecer, ellas vivían y se movían sin el menor esfuerzo encontrando  las solución adecuada a todas sus necesidades, incluso de gozo y placer.

Según comencé a comprender el lenguaje de todas aquellas gentes  que me rodeaban y pude participar en sus conversaciones descubrí que el abismo que nos separaba era uaun más profundo. Ellos y yo nos encontrábamos en dos mundos conceptualmente diferentes. En manera alguna como me lo habían dicho antes de embarcar  muchos de los que ya habían tenido contacto con las gentes de estos lugares. Ellos decían haber encontrados sers  primitivos y toscos algo así como esos locos que hay en cada pueblo que apenas balbucean sino incoherencias, unos pobres mentecatos. Seres inferiores.
Eso en el fondo es una infamia difundida para  poder esclavizar mejor a estas gentes. Posiblemente  también porque esos españoles tan orgullosos de sí mismos eran unos imbéciles incapaces de captar la riqueza de los nuevos pueblos con que entraban en contacto.
Su lengua es muy rica en expresiones. Tienen un nombre para todo. Ciertamente se refieren sobre todo al mundo real. Por ejemplo tiene una palabra diferente para nombrar a los miembros de la familia, cosa que entre los españoles se denominan en general tipos.  Ellos indican si son familiares paternos o maternos hasta una lejanía notable. Desde luego ignoran todas esas palabras que nosotros  dedicamos a la metafísica o bien con la que designamos géneros completos. Para ellos es inconcebible llamar ´´árbol lo mismo a una higuera que a un pino. Lo mismo cuando decimos “pariente, ya que como he dicho tiene una palabra para cada grado de parentesco.
Nosotros denominamos “mujer” a toda hembra, aquí se designan con palabras equivalentes a mujer-madre, mujer niña, mujer –viuda, mujer-virgen y muchas más. Los objetos mismos gozan de personalidad. No son simples cosas como entre nosotros, ellos gozan de esa personalidad  que le transfirió su constructor. Es aes la razón porque  no son comerciables y difícilmente  transferibles sino en ocasiones especiales como un don. Me imagino que en la primera observación todo ello parecería sumamente complicado a  los europeos, no lo es tanto cuando se capta el sentido general de todo ello.

Considerando parte de lo qu vengo diciendo se  comprende el sentido de la “iniciación” que en el fondo no es otra cosa sino el examen de de todo lo aprendido en una etapa de su vida por cada mujer u hombre cuando va a pasar a otra etapa de su vida. Aquí no existen los maestros de escuela, ni siquiera el Gran Maestro que sería el shaman por la gran sabiduría que posee. Nada de eso es necesario porque el indio sea mujer ou hombre mucho antes de tener uso de razón comienza aa imitar en su nivel aquello que  realizan y usan los adultos. Estos para facilitarles el aprendizaje muy ponto les fabrican como juguetes  las mismas cosas que ellos utilizan en su vida diaria , ya sea una lanza un arco o un rallador de mandioca.
Cuando el clan decide que ha llegado el momento de una de las iniciaciones, los jóvenes son separados y deben demostrar lo que son capaces de hacer  y lo que han aprendido en esa etapa previa de sus vidas. Ahora ya no como juego sino como adultos.
Todo joven pasa por la primera iniciación que le conduce a ser considerado como adulto que es capaz de bastarse a sí mismo  En este periodo se les enseñan los grandes secretos del clan y de la tribu. Generalmente mediante leyendas para que comprendan el sentido que tendrá su vida de adulto. En ocasiones  se repite el mismo prceso cuando la tribu elige a uno de estos nuevos adultos debido a las cualidades que existen en él para una tarea  en que las ejercite al servicio de la comunidad. Son los guerreros escogidos, las amazonas, los shamanes…

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Después de la determinación que tomó el Consejo a mi respecto transcurrieron  algunos días sin que se alterase para nada el ritmo de vida que hasta ahora había llevado De hecho ellos estaban juzgando que na la participación mía en las actividades del clan equivalían un poco al aprendizaje de los niños pequeños habituándome a su vida aunque fuese de una manera muy torpe.

