EL RENEGADO III
del torrente. Allí sin transición nos hicieron sumergir hasta el
cuello en el agua. al principio la
sensación era deliciosa. Se nos advirtió que no bebiésemos agua.
No creo que fuese para atormentarnos más sino tal como estábamos
deshidratados habría sido muy peligroso que tratásemos de bebr en forma
incontrolada. El hecho de poder refrescar los labios partidos por el intenso
calor ya era un cierto alivio.
El alivio de permanecer en aquella heladísima agua desapareció muy pronto y comencé a
entumecerme y convertirse en una nueva desesperante prueba. Además cada cierto
tiempo nos hacían salir del agua y volvernos a sumergir en ella lo que
resultaba muy penoso.
Así transcurrió la noche más larga y penosa de mi vida.
Antes del amanecer toda la tribu se encontraba expectante en las
orillas del estero. Con la primera luz del alba nos hicieron salir por última
vez. Todo mi cuerpo estaba completamente insensible. Tuve que utilizar todas
mis escasas fuerzas y voluntad para acercarme tambaleando como todos los otros
hasta donde se encontraba el shaman rodeado de los principales guerreros. El
shaman tenía en sus manos una afiladísima lezna de hueso. Ceremoniosamente iba
tomando el lóbulo de cada oreja
según nos íbamos acercando y lo atravesaba de parte a parte. No brotaba
una sola gota de sangre. Uno de sus acompañantes introducía inmediatamente en
el grueso orificio un palito que tomaba
de una bandeja que sostenía una mujer. Igualmente hicieron conmigo cuando llegó mi turno y como
a los demás pronunciando claramente mi nombre dijo entregándome el capuchón
cubre sexo:
•
Apoena, desde hoy te debes completamente
a la tribu y a tu clan.
Caminé siguiendo a los otros por la ancha calle que los hombres y mujeres silenciosos y como ellos me dirigí a la choza de mi clan.
Allí las mujeres nos tenían preparados
toda clase de abundantes manjares. Comí con ansia y luego trepé a mi
hamaca donde dormí hasta el atardecer.
En la noche iba a tener lugar la ceremonia principal. Las mujeres me
tomaron a su cargo y con el rojo urucum me pintaron todo el cuerpo con los
complicados dibujos del que ahora era ya mi clan definitivo con los símbolos en
negro que aun yo no supe interpretar. Me
tejieron anchas pulseras de muchos colores en
antebrazos, tobillos y bajo las rodillas. Mis armas fueron
cuidadosamente pulidas con aceite.
Cuando salí al exterior advertí la inmensa pira de madera que se había
amontonado propia de las grandes solemnidades. Todos los nuevos iniciados según
íbamos emergiendo de nuestras malocas éramos reunidos en un solo grupo para que
con los guerreros jóvenes recorriésemos la aldea bailando la canción de la
tarde
Me di cuenta con fuerza
que yo era ya , sin distinción, un
miembro más de la tribu.
Más tarde en el transcurso de aquella noche me afirmé que con derecho
propio me sentaba en el consejo
tribal ejercitando mi derecho
comunitario a voz y voto. A todo lo anterior siguió el banquete y el baile
interminable hasta que despuntó el nuevo día.
´+++++++++++++
VI.UNA
SEGUNDA INICIACIÓN
En un espacio muy corto de tiempo había nacido a una vida
absolutamente diferente a la que viví durante
los 33 años anteriores. Mi niñez, juventud, y vida de adulto guerrero y
aventurero habían muerto para mí
Lo que me parecía más increíble
era que mi cuerpo se hubiese
habituado a un género de vida tan diferente y que hubiese resistido
todas aquellas pruebas que me
hubieran parecido imposibles si las hubiese conocido de antemano.
Estaba convencido que mi nueva vida para mis coterraneos les parecería un retroceso
inimaginable en la escala humana. Para mí significaba un enriquecimiento una
vuelta a lo que nosotros mismos habíamos sido cuando éramos semejantes a
Viriato y a los héroes de nuestra antigüedad. Es maravilloso no depender de las
cosas externas para vivir humanamente, sino dependiendo de uno mismo y de las
capacidades adquiridas. Es cierto que aquí se desconocen los metales, pero
existe una habilidad increíble para
crear las herramientas necesarias
haciéndolas de piedra o madera.
En la misma lucha, se depende
mucho menos de las protecciones y de las armas. Se llega al extremo de
las amazonas en que su cuerpo es la más efectiva y mortal de las armas.
Lo que más me fascina en mi nueva forma de vida es que se funda sobre
lo natural y real, se enraíza en el mundo que nos rodea en las cosas que
suceden aquí y ahora.
Es cierto que existen prejuicios como en cualquier nación, pero entre nosotros son mínimos,
porque dejan a todos desde la primera
niñez que se enfrenten por sí mismas con
la vida.
Desde luego no existen como
sucedía en mi país esas maniáticas concepciones sobre el honor, la jerarquía,
la honra, las precedencias que son la fuentes continuas de rivalidades, odios,
riñas y duelos a muerte.
En ninguan manera vivo entre
seres perfectos o de naturaleza angélica. Aquí existen las rivalidades,
envidias, mezquindades pero la ruda vida que llevamos no nos permite dedicar
mucho tiempo a esas fragilidades. Yo sé que no gozo siquiera dentro del clan
que me ha adoptado gozo de una simpatía completa, menos aun en la tribu. Sé muy
bien que muchos juzgaron desacertada mi
incorporación y sin embargo todos votaron a mi favor, quizá convencidos que no
llegaría a habituarme o bien que no resistiría las pruebas que me impusieron.
En ocasiones se me ocurre que sería maravilloso poder injerte las diversas
formas de vida escogiendo lo mejor de cada una de ellas para el mejor
desarrollo de los seres humanos.
Hemos descubierto un nuevo mundo. Los españoles que irán llegando aquí
deberían en cierta medida adoptar lo
mejor de este mundo y a su vez ir rechazando lo peor del mundo que dejaron.
Ideas locas e irrealizables porque sé muy bien que la gran mayoría de
mis antiguos compatriotas juzgan a los indios y sus formas de vida miserables y
a ellos poco diferentes de los monos. Seres que solo son buenos para ser
esclavos de la raza superior. Esa es la visión que crearon los primeros hombres que llegaron junto a Colón y desde entonces, sobre todo
por conveniencia, se ha creído en ello. Visión gratificante para la mayoría de
los que han llegado o se dirigen aquí, ya que en España eran considerados como
escoria humana y aquí se pueden pavonear de gentiles hombres y que en su
condición de pequeños diosecillos pueden ejercitar con los naturales de este
país cualquier vileza o desmesura.
