Thursday, January 30, 2014

EL RENEGADO III

del torrente. Allí sin transición nos hicieron sumergir hasta el cuello en el agua. al principio la  sensación era deliciosa. Se nos advirtió que no bebiésemos agua.
No creo que fuese para atormentarnos más sino tal como estábamos deshidratados habría sido muy peligroso que tratásemos de bebr en forma incontrolada. El hecho de poder refrescar los labios partidos por el intenso calor ya era un cierto alivio.
El alivio de permanecer en aquella heladísima agua  desapareció muy pronto y comencé a entumecerme y convertirse en una nueva desesperante prueba. Además cada cierto tiempo nos hacían salir del agua y volvernos a sumergir en ella lo que resultaba  muy penoso.
Así transcurrió la noche más larga y penosa de mi vida.

Antes del amanecer toda la tribu se encontraba expectante en las orillas del estero. Con la primera luz del alba nos hicieron salir por última vez. Todo mi cuerpo estaba completamente insensible. Tuve que utilizar todas mis escasas fuerzas y voluntad para acercarme tambaleando como todos los otros hasta donde se encontraba el shaman rodeado de los principales guerreros. El shaman tenía en sus manos una afiladísima lezna de hueso. Ceremoniosamente iba tomando el lóbulo de cada  oreja según  nos íbamos acercando  y lo atravesaba de parte a parte. No brotaba una sola gota de sangre. Uno de sus acompañantes introducía inmediatamente en el grueso orificio  un palito que tomaba de una bandeja que sostenía una mujer. Igualmente  hicieron conmigo cuando llegó mi turno y como a los demás pronunciando claramente mi nombre dijo entregándome el capuchón cubre sexo:
        Apoena, desde hoy te debes completamente a la tribu y a tu clan.
Caminé siguiendo a los otros por la ancha calle  que los hombres y mujeres silenciosos  y como ellos me dirigí a la choza de mi clan. Allí las mujeres nos tenían preparados  toda clase de abundantes manjares. Comí con ansia y luego trepé a mi hamaca donde dormí hasta el atardecer.
En la noche iba a tener lugar la ceremonia principal. Las mujeres me tomaron a su cargo y con el rojo urucum me pintaron todo el cuerpo con los complicados dibujos del que ahora era ya mi clan definitivo con los símbolos en negro que aun yo no supe  interpretar. Me tejieron anchas pulseras de muchos colores en  antebrazos, tobillos y bajo las rodillas. Mis armas fueron cuidadosamente pulidas con aceite.

Cuando salí al exterior advertí la inmensa pira de madera que se había amontonado propia de las grandes solemnidades. Todos los nuevos iniciados según íbamos emergiendo de nuestras malocas éramos reunidos en un solo grupo para que con los guerreros jóvenes recorriésemos la aldea bailando la canción de la tarde
Me di cuenta  con fuerza que  yo era ya , sin distinción, un miembro más de la tribu.
Más tarde en el transcurso de aquella noche me afirmé que con derecho propio me sentaba  en el consejo tribal  ejercitando mi derecho comunitario a voz y voto. A todo lo anterior siguió el banquete y el baile interminable hasta que despuntó el nuevo día.

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VI.UNA SEGUNDA INICIACIÓN

En un espacio muy corto de tiempo había nacido a una vida absolutamente diferente  a la que  viví durante  los 33 años anteriores. Mi niñez, juventud, y vida de adulto guerrero y aventurero habían muerto para mí
Lo que me parecía más increíble  era que mi cuerpo se hubiese  habituado a un género de vida tan diferente y que hubiese  resistido  todas aquellas pruebas que  me hubieran parecido imposibles si las hubiese conocido de antemano.
Estaba convencido que mi nueva vida para  mis coterraneos les parecería un retroceso inimaginable en la escala humana. Para mí significaba un enriquecimiento una vuelta a lo que nosotros mismos habíamos sido cuando éramos semejantes a Viriato y a los héroes de nuestra antigüedad. Es maravilloso no depender de las cosas externas para vivir humanamente, sino dependiendo de uno mismo y de las capacidades adquiridas. Es cierto que aquí se desconocen los metales, pero existe  una habilidad increíble para crear las herramientas necesarias  haciéndolas de piedra o madera.
En la misma lucha, se depende  mucho menos de las protecciones y de las armas. Se llega al extremo de las amazonas en que su cuerpo es la más efectiva y mortal de las armas.
Lo que más me fascina en mi nueva forma de vida es que se funda sobre lo natural y real, se enraíza en el mundo que nos rodea en las cosas que suceden aquí y ahora.
Es cierto que existen prejuicios como en cualquier  nación, pero entre nosotros son mínimos, porque dejan  a todos desde la primera niñez que se enfrenten  por sí mismas con la vida.
 Desde luego no existen como sucedía en mi país esas maniáticas concepciones sobre el honor, la jerarquía, la honra, las precedencias que son la fuentes continuas de rivalidades, odios, riñas y duelos a muerte.
En ninguan manera  vivo entre seres perfectos o de naturaleza angélica. Aquí existen las rivalidades, envidias, mezquindades pero la ruda vida que llevamos no nos permite dedicar mucho tiempo a esas fragilidades. Yo sé que no gozo siquiera dentro del clan que me ha adoptado gozo de una simpatía completa, menos aun en la tribu. Sé muy bien que muchos juzgaron  desacertada mi incorporación y sin embargo todos votaron a mi favor, quizá convencidos que no llegaría a habituarme o bien que no resistiría las pruebas que me impusieron.

En ocasiones se me ocurre que sería maravilloso poder injerte  las diversas  formas de vida escogiendo lo mejor de cada una de ellas para el mejor desarrollo de los seres humanos.
Hemos descubierto un nuevo mundo. Los españoles que irán llegando aquí deberían en cierta medida adoptar  lo mejor de este mundo y a su vez ir rechazando lo peor del mundo que dejaron.
Ideas locas e irrealizables porque sé muy bien que la gran mayoría de mis antiguos compatriotas juzgan a los indios y sus formas de vida miserables y a ellos poco diferentes de los monos. Seres que solo son buenos para ser esclavos de la raza superior. Esa es la visión que crearon los primeros  hombres que llegaron  junto a Colón y desde entonces, sobre todo por conveniencia, se ha creído en ello. Visión gratificante para la mayoría de los que han llegado o se dirigen aquí, ya que en España eran considerados como escoria humana y aquí se pueden pavonear de gentiles hombres y que en su condición de pequeños diosecillos pueden ejercitar con los naturales de este país cualquier vileza o desmesura.
Estos “conquistadores” jamás se han preocupado de aprender  las diversas lenguas de los indios sino aquellas que  les pudiesen conducir  a las codiciadas minas de oro y plata, juzgando todo el resto como ladridos indignos de ser pronunciados por seres humanos.
Algunos religiosos que se han interesado algo en los indios con el único fin de convertirlos han usado  a interpretes o lenguaraces, indios renegados,  que trtando de halagar a sus amos le relatan aquello que “mejor canta a sus orejas” y que confirme su desprecio hacía los habitantes de estos lugares.
Me pregunto? cual sería la reacción de la mayoría de mis antiguos compatriotas si yo trtase de explicarles que los indios poseen hermosos  idiomas, tan expresivos como lo puede ser el español o mucho más en  ocasiones? ¿Creerían que existen sabios entre ellos que estudian  el mundo que les rodea y que no buscan en ello beneficio personal alguno, ni honras, prestigio o emolumentos? Acaso no es la esencia del Evangelio el tratar de poner al servicio de los demás las mejores cualidades que uno posee ya sea sabio, artesano, guerrero o cazador? Si yo afirmase esto entre los españoles me catalogarían como peligroso hereje digno de la hoguera.

Aquí no se heredan los cargos y como sucedía entre los godos, según cuenta tácito, todo cargo es electivo y transitorio solamente los jefes son nombrados  para las ocasiones en que son necesarios, generalmente cazo o guerra y terminada la necesidad termina igualmente el mandato que recibieron para dirigir al grupo. Esas elecciones recaen invariablemente en aquellos que han demostrado en diferentes ocasiones ser los más inteligentes bravos para el fin que se les nombra.

Los “conocimientos” no se entiende  aquí como en nuestra Europa. No son cosas que se almacenan mentalmente. El conocimiento se realiza en forma concreta haciendo las cosas. Así se enseña para que sirve una planta que se distingue entre las otras, se toma, se conserva y guarda.

Esos “cargos” en que  para la utilidad del común alguien es elegido, me pregunto si no son auténticas “cargas” que quien las recibe desearía no tenerlas que ejercer. Es, por ejemplo el caso de las amazonas. Supongo que muchas de ellas  habrían deseado o desean ser mujeres-madre, tener hijos, recolectar y llevar una vida menos dura y azarosa que ellas.