Aquel día noté un movimiento desacostumbrado en el en el poblado. En el extremo más alejado  de la media luna que formaban las grandes malocas, un grupo de hombres y mujeres empezaban a construir otra muy pequeña. Traté de unirme al grupo ya que era la primera vez que veía la construcción de una cabaña. Comenzaron clavando profundamente en el suelo dos trocos que terminaban en una horca. Entre estos arbolitos  pusieron a caballo uno muy largo y derecho en  sentido longitudinal. Todo lo amarraban fuertemente con bejucos. Con una estaca afilada trazaron en la tierra una elipse que daba la vuelta a los dos arbolitos. En la elipse que marcaron fueron clavando profundamente en la tierra  largos y delgados arbolitos cada uno a una media vara de distancia. Estos arbolitos eran tan flexibles  que se curvaban con facilidad y los iban amarrando a la viga central o viga maestra Pronto la armazón parecía la de una quilla de una embarcación vuelta del revés. Cuando los tuvieron todos bien amarrados empezaron a tejer  otras varas entre las verticales en forma horizontal de manera que ya parecía la armazón de un canasto.. Mientras  se hacía esto mujeres y niños  traían grandes cantidades de ramas de una determinada palmera. Partiendo del piso empezaron a cubrir la choza a la manera que se hace con las tejas en España. La capa de ramas era gruesa y apretada y para hacerla más firme colocaron varas sobre ellas, todo ello cosido a las ramas de la armazón con las consabidas lianas.
Hicieron la construcción con admirable rapidez. Todos  sabían lo que tenían que hacer sin órdenes de nadie. Es lo mismo que sucedía en las cacerías, la pesca y los trabajos en común que se realizaban.
Una vez terminada era una maloca exactamente igual que las grandes pero en este caso de reducidas dimensiones. En la parte más larga dejaron una pequeña abertura como puerta a rás del piso de manera que era necesario entrar a gatas. El hogar  quedaba frente a la entrada y lo delimitaron con piedras. En el centro colgaron una hamaca de algodón nueva.
Yo mee preguntaba intrigado que destino iban a dar a todo aquello. Cuando Sirupré muerto de risa me preguntó si me gustaba la maloca quedé petrificado.
Yo sabía y esperaba que hicieran conmigo lo mismo que solían hacer con los jóvenes que van a ser iniciados a los que se les construye una pequeña división dentro de la gran maloca. Parecía que para mí puesto que no iba a ser un iniciado corriente iban a proceder de otra manera. Pronto sabría el por qué. Mi iniciación iba a ser muy larga y yo no era un niño que recién entraba en la pubertad. El Shaman ideó lo que le pareció mejor para mí y para la tribu sin apartarse de las tradiciones.
Aquel día el Consejo de la tarde fue breve. Antes que terminase el viejo shaman se incorporó de su lugar, se acercó a mí y haciéndome levantar me tomó de la mano y me condujo frente a la hoguera como para que toso me pudiesen ver bien.
Me pidió que colocase las dos manos frente a mi pecho en forma de cuenco y agachándose tomó dos brasas de la hoguera que depositó en mis manos. Comprendí que se esta exigiendo de mí una prueba y las recibí estoicamente. No fue nada terrible, quizá porque ya mis manos eran muy callosas por la vida que compartía. Se enfriaron rápidamente sin producirme  mayores quemaduras. Entonces el shaman dijo con voz clara  para que todos escudasen:
        De AHORA EN ADELANTE TE LLAMARÁN APOENA.
Todos los presentes en un murmullo común repitieron:
A P O E N A.
Entonces el shaman me tomó de una mano y de la otra su hijo Sirupré y me condujeron hacía la pequeña maloca que recientemente se había construido. Me hicieron penetrar. En ella ardía el fuego y en la penumbra se dibujaba la silueta de una mujer. A ambos lados del fuego había dos esteras nuevas. Ellos se sentaron en una de ellas y me indicaron que yo me sentase en la otra frente a ellos. La mujer se acercó y se arrodilló detrás mío.

Después de un largo silencio según la costumbre de ellos el shaman tomó la palabra con el reposo y mesura que siempre mostraba:
        Apoena, te he observado desde que llegaste con nosotros..
Ya no eres más un extranjero, tienes nombre y todos te llamarán desde este momento Apoena.
Aun no eres nada. Eres un hombre que  aceptas renacer en nuestra tribu y clan.
Nunca has mirado con ojos de deseo a nuestras hembras, ni a nuestras hijas.
Eres varón y sientes hambre, sed y deseos de yacer con una mujer.
Detrás de ti se encuentra Ati que será su hembra. No eres aun digno que la tribu te conceda una esposa.
Ati como viuda que es te servirá en todo lo que necesites y para que yazgas con ella cuando os plazca y satisfagas siempre tus necesidades de varón adulto. Si no lo haces así un día desearías lo que no te es lícito desear.
Entre nosotros los jóvenes que aun no tiene esposa, aquellos que la han perdido piden a aquellas mujeres que han perdido el varón que yazgan con ellos y la tribu lo aprueba.

Yo desorientado por  la nueva situación, quizá también desconcertado por tener que quizá compartir mi compañera con otros varones, dije:
        Podría abstenerme, como ahora, del goce de mujer.
        Hijo, quizá te puedas abstener por un tiempo de ese goce concedido a todo varónn. El deseo va anidando traidoramente en el corazón.
        Desde la próxima salida del sol comienza comenzará tu preparación y con frecuencia necesitarás la ayuda y consuelo de tu compañera.

‘Qué podía objetar a estas disposiciones? ¿Qué mi religión me lo prohibía? ¿acaso no sabía que esas prohibiciones religiosas no se cumplían siquiera en mi patria aun con el temor de la Santa Inquisición? ¿No hacen estas cosas  normalmente los soldados y marineros?  Yo estaba  aceptando un mundo diferente cuyas leyes no escritas, hasta lo que conocía entonces eran sabias y equitativas. ¿por qué me tendría que mantener anclado en mi pasado?