Estos “conquistadores” jamás se han preocupado de aprender las diversas lenguas de los indios sino
aquellas que les pudiesen conducir a las codiciadas minas de oro y plata,
juzgando todo el resto como ladridos indignos de ser pronunciados por seres
humanos.
Algunos religiosos que se han interesado algo en los indios con el
único fin de convertirlos han usado a
interpretes o lenguaraces, indios renegados,
que trtando de halagar a sus amos le relatan aquello que “mejor canta a
sus orejas” y que confirme su desprecio hacía los habitantes de estos lugares.
Me pregunto? cual sería la reacción de la mayoría de mis antiguos
compatriotas si yo trtase de explicarles que los indios poseen hermosos idiomas, tan expresivos como lo puede ser el
español o mucho más en ocasiones?
¿Creerían que existen sabios entre ellos que estudian el mundo que les rodea y que no buscan en
ello beneficio personal alguno, ni honras, prestigio o emolumentos? Acaso no es
la esencia del Evangelio el tratar de poner al servicio de los demás las
mejores cualidades que uno posee ya sea sabio, artesano, guerrero o cazador? Si
yo afirmase esto entre los españoles me catalogarían como peligroso hereje
digno de la hoguera.
Aquí no se heredan los cargos y como sucedía entre los godos, según
cuenta tácito, todo cargo es electivo y transitorio solamente los jefes son nombrados para las ocasiones en que son necesarios,
generalmente cazo o guerra y terminada la necesidad termina igualmente el
mandato que recibieron para dirigir al grupo. Esas elecciones recaen
invariablemente en aquellos que han demostrado en diferentes ocasiones ser los
más inteligentes bravos para el fin que se les nombra.
Los “conocimientos” no se entiende
aquí como en nuestra Europa. No son cosas que se almacenan mentalmente.
El conocimiento se realiza en forma concreta haciendo las cosas. Así se enseña
para que sirve una planta que se distingue entre las otras, se toma, se
conserva y guarda.
Esos “cargos” en que para la
utilidad del común alguien es elegido, me pregunto si no son auténticas
“cargas” que quien las recibe desearía no tenerlas que ejercer. Es, por ejemplo
el caso de las amazonas. Supongo que muchas de ellas habrían deseado o desean ser mujeres-madre,
tener hijos, recolectar y llevar una vida menos dura y azarosa que ellas.
Después de mi iniciación abandoné la pequeña maloca que me habían
construido y Ati no me acompañó más. Ahora como cualquier de los guerreros
jóvenes, podía solicitar las atenciones de Ati o de cualquier otra de las
viudas hasta que me uniese con beneplácito de la tribu a una joven que me
aceptase. Esa mujer no podía pertenecer a mi clan de adopción, sino a
cualquiera de los otros con el fin de evitar
cualquier consanguineidad. La mujer pasa a pertenecer al clan y familia
de su marido.
Tampoco es raro que la esposa
se robe de una tribu vecina. Ello no significa ue estén en pie de guerra
continua con ellas aunque las relaciones son muy complejas y aun no he
conseguido entenderlas bien, porque escapan a nuestros conceptos de relaciones,
por así decir, internacionales. Fácilmente
siempre que no existan relaciones
formales y en grupos un vecino extraviado puede ser considerado un merodeador
peligroso a exterminar.
Es muy probable que esto derive del interminable éxodo de las tribus
hacía el sur. Según parece este éxodo se
detiene una o dos generaciones, hasta
que por crecimiento de las tribus se agote
las reservas de recolección y caza y se parta para encontrar mejores
lugares. Me hace el efecto que que cada cierto tiempo las tribus se van
empujando unas a otras en búsqueda de nuevas tierras.
Esta situación me ha hecho pensar
el grave riesgo que corrí cuando me encontraron las amazonas y más
cercano cuando se me abandonó en la selva
para que practicar mi iniciación.
+++++++++++
Mis actividades actuales consisten primordialmente en el
abastecimiento de caza para el clan que es el deber de todo varón adulto. Caza mayor, sobre todo,
volátiles y, ocasionalmente pescado. Las mujeres-madre se encargan de la recolección de vegetales,
miel, insectos y plantación anual de la mandioca.
Creo que antiguamente en España el trabajo se repartía en forma
semejante, pero se ha olvidado completamente.
Lo que más me llama la atención que para las gentes de aquí todas
estas actividades no se consideran como entre los españoles como “trabajo”. El
indio carece completamente de una
actividad como deber. Es algo como jugar. No importa el resultado sino la
actividad en sí misma. El hecho que después de un día o varios de caza
infructuosa volviendo con las manos vacias es algo que se acepta como un hecho
natural. Algo así con esa pasividad que suelen demostrar los moros y que
tanto extraña a los españoles, sobre
todo cuando dicen que Alá lo tiene decretado.
Aquí no se nombra a Alá ni a ningún equivalente, se acepta lo que
sucede sea una caza exitosa o un desastre. Nadie culpa al cazador que no tiene
éxito.
Las partidas de caza importantes cuando se trata de cercar un grupo o manada requiere una cierta
organización y para ello se elije previamente un capitán al que todos los componentes de la partida deben obedecer
ciegamente. En ocasiones estas partidas de caza se determinan en un consejo
tribal o bien la organizan particularmente un grupo de hombres o amazonas.
La caza que se obtiene es repartida por un anciano designado para ello
y el cazador o los cazadores no
reciben sino la misma ración quese
entrega a los demás.
Las partidas de pesca, sobre todo cuando se desciende al borde del mar
requieren una cuidadosa organización y son muy numerosas, porque el clan entero suele viajar por varios días.
La pesca en los ríos es personal cuando se flechan los peces o bien
comunitaria cuando se cirra un pequeño curso de agua y se le envenena con el jugo de unas plantas,
de manera que los peces como borrachos empiezan a sobrenadar y se les flecha o se toman con las manos.