Después de mi iniciación abandoné la pequeña maloca que me habían construido y Ati no me acompañó más. Ahora como cualquier de los guerreros jóvenes, podía solicitar las atenciones de Ati o de cualquier otra de las viudas hasta que me uniese con beneplácito de la tribu a una joven que me aceptase. Esa mujer no podía pertenecer a mi clan de adopción, sino a cualquiera de los otros con el fin de evitar  cualquier consanguineidad. La mujer pasa a pertenecer al clan y familia de su marido.
Tampoco  es raro que la esposa se robe de una tribu vecina. Ello no significa ue estén en pie de guerra continua con ellas aunque las relaciones son muy complejas y aun no he conseguido entenderlas bien, porque escapan a nuestros conceptos de relaciones, por así decir, internacionales. Fácilmente     siempre que  no existan relaciones formales y en grupos un vecino extraviado puede ser considerado un merodeador peligroso a exterminar.
Es muy probable que esto derive del interminable éxodo de las tribus hacía el sur. Según parece este éxodo  se detiene  una o dos generaciones, hasta que por crecimiento de las tribus se agote  las reservas de recolección y caza y se parta para encontrar mejores lugares.  Me hace el efecto que  que cada cierto tiempo las tribus se van empujando unas a otras en búsqueda de nuevas tierras.

Esta situación me ha hecho pensar  el grave riesgo que corrí cuando me encontraron las amazonas y más cercano cuando se me abandonó en la selva  para que  practicar  mi iniciación.

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Mis actividades actuales consisten primordialmente en el abastecimiento de caza para el clan que es el deber de todo  varón adulto. Caza mayor, sobre todo, volátiles y, ocasionalmente pescado. Las mujeres-madre  se encargan de la recolección de vegetales, miel, insectos y plantación anual de la mandioca.
Creo que antiguamente en España el trabajo se repartía en forma semejante, pero se ha olvidado completamente.
Lo que más me llama la atención que para las gentes de aquí todas estas actividades no se consideran como entre los españoles como “trabajo”. El indio carece completamente  de una actividad como deber. Es algo como jugar. No importa el resultado sino la actividad en sí misma. El hecho que después de un día o varios de caza infructuosa volviendo con las manos vacias es algo que se acepta como un hecho natural. Algo así con esa pasividad que suelen demostrar los moros y que tanto  extraña a los españoles, sobre todo cuando dicen que Alá lo tiene decretado.
Aquí no se nombra a Alá ni a ningún equivalente, se acepta lo que sucede sea una caza exitosa o un desastre. Nadie culpa al cazador que no tiene éxito.
Las partidas de caza importantes cuando se trata de  cercar un grupo o manada requiere una cierta organización y para ello se elije previamente un capitán al que todos  los componentes de la partida deben obedecer ciegamente. En ocasiones estas partidas de caza se determinan en un consejo tribal o bien la organizan particularmente un grupo de hombres o amazonas.
La caza que se obtiene es repartida por un anciano designado para ello y el cazador o los cazadores  no reciben  sino la misma ración quese entrega a los demás.

Las partidas de pesca, sobre todo cuando se desciende al borde del mar requieren una cuidadosa organización y son muy numerosas, porque  el clan entero suele viajar por varios días.
La pesca en los ríos es personal cuando se flechan los peces o bien comunitaria cuando se cirra un pequeño curso de agua  y se le envenena con el jugo de unas plantas, de manera que los peces como borrachos empiezan a sobrenadar y  se les flecha o se toman con las manos.

Otra de mis ocupaciones como guerrero joven es la de la vigilancia. La aldea madre  está perpetuamente vigilada por un numeroso grupo de guerreros que emboscados guardan todos los caminos de acceso y los puntos estratégicos en los que pudiera haber una infiltración o un ataque sorpresivo. Durante esta vigilancia en forma alguna se puede cazar o pescar. Los indios tienen un fabuloso sentido del oído y del olfato del que yo carezco y además son capaces de detectar la más mínima huella de  un animal o un humano, no soo en la tierra sino  incluso en el quebrado de pequeñas ramas. Ellos con frecuencia me van leyendo los signos que leen en su alrededor. Saben distinguir las huellas de un dedo del pie  e individualizan a la persona que pasó por ese lugar. Igualmente les advierte un aullido lejano, el revoloteo de los pájaros Cuando captan esas señales su reacción puede ser  de una rapidez aparentemente inconcebible.

El tiempo no está reglamentado fuera del que se dedica a una partida de caza o la vigilancia de la aldea. Uno  se dedica libremente a las actividades que he descrito en forma libre. Si permanece en la aldea jugará con los niños, dormirá, se ejercitará en la lucha o fabricará algo de lo que necesita.
Existe un tipo de lucha al que son muy aficionados tanto los varones como las mujeres en que se trata de demostrar más la agilidad que la fuerza. Es muy semejante al arte guerrero de las amazonas.

Las amazonas que usan su cuerpo como verdadera arma, igualmente son muy diestras n el tiro al arco. Ellas son vírgenes. Se supone que en ello reside su fuerza, coraje y valentía. Si alguien, a la fuerza quisiera violarlas, tendría graves dificultades debido a su destreza en la lucha. En caso que  sucumbiesen, ellas se suicidan con la  enorme espina, su único adorno, que llevan pendientes del cuello en una vaina  tejida cuidadosamente, ya que se trata como de una pequeña daga envenenada. Se dice que es un veneno tan letal como el de lagunas serpientes que  mata en instantes. Igualmente se suicidan en el caso de ser hechas prisioneras.
Las amazonas viven en su propio clan y son alimentadas por la comunidad par que ellas se dediquen enteramente a sus ejercicios y ritos secretos. En ocasiones  salen de pesca y caza  que como todos entregan a la comunidad. Ellas cuando  salen a una expedición lo hacen solas sin que participe en su horda ningún varón.
En la vida de la tribu y del clan son consideradas como los guerreros de mayor prestigio. Tiene su lugar en el consejo cotidiano e igualmente que los guerreros se sientan  apoyando su espalda en sus lanzas y su opinión  es muy respetada.
En cambio las mujeres-madre cuando participan en el consejo lo hacen apartadas y de pie. No parecen integrarse  en el y raramente levantan la mano para votar aunque no les esté prohibido.

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El círculo de mis conocidos se va agrandado continuamente aunque mis verdaderos amigos son pocos. El más cercano a mí es Sirupré el hijo del shaman. Inmediatamente  desde mi llegada a la aldea simpatizamos mutuamente. A  través de el me  voy interiorizando  en muchos usos y costumbres de la tribu.

En ocasiones me parece como si estuviera viviendo en el Jardín del Edén que describe la Biblia. Creo que esto me ocurre porque  como soy nuevo me fijo ante todo en todo lo bueno. Las rencillas y malevolencia que existen  como en cualquier lugar en que hay seres humanos me escapan. Además para la mayoría soy como una especie de niño con el que hay que ser tolerante y que debe ignorar los problemas  que dividen a los demás.

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Hoy  volvimos de una larga estancia al borde del mar.
 Ha sido la primera vez que he bajado hasta el litoral desde que llegué aquí.
Estas expediciones que no son muy frecuentes tienen como objetivo es recolectar los productos que  se puede obtener en la costa.  Resulta muy interesante el servicio de postas que se organiza para conducir  el pescado  fresco a la aldea. Para la gente de la aldea resulta una delicia  poder  comer en estas ocasiones algo de pescado fresco, ya que la mayoría se sube una vez que ha sido secado al sol sobre las rocas. Aun este se conserva mal y por poco tiempo. He tratado de explicarles en mi tribu se salaba el pescado para conservarlo por más tiempo. Ellos no comen los alimentos con sal sino que les añaden solamente una pequeña porción de  ceniza. He probado demostrarles como se obtiene la sal del mar llenando huecos naturales ee la roca con agua marina.