Mi silencio les pareció sin duda una clara aceptación. Se levantaron y gatearon por la baja  puerta Yo seguí inmóvil un largo momento en mi sitio.  Mis meditaciones en esos instantes eran bastante divertidas.
Me preguntaba  ante todo la clase de viuda  que me habían asignado y que aun permanecía arrodillada a mis espaldas y que no había distinguido sino en silueta.
¿Sería una de aquellas mujeres obesas de enormes y caídos pechos? Tan absorbido estaba en estos y otros  semejantes pensamientos que apenas advertí cuando Ati se incorporó y salió de la choza.
Es cierto mi mente vagaba un poco desorientada  frente a las repentinas y nuevas situaciones que se me habían presentado  Me desperté de mis ensueños cuando rato después  alguien se deslizaba de nuevo en la choza y una cabeza rapada se inclinaba delante de mí depositando a mis pies unas calabazas con comida. En ese momento  recordé que las mujeres viudas se rapaban la cabeza en señal de duelo El de Ati, en consecuencia debía haber sido muy reciente.
Ella retrocedió y tomando de un rincón un manojo de ramas delgadas las fue depositando sobre la hoguera moribunda. Se elevó un espeso humo y luego estalló una brillante llamarada
Ati, a pesar de su cabeza rapada tenía una hermosa fisonomía y hermoso cuerpo. Me miraba risueña como si hubiese adivinado mis anteriores malignos pensamientos. Era casi una niñay me pregunté si acaso  fue madre. La indiqué que se sentase. No lo hizo. Tampoco aceptó tomar nada de la comida que me había traído hasta que yo terminé. Esa era la costumbre habitual de las mujeres.
Aquella noche por primera vez cohabité con una mujer india con la aprobación de la tribu.

Efectivamente Ati había enviudado pocos días antes y pertenecía a un clan algo lejando del nuestro. No tenía hijos. En cuanto  averiguar si había tenido muchas relaciones con los varones de mi clan antes que yo, preferí siempre no saberlo.

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Aun no amanecía cuando Ati saltó de la hamaca y reanimó el fuego de la hoguera. Ambos fuimos a asearnos al cercano y helado estero y la traté de convencer que comiésemos juntos y a la vez de la misma escudilla.
Aunque ati no era  hermosa según los cánones de la belleza española, si era  muy bien proporcionada y vigorosa. Me sentí gozoso de tenérmela como compañera. Tomé mi arco y lanza para salir con los cazadores. Sabía que ya desde ese emomento comenzaba mi entrenamiento, pero mientras no recibiese alguna indicación seguiría haciendo lo que ya era como una costumbre. Salir a cazar no implicaba que cazase nada porque aun era muy torpe con el arco y solamente podía ayudar a rodear la caza o rematar un animal herido. La costumbre entre ellos es que no se hacen preguntas previas, las cosas se dan por sí sola o “suceden”. Cuando me disponía a salir Ati me tomó de una mano y me dijo que no lo hiciese porque hoy me iban a sacar mis pelos, a depilarme. Me quedé estupefacto pero sabía que  mi abundante pilosidad corporal les resultaba  indecente. Los indios son lampiños y la pilosidad escasa que tienen o el vello les irrita y se lo sacan. Igualmente las mujeres en el pubis quizá sea un cano de belleza entre ellos o bien  piensen que se asemejan a los monos cuando tiene alguna vellosidad.
Los pocos vellos que tienen se los sacan continuamente. Cuando una mujer  tiene una cierta intimidad con un hombre de su familia, mientras conversan ella le está explorando algún insignificante pelillo de cualquier parte de su cuerpo. Lo mismo hacen entre ellas y con más frecuencia.
Ciertamente que en mi país yo no era considerado como un ejemplar especialmente velludo ni barbudo, pero para su sensibilidad yo era pariente de los monos. Sus bromas versaban siempre sobre mi pilosidad.
Ahora que iba a formar parte de la tribu caía de su peso que tratasen de ponerme decente segú sus concepciones.
No tuve que esperar mucho tiempo. Apenas salido el sol llegaron dos hombres y dos mujeres del clan del shaman y me pidieron que les acompañase. Me llevaron hasta un lugar  bien asoleado del boque, un claro donde se encontraba un gran tronco caído. Me hicieron acostarme a ahorcajadas en el tronco de bruces. Los hombres empezaron a masajearme con un aceite que ellos llaman de coco y se saca de los deliciosos frutos de una palmera. Luego en las partes más vellosas me untaron miel.. Las mujeres, mientras tanto calentaban una resina que bastante caliente esparcieron en tiras sobre mi cuerpo. La dejaban endurecer y luego con un brusco tirón me la sacaban arrancando todo el pelo que habían cubierto. El dolor era desagradable pero se podía soportar. Me untaban más aceite y se daban la tarea con el índice  y el pulgar arrancarme  cualquier pelo que hubiese  quedado. Este trabajo lo llevaban a cabo con una seriedad y meticulosidad que me producía risa.
La cosa fue mucho peor cuando la emprendieron con mi barba aunque utilizaban solamente los dedos e iban pelo a pelo. Al rato sentía la cara bastante inflamada y protestaba, lo cual les decidió a amarrarme al tronco y y siguieron el proceso  en forma impertérrita.
Cuando terminaron había quedado como un niño y con la cara excesivamente dolorida  e hinchada al tacto, lamentando no tener un espejo donde ver mi nuevo rostro.
Ellos me miraban, palmeaban y reían gozosos. Yo me sentía como a alguien que acaban de desollar. Ese día no alcanzaron a cortarme el pelo a su moda. Mi melena era salvaje y yo la ceñia con una cinta tejida de envira.
Al día siguiente Ati repasó concienzudamente mi cuerpo en busca de los últimos pelos y procedió a cortarme el cabello a la moda del clan.  Buscó una calabaza que se ajustase a mi cabeza, la ajustó y fue cortando siempre con las uñas del índice y el pulgar todo lo que sobresalía de ella. Por detrás me dejó una melena que me llegaba a los omóplatos Por último se puso a la tarea de despiojarme, que me proporcionó tanto bienestar que me quedé dormido.
Cuando en la tarde  me dirigí al Consejo tribal, todos aquellos con los que me cruzaba chasqueaban la lengua en señal de aprobación y simpatía. Ahora  exteriormente estaba dentro de los cánones de la moda tribal.