Otra de mis ocupaciones como guerrero joven es la de la vigilancia. La
aldea madre está perpetuamente vigilada
por un numeroso grupo de guerreros que emboscados guardan todos los caminos de
acceso y los puntos estratégicos en los que pudiera haber una infiltración o un
ataque sorpresivo. Durante esta vigilancia en forma alguna se puede cazar o
pescar. Los indios tienen un fabuloso sentido del oído y del olfato del que yo
carezco y además son capaces de detectar la más mínima huella de un animal o un humano, no soo en la tierra
sino incluso en el quebrado de pequeñas
ramas. Ellos con frecuencia me van leyendo los signos que leen en su alrededor.
Saben distinguir las huellas de un dedo del pie
e individualizan a la persona que pasó por ese lugar. Igualmente les
advierte un aullido lejano, el revoloteo de los pájaros Cuando captan esas
señales su reacción puede ser de una
rapidez aparentemente inconcebible.
El tiempo no está reglamentado fuera del que se dedica a una partida
de caza o la vigilancia de la aldea. Uno
se dedica libremente a las actividades que he descrito en forma libre.
Si permanece en la aldea jugará con los niños, dormirá, se ejercitará en la
lucha o fabricará algo de lo que necesita.
Existe un tipo de lucha al que son muy aficionados tanto los varones
como las mujeres en que se trata de demostrar más la agilidad que la fuerza. Es
muy semejante al arte guerrero de las amazonas.
Las amazonas que usan su cuerpo como verdadera arma, igualmente son
muy diestras n el tiro al arco. Ellas son vírgenes. Se supone que en ello
reside su fuerza, coraje y valentía. Si alguien, a la fuerza quisiera
violarlas, tendría graves dificultades debido a su destreza en la lucha. En
caso que sucumbiesen, ellas se suicidan
con la enorme espina, su único adorno,
que llevan pendientes del cuello en una vaina
tejida cuidadosamente, ya que se trata como de una pequeña daga
envenenada. Se dice que es un veneno tan letal como el de lagunas serpientes
que mata en instantes. Igualmente se
suicidan en el caso de ser hechas prisioneras.
Las amazonas viven en su propio clan y son alimentadas por la
comunidad par que ellas se dediquen enteramente a sus ejercicios y ritos
secretos. En ocasiones salen de pesca y
caza que como todos entregan a la
comunidad. Ellas cuando salen a una
expedición lo hacen solas sin que participe en su horda ningún varón.
En la vida de la tribu y del clan son consideradas como los guerreros
de mayor prestigio. Tiene su lugar en el consejo cotidiano e igualmente que los
guerreros se sientan apoyando su espalda
en sus lanzas y su opinión es muy
respetada.
En cambio las mujeres-madre cuando participan en el consejo lo hacen
apartadas y de pie. No parecen integrarse
en el y raramente levantan la mano para votar aunque no les esté
prohibido.
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El círculo de mis conocidos se va agrandado continuamente aunque mis
verdaderos amigos son pocos. El más cercano a mí es Sirupré el hijo del shaman.
Inmediatamente desde mi llegada a la
aldea simpatizamos mutuamente. A través
de el me voy interiorizando en muchos usos y costumbres de la tribu.
En ocasiones me parece como si estuviera viviendo en el Jardín del
Edén que describe la Biblia. Creo que esto me ocurre porque como soy nuevo me fijo ante todo en todo lo
bueno. Las rencillas y malevolencia que existen
como en cualquier lugar en que hay seres humanos me escapan. Además para
la mayoría soy como una especie de niño con el que hay que ser tolerante y que
debe ignorar los problemas que dividen a
los demás.
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Hoy volvimos de una larga estancia
al borde del mar.
Ha sido la primera vez que he
bajado hasta el litoral desde que llegué aquí.
Estas expediciones que no son muy frecuentes tienen como objetivo es
recolectar los productos que se puede
obtener en la costa. Resulta muy
interesante el servicio de postas que se organiza para conducir el pescado
fresco a la aldea. Para la gente de la aldea resulta una delicia poder
comer en estas ocasiones algo de pescado fresco, ya que la mayoría se
sube una vez que ha sido secado al sol sobre las rocas. Aun este se conserva
mal y por poco tiempo. He tratado de explicarles en mi tribu se salaba el
pescado para conservarlo por más tiempo. Ellos no comen los alimentos con sal
sino que les añaden solamente una pequeña porción de ceniza. He probado demostrarles como se
obtiene la sal del mar llenando huecos naturales ee la roca con agua marina.
Varias jornadas de camino volviendo como todos los demás con una
pesada carga de productos del mar. Cuando llegué a la aldea me di cuenta que a mi paso había cuchicheos notorios y algunos me
miraban insistentemente. No parecía nada casual. Cuando deposité en la maloca
de mi clan toda la carga dejándola a cargo de las mujeres, corrí a bañarme al
estero ansioso de sacar de mi cuerpo el polvo aglutinado con el sudor de varios días de marcha , lo mismo que la sal
acumulada en mi piel. Las continuas zambullidas y la escasez de agua dulce me hacían sentir con la piel resquebrajada.
Mientras me estaba raspando concienzudamente con las cortezas
jabonosas que solemos usa vino Sirupré y se sumergió a mi lado. El no había
formado parte de la expedición. Al cabo de un rato me dijo:
•
En estos días se ha hablado de ti mucho
en los consejos.
Intenté no demostrar curiosidad
ni emoción alguna y me segúi restregando indiferente. Estaba aprendiendo a
moderar mi impetuosidad española adoptando la máscar inexpresiva propia del
proceder de los indios. Aun en los más graves asuntos.
•
Bien, Sirupré, ¿hablaron de mí para bien o para mal?
•
Hubo de todo.
•
Eso es lo que ocurre siempre, dije yo flemáticamente
siguiéndole el juego. La conversación seguiría así mucho rato.
Me fui a la maloca y me instalé en la hamaca. Sirupré me había seguido
y se tendió en una desocupada algo más arriba que la mia. Aquello estaba dando
al asunto un cariz especial.
•
Llegaste muy sucio y con muchas heridas,
aun no sabes caminar bien por el bosque ni por las rocas de la orilla del agua.
•
Ya aprenderé con la experiencia y las heridas.
•
Te van a desterrar, dijo casi
festivamente Sirupré repentinamente.
Aquello me cayó como un cañonazo. ¿Qué tabú yo había violado? ¿Qué acusación o calumnia
habían levantado contra mi?
•
¿Qué hice? Debí preguntar con todo mi
ímpetu y rabia.