Varias jornadas de camino volviendo como todos los demás con una pesada carga de productos del mar. Cuando llegué a la aldea  me di cuenta que a mi paso  había cuchicheos notorios y algunos me miraban insistentemente. No parecía nada casual. Cuando deposité en la maloca de mi clan toda la carga dejándola a cargo de las mujeres, corrí a bañarme al estero ansioso de sacar de mi cuerpo el polvo aglutinado con el sudor de  varios días de marcha , lo mismo que la sal acumulada en mi piel. Las continuas zambullidas y la escasez de agua dulce  me hacían sentir  con la piel resquebrajada.
Mientras me estaba raspando concienzudamente con las cortezas jabonosas que solemos usa vino Sirupré y se sumergió a mi lado. El no había formado parte de la expedición. Al cabo de un rato me dijo:
        En estos días se ha hablado de ti mucho en los consejos.
Intenté no demostrar  curiosidad ni emoción alguna y me segúi restregando indiferente. Estaba aprendiendo a moderar mi impetuosidad española adoptando la máscar inexpresiva propia del proceder de los indios. Aun en los más graves asuntos.
        Bien, Sirupré, ¿hablaron  de mí para bien o para mal?
        Hubo de todo.
        Eso es lo que  ocurre siempre, dije yo flemáticamente siguiéndole el juego. La conversación seguiría así mucho rato.
Me fui a la maloca y me instalé en la hamaca. Sirupré me había seguido y se tendió en una desocupada algo más arriba que la mia. Aquello estaba dando al asunto un cariz   especial.
        Llegaste muy sucio y con muchas heridas, aun no sabes caminar bien por el bosque ni por las rocas de la orilla del agua.
        Ya aprenderé con la experiencia  y las heridas.
        Te van a desterrar, dijo casi festivamente Sirupré repentinamente.
Aquello me cayó como un cañonazo. ¿Qué tabú  yo había violado? ¿Qué acusación o calumnia habían levantado contra mi?
        ¿Qué hice? Debí preguntar con todo mi ímpetu y rabia.
Sirupré prorrumpió en carcajadas interminables. Finalmente dijo divertido:
        La mayoría confía en ti, aunque no todos.  Dicen que tú sabes muchas cosas que pueden ser  muy buenas para nosotros como eso de la sal como tú la llamas. Así que has sido “elegido” para que  te inicien como shaman- guerrero.
Si hubiese recibido una bala de cañón que me hubiese  partido por medio no habría quedado más anonadado. Aquello encerraba algo grave conociendo su apego a tradiciones y costumbres Aquel honor  y confianza en un extranjero casi recién llegado y adoptado era incomprensible para mi mente y seguramente para muchos de ellos.
Remecia mi mente, mi tranquilidad, aquellos días pacíficos en que me dejaba llevar dulcemente por los acontecimientos gozando beatamente de mis nuevas experiencias.
Bruscamente iba a terminar todo y  de nuevo sumergirme en un cúmulo de esfuerzos que seguramente  irían más allá de mis fuerzas sumadas a los que aun me eran tan penosos.
Mi recién iniciación me había vaciado de la mayor parte de mis energías en un esfuerzo continuo de adaptación. Ahora se me exigía un nuevo y desconocido esfuerzo. Sabía que nadie me daría explicación alguna sobre la decisión de la tribu ya que cuando se llegaba a estas decisiones primaba ante todo lo que se consideraba lo mejor para la comunidad. ¿Hasta que punto esto era razonable? ¿hastaque punto  mi libertad de decisión quedaba anulada?

En el consejo de aquella noche se me comunicó  que había sido elegido para  ser iniciado como guerrero-shaman. En ningún momento nadie preguntó que si yo aceptaba. El proceso de “iniciación” comenzaba inmediatamente y mi maestro sería el viejo shaman
Permanecí lo más imperturbable que pude aunque dentro de mí hervían las más contradictorias emociones.

Si alguien de la tribu adivinó mi desasosiego y rebelión interior fingió ignorarlo. Me dejaron cocer en mi propio fuego. Como casualmente a partir de aquella comunicación el shaman y mis amigos se hicieron invisibles y fui enviado a agotadoras y continuas jornadas de caza.
Como de ordinario el “inmediatamente” de los indios no quiere decir lo mismo a lo que yo estaba acostumbrado. Esa determinación  indica más una decisión que una temporalidad. Estaba en ascuas preguntándome cuando y como empezaría mi nueva iniciación. Pasó una luna larga, según su cuenta y no ocurrió nada diferente.

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Aquella mañana el shaman se acercó a mi hamaca y me dijo que le acompañase. Saliendo de la aldea no tomamos la dirección de la selva sino la de la montaña. El viejo  comenzó pausadamente a escalar la  escarpada  ladera con una agilidad increíble para su edad.Yo le seguía a corta distancia. Escalamos varias horas sin pausa. Después de recorrer a gran altura  un reborde interminable y peligroso llegamos a una caverna poco profunda. Desde la entrada  se veía diminuta la aldea y muy lejanamente el mar. En el fondo de la cueva  se deslizaba un pequeño hilillo de agua. El piso de este reparo estaba cubierto de una profunda y finísima capa de arena. Era un lugar fresco, sin insectos. No sé por qué se me ocurrió que aquello era la capilla particular del samán, donde acaso veneraba a sus dioses. Un lugar en que quizá se retirase para orar o bien para descansar sin ser importunado.
Tan pronto como llegamos el viejo se  acomodó en un rincón que debía ser su lugar preferido y me invitó a que buscase “mi lugar”. Inmediatamente insistió que no podía ser un lugar escogido al azar  sino aquel en que yo me sintiese en mi “centro”.  Hasta que yo no encontrase mi lugar no podíamos hacer nada.
Yo no comprendía nada. Para mí cualquier lugar me parecía bueno. El viejo adivinó mi desorientación y empezó a explicarme pacientemente que cada uno de nosotros  teníamos que encontrar allí nuestro lugar y que eso era importante, porque  en el sitio que encontrásemos se unían las fuerzas del cielo con las de la tierra y entonces  los dioses y los antepasados hablarían con nosotros.
        ¿cómo puedo encontrar mi lugar? Enseñame  la manera de hacerlo.
        Buscado, dijo enigmáticamente
        Buscando ¿qué?
        Buscando, repitió.
        Cuando se busca algo se tiene que saber lo que se busca, dije tercamente.
        Eso es lo que digo. Busca el lugar que te sientas “bien” y eso significa que estarás en armonía con el cielo y la tierra.
El shaman  observaba divertido todos mis confusos intentos.  Inútiles ya que yo no podía diferenciar entre uno y otro. El se incorporo’ y me dijo que debía seguir buscando. Le ví alejarse  entre las piedras y riscos.
Me alegré que se hubiese ido. Me dirigí al pequeño manantial que manaba de la roca y bebí. El agua estaba deliciosamente fresca. Luego salí de la gruta y me senté  en el borde del acantilado con las piernas colgando sobre el abismo. Quedé ensimismado contemplando el lejano mar. Me sentí muy sosegado.
¿Qué significado tenían las palabras del shaman? Era indudable que encerraban una enseñanza práctica como siempre. Era cierto que cada vez que yo había cambiado de sitio había deseado sentir algo particular. En cambio cuando me ubiqué en el lugar en que estaba  no había sentido tampoco nada particular. Estaba a gusto, me sentía feliz y como conectado con todo lo que me rodeaba. ¡aquel tenía que ser mi “sitio”! ¿Acaso el shaman se refería a algo diferente? ¿Era este el lugar donde se juntaban las fuerzas del cielo y la tierra?
Me puse de nuevo a ensayar diversos lugares y en ello pasó el resto del día. Al anochecer como no había vuelto el shaman me hice un ovillo en el rincón opuesto donde se había sentado el viejo. Dormí maravillosamente y sin sueños. Antes del amanecer me desperté lleno de una suave energía como nunca había experimentado. No tenía hambre a pesar de no haber comido desde el día anterior. Me lavé con aquel hilillo tenue de agua maravillosa y me volví a sentar en el mismo lugar en que había dormido. Ya no pensé más en mi ansiosa búsqueda. Con gran asombro rato después  escuché el roce  de los pies del anciano acercándose. Estaba poco después frente a mí. No me dijo nada sino que se quedó mirándome fijamente como si su ojos me traspasasen. Luego se sentó en el mismo lugar que el día anterior. Silencioso, creo que meditaba. A pesar de la ruda subida y su avanzada edad no parecía fatigado en absoluto. Junto a él dejó un canastito de palma trenzada.
        Ya has encontrado tu lugar, dijo.
No era una pregunta sino una afirmación. Callé. Elevó un brazo  y lo giró como en un gesto que abrazaba toda la tierra que teníamos a la vista a través del boquerón, selva y mar.
        Estuviste contemplando los árboles y la gran Agua. Miraste pero no “viste” nada.
        Todo está tan lejos que es difícil distinguir bien, respondi un poco desorientado.
        Cierto, cierto, respondió él con malicia, pero lo mismo te ocurrirá cuando mires esta arenita sobre la que estamos sentados o la agüita  que resbala frente a tus pies porque tampoco las “ves”.
        Quedé callado largo rato. ¿Qué me quería  significar el anciano? Sin duda era de nuevo uno se sus continuos acertijos que encerraban una lección. Algo que no se podía comunicar con el lenguaje sino a través de paradojas.
        Creo comprender uno mira las cosas superficialmente.
        Te estás acercando algo no al “ver”. Tú, Apoena que llegaste de tan lejos es muy fuerte aun el “no-ver” eso nos puede suceder igualmente a nosotros. Entonces es algo semejante a lo que ocurre a los ancianos con el paso de muchas lunas que hacen que todas  les resulten turbias. Ven todo lo que les rodea borroso. Sombras que les recuerdan las cosas que en otros tiempos vieron claramente. No ven los detalles, solamente están dentro de su cabeza. Es posible que las cosas que tengan delante de ellos se parezcan poco a lo que ellos recuerdan. Algo así nos sucede a todos nosotros.
        Creemos ver el mundo que deseamos o el mundo que tememos y no vemos  el mundo que nos rodea. Vivimos en una perpetua ilusión, en un perpetuo engaño.
        ¿Es tan grave, shaman, lo que me explicas?
        Muy grave, Apoena. Si no  lo alcanzas nunca podrás  e un guerrero, un cazador, un ser humano cabal porque estarás siempre viviendo en el mundo de los  fntasmas irreales de tu corazón y cabeza. El ser humano debe ser  como el agua del estero que refleja lo que la rodea. Tú todavía reflejas  fantasmas que no se encuentran en minguan parte . Si sigues así lucharás con fantasmas, cazarás fantasmas, temerás fantasmas. Una  diferencia que te parece muy pequeña  significa en ocasiones la vida o la muerte.
Voy a explicártelo mejor. Un jaguar es un animal como los otros animales. Te enseñaron que puede ser muy peligroso para ti. Si un día te encuentras con el en el bosque y lo miras ya no ves ante todo como el animal que es, sino como el animal peligroso para ti. Ves un fantasma peligroso. Esa mirada no te permite “ver” al verdadero animal que tienes delante, sus movimientos, peculiaridades,  belleza…
Estás fijado en tu temor y todo lo que el haga lo interpretarás como un ataque. He visto morir muchos hombres porque no supieron interpretar instantáneamente los movimientos de un jaguar porque ellos mismos provocaron el ataque del animal que  no “veían”. Ellos creían que  el jaguar tiene una sola manera de atacar porque así les habían enseñado que lo hacía. Sin embargo el animal “real “ que tenían delante atacó a su manera. En cambio si tu corazón es un espejo, podrás responder inmediatamente siguiendo sus movimientos sin temor ni retraso porque serás “uno” con él. Lo que te digo del jaguar  es igual en todas las situaciones de nuestra vida.
Me quedé en silencio con sus explicaciones pero me vino a la memoria lo que yo había leído en los viajes de Marco Polo que describía aquellos guerreros orientales que parecían adivinar siempre los movimientos de sus oponentes y cuyo combate parecía más una danza que una lucha.
Ciertamente había visto algo de ello aquí entre las amazonas, aunque aun no eran verdaderos combates sino simulacros de entrenamiento y lo había atribuido al conocimiento que ellas tenían entre sí. En aquel momento comencé a comprender algo.
El shaman me sacó de mis reflexiones y me dijo bondadosamente:
        Llevas mucho tiempo sin comer nada. Aquí te traje algo.
Abrí el canastito y estaba lleno de pequeños paquetitos de hojas con una pasta molida de  lo que ellos llaman maíz un grano  amarillo con poco sabor y que se come con un fruto terriblemente picante. Esos paquetitos se cuecen  en un hoyo hecho en la tierra  Ellos tienen  mucha afición a estos cocimientos en la tierra y a veces preparan comidas muy sabrosas en ellos  Esos granos de maíz que son mucho más grandes que los de trigo los muelen sobre una laja de piedra con otra piedra  de forma de rodillo. Las mujeres se arrodillan delante de ella  y restriegan los granos hasta reducirlos a harina. A veces  mezclan la pasta que hacen con diversos productos vegetales o animales y es como  a mí más me gusta. Todo ello lo envuelven y lo hacen cocer en sus hoyos que están forrados de grandes hojas, Cubren todo con piedras y tierra y encienden el fuego arriba. Esos paquetes son fáciles de transportar y abriéndolos se comen sobre las mismas hojas en que estaba todo envuelto.