Sirupré me contó en la tarde que se había discutido si yo debería portar la pequeña funda peneal  tejida de fibras vegetales que llevaban todos los varones adultos después de su primera iniciación o bien debería continuar completamente desnudo como los niños y jovencitos aun no iniciados. Ahora que depilado mi órgano masculino era más evidente algunos creyeron se debía tomar una decisión. Decidieron que yo era un niño frente a la tribu y que el porte del capuchón me sería otorgado  junto con la perforación de los lóbulos de mis orejas terminada mmi iniciación si era digno de ello.
Fue extraña mi reacción interior frente al anuncio  y determinación de ambas cosas. Hasta entonces mi desnudez total no había significado ningún problema para mí. Por necesidad me había acostumbrado a ella, pero desde el momento que conocí la decisión de la tribu me empecé a sentir ridículamente desnudo y desprotegido frente a los otros varones. Era para mí fuente de humillación y me sentía ridículamente desnudo frente a aquellos que llevaban aquel  minúsculo capuchón que los declaraba adultos.
Lo que más me atormentaba era el hecho que debían perforar mis orejas. No era el temor al dolor físico que esto debía causar, sino aquella deformación causada por los desaforados  palitos que atravesaban las orejas y que me dejarían marcado para siempre. A pesar de haber aceptado tácitamente  todo lo que fuera necesario para convertirme en un miembro de la tribu aquellos  deformantes agujeros me parecían infamantes. Creo que sentía en el fondo que era algo que me separaba  irremediablemente de  los míos y que sellaba mi renuncia definitiva al pasado. Estas tontas imaginaciones me atormentaron durante mucho tiempo. Intentaba consolarme diciéndome que faltaba tanto para  la posible ceremonia de iniciación que era muy posible que la tribu cambiase de opinión aun no conocía bastante  la firmeza de esas determinaciones.

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En esos días de que hablo, tuve otro motivo de desazón. Pronto me di cuenta que mi concubina Ati era solicitad de vez en cuando por algún guerrero  aun soltero o por jóvenes aun no iniciados. El hombre se acercaba a ella, conversaban un momento y luego  Ati le seguía al cercano bosque. El significado de aquellas maniobras era  obvio y me había sido explicado de antemano cuando me entregaron a Ati. Indudablemente no era  como ocurría en España un acto de prostitución, puesto que ella  por su aceptación no recibía regalo alguno, sin simplemente una costumbre estatuida para mantener el equilibrio del clan. Para mi sensibilidad aquello era muy irritante.
A veces buscaba un cierto alivio con Sirupré, mi amigo que si bien ccreo que me comprendía poco, tenía siempre la gentileza de escucharme y pacientemente darme una explicació de cómo sucedían las cosas. Así conocí muchos detalles de la vida tribal que escapaban aun a mi observación. Una vez que se formaba una pareja estable, si algún varón forzaba a una hembra o la engañaba sería expulsado de la tribu o bien huirían ambos juntos.. La poligamia  se daba solamente con las hermanas de la compañera  del varón especialmente cuando este era alguien  que  aparecía fuera de serie y que debería tener muchos descendientes. Ese sistema mantenía la armonía familiar. Las viudas eran la válvula de escape para la satisfacción de los varones que deseaban tener sexo.
Otra cosa supe. Una mujer podía rechazar a su compañero. Bastaba  que este encontrase sus pertenencias  afuera de la maloca. Sin embargo la mujer debía  explicar al clan  las causas de este rompimiento. En ese caso pasaba a la categoría de vi duda. Estas cesaban en su rol tan pronto como un varón la declaraba como su compañera habitual y comenzaba  a alimentarla con la parte que le correspondía en el reparto de la caza.