Sirupré prorrumpió en carcajadas interminables. Finalmente dijo
divertido:
•
La mayoría confía en ti, aunque no
todos. Dicen que tú sabes muchas cosas
que pueden ser muy buenas para nosotros
como eso de la sal como tú la llamas. Así que has sido “elegido” para que te inicien como shaman- guerrero.
Si hubiese recibido una bala de cañón que me hubiese partido por medio no habría quedado más
anonadado. Aquello encerraba algo grave conociendo su apego a tradiciones y
costumbres Aquel honor y confianza en un
extranjero casi recién llegado y adoptado era incomprensible para mi mente y
seguramente para muchos de ellos.
Remecia mi mente, mi tranquilidad, aquellos días pacíficos en que me
dejaba llevar dulcemente por los acontecimientos gozando beatamente de mis
nuevas experiencias.
Bruscamente iba a terminar todo y
de nuevo sumergirme en un cúmulo de esfuerzos que seguramente irían más allá de mis fuerzas sumadas a los
que aun me eran tan penosos.
Mi recién iniciación me había vaciado de la mayor parte de mis
energías en un esfuerzo continuo de adaptación. Ahora se me exigía un nuevo y
desconocido esfuerzo. Sabía que nadie me daría explicación alguna sobre la
decisión de la tribu ya que cuando se llegaba a estas decisiones primaba ante
todo lo que se consideraba lo mejor para la comunidad. ¿Hasta que punto esto
era razonable? ¿hastaque punto mi
libertad de decisión quedaba anulada?
En el consejo de aquella noche se me comunicó que había sido elegido para ser iniciado como guerrero-shaman. En ningún
momento nadie preguntó que si yo aceptaba. El proceso de “iniciación” comenzaba
inmediatamente y mi maestro sería el viejo shaman
Permanecí lo más imperturbable que pude aunque dentro de mí hervían
las más contradictorias emociones.
Si alguien de la tribu adivinó mi desasosiego y rebelión interior
fingió ignorarlo. Me dejaron cocer en mi propio fuego. Como casualmente a
partir de aquella comunicación el shaman y mis amigos se hicieron invisibles y
fui enviado a agotadoras y continuas jornadas de caza.
Como de ordinario el “inmediatamente” de los indios no quiere decir lo
mismo a lo que yo estaba acostumbrado. Esa determinación indica más una decisión que una temporalidad.
Estaba en ascuas preguntándome cuando y como empezaría mi nueva iniciación.
Pasó una luna larga, según su cuenta y no ocurrió nada diferente.
++++++++++++
Aquella mañana el shaman se acercó a mi hamaca y me dijo que le
acompañase. Saliendo de la aldea no tomamos la dirección de la selva sino la de
la montaña. El viejo comenzó
pausadamente a escalar la escarpada ladera con una agilidad increíble para su
edad.Yo le seguía a corta distancia. Escalamos varias horas sin pausa. Después
de recorrer a gran altura un reborde
interminable y peligroso llegamos a una caverna poco profunda. Desde la
entrada se veía diminuta la aldea y muy
lejanamente el mar. En el fondo de la cueva
se deslizaba un pequeño hilillo de agua. El piso de este reparo estaba
cubierto de una profunda y finísima capa de arena. Era un lugar fresco, sin
insectos. No sé por qué se me ocurrió que aquello era la capilla particular del
samán, donde acaso veneraba a sus dioses. Un lugar en que quizá se retirase
para orar o bien para descansar sin ser importunado.
Tan pronto como llegamos el viejo se
acomodó en un rincón que debía ser su lugar preferido y me invitó a que
buscase “mi lugar”. Inmediatamente insistió que no podía ser un lugar escogido
al azar sino aquel en que yo me sintiese
en mi “centro”. Hasta que yo no
encontrase mi lugar no podíamos hacer nada.
Yo no comprendía nada. Para mí cualquier lugar me parecía bueno. El
viejo adivinó mi desorientación y empezó a explicarme pacientemente que cada
uno de nosotros teníamos que encontrar
allí nuestro lugar y que eso era importante, porque en el sitio que encontrásemos se unían las
fuerzas del cielo con las de la tierra y entonces los dioses y los antepasados hablarían con
nosotros.
•
¿cómo puedo encontrar mi lugar?
Enseñame la manera de hacerlo.
•
Buscado, dijo enigmáticamente
•
Buscando ¿qué?
•
Buscando, repitió.
•
Cuando se busca algo se tiene que saber
lo que se busca, dije tercamente.
•
Eso es lo que digo. Busca el lugar que te
sientas “bien” y eso significa que estarás en armonía con el cielo y la tierra.
El shaman observaba divertido
todos mis confusos intentos. Inútiles ya
que yo no podía diferenciar entre uno y otro. El se incorporo’ y me dijo que
debía seguir buscando. Le ví alejarse
entre las piedras y riscos.
Me alegré que se hubiese ido. Me dirigí al pequeño manantial que
manaba de la roca y bebí. El agua estaba deliciosamente fresca. Luego salí de
la gruta y me senté en el borde del
acantilado con las piernas colgando sobre el abismo. Quedé ensimismado
contemplando el lejano mar. Me sentí muy sosegado.
¿Qué significado tenían las palabras del shaman? Era indudable que
encerraban una enseñanza práctica como siempre. Era cierto que cada vez que yo
había cambiado de sitio había deseado sentir algo particular. En cambio cuando
me ubiqué en el lugar en que estaba no
había sentido tampoco nada particular. Estaba a gusto, me sentía feliz y como
conectado con todo lo que me rodeaba. ¡aquel tenía que ser mi “sitio”! ¿Acaso
el shaman se refería a algo diferente? ¿Era este el lugar donde se juntaban las
fuerzas del cielo y la tierra?
Me puse de nuevo a ensayar diversos lugares y en ello pasó el resto
del día. Al anochecer como no había vuelto el shaman me hice un ovillo en el
rincón opuesto donde se había sentado el viejo. Dormí maravillosamente y sin
sueños. Antes del amanecer me desperté lleno de una suave energía como nunca
había experimentado. No tenía hambre a pesar de no haber comido desde el día
anterior. Me lavé con aquel hilillo tenue de agua maravillosa y me volví a
sentar en el mismo lugar en que había dormido. Ya no pensé más en mi ansiosa
búsqueda. Con gran asombro rato después
escuché el roce de los pies del
anciano acercándose. Estaba poco después frente a mí. No me dijo nada sino que
se quedó mirándome fijamente como si su ojos me traspasasen. Luego se sentó en
el mismo lugar que el día anterior. Silencioso, creo que meditaba. A pesar de
la ruda subida y su avanzada edad no parecía fatigado en absoluto. Junto a él
dejó un canastito de palma trenzada.