Esta vez el shaman y yo comimos con apetito y cuando el sol ya estaba alto dormimos largamente.
Sin más conversaciones ni enseñanzas en la tarde descendimos a la aldea y yo volví a mis tareas ordinarias de guerrero joven.

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        una cierta angustia y temor sobre todo frente a lo desconocido.
Caminábamos ligeramente cuando podíamos, por las trochas abiertas por los animales salvajes. Como los animales son bajos  teníamos que caminar  casi siempre agachados, recociéndonos y gateando sin perder el ritmo de una marcha constante. Para mí lo más difícil en esta marcha ra no enredar las armas en la tupida y baja vegetación. Ellos en cambio parecían bailarines no demostrando molestia alguna lo que me hacía sentirme aun más torpe.
La marcha no fue excesivamente larga.
Descendimos a una pequeña cañadita en la que corría un pequeño hilo de agua. Estaba cerrada por todos lados por tupidos cañaverales.
      ¿No hueles nada?  me pregunto en voz muy baja Sirupré.
      Olfateé a la manera que ellos me habían enseñado.
      Es un cubil de animales salvajes, Huelo carroña.
      Es la maloca de los jaguares, dijo  casi sin voz el shaman. Acecharemos  y seremos acechados. Es lo mismo que ocurre siempre en la vida.
Se sentó sobre sus talones. Así lo hacen siempre los indios  cuando no juzgan el lugar limpio. Otras veces lo hacen sobre una pierna cosa que yo no puedo hacer.
        Apoena aun no comprende, lo decía como comentando para sí mismo entre dientes, aun multitud de cosas. Mira y no “ve”. Si “viera” sabría que aquí y en cualquier parte donde hay vida, se acecha y se es acechado. Es la ley de la existencia. Es una cadena en que cada uno es el cazador del otro.
Apoena, cree que todo lo puede conseguir con su fuerza. No conoce ni quiere saber de los “aliados”. Ellos están cerca y nos pueden ayudar. Cree que podrá moverse en lugares tan difíciles como los que está ahí afuera,  encalleciendo  su piel, apartando las espinas con el cuento de su lanza o mirando continuamente donde pone sus pies. Apoena no aprenderá nunca mientras siga por ese camino. El corazón de Apoena estará siempre temeroso y su cuerpo sufrirá.
Apoena tiene que aprender a hacerse uno con todo aquello que le rodea. Adaptarse a las piedras filudas y a las espinas como puñales, al jaguar cazador y el pecaría  que  es su caza. Solo conseguirá eso “viendo”.
Apoena debe aprender a respetar todo cuanto le rodea porque  él, Apoena no es importante. El es como la puntita de un pelo en la cola de un jaguar. Cuando a sus propios ojos el no se sienta importante entonces se dejará ayudar por los “aliados”.

El viejo calló. La verdad es que yo entendía una parte mínima de su mensaje. Me sentía muy consciente que su mundo estaba aun muy alejado del mio propio que hasta  entonces había creído el único válido.
        ¿Qué son los “aliados” pregunté.
        Todo aquello que nos rodea, me respondió el shaman haciendo un amplio movimiento con su brazo abarcando cuanto nos rodeaba.
Caí en un expectativo silencio. Con la punta afilada de una flecha traté de sacarme una pequeña espina del pie. No me había dado cuenta que Sirupré acababa de llegar ensimismado en el diálogo con el anciano.  Observando mi acción distractiva alargó su pie frente a mi:
        Tu ves. Mi piel no es dura como una corteza de árbol, es casi como la tuya y sin embargo raramente me hiero al caminar.
Reflexiones como aquella siempre tenían la particularidad de humillarme al poner en relieve mi torpeza. Sin embargo aquello no era la intención de Sirupré sino una simple demostración de lo que yo podía lograr.
        Eres más hábil en caminar, dije con amargura, porque has caminado de esa manera desde que naciste poco menos. Ya te he explicado que a mí me colocaban siempre unas defensas que se llaman zapatos y que solamente perdí cuando se los llevó el mar.
        No es como dices, intervino Deimpriba, sino que no has aprendido que lo blando vence a lo duro. El agua suave se come las piedras. Tu al caminar golpeas, temes, odias. Nosotros nos deslizamos suaves como serpientes. El buen caminante  no deja huellas en el polvo más fino.
Repentinamente se calló dirigiendo la mirada al cañaveral que teníamos enfrente. Con una flexibilidad que parecía imposible para su edad se  incorporó instantáneamente sin hacer el menor ruido. No pude evitar el ponerme tenso sin saber la actitud que debía tomar. Sirupré haciéndome señal de silencio me indicó que  incorporase. Retrocedimos lentamente hacía el muro de cañas que teníamos a nuestra espalda. Mis compañeros no habían armado sus arcos. Permanecimos inmóviles con las espaldas adosadas a las cañas. Me dolían todos los músculos de mi cuerpo. Cuando ya no esperaba que ocurriese nada sentí un levísimo crujido hacia la parte que antes había mirado el shaman. Vi como en forma delicada y levísima se iban moviendo las cañas y lentamente fue apareciendo  la enorme cara de un magnífico felino. Olfateó largamente en nuestra dirección. Como  no nos movíamos, lentamente fue sacando todo su cuerpo. Y cauteloso se dirigió hacia el arroyuelo. Sus movimientos eran una maravilla de armonía, flexibilidad y fuerza. Nunca  ni antes, ni después he tenido tan cerca un enorme jaguar.
Bebió largamente. Luego como un gran gato se estiró voluptuosamente, luego dio media vuelta se  introdujo en el cañaveral apartando sin ruido las cañas. Cuando desapareció completamente aun permanecimos inmóviles largo rato.
        ¿Viste cuan hermoso es? ¿cómo se mueve? Dijo el shaman. ¿Has comprendido como se hace esta caza?
        Nada hemos cazado,  respondí
        Hemos cazado, Apoena, dijo Sirupré, pero no podres mostrar en la aldea la linda piel del jaguar.
        A mí me parece que corrimos un riesgo inútil.
        No corrimos riesgo alguno. El jaguar solamente tenía sed. Recién había cazado y comido. Muy cerca de nosotros está lo que queda de su presa. El jaguar sabía que estábamos aquí no te engañes, pero no olió en nosotros el “deseo de muerte”, nonos sintió como enemigos. Nos respetamos mutuamente.
        Si hubiéramos necesitado su piel o su carne se lo habríamos dicho y le habríamos muerto. Nuestra caza ha sido importante porque has aprendido muchas cosas del jaguar. Ha enseñado a nuestro cuerpo a permanecer tranquilo. Estábamos vigilantes, si hubiera tratado de atacarnos, nuestro corazón-espejo habría seguido sus movimientos y tres flechas habrían atravesado su paleta antes que sus músculos ordenasen su primer salto.
        Yo tenía miedo, expresé.
        Tu flecha no le habría acertado o le habrías herido mal. Elte habría muerto. L miedo arranca la flexibilidad a tus manos espalda y pies. Quedas duro torpe y vulnerable. El peligro no viene del animal sino de í mismo.
Nos has contado que en tu tribu te consideraban un buen cazador y guerrero. Eras valiente hasta la temeridad. Ahora te comportas como un aprendiz de cazador.
        Yo comprendo lo que le ocurre, dijo Sirupré, porque me lo has contado muchas veces. Es necesario que olvides tu pasado. Cuando te enfrentabas con ese terrible animal que llamas osos, que tiene fuerza descomunal y le esperabas que te diese un abrazo mortal parado sobre sus patas para clavarle un puñal, estabas defendido por todas esas cosa que colgabas en tu cuerpo y por las duras pieles que envolvían tus pies y piernas.
No eras tú quien luchabas con el oso sino todo aquello que llevabas y te daban seguridad. Por eso para ti no era importante el conocimiento del oso. Todos  te resultaban iguales. Algo que no eras tú mismo era lo que te defendía.
Ahora entre nosotros no te sucede lo mismo.
Tú estás sólo  frente al jaguar. Si no eres uno con el jaguar, eres  hombre muerto. No puede haber intervalo.  Si tu flecha no mata al jaguar o lo inmoviliza ya no tienes nada que te defienda. No podrás armar el arco ni siquiera empuñar la lanza. Basta que te roce una de sus garras para que la herida sea terrible y muy raramente se sobrevive a ella. Todo esto es muy distinto de cuando tu luchabas con el oso.
Escuchando estas sencillas palabras sentí como un golpe mental. Comprendí de repente con gran viveza no sólo lo que me quería decir,  sino un conjunto de sus enseñanzas que hasta entonces  había considerado como extraños juegos de palabras. Me sentí como poseído de una extraña Iluminación de tal manera que  olvidé el lugar en que me encontraba y mis compañeros. Parecía que brotaban en mí conocimientos  y fuerzas desconocidas acompañadas de una gran paz. Por primera vez sentía en mi cuerpo un fenómeno  único y maravilloso como si todos mis músculos y tendones se soltasen dándome un bienestar y placidez incomparables que invadieron mi cuerpo y mente.