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Toda la tribu empezó a mostrar interés por mi adaptación a su vida. EL shaman se hacía ayudar por varios instructores  que se esmeraban en enseñarme desde el arte  de encender fuego por fortación  de dos palos a fabricar perfectamente la cuerda de un arcco, la lucha sin armas o la lucha con la terrible macana. Cada cosa la debía aprender con una minuciosidad casi maniática, porque  yo no tenía el espacio de  los años  en que los niños las iban aprendiendo jugando. Estas enseñanzas  que yo consideraba artesanales,  se alternaban con un agotador ejercicio físico en carreras por lugares áridos, pedregosos, durísimos, trepara a los árboles amarrándose ambos pies con un cordel de bejuco subiendo a alturas  grandísimas. Estos ejercicos tan penosos  eran para mí agotadores sobre todo cuando me hacían competir con muchachos jóvenes con más energía que la mía. De todas manera mi alimentación  había sido considerada sabiamente para que  ese desgaste terrible  se repusiese de una manera que solamente el shaman conocía. No solamente no tenía  que preocuparme de cazar  o recolectar como había sucedido antes. Puedo decir que en ese tiempo nuestra choza fue la mejor abastecida en carne fresca de cuadrúpedos y volátiles. Sobre todo lo que encontraba deliciosa unas grandes aves  casi domésticas que ellos llamaban guajalotes, además del pescado seco y las consabidas  tortillas de mandioca. Ati igualmente  aparecía dedicada  a mantenerme constantemente bien alimentado.
 El shaman parecía dedicado a examinar hasta el más mínimo detalle de todo lo que me concernía. Muchos de los ejercicios que me imponía tenían como fin engrosarme la piel, oscurecérmela y hacerme más adptado a la vida en contacto con lo más áspero de la naturaleza. Ati debía en las tardes masajearme con untos y aceites que  le proporcionaba el shaman. En estos masajes  Ati no  solamente usaba sus fuertes manos sino también sus pies. Me amasaba con tal energía que me parecía trataba de estrujarme como la uva en el lagar. Estos tratamientos algo brutales, después de un día de ejercicios agotadores me dejaban absolutamente molido, dormía profundamente y al día siguiente, cosa curiosa , me despertaba descansado y lleno de fuerza.
 Al cabo de algunas semanas  comencé a sentir los beneficios de aquel tratamiento espartano. Me dí cuenta que estaba adquiriendo capacidades para mí ante insospechadas que estaban sin duda ocultas en mi mismo y que la sabiduría del shaman estaba despertando. Empezza a saber caminar sobre terribles espinas y las cortantes lajas de los cerros sin herirme ya que ahora lo hacía sin temor y como volando sobre esos terribles obstáculos.. Era capaz de caminar en una polvorienta senda sin dejar huella alguna, tomar brasas en mis manos sin quemarme. Podía mimetizarme con las rocas del cerro, con los árboles del bosque, guardando una inmovilidad absoluta en cualquier posición lo que me hacía prácticamente invisible.
Se decía que había ciertos shamanes que podían detener los latidos de su corazón y borrar el olor de su cuerpo que hasta podían engañar a un animal de presa que pasara cerca de ellos y que no los detectaría. Eso yo no lo he crreido posible. Tampoco creí nunca que yo  podría dejarme caer de una rama muy alta de un árbol, dar varias volteretas en el aire y caer limpiamente sobre mis pies Claro que para lograrlo mi instructor me hizo caer  miles de veces de alturas insignificantes, lo mismo que  los que me hicieron caminar  sobre cordeles  y frágiles ramas. Al principio  no comprendía nada. Pronto  me fui dándome cuenta que era muy importante saber colocar los pies y el peso de mi cuerpo en cualquier posición y adaptar mi cuerpo a moverse tanto en el aire, la tierra y el agua de una manera  integrado con aquellos elementos. Así cuando me dejaba caer  de una rama alta tenía que entrar en contacto con el piso como resbalando en una curva convexa y no chocar vertical y brutalmente con la tierra.
Eran  escasos los instructores que  trataban de explicarme el por qué  las cosas se debían hacer de determinada manera, La mayoría me hacían repetir indefinidamente los ejercicios sin explicación alguna y si yo trataba de saber más se encogían de hombros y decían que se había  hacer así.