•
Ya has encontrado tu lugar, dijo.
No era una pregunta sino una afirmación. Callé. Elevó un brazo y lo giró como en un gesto que abrazaba toda
la tierra que teníamos a la vista a través del boquerón, selva y mar.
•
Estuviste contemplando los árboles y la
gran Agua. Miraste pero no “viste” nada.
•
Todo está tan lejos que es difícil
distinguir bien, respondi un poco desorientado.
•
Cierto, cierto, respondió él con malicia,
pero lo mismo te ocurrirá cuando mires esta arenita sobre la que estamos
sentados o la agüita que resbala frente
a tus pies porque tampoco las “ves”.
•
Quedé callado largo rato. ¿Qué me
quería significar el anciano? Sin duda
era de nuevo uno se sus continuos acertijos que encerraban una lección. Algo
que no se podía comunicar con el lenguaje sino a través de paradojas.
•
Creo comprender uno mira las cosas
superficialmente.
•
Te estás acercando algo no al “ver”. Tú,
Apoena que llegaste de tan lejos es muy fuerte aun el “no-ver” eso nos puede
suceder igualmente a nosotros. Entonces es algo semejante a lo que ocurre a los
ancianos con el paso de muchas lunas que hacen que todas les resulten turbias. Ven todo lo que les
rodea borroso. Sombras que les recuerdan las cosas que en otros tiempos vieron
claramente. No ven los detalles, solamente están dentro de su cabeza. Es
posible que las cosas que tengan delante de ellos se parezcan poco a lo que
ellos recuerdan. Algo así nos sucede a todos nosotros.
•
Creemos ver el mundo que deseamos o el
mundo que tememos y no vemos el mundo que
nos rodea. Vivimos en una perpetua ilusión, en un perpetuo engaño.
•
¿Es tan grave, shaman, lo que me
explicas?
•
Muy grave, Apoena. Si no lo alcanzas nunca podrás e un guerrero, un cazador, un ser humano
cabal porque estarás siempre viviendo en el mundo de los fntasmas irreales de tu corazón y cabeza. El
ser humano debe ser como el agua del
estero que refleja lo que la rodea. Tú todavía reflejas fantasmas que no se encuentran en minguan
parte . Si sigues así lucharás con fantasmas, cazarás fantasmas, temerás
fantasmas. Una diferencia que te parece
muy pequeña significa en ocasiones la
vida o la muerte.
Voy a
explicártelo mejor. Un jaguar es un animal como los otros animales. Te
enseñaron que puede ser muy peligroso para ti. Si un día te encuentras con el
en el bosque y lo miras ya no ves ante todo como el animal que es, sino como el
animal peligroso para ti. Ves un fantasma peligroso. Esa mirada no te permite
“ver” al verdadero animal que tienes delante, sus movimientos, peculiaridades, belleza…
Estás
fijado en tu temor y todo lo que el haga lo interpretarás como un ataque. He
visto morir muchos hombres porque no supieron interpretar instantáneamente los
movimientos de un jaguar porque ellos mismos provocaron el ataque del animal
que no “veían”. Ellos creían que el jaguar tiene una sola manera de atacar
porque así les habían enseñado que lo hacía. Sin embargo el animal “real “ que
tenían delante atacó a su manera. En cambio si tu corazón es un espejo, podrás
responder inmediatamente siguiendo sus movimientos sin temor ni retraso porque
serás “uno” con él. Lo que te digo del jaguar
es igual en todas las situaciones de nuestra vida.
Me quedé
en silencio con sus explicaciones pero me vino a la memoria lo que yo había
leído en los viajes de Marco Polo que describía aquellos guerreros orientales
que parecían adivinar siempre los movimientos de sus oponentes y cuyo combate
parecía más una danza que una lucha.
Ciertamente
había visto algo de ello aquí entre las amazonas, aunque aun no eran verdaderos
combates sino simulacros de entrenamiento y lo había atribuido al conocimiento
que ellas tenían entre sí. En aquel momento comencé a comprender algo.
El shaman
me sacó de mis reflexiones y me dijo bondadosamente:
•
Llevas mucho tiempo sin comer nada. Aquí
te traje algo.
Abrí el canastito y estaba lleno de pequeños paquetitos de hojas con
una pasta molida de lo que ellos llaman
maíz un grano amarillo con poco sabor y
que se come con un fruto terriblemente picante. Esos paquetitos se cuecen en un hoyo hecho en la tierra Ellos tienen
mucha afición a estos cocimientos en la tierra y a veces preparan
comidas muy sabrosas en ellos Esos
granos de maíz que son mucho más grandes que los de trigo los muelen sobre una
laja de piedra con otra piedra de forma
de rodillo. Las mujeres se arrodillan delante de ella y restriegan los granos hasta reducirlos a
harina. A veces mezclan la pasta que
hacen con diversos productos vegetales o animales y es como a mí más me gusta. Todo ello lo envuelven y
lo hacen cocer en sus hoyos que están forrados de grandes hojas, Cubren todo
con piedras y tierra y encienden el fuego arriba. Esos paquetes son fáciles de
transportar y abriéndolos se comen sobre las mismas hojas en que estaba todo
envuelto.
Esta vez el shaman y yo comimos con apetito y cuando el sol ya estaba
alto dormimos largamente.
Sin más conversaciones ni enseñanzas en la tarde descendimos a la
aldea y yo volví a mis tareas ordinarias de guerrero joven.
+++++++++++
•
una cierta angustia y temor sobre todo
frente a lo desconocido.
Caminábamos ligeramente cuando podíamos, por las trochas abiertas por
los animales salvajes. Como los animales son bajos teníamos que caminar casi siempre agachados, recociéndonos y
gateando sin perder el ritmo de una marcha constante. Para mí lo más difícil en
esta marcha ra no enredar las armas en la tupida y baja vegetación. Ellos en
cambio parecían bailarines no demostrando molestia alguna lo que me hacía
sentirme aun más torpe.
La marcha no fue excesivamente larga.