Pasaron sin duda muchas horas. Después que caí en aquel trance. Cuando volví a tomar conciencia de cuanto me rodeaba seguía en la quebrada del cañaveral pero completamente sólo. Estaba anocheciendo. ¿Volvería a la aldea? ¿Me habían dejado sólo para que pasase la noche como prueba en aquel abrevadero de jaguares? Me di cuenta que me estaba complicando mentalmente. Tenía que dejarme llevar de mi intuición, de mi corazón como ellos decían.  Me incorporé y me alejé de aquel peligroso lugar, con la sensación  que igualmente me podía quedarme allí si eso es lo que deseaba mi corazón. No sentía pavor alguno. Estaba atento a cuanto me rodeaba y me sentía  increíblemente menos torpe a pesar de mi soledad y de que pronto me rodeo la noche cerrada.
Llegue muy tarde a la aldea. El shaman no había trepado a su hamaca y se encontraba sentado frente a un minúsculo fuego.
        Llegaste, dijo. Pensé que en su voz había  un dejo de alivio.
        ¿Hice bien en volver?
        ¿Qué es hacer bien o mal? Tus fuerzas aun no están preparadas para una gran prueba. Todo llegará.

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Nuestra tribu era una de las más grandes de la nación tupi. Esto no se puede entender a la manera que pensamos en una nación en Europa. Quizá se sienten todos parientes por tener un idoma común o muy parecido. Las diferentes tribus de una misma nación suelen tener relaciones tensas y desconfiadas por razón de sus territorios de caza  y pesca. Eso no quiere decir que estén en un permanente estado de beligerancia. Las relaciones por asi decir, oficiales son permanentes, pero las incursiones personales en otra tribu  son extremadamente peligrosas. Las relaciones oficiales se hacen en grupo  y se componen de un grupo de familias completas que vagamente reconocen cierto parentesco  con miembros de la  tribu visitada.
Las visitas particulares pueden  ser mal interpretadas como de merodeadores y aunque existen ciertos pasaportes como un tipo de silbato o calabacín se corre el riesgo de ser muerto antes de mostrarlos. Son tan complicadas estas relaciones inter tribales que  solamente después de varios años he comprendido algo de ellas.

Una experiencia nueva para mí ocurrió cuando fui invitado a salir de caza con dos amazonas Pineabe y Nujena. Creí  comprender el motivo cuando observé al tipo de caza que nos entregamos. Ellas son muy hábiles para la  caza de aves. Nos deslizábamos por la selva antes de la amanecida y  y tratábamos de ubicar aves de abundante carne o especialmente cotizadas por su plumaje. Una vez que el sol estaba alto y ya la caza no era posible nos dedicábamos a desplumar lo cazado y clasificar cuidadosamente las plumas que se envolvían en paquetes bien amarrados.  En cuanto a la carne se les sacaba pacientemente todos los huesos y ensartadas en palitos se colocaban alrededor de un fuego. Luego se desmenuzaba y se comprimía en pequeños canastitos que fabricaban con una liana muy resistente. Algo parecido con lo que se hacia con la pesca cuando se  quería conservar. Una vez llegados a la aldea las mujeres pulverizaban el contenido de los canastitos hasta convertirlo en harina y era guardado en bolsas de  tejidas  para consumirla en las expediciones largas en que no se tenía tiempo para cazar. Era un alimento sustancioso y de poco peso.

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Yo no sospechaba  que mi expedición con las amazonas era la preparación de un viaje importante.
Cuando todo estuvo listo sin que yo me diese cuenta, se fijó el día de la salida.
Éramos cinco. Las mismas dos amazonas. El viejo shaman, su hijo Sirupré y yo. Llevábamos todos  una “bahura” o mochila colgada en la espalda. Consistía en dos varas flexibles a las que iba unido un saco tejido de fibras sujeto todo a la espalda y hombros por dos tiras tejidas del mismo material de tres dedos de ancho. Dentro llevábamos las provisiones. Encima fuertemente atadas un gran manojo de flechas en las que no solo había las  de caza y pesca sino las terribles y envenenadas de guerra. Entre la bahura y la espalda se colocaba una suave  piel de venadito que en el campamento tendría muchos otros usos. En la mano  llevábamos la lanza el arco y dos  o tres flechas de guerra. Todos llevábamos las mismas armas y un peso semejante  en las mochilas  incluido el anciano shaman. No hubo ninguna despedida oficial aunque algunas de las mujeres de nuestro clan nos acompañaron durante largo tiempo quizá como señal de cariño. Esto último me intrigaba mucho
Por primera vez desde que estaba entre ellos participaba en una expedición en que el objetivo principal fuese caminar. Los indios caminan en estas ocasiones a un paso vivo y decidido siempre uno detrás del otro. Mientras hubo sendas  recorríamos  cinco o seis leguas diarias con único descanso en las horas de mayor calor. Las sendas  solían  aparecer como muy transitadas aunque nunca encontrásemos a nadie. Esto último me intrigaba. Aquellas sendas limpias de vegetación lo que significaba un uso continuo y que conducían a algún lugar.
Además neustra  manera de  marchar que no se distraía  aunque se nos cruzase algún animal apetecible, cosa muy diferente de las otras marchas que había verificado hasta entonces.
Después de ocho días de marcha ininterrumpida, llegamos a la orilla de un gran rio. La senda desembocaba en un pequeño varadero  donde habá esparcidas  varias gráciles canoas. estaban hechas de cortezas de un árbol y no como las que había conocido hasta entonces  en un tronco excavado y abierto por calentamiento. Me dijo Sirupré que se llamaban “uba”. Tiene seis o siete varas de largo. Subirse en ellas es complicado porque como son muy angostas se dan vuelta con facilidad. No tiene bancadas para  que se sienten los remeros. Se rema de rodillas o sentados sobre los talones. Los remos son muy cortos como una especie de pala y solamente se rema con uno solo que se cambia de lado según la necesidad. Se rema como empujando el agua. cuando se considue suficiente destreza se descubre que es una embarcación muy liviana y fácil de manejar. Se desliza muy bien porque no cala apenas, aunque vaya bastante cargada. Avanza muy bien contra la corriente. Mis primeros esfuerzos por dominar la embarcación fueron gran causa de risa entre mis acompañantes.