En aquellos días lo que más me maravilló fueron las enseñanzas  para luchar con las manos desnudas. Hasta entonces siempre se me había considerado  un buen luchador, con lanza, alabarda, y sobre todo un diestro espadachín. Incluso recibí lecciones de un famoso moro en el arte de esquivar y atacar. No era fantasía mi habilidad pues en las batallas en que interviné y en algunos duelos particulares  que de alguna manera me impusieron, nunca recibí heridas de consideración. Por tanto nunca pensé que en este aspecto los indios me enseñasen nada de mayor importancia.  De nuevo menosprecié a mis nuevos hermanos.
La mentalidad general de todos mis instructores es que ante todo debía saber manejar mi cuerpo, porque la destreza en manejar las armas carecía de importancia. Las armas para ellos eran simplemente una prolongación del cuerpo y nada más.
Las amazonas eran las maestras en la lucha  con las manos desnudas. Enseguida aprendí a respetarlas. Eran verdaderos demonios escurridizos cuando se les atacaba, terriblemente peligrosa cuando ellas tomaban la iniciativa.  En su lucha no golpeaban como nosotros los varones con los puños sino con el canto de la mano, pero un solo golpe en determinada parte  podía derrumbar al varón más fuerte.

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Los meses de mi instrucción pasaban  rápidamente pues no tenía tiempo para pensar. Solamente ejercitarme, comer y dormir.
Levantado antes de la primera claridad del alba, me bañaba ingería algún alimento de manera que a la primera claridad, a veces muchos antes, estuviese dispuesto a las exigencias de mis entrenadores.  Descubrí que en la enseñanza de las artesanías no existía diferenciación como lo era entre los españoles de las actividades de varon y hembra. Todos los miembros de la tribu debían saber como  bastarse a sí mismos en cualquier cisrcunstancia, por más que más tarde   según las circunstancias los varones se dedicasen preponderamente a una actividad y las hembras a otra.
Cuando  después de medio dia las getes de la aldea descansaban en la penumbra de las malocas en sus hamacas,  yo debía salir a identificar plantas o trotar bajo el sol de fuego en los candentes pedregales.  Me conducían a lugares intrincados llevándome con los ojos vendados para que supiese volver a la aldea. Otras veces debía  permanecer largo tiempo con el arco tensado sobre una ardiente roca al borde de un curso de agua en espera  para flechar un pez, sabiendo muy bien que en aquella hora esto era muy poco probable. Flechar un pez dentro del agua requiere una habilidad extrema por la refacción del agua que hace creer que el pez allí donde no está. En este tipo de pesca nunca he sido afortunado.

Con el transcurso de las semanas fui aprendiendo a dominar mis precipitados reflejos. Tomar todo con infinita calma sin mostrar mis emociones. No preocuparme del tiempo empleado en algo sino tratar que el resultado sea lo más perfecto posible. Observé desde los primeros días que el indio  gasta el mínimo de energía en cada  labor y esfuerzo, algo muy contrario de los fogosos españoles que aprendemos desde la cuna lo contrario. Según fui aprendiendo  algo de lo que me parecía tan contrario a mi naturaleza se me comenzó a aliviar la vida y se disminuyeron  las heridas y accidentes. Comencé a adquirir una gran seguridad de movimientos caminando, deslizándome en los tupidos y espinosos matorrales, trepando por el liso tronco de un árbol y corriendo sobre los ardientes y cortantes cantos de la montaña. Desde luego cuando comparaba mis avances con la naturalidad de mis instructores me sentía torpe y pesado.

La temporada invernal de continuos temporales de lluvia y huracanes que  arrancaban  los inmensos árboles de la jungla como pajas no detuvieron mi entrenamiento. Cuando la mayoría de la aldea, excepto los centinelas, permanecían en sus hamacas al abrigo de la maloca, yo en compañía de los jovencitos que pronto serían iniciados nos debíamos sumergir en las  espesas cortinas de agua dentro de las cuales raramente se  veía más allá de una vara de distancia. Aquí no llueve como en España en las peores tormentas, ni siquiera  como en Flandes. El agua cae en tromba y si hay huracán resulta pavoroso. La lluvia suele ser tibia, pero se acaba sintiendo mucho frío después de permanecer  horas bajo ella, moviéndose en  un ambiente líquido. El único alivio  es en ocasiones sentarse, hacerse un ovillo espaldas  de la dirección de la caída del agua y dejar que esta resbale por la espalda.
Muchas veces pensé que  no podrá resistir mucho tiempo aquel riguroso trato y que enfermaría.