Descendimos a una pequeña cañadita en la que corría un pequeño hilo de
agua. Estaba cerrada por todos lados por tupidos cañaverales.
•
¿No hueles nada? me pregunto en voz muy baja Sirupré.
•
Olfateé a la manera que ellos me habían
enseñado.
•
Es un cubil de animales salvajes, Huelo
carroña.
•
Es la maloca de los jaguares, dijo casi sin voz el shaman. Acecharemos y seremos acechados. Es lo mismo que ocurre
siempre en la vida.
Se sentó sobre sus talones. Así lo hacen siempre los indios cuando no juzgan el lugar limpio. Otras veces
lo hacen sobre una pierna cosa que yo no puedo hacer.
•
Apoena aun no comprende, lo decía como
comentando para sí mismo entre dientes, aun multitud de cosas. Mira y no “ve”.
Si “viera” sabría que aquí y en cualquier parte donde hay vida, se acecha y se
es acechado. Es la ley de la existencia. Es una cadena en que cada uno es el
cazador del otro.
Apoena,
cree que todo lo puede conseguir con su fuerza. No conoce ni quiere saber de
los “aliados”. Ellos están cerca y nos pueden ayudar. Cree que podrá moverse en
lugares tan difíciles como los que está ahí afuera, encalleciendo
su piel, apartando las espinas con el cuento de su lanza o mirando
continuamente donde pone sus pies. Apoena no aprenderá nunca mientras siga por
ese camino. El corazón de Apoena estará siempre temeroso y su cuerpo sufrirá.
Apoena
tiene que aprender a hacerse uno con todo aquello que le rodea. Adaptarse a las
piedras filudas y a las espinas como puñales, al jaguar cazador y el
pecaría que es su caza. Solo conseguirá eso “viendo”.
Apoena
debe aprender a respetar todo cuanto le rodea porque él, Apoena no es importante. El es como la
puntita de un pelo en la cola de un jaguar. Cuando a sus propios ojos el no se
sienta importante entonces se dejará ayudar por los “aliados”.
El viejo
calló. La verdad es que yo entendía una parte mínima de su mensaje. Me sentía
muy consciente que su mundo estaba aun muy alejado del mio propio que
hasta entonces había creído el único
válido.
•
¿Qué son los “aliados” pregunté.
•
Todo aquello que nos rodea, me respondió
el shaman haciendo un amplio movimiento con su brazo abarcando cuanto nos
rodeaba.
Caí en un expectativo silencio. Con la punta afilada de una flecha
traté de sacarme una pequeña espina del pie. No me había dado cuenta que
Sirupré acababa de llegar ensimismado en el diálogo con el anciano. Observando mi acción distractiva alargó su
pie frente a mi:
•
Tu ves. Mi piel no es dura como una
corteza de árbol, es casi como la tuya y sin embargo raramente me hiero al
caminar.
Reflexiones como aquella siempre tenían la particularidad de
humillarme al poner en relieve mi torpeza. Sin embargo aquello no era la
intención de Sirupré sino una simple demostración de lo que yo podía lograr.
•
Eres más hábil en caminar, dije con
amargura, porque has caminado de esa manera desde que naciste poco menos. Ya te
he explicado que a mí me colocaban siempre unas defensas que se llaman zapatos
y que solamente perdí cuando se los llevó el mar.
•
No es como dices, intervino Deimpriba,
sino que no has aprendido que lo blando vence a lo duro. El agua suave se come
las piedras. Tu al caminar golpeas, temes, odias. Nosotros nos deslizamos
suaves como serpientes. El buen caminante
no deja huellas en el polvo más fino.
Repentinamente se calló dirigiendo la mirada al cañaveral que teníamos
enfrente. Con una flexibilidad que parecía imposible para su edad se incorporó instantáneamente sin hacer el menor
ruido. No pude evitar el ponerme tenso sin saber la actitud que debía tomar.
Sirupré haciéndome señal de silencio me indicó que incorporase. Retrocedimos lentamente hacía el
muro de cañas que teníamos a nuestra espalda. Mis compañeros no habían armado
sus arcos. Permanecimos inmóviles con las espaldas adosadas a las cañas. Me
dolían todos los músculos de mi cuerpo. Cuando ya no esperaba que ocurriese
nada sentí un levísimo crujido hacia la parte que antes había mirado el shaman.
Vi como en forma delicada y levísima se iban moviendo las cañas y lentamente
fue apareciendo la enorme cara de un
magnífico felino. Olfateó largamente en nuestra dirección. Como no nos movíamos, lentamente fue sacando todo
su cuerpo. Y cauteloso se dirigió hacia el arroyuelo. Sus movimientos eran una
maravilla de armonía, flexibilidad y fuerza. Nunca ni antes, ni después he tenido tan cerca un
enorme jaguar.
Bebió largamente. Luego como un gran gato se estiró voluptuosamente,
luego dio media vuelta se introdujo en
el cañaveral apartando sin ruido las cañas. Cuando desapareció completamente
aun permanecimos inmóviles largo rato.
•
¿Viste cuan hermoso es? ¿cómo se mueve?
Dijo el shaman. ¿Has comprendido como se hace esta caza?
•
Nada hemos cazado, respondí
•
Hemos cazado, Apoena, dijo Sirupré, pero
no podres mostrar en la aldea la linda piel del jaguar.
•
A mí me parece que corrimos un riesgo
inútil.
•
No corrimos riesgo alguno. El jaguar
solamente tenía sed. Recién había cazado y comido. Muy cerca de nosotros está
lo que queda de su presa. El jaguar sabía que estábamos aquí no te engañes,
pero no olió en nosotros el “deseo de muerte”, nonos sintió como enemigos. Nos
respetamos mutuamente.
•
Si hubiéramos necesitado su piel o su
carne se lo habríamos dicho y le habríamos muerto. Nuestra caza ha sido
importante porque has aprendido muchas cosas del jaguar. Ha enseñado a nuestro
cuerpo a permanecer tranquilo. Estábamos vigilantes, si hubiera tratado de
atacarnos, nuestro corazón-espejo habría seguido sus movimientos y tres flechas
habrían atravesado su paleta antes que sus músculos ordenasen su primer salto.
•
Yo tenía miedo, expresé.
•
Tu flecha no le habría acertado o le
habrías herido mal. Elte habría muerto. L miedo arranca la flexibilidad a tus
manos espalda y pies. Quedas duro torpe y vulnerable. El peligro no viene del
animal sino de í mismo.