Como navegábamos contra la corriente, rio arriba, íbamos muy próximos a las orillas, donde la corriente suele ser más suave y se forman contracorrientes  que ascienden en vez de descender.
Los bordes del rio presentaban una selva cerrada e impenetrable con muchos árboles que se extendían sobre el agua y que teníamos que evitar continuamente. La abundancia de monos de innumerables clases y todos muy gritones era admirable. También había innúmera clase de aves, muchas más que en los alrededores de nuestra aldea. Para mí todo era muy nuevo, tanto como los peces que con frecuencia saltaban o se deslizaban  cerca de nosotros  diversos en tamaño , forma y color a los que solíamos pescar en las cercanías del clan. Unos eran tan grandes como una vaca, tienen dientes como los lobos de mar y dicen se llaman “manatí”. <mi cabeza se confundía con los nuevos nombres que mis compañeros trataban de enseñarme.
 En los atardeceres solíamos  escoger para acampar  bancos de arena que sobresalían poco en el centro del rio. Me dijeron que hacerlo así era porque  se encontraba alimento y era un lugar seguro para malos encuentros o animales peligrosos. Mientras uno de nosotros se dedicaba a la tarea de encender el fuego , los demás  buscábamos huevos de tortuga o flechábamos peces grandes  sumergidos medio cuerpo en el rio, lo que era fácil por la gran abundancia. Aparte de lo exquisito de estos manjares ahorrábamos alimento del que llevábamos sobre nuestras espaldas.
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Orada rápidamente la comida hacíamos un hoyo en la cálida arena y dormíamos plácidamente. Antes del anochecer mi principal tormento era la gran cantidad de insectos picadores. En el día eran los grandes tábanos que mordían fuerte pero que era relativamente fácil de matar  a manotones. Al principio el shaman no hizo nada para  aliviarme de la picadura de los insectos mucho más pesada que para ellos por yo tener la piel  menos gruesa. Cuando comprobó que el tormento estaba superando mis  fuerzas de existencia me aconsejó que mascase una planta que se llama tabaco y que me untase con su jugo todo mi cuerpo.
La medicina hizo su efecto y lo insectos me dejaban en paz hasta que no tuviese que sumergirme en el agua. Indudablemente en nuestro mundo no existe el Paraíso terrenal, pues en estos lugares tan parecidos al mismo existen tantos animalillos peligrosos o molestosos.
Las mil  variedades de serpientes era algo más serio. Casi todas mucho más venenosas que las víboras de España porque pueden causar la muerte en poco rato. Los indios me han enseñado que el principal peligro es pisarlas ya que  se enderezan y pican en las piernas. Por eso en ciertas ocasiones nos envolvemos las pantorrillas con un pasto resistente. Ellso conocen curas bastante eficaces, siempre que se realicen inmediatamente de la mordedura antes que el veneno se extienda en el cuerpo.

Al décimo día de navegación noté en un momento que la conducta de mis compañeros variaba un tanto. Estaban muy atentos a las orillas y bogábamos más calmadamente que de ordinario. Parecía que buscaban algo o temían algo. Llevábamos pocas horas cuando llegamos a la desembocadura de un pequeño arroyo. Enseguida nos dirigimos hacia él. Esto no ocurría nunca y era demasiado temprano para acampar. Desembarcamos y y nos pusimos limpiar un pequeño perímetro cerca de la orilla y encendieron fuego. Desempacaron los paquetes de plumas que llevábamos y  se pusieron a fabricar tobilleras y muñequeras con ellas y yo les imité torpemente. Ya era claro para mí que íbamos a entrar en contacto con otra tribu puesto que estos adornos son para los indios como los vestidos de gala en España.
Sirupré se internó solo en la selva y volvió al poco rato con unas cortezas jabonosas parecidas a las que usábamos en la aldea para sacarnos la mugre del cuerpo. Pronto todos estábamos en el agua raspándonos mutuamente con ellas y sacándonos la suciedad de tantos días de viaje. Los continuos chapuzones no eran suficientes para estar acicaladamente limpios según la mentalidad de mis compañeros. Las amazonas partieron y volvieron rápidamente, pues Nujena había flechado un pecarí de regular tamaño. Comimos carne en abundancia cosa que no sucedía desde que empezamos  nuestra navegación. Esta carne es bastante parecida a la del jabalí. Yo no hice pregunta alguna conociendo ya bastante la filosofía india que  prefiere que se observe pues hacer preguntas lo juzgan un tipo de pereza mental.

Aquí en tierra firme era diferente que cuando  dormíamos en los bancos de arena. Se debían hacer guardias. Escuché con frecuencia las toses de un jaguar atraído por los despojos del pecarí. En la mañana, después del baño matinal, nos friccionamos el cuerpo con aceite de palma y luego mutuamente nos pin todo el cuerpo con losdibujos tradicionales de la tribu en rojo y negro. Endosamos los adornos fabricados el día anterior y con las armas bien lustradas nos embarcamos de nuevo.

Apenas  transcurrieron dos horas de viaje cuando Nujena que era la remera de proa, sin dejar de remar  lanzó un agudísimo aullido bastante semejante  al que  se profería cuando nos acercábamos a nuestra aldea para alertar a los centinelas de nuestra llegada. Repitió el grito con pequeños intervalos. Era evidente que  se estaba anunciando nuestra llegada a alguien. En aquel lugar el rio se estrechaba un poco porque era un recodo con numerosas islitas de arena. Tan pronto como doblamos ví que se  desprendían de las islas  como una docena de canoas emboscadas en la orilla. Las embarcaciones se dirigían hacia nosotros y sus ocupantes remaban con furia, Nosotros dejamos de remar. Cuando estuvieron a nuestra altura nos rodearon en silencio y todos juntos viramos y nos dirigimos hacía una especie de embarcadero en la orilla izquierda. Allí muy tiesos, junto a la orilla nos esperaba una especie de comité de recepción. Un grupo de de guerreros vistosamente adornados con plumas. Acostamos y haciendo gala de la tradicional indiferencia en un absoluto silencio amarramos la canoa a un tronco y tomando nuestras armas nos alineamos frente a ellos. Entonces un guerrero muy alto y anciano dijo:
        Llegaste Deimpriba.
        Llegué, respondió el shaman.
Sin más el comité de recepción dio media vuelta y se internó en la selva. Nosotros les seguimos y detrás de nosotros el números grupo de las canoas y que iban fuertemente armados.
Caminamos una buena legua hasta desembocar en un claro del bosque que había sido limpiado recientemente. En este lugar  había una veintena de pequeñas chozas también recién construidas. Cortésmente nos indicaron que entrásemos en una de ellas. Inmediatamente trajeron cueros para que snos sentásemos lo que hicimos apoyados en las paredes. Algunas mujeres entraron con troncos encendidos e improvisaron en el centro una hoguera. Solamente en ese momento entraron los guerreros que habían formado el comité de recepción que se quedaron en pie a nuestro lado. El principal tomó varias hojas de esas que yo mascaba para  alejar los  insectos que llaman tabaco, las enrolló cuidadosamente y encendió la punta . Chupó golosamente y lanzó humo por la boca y las narices. Se lo pasó a nuestro shaman que  siguió chupando  y echando humo. Hizo lo mismo con cada uno de nosotros según el rango de manera que yo fui el último. Traté de imitar us chupadas y me atosigué completamente. Es un humo acre y fuerte que las primeras veces que se traga produce mareo, pero cuando un se acostumbra da mucho bienestar. Ahora ya sé que que este es un rito que se hace en las recepciones, en los momentos importantes como ciertas reuniones y para la cura de los enfermos.
Cuando finalmente todos teníamos nuestro envoltorio  o canuto, empezó la conversación, intercambio de noticias y saludos. Muy pronto las mujeres empezaron a traer abundante comida y muchas frutas diferentes de las que yo ya conocía.
Deimpriba me presentó como un aspirante a shaman y guerrero igual que hizo con su hijo Sirupré. Ninguno de los presentes pareció preocuparse demasiado de mi apariencia tan diferente de la tribu y si les intrigó fingieron no  darse cuenta. Por lo demás  la gran variedad de personas que no habíamos reunido no representaban ningún tipo homogéneo. parecíamos representar todas y cada una de las tribus de la región incluyendo las más lejanas. No solamente en las pinturas corporales y adornos sino también en sus formas corporales y las tonalidades de su piel. Algunos llevaban taparrabos de  lienzo anudados a sus cinturas contrastando con la desnudez de nosotros y la absoluta de otros. Cuando comenté mi extrañeza con Sirupré, me expresó que nos encontrábamos en una reunión de representantes de  diversas tribus y que muchos de ellos provenían de lejanas regiones y  que vivian al otro lado de inmensas montañas. Era tanta la diferencia que aquellas gentes, según le había contado su padre que en lejanos tiempos los visitó, vivían en inmensas malocas hechas de piedra.
Cuando me fui familiarizando con los habitantes del provisorio poblado que habitábamos, observé que las mujeres eran todas del tipo de mujer-madre y que las mujeres-guereras como las amazonas eran muy escasas. Nuestras guerreras parecían  despertar la admiración de lla mayoría de los varones  y creo que las  miraban con mucha concupiscencia.
 El campamento parecía organizado en  consideración de cuatro estratos bien definidos. Los ancianos, , los jóvenes ente los que nos encontrábamos nosotros dos, las amazonas y e l resto de las mujeres. Los ancianos pasaban el día conversando y discutiendo. Parecía que la mayoría se conocían entre sí.
Nosotros éramos los proveedores de la caza mayor. Las amazonas se dedicaban a su preferida caza de volátiles. Las otras mujeres recolectaban fruta, miel y otros alimentos vegetales  que se encargaban de cocinar con la caza que se aportaba. Cuando nosotros y las amazonas  terminábamos  nuestras tareas o no saíamo a ellas , permanecíamos escuchando a los ancianos. Estos hablaban una interlingua que yo comprendía muy escasamente pero que parecía familiar para el resto de mis compañeros. En cuanto el resto de las mujeres pasaban el día preparando alimentos. A mi se me imaginaba que aquello de alguna manera se parecía a una universidad en que los viejos eran los catedráticos y nosotros los alumnos.