Volvió el buen tiempo que es algo así como la primavera en España. Sigue lloviendo pero solamente casi siempre, en las tardes. Las noches son frías, pero los días son calurosos y la lluvia los refresca poco. En ese tiempo para mí lo peor eran  todo tipo de insectos picadores, algunos como los de España, otros propios de este país. Los indios que tienen la piel  mucho más gruesa sufren menos aunque también les molesta.
Supuse que llevaba cosa de un año con la tribu ya que el tiempo era semejante  a cuando llegué..
Fue una sorpresa cuando Sirupré me dijo que muchos pensaban que estaba preparado para las lunas de la Iniciación que emprenderían los jóvenes. Comprendí que eso  iba a ser como mi examen de eficiencia. Mis amigos y Ati, me decían que  no me preocupase  porque si fracasaba, no era motivo de vergüenza, sino simplemente  volver a ejercitarme en lo mismo hasta que estuviese bien dispuesto. Sus palabras no me causaban consuelo alguno, porque para mi mentalidad y edad resultaba muy pesado un fracaso.
Por bastante tiempo aun nuestra vida de ejercicios fue semejante. Digo nuestra vida porque ahora  estos eran comunes con los otros jóvenes  sin que yo  ya apareciese  muy ridículo en mis posibilidades frente a ellos.

Una noche en que se desencadenó un descomunal temporal me pareció escuchar por encima de los rugidos del viento  y el derrumbe de gigantes árboles cercanos unos desaforados gritos de guerra. Asustado apenas tuve tiempo de empuñar mi lanza cuando la maloca fue invadida por una multitud vociferante que en momentos me dominó y me amarró fuertemente de manos y pies. Llevado afuera me introdujeron una vara en mis ataduras y me conducían como lo hacemos con los animales muertos  después de la cacería para su transporte.  Luego emprendieron en medio de la lluvia una  loca caminata en la oscuridad a riesgo que en cualquier momento fuésemos todos aplastados por los árboles que se derrumbaban. A la luz de la cárdena luz de los relámpagos alcancé a distinguir que mis porteadores iban pintados de negro como en los momentos de guerra declarada.
No estaba seguro si se trataba de guerreros de mi tribu o había sido hecho prisionero por algún comando de enemigos. Creo que ignoraré la duración de aquella pesadilla  sumergidos en el huracán. Posiblemente  fueron cerca de dos días en que en ningún momento fui liberado. Únicamente los porteadores se renovaban en escasos altos. Mi posición colgado se fue haciendo cada vez más dolorosa. Sin alimentación alguna. Mis captores no pronunciaban palabra.
En un momento sentí que me arrojaban en un lugar y que en cierta manera se aliviaba la desesperante tensión de mi cuerpo. Caí en un profundo sopor. Me desperté con la desagradable y dolorosa  sensación de  que mi cuerpo había sido torturado  igual que lo había visto muchas veces  en  criminales  distendidos en el potro. Cuando me fui recuperando comencé a advertir que me encontraba en una pequeña gruta débilmente iluminada por la luz que se filtraba por su baja entrada. Me sentía lúcido aunque el dolor sobre todo en mis brazos y piernas era muy intenso. Me miré y todo estaba muy hinchado  sin duda por las apretadas amarras de pies y manos que me unían a la gruesa vara a la que estaba atado. Eran ataduras de cuero retorcido y ahora al irse secando se iban incrustando  profundamente en mi carne. Si no conseguía desatarme  ya no lo podría hacer y moriría probablemente  cuando  mis miembros se quedasen sin sangre. Enseguida no dudé que  todo ello era el comienzo de mi iniciación y que todo estaba planificado para que pusiese en práctica lo aprendido en el largo tiempo de mi instrucción.
Los indios hacen las pruebas en forma realista, pero aquella situación debía ser calculada para que  no rebasase los conocimientos adquiridos y mis posibilidades de resistencia aunque esta  fuese llevada al extremo. La situación era sin duda grave. Recordé que de niño había jugado muchas veces  a las luchas de moros y cristianos y que aprendí en aquellas ocasiones a liberarme de las ataduras más complicadas.
Haciendo penosas contorsiones  conseguí alcanzar con mis dientes mis manos para tratar de deshacer  los nudos con los dientes. Esto en el duro cuero era imposible. Con sacudidas dolorosas conseguí rodar hasta la pared rocosa de manera que mis manos pudiesen restregarse moviéndose sobre la vara, contra la roca. Fueron muchas horas de lucha pero pudo más la piedra que el cuero. Liberadas las manos bastante sangrientas me dejé caer exhausto pero contento. Por fin me entregué a la tarea de liberar mis pies me arrastré con todo lo que significaba la vara que limitaba aun mis movimientos hasta encontrar dos piedras, lo suficientemente filudas para que golpeándolas en el ya muy endurecido cuero lo pudiese  romper. No era un trabajo sencillo porque al secarse estaban aun más hundidas  en mis piernas muy hinchadas. Cuando mis piernas quedaron finalmente libres aquello me paraeció uno de los grandes  triunfos de mi vida. Me dediqué a tratar de restablecer  mis maltratadas piernas. M encontraba muy cansado. Llevaba mucho tiempo sin alimentarme. Tenía que conservar mis fuerzas porque era evidente que me encontraba solamente en el comienzo de mi prueba. El shaman siempre  insistió que yo debía tomar lo que sucediese de una manera tranquila y relajada, porque  hacerlo de otra manera y sobre todo tal como yo lo hacía era condenarme al agotamiento y fracaso. Si bien el descanso  y relajación eran importantes, ante todo debía tratar de  comprobar el estado de mi cuerpo y buscar algún alimento.
La cueva en que me encontraba era bastante pequeña. Una rampa conducía a la pequeña entrada. Supuse que se trataba de la madriguera de algún animal y recordaba haber explorado otras semejantes. Solían estar en la ladera de algún riacho. Repté hacía afuera y todo era tal como había supuesto. Sin duda encontraría frutas comestibles cerca igual que hierbas medicinales de las que ya conocía para cuidar mis heridas een piernas y brazos..
Bendecia en mi interior mientras exploraba y encontraba  algo comestible las enseñanzas recibidas, ya que  sin ellas me habría sucedido lo mismo que lo ocurrido después del naufragio que rodeado de alimento iba a morir de inanición. Dormí mucho y solamente al día siguiente con más claridad mental y el cuerpo más descansado  comprendí que había llegado el momento de  aprovechar todo lo aprendido para retornar a la aldea madre.
Si bien no existía plazo alguno limitado para mi vuelta, debía llegar en buenas condiciones, con mi cuerpo pintado  con el rojo del urucum y el negro del jenipapo. Mis nuevas armas fabricadas por mí, bien lustradas y llevando en unas redecillas frutos determinados una especie pequeña de coquitos muy difícil de obtener.
El desafio mayor  iba a ser  el orientarme  para el retorno. La selva ene el lugar  en que había sido abandonado permanecía en continua penumbra. Ni un rayo de sol llegaba al suelo. Estaba seguro que me habían conducido  lejos de los terrenos de caza de la tribu, lo cual podía resultarme grave y peligros.  Los animales de presa serían  más abundantes y quizá estaba en los terrenos de una tribu vecina que me consideraría como un invasor..