Nos has
contado que en tu tribu te consideraban un buen cazador y guerrero. Eras
valiente hasta la temeridad. Ahora te comportas como un aprendiz de cazador.
•
Yo comprendo lo que le ocurre, dijo
Sirupré, porque me lo has contado muchas veces. Es necesario que olvides tu
pasado. Cuando te enfrentabas con ese terrible animal que llamas osos, que
tiene fuerza descomunal y le esperabas que te diese un abrazo mortal parado
sobre sus patas para clavarle un puñal, estabas defendido por todas esas cosa
que colgabas en tu cuerpo y por las duras pieles que envolvían tus pies y
piernas.
No eras tú
quien luchabas con el oso sino todo aquello que llevabas y te daban seguridad.
Por eso para ti no era importante el conocimiento del oso. Todos te resultaban iguales. Algo que no eras tú
mismo era lo que te defendía.
Ahora
entre nosotros no te sucede lo mismo.
Tú estás
sólo frente al jaguar. Si no eres uno
con el jaguar, eres hombre muerto. No
puede haber intervalo. Si tu flecha no
mata al jaguar o lo inmoviliza ya no tienes nada que te defienda. No podrás
armar el arco ni siquiera empuñar la lanza. Basta que te roce una de sus garras
para que la herida sea terrible y muy raramente se sobrevive a ella. Todo esto
es muy distinto de cuando tu luchabas con el oso.
Escuchando estas sencillas palabras sentí como un golpe mental.
Comprendí de repente con gran viveza no sólo lo que me quería decir, sino un conjunto de sus enseñanzas que hasta
entonces había considerado como extraños
juegos de palabras. Me sentí como poseído de una extraña Iluminación de tal manera
que olvidé el lugar en que me encontraba
y mis compañeros. Parecía que brotaban en mí conocimientos y fuerzas desconocidas acompañadas de una
gran paz. Por primera vez sentía en mi cuerpo un fenómeno único y maravilloso como si todos mis
músculos y tendones se soltasen dándome un bienestar y placidez incomparables
que invadieron mi cuerpo y mente.
Pasaron sin duda muchas horas. Después que caí en aquel trance. Cuando
volví a tomar conciencia de cuanto me rodeaba seguía en la quebrada del
cañaveral pero completamente sólo. Estaba anocheciendo. ¿Volvería a la aldea?
¿Me habían dejado sólo para que pasase la noche como prueba en aquel abrevadero
de jaguares? Me di cuenta que me estaba complicando mentalmente. Tenía que
dejarme llevar de mi intuición, de mi corazón como ellos decían. Me incorporé y me alejé de aquel peligroso lugar,
con la sensación que igualmente me podía
quedarme allí si eso es lo que deseaba mi corazón. No sentía pavor alguno.
Estaba atento a cuanto me rodeaba y me sentía
increíblemente menos torpe a pesar de mi soledad y de que pronto me
rodeo la noche cerrada.
Llegue muy tarde a la aldea. El shaman no había trepado a su hamaca y
se encontraba sentado frente a un minúsculo fuego.
•
Llegaste, dijo. Pensé que en su voz
había un dejo de alivio.
•
¿Hice bien en volver?
•
¿Qué es hacer bien o mal? Tus fuerzas aun
no están preparadas para una gran prueba. Todo llegará.
++++++++++++++
Nuestra tribu era una de las más grandes de la nación tupi. Esto no se
puede entender a la manera que pensamos en una nación en Europa. Quizá se
sienten todos parientes por tener un idoma común o muy parecido. Las diferentes
tribus de una misma nación suelen tener relaciones tensas y desconfiadas por
razón de sus territorios de caza y
pesca. Eso no quiere decir que estén en un permanente estado de beligerancia.
Las relaciones por asi decir, oficiales son permanentes, pero las incursiones
personales en otra tribu son
extremadamente peligrosas. Las relaciones oficiales se hacen en grupo y se componen de un grupo de familias
completas que vagamente reconocen cierto parentesco con miembros de la tribu visitada.
Las visitas particulares pueden
ser mal interpretadas como de merodeadores y aunque existen ciertos
pasaportes como un tipo de silbato o calabacín se corre el riesgo de ser muerto
antes de mostrarlos. Son tan complicadas estas relaciones inter tribales
que solamente después de varios años he
comprendido algo de ellas.
Una experiencia nueva para mí ocurrió cuando fui invitado a salir de
caza con dos amazonas Pineabe y Nujena. Creí
comprender el motivo cuando observé al tipo de caza que nos entregamos.
Ellas son muy hábiles para la caza de
aves. Nos deslizábamos por la selva antes de la amanecida y y tratábamos de ubicar aves de abundante
carne o especialmente cotizadas por su plumaje. Una vez que el sol estaba alto
y ya la caza no era posible nos dedicábamos a desplumar lo cazado y clasificar
cuidadosamente las plumas que se envolvían en paquetes bien amarrados. En cuanto a la carne se les sacaba
pacientemente todos los huesos y ensartadas en palitos se colocaban alrededor
de un fuego. Luego se desmenuzaba y se comprimía en pequeños canastitos que
fabricaban con una liana muy resistente. Algo parecido con lo que se hacia con
la pesca cuando se quería conservar. Una
vez llegados a la aldea las mujeres pulverizaban el contenido de los canastitos
hasta convertirlo en harina y era guardado en bolsas de tejidas
para consumirla en las expediciones largas en que no se tenía tiempo
para cazar. Era un alimento sustancioso y de poco peso.
+++++++++++++
Yo no sospechaba que mi
expedición con las amazonas era la preparación de un viaje importante.
Cuando todo estuvo listo sin que yo me diese cuenta, se fijó el día de
la salida.
Éramos cinco. Las mismas dos amazonas. El viejo shaman, su hijo
Sirupré y yo. Llevábamos todos una
“bahura” o mochila colgada en la espalda. Consistía en dos varas flexibles a
las que iba unido un saco tejido de fibras sujeto todo a la espalda y hombros
por dos tiras tejidas del mismo material de tres dedos de ancho. Dentro
llevábamos las provisiones. Encima fuertemente atadas un gran manojo de flechas
en las que no solo había las de caza y
pesca sino las terribles y envenenadas de guerra. Entre la bahura y la espalda
se colocaba una suave piel de venadito
que en el campamento tendría muchos otros usos. En la mano llevábamos la lanza el arco y dos o tres flechas de guerra. Todos llevábamos
las mismas armas y un peso semejante en
las mochilas incluido el anciano shaman.