VII. LA UUNIVERSIDAD DE LA SELVA

La aldea provisoria funcionaba a la perfección. El grupo de alumnos aspirantes a Shaman, entonces no sabía  ni siquiera por qué estábamos allí, nos entendíamos bien, aunque desde los primeros días no solamente en la lengua sino en muchas técnicas como las de caza éramos muy diferentes. Teníamos que aprender muchos de otros. Vi con asombro que aginos utilizaban hondas como las de Castilla, pero que en vez de estar hechas de cuero como las nuestras estaban tejidas en lana y ellos  cuando no las usaban las llevaban  como cerco en su cabeza. A pesar de ser de lana y más cortas no son menos eficaces ya que ellos las manejan con gran habilidad, sobre todo en lugares despejados. En bosque tupido no son tan buenas. Otros en vez de arcos usaban unas larguísimas cañas huecas  en las que soplaban e impulsaban unas pequeñas flechas muy eficaces no por su tamaño sino por el veneno poderoso del que estaban impregnadas. Me recordaban los pequeños canutos que utilizan en España los niños para disparar cuescos jugando. El arma que  otros traían era muy rara .tres cordeles largos de cuero  terminados por una piedra forrada también de cuero. Se llaman boleadoras totalmente inútiles en  el bosque pero que cuando fuimos a cerros y terrenos despejados hacían maravillas con ellas. Si conseguíamos llevara una manada de pecaríes a un lugar despejado ellos los cazaban vivos  enredándoles las patas con esta arma. Ellos dicen que donde ellos viven son montañas y grandes llanuras y que en ellas hay unos pájaros que no vuelan, sino que corren, son más altos que un hombre y se cazan con esa arma de ellos. Tienen mucha y buena carne. También contaban que esas aves que llamaban ñandú, pueden matar una persona de una patada.
Empecé a aprender el lenguaje que ellos hablaban para la ocasión no tan diferente del nuestro como me pareció cuando llegamos. Se llama tupi-guaraní y se usa  entre las tribus para entenderse. Pocos de nosotros lo dominábamos y  suplíamos de mil manera  con signos lo que nos faltaba.

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Cuando en las reuniones escuchaba a los viejos los temas me parecían completamente anárquicos y derivados de la fantasea de quien hablaba. Muy lentamente me fui interiorizando de la estructura de la asamblea y observé que existía un “orador” que desarrollaba un tema que obligatoriamente tenía que haber sido previamente preparado. Las discusiones posteriores giraban siempre sobre el tema  del primer orador.
Al principio los temas se centraron  invariablemente en plantas e hierbas curativas. La planta corría de mano en mano y el que hablaba  explicaba sus cualidades. Generalmente eran  plantas de sus lejanas comarcas y la discusión solía versar sobre si  donde nos encontrábamos  había alguna parecida o que tuviese sus mismas cualidades. El disertante solía haber trído una buena cantidad de su planta regalona que distribuía generosamente entre los Viejos. A veces, sucedía que se enzarzaban  en interminables discusiones a semejanza de cualquier boticario que defiende su remedio preferido.

En aquellos días  presencié una curación muy extraña. En las jornadas de caza uno de nosotros recibió un terrible colmillazo de un pecarí. Estos animales son como los jabalíes pero más pequeños y en ocasiones los machos viejos tienen colmillos peligrosos. Le abrió el muslo de la rodilla a la cintura. Le llevamos  inmediatamente al campamento y yo me preguntaba como harían pues si bien le atamos con bejucos el muslo sangraba mucho y yo no comprendía como se podía cerrar aquel tremendo tajo.
Uno de los shamanes lo tomó a su cargo mientras todos nosotros, en círculo tratábamos de observar. Ante todo  abrió los labios de la herida y los lavó con agua  hervida en que colocó diversas plantas. Rellenó la herida con unos polvos pardos. Mientras lentamente hacía esta curación las mujeres  habían ido a buscar en la selva unas descomunales hormigas negras muy abundantes. Se las iban pasando al viejo que con una mano iba cerrado los bordes de la herida y hacía que las hormigas con sus grandes pinzas mordiesen los bordes y luego las decapitaba con un golpe seco de su uña.
Me explicaron que cuando las cabezas se secaban y desintegraban, la herida ya no se abría más y que  pronto estaría curada.

Igualmente me dí cuenta que las mujeres en nuestras  ausencias se enseñaban unas a otras diversas  técnicas, tales como tejer hamacas o hacer  ollas de greda, cosa que  en nuestra tribu se ignoraba.
Estaba dándome cuenta de todas las concepciones falsas que había escuchado en España sobre los indios, repetidas majaderamente por viajeros y descubridores. Esas ideas  unánimes parecían confirmadas hasta que viví con ellos. Indudablemente que  las gentes de estos países conocía muchas técnicas  que se daban en Europa igualmente desde tiempos inmemoriales. Ciertamente, como sucedía con los cacharros de greda no eran universales entre todas las tribus, pero precisamente  aquella reunión a la que yo había sido llevado tenía, al parecer, el objetivo de que  se difundiesen técnicas  que algunos cultivaban desde siempre pero que los otros ignoraban. Las gentes  que venían del lejano sur y del  este sabían mucho de tejido. En sus tribus  usaban algún tipo de vestido aun que en nuestra reunión habían prescindido de él no sé por qué razón. Cuando abrieron sus canastos nos mostraron pedazos de tela maravillosos en algodón y una lana que no era de oveja. Otros hechos con vistosas plumas. Según pude comprender para ellos el tejido y las vestiduras eran sobre todo de ornato y lujo. Ellos hablaban de inmensas casa de piedra y templos que según describían debían ser tan grandes como nuestras catedrales.
Yo les miraba desnudos y pintados como yo mismo y me parecía algo increíble lo que describían y tampoco  podía suponer como serían aquellas edificaciones. Por lo demás estaba feliz con la simplicidad de la tribu que me había adoptado.
Por sus descripciones colegí que en algunas de aquellas regiones existía la nieve y el hielo. Esas gentes que verosímilmente por sus descripciones vivían en ciudades  de alguna manera  conocía la técnica y la construcción de algún tipo de máquina. Nuestro shaman las criticaba. No le gustaban. Decía que  los seres humanos perdíamos nuestra capacidades usándolas. Comprendí entonces que  en nuestra tribu que conocían muchas fibras textiles que  tenían diversos usos tal como la fabricación de las hamacas no tejían telas. No las encontraban útiles lo mismo que despreciaban el suo del cuerode los animales. En la selva son cosa altameneperecíbles o que  impiden la adaptación y llegan a ser un estorbo.

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Cuando las gentes de las ciudades mostraron objetos metálicos observé que no les daban tampoco fines utilitarios sino de simple adorno. Eran de oro, plata y cobre. El hierro no lo conocían. Pendientes, collares, diademas… Nuestros adornos eran dientes de animales y pulseras tejidas  en dos o tres colores. En ocasiones plumas para el cabello de lindos colores.
En el fondo me parecían más bellas que aquellos objetos metálicos sin duda muy bien trabajados pero que supuse implicaban ya una diferencia entre pobres y ricos.

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La comparación de nuestras armas  y su examen por cada uno fue casi rutinario. Lo interesante resultó cuando  aprendimos unos  de otros diversas técnicas de caza basadas sobre todo en trampas y lazos diversos de una ingeniosidad increíble. Estas trampas  en ocasiones podían  usarse contra seres humano, aunque si esos otros las conocían era fácil que se cuidasen de ellas. Yo pensé que me la futura lucha contra los españoles, cosa que era evidente que sucedería más pronto que tarde, podían ser de extraordinaria utilidad tanto para ellos como para sus perros de guerra. Para los caballos y sus jinetes  tendrían que ser repensadas y remodeladas.