++++++++++++Fueron muchos los días que ambulé por la selva. Lo tomé con calmabuscando  todo aquello que necesitaba para alimentarme y fabricar mis armas. Tenía que demostrar a mi llegada en la tribu que había aprendido a sobrevivir y que lo había hecho bien.

Cuando finalmente escuché el aullido característico de los  centinelas de la tribu no confié demasiado en él. Ignoraba como eran los gritos y aullidos de las tribus vecinas. Tampoco como me recibirían  los mios  si como miembro de la tribu o bien fingiendo que yo fuese un enemigo.
Debía mostrar que no me dejaba sorprender. Sin embargo todo fue fácil cuando  de repente, cayendo de los árboles me rodearon. El jefe de la patrulla solamente dijo:
        Volviste, Apoena. Era el saludo ritual.
        Volví, respondí con los ojos bajos.
Los guerreros que me rodeaban sin añadir otra palabra empezaron a  tomar mi lanza, sopesarla, ver la emplomadura de mis flechas, la macana… No manifestaban su aprobación, solamente  sospesaban mis esfuerzos en silencio. Yo solamente miraba mis embarrados pies. Finalmente se apartaron un poco para que descansase mientras volvía el mensajero enviado al poblado.
Como nada sucedía me propuse hacer fuego.  Me fue fácil encontrar lo necesario porque hacia varios días que no llovia. Antes de llegar había cazado una gallineta salvaje que es algo más grande que las gallinas castellanas y me proponía darme un banquete. Lo hice sin que nadie se acercase aunque sabía que me estaban observando.
 Dormí tranquilo en mi lecho de hojarasca y sólo al otro día llegó repentinamente Ati y otra mujer acompañada de dos guerreros.
Las mujeres ni los guerreros me dirigieron saludo alguno. Inmediatamente se pusieron al trabajo. Traían  unas calabazas con el negro zumo del jenipapo y procedieron  a pintarme el cuerpo en fajas verticales con aquel jugo. Me pintaron un antifaz alrededor de los ojos con muchos puntos y rayas. Una vez pintado, los guerreros me ordenaron tomar mis armas y a un trote ligero se dirigieron  precediéndome a las pedregosas altiplanicies que se encontraban a ambos costados de la aldea a cierta altura. Cuando salimos del bosque  penetramos en un horno ardiente en que las rocas reverberaban con el sol de mediodía. Entonces me empezaron a aguijonear con gritos para que aumentase mi velocidad A lo lejos se escuchaban otros gritos y poco después salían a nuestro encuentro el resto de los jóvenes que sabía serían  iniciados conmigo seguidos igualmente de sus instructores que les urgían con sus gritos. Me hicieron unir al vociferante grupo en una carrera desenfrenada en el  despiadado horno. Los instructores  se  renovaban cada cierto tiempo pero a nosotros se nos exigía cada vez más. Al atardecer ya  apenas podíamos caminar.  Al anochecer se os dirigió hacia la aldea que atravesamos en la oscuridad. Toda la población nos esperaba en silencio y nos abrió calle para que pasásemos entre ellos. No nos detuvimos hasta llegar a la orilla del torrente. Allí sin transición nos hicieron sumerg