No hubo ninguna despedida oficial aunque algunas de las mujeres de nuestro clan
nos acompañaron durante largo tiempo quizá como señal de cariño. Esto último me
intrigaba mucho
Por primera vez desde que estaba entre ellos participaba en una
expedición en que el objetivo principal fuese caminar. Los indios caminan en
estas ocasiones a un paso vivo y decidido siempre uno detrás del otro. Mientras
hubo sendas recorríamos cinco o seis leguas diarias con único
descanso en las horas de mayor calor. Las sendas solían
aparecer como muy transitadas aunque nunca encontrásemos a nadie. Esto
último me intrigaba. Aquellas sendas limpias de vegetación lo que significaba
un uso continuo y que conducían a algún lugar.
Además neustra manera de marchar que no se distraía aunque se nos cruzase algún animal
apetecible, cosa muy diferente de las otras marchas que había verificado hasta
entonces.
Después de ocho días de marcha ininterrumpida, llegamos a la orilla de
un gran rio. La senda desembocaba en un pequeño varadero donde habá esparcidas varias gráciles canoas. estaban hechas de
cortezas de un árbol y no como las que había conocido hasta entonces en un tronco excavado y abierto por
calentamiento. Me dijo Sirupré que se llamaban “uba”. Tiene seis o siete varas
de largo. Subirse en ellas es complicado porque como son muy angostas se dan
vuelta con facilidad. No tiene bancadas para
que se sienten los remeros. Se rema de rodillas o sentados sobre los
talones. Los remos son muy cortos como una especie de pala y solamente se rema
con uno solo que se cambia de lado según la necesidad. Se rema como empujando
el agua. cuando se considue suficiente destreza se descubre que es una
embarcación muy liviana y fácil de manejar. Se desliza muy bien porque no cala
apenas, aunque vaya bastante cargada. Avanza muy bien contra la corriente. Mis
primeros esfuerzos por dominar la embarcación fueron gran causa de risa entre
mis acompañantes.
Como navegábamos contra la corriente, rio arriba, íbamos muy próximos
a las orillas, donde la corriente suele ser más suave y se forman
contracorrientes que ascienden en vez de
descender.
Los bordes del rio presentaban una selva cerrada e impenetrable con
muchos árboles que se extendían sobre el agua y que teníamos que evitar
continuamente. La abundancia de monos de innumerables clases y todos muy
gritones era admirable. También había innúmera clase de aves, muchas más que en
los alrededores de nuestra aldea. Para mí todo era muy nuevo, tanto como los
peces que con frecuencia saltaban o se deslizaban cerca de nosotros diversos en tamaño , forma y color a los que
solíamos pescar en las cercanías del clan. Unos eran tan grandes como una vaca,
tienen dientes como los lobos de mar y dicen se llaman “manatí”. <mi cabeza
se confundía con los nuevos nombres que mis compañeros trataban de enseñarme.
En los atardeceres
solíamos escoger para acampar bancos de arena que sobresalían poco en el
centro del rio. Me dijeron que hacerlo así era porque se encontraba alimento y era un lugar seguro
para malos encuentros o animales peligrosos. Mientras uno de nosotros se dedicaba
a la tarea de encender el fuego , los demás
buscábamos huevos de tortuga o flechábamos peces grandes sumergidos medio cuerpo en el rio, lo que era
fácil por la gran abundancia. Aparte de lo exquisito de estos manjares
ahorrábamos alimento del que llevábamos sobre nuestras espaldas.
Devr
Orada rápidamente la comida hacíamos un hoyo en la cálida arena y
dormíamos plácidamente. Antes del anochecer mi principal tormento era la gran
cantidad de insectos picadores. En el día eran los grandes tábanos que mordían
fuerte pero que era relativamente fácil de matar a manotones. Al principio el shaman no hizo
nada para aliviarme de la picadura de
los insectos mucho más pesada que para ellos por yo tener la piel menos gruesa. Cuando comprobó que el tormento
estaba superando mis fuerzas de existencia
me aconsejó que mascase una planta que se llama tabaco y que me untase con su
jugo todo mi cuerpo.
La medicina hizo su efecto y lo insectos me dejaban en paz hasta que
no tuviese que sumergirme en el agua. Indudablemente en nuestro mundo no existe
el Paraíso terrenal, pues en estos lugares tan parecidos al mismo existen
tantos animalillos peligrosos o molestosos.
Las mil variedades de
serpientes era algo más serio. Casi todas mucho más venenosas que las víboras
de España porque pueden causar la muerte en poco rato. Los indios me han
enseñado que el principal peligro es pisarlas ya que se enderezan y pican en las piernas. Por eso
en ciertas ocasiones nos envolvemos las pantorrillas con un pasto resistente.
Ellso conocen curas bastante eficaces, siempre que se realicen inmediatamente
de la mordedura antes que el veneno se extienda en el cuerpo.
Al décimo día de navegación noté en un momento que la conducta de mis
compañeros variaba un tanto. Estaban muy atentos a las orillas y bogábamos más
calmadamente que de ordinario. Parecía que buscaban algo o temían algo.
Llevábamos pocas horas cuando llegamos a la desembocadura de un pequeño arroyo.
Enseguida nos dirigimos hacia él. Esto no ocurría nunca y era demasiado
temprano para acampar. Desembarcamos y y nos pusimos limpiar un pequeño
perímetro cerca de la orilla y encendieron fuego. Desempacaron los paquetes de
plumas que llevábamos y se pusieron a
fabricar tobilleras y muñequeras con ellas y yo les imité torpemente. Ya era
claro para mí que íbamos a entrar en contacto con otra tribu puesto que estos
adornos son para los indios como los vestidos de gala en España.
Sirupré se internó solo en la selva y volvió al poco rato con unas
cortezas jabonosas parecidas a las que usábamos en la aldea para sacarnos la mugre
del cuerpo. Pronto todos estábamos en el agua raspándonos mutuamente con ellas
y sacándonos la suciedad de tantos días de viaje. Los continuos chapuzones no
eran suficientes para estar acicaladamente limpios según la mentalidad de mis
compañeros. Las amazonas partieron y volvieron rápidamente, pues Nujena