Solamente los viejos discutieron los grandes temas que se podrían llamar de política entre las tribus  que estaban representadas en esta reunión. Según me enteré algo se habló de la llegada de “extranjeros” aunque la principal preocupación eran las guerras  e incursiones que organizaban las ciudades mayas y los lejanos mexicas.
Para mí no era nada claro las complejas relaciones tribales. Era evidente que  varios de los representantes  que participaban con nosotros pertenecían a tribus grandes e importantes que no tenían buenas relaciones con nosotros las gentes de la selva.
Los fundadores de reuniones como esta eran los Olmecas.  Su representante en esta asamblea nuestra  siempre me había fascinado. Era un gigante de enorme cabeza y su cuerpo  estaba compuesto por una voluminosa masa de músculos. Hablaba muy poco y todos los viejos parecían venerarle.
Pineabe la amazona  en esta expedición  conversaba bastante conmigo y me contaba cosas  de las que discutían solamente los viejos ya que ella con Nujena participaban de sus reuniones aunque  pienso que no en forma activa porque yo las divisaba siempre un poco alejadas. Según me dijo el Olmeca conocía la llegada de los españoles a la Española y algunos desembarcos  ocasionales en tierra firme. Los describía como blancos y peludos en la cara como los monos. Yo no comprendía  que él no se hubiese dado cuenta que  yo  había sido uno de ellos a pesar de mi depilación el cierto oscurecimiento de mi piel por los untos del shaman y las pinturas de mi cuerpo. Estas informaciones del  Olmeca habían puesto nerviosos a los viejos que deseaban saber más detalles. Supongo que nuestro shaman se reía para su interior ya que él si sabía muchas cosas contadas por mí mismo. Creo que pensaba que era demasiado prematuro  contarlas quizá temiendo por mi integridad u otras razones intrincadas debidas a su gran inteligencia y tacto.
Pineabe   decía que se pidió que todos los pueblos del oeste, entre  los cuales nos encontrábamos nosotros, debían enviar continuas expediciones por la costa vigilando la posible llegada de esos extranjeros que solían llegar en grandes canoas muy altas sobre el agua.
Se terminaron las conversaciones fijando la próxima reunión para veinte lunas más tarde en un lugar determinado que  solamente algunos podían ubicar, pero que estaba muy lejano del que ahora ocupábamos.

Quedaba el festejo de despedida con un banquete, justas deportivas  y baile.
Cada uno de los grupos que allí estábamos nos esforzamos por  preparar con los escasos medios de que disponíamos  los manjares que para nosotros eran los más suculentos. Parecía que los manjares más exquisitos para mis gustos los echaban a perder con el terrible chile que cada grupo se gloriaba era el más picante y abrasador.

Durante eta reunión tuve la certitud que existía un mar oriental  tan grande como el atlántico. Me parecía claro que  la tierra en que vivíamos era una inmensa isla que se interponía entre  Europa y la China y que no era como Colón creía  el comienzo de la India.
  Tuvieron lugar las justas de lucha de muy diversas maneras. Algunas eran las que ya conocía o sus variantes. Casi siempre  se vence haciendo tocar la tierra la espalda del contrincante.
Para mí fue nuevo un juego en que  se tiraban  unos a otros una pelota de resina muy elástica que ellos  llamaban “cauchot” y que rebotaba en el piso con saltos inversímiles hasta gran altura.
Exista la forma de lucha de las amazonas en que no primaba especialmente la fuerza sino la agilidad, velocidad de movimientos y astucia. Algunos hombres intentaron luchar con ellas. Los asistentes de más edad  se miraban unos a otros con ironía porque sabían que era poca la posibilidad que un varón dominase a aquellas resbaladizas mujeres. Yo siempre las había visto luchar entre sí en sus ejercicios de entrenamiento nunca con musculosos varones. La lucha resultaba aparentemente  desigual, pero tan pronto como comenzaba era desigual para los varones que rápidamente caían en tierra. Esto causaba la hilaridad de los viejos , pero en los jóvenes se mostraba una rabia mal contenida. Los que hacían de árbitros se percataron  que la  cosa podía  llevar a una violencia verdadera y decidieron hacer cesar los combates. Tuvieron que explicar que las amazonas no deseaban humillar a sus oponentes sino mostrar un género de lucha  que ellas usaban en la guerra  o para demostrar que era muy importante desarrollar habilidad y flexibilidad que la  pura fuerza muscular. Creo que los vencidos y sus amigos  no se quedaron muy contentos con la explicación y me alegré quue la reunión se terminase porque era evidente que deseaban algún tipo de revancha. Pensé que  entre ellos solamente existían las mujeres-madre sometidas a la servidumbre propia de las mujeres.
Por fí se danzó interminablemente  hasta que despuntó el alba. Ese baile  no me gustó. Era algo  que carecía de la gallardía  y  alegría de las danzas españolas. Su ritmo era lento y cansador y tristes los rústicos instrumentos que le acompañaban.

Fuimos el primer grupo que partió. Yo creo que el shaman lo dispuso así en vista del mal ambiente que había despertado la invencibilidad de las amazonas. No llevábamos otra impedimenta que nuestras armas. Habíamos pasado en aquel campamento cerca dedos lunas.

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La vuelta fue mucho más lenta que el viaje de llegada. Hacíamos   muchas detenciones en búsqueda de alimento que no era abundante en aquellos parajes. Se tomaban muchas medidas de seguridad, no sé si para nuestra enseñanza o porque realmente estábamos atravesando territorios de caza de tribus poco amistosas.
En ocasiones los fuegos del campamento no debían dejar escapar humo que se elevase en el cielo y delatase nuestra presencia. En determinado  lugares debíamos borrar nuestras huellas arrastrando ramas tras nosotros.
Observaba como caminaban mis compañeros que podían deslizarse silenciosamente sobre la hojarasca en ocasiones. Ellos apoyaban el dedo gordo del pie y los otros dedos en forma muy elástica con pasos cortos, rápidos y livianos. Realmente  en cada paso uno se desliza a lo largo del piso  en el momento del contacto. El choque del pie con la tierra se absorbe con todo el pie no con la punta ni con el talón. Con la práctica apenas se deja una mínima huella  apenas notable y difícil de identificar. Esta manera de caminar, incluso correr, es casi como una especie de baile.

Cuando llegamos a la aldea-madre, estábamos flacos y cansados. Cada uno de nosotros por diversas razones, contentos. Yo había aprendido gran cantidad de cosas y practicado otras que hasta entonces  para mí eran completamente desconocidas. Descansamos durante muchos días. Contamos todo lo sucedido y esto  haciéndolo a la manera india  describiendo todo minuciosamente y con los menores detalles y demostrando lo que habíamos aprendido.
Un día el shaman nos llamó aparte a Sirupré  y amí.Estaba un tanto solemne hablando con tranquilidad. No dijo que ya hacía mucho tiempo que sentía la llamada de sus antepasados y que pronto se iba a ir con ellos. Debido a esto iba a activar  el adiestramiento de Sirupré y el mi propio utilizando las últimas fuerzas que aun le quedaban. Determino que en adelante Sirupré  tomaría su lugar porque las gentes de la tribu tenían que acostumbrarse a  que Sirupré era su nuevo shaman.
Quedé muy angustiado con la noticia. Bien sabía que  en la tribu las personas, sobre todo los ancianos  se mostraban casi normales ates de morir. Solamente en ocasiones unos pocos días antes se acurrucaban en su hamaca, dejaban de comer y en el momento menos pensado aparecían muertos.
El shaman representaba para mí mucho más que mi lejano padre español que solamente me consideraba como segundón y con el cual las relaciones eran sobre todo protocolares. El shaman depositó en mi su confianza desde el primer día, creo que debía a él que la tribu no me expulsase o ejecutase. Ahora la tribu me consideraba como uno de ellos gracias a él.

VIII. EL TÉRMINO DE LA INICIACION. GUERRERO INDIO.


La primera experiencia después de la declaración del shaman sobre su próxima muerte  fue la decisión de llevarnos a las grutas de  los antepasados. Inmensas cavernas que solamente tenían acceso por  dificultosos y laberínticos  pasadizos, pozos y galerías. Solamente llegar a  su entrada  era ya una penosa aventura, cuanto más descender  yo creo que una legua bajo tierra en la más absoluta oscuridad. Ciertamente no eran lugares, supongo yo donde estuviesen enterrados sus antepasados, sino el lugar  en que el shaman se comunicaba con ellos.
Como debíamos estar libre de toda preocupación el shaman  hizo que nos acompañasen  para que se aprovisionarnos, cubrir todas nuestras necesidades y protegernos de cualquier peligro a Nujena y Pineabe sus amazonas de confianza. eEn este aspecto   yo creo que  había muchos guerreros que sentían celos y despecho por esta predilección del viejo. Ivi, la atractiva viuda nos serviría en todas nuestras necesidades. Por lo demás ellas no tenían contacto con nosotros pues se instalaron en otra parte  de aquel complicado dédalo de grutas. Sirupré, el shaman y yo acampamos en una inmensa cavidad que tenía un maravilloso laguito y una lejana cavidad a gran altura la proporcionaba una cierta claridad..desde esa oqueda caía un vertiginoso derrumbe que en nuestros ratos de ocio y descanso tratábamos de esclar nosotros dos los jóvenes sin éxito alguno.

Me acuerdo una de las reflexiones o clases que nos impartió el anciano.
Ser un buen  cazador es considerado aquel que es capaz de cobrar  siempre muchas piezs, muchos animales comestibles para el clan. Para ello hay que conocer los hábitos de los animales y todo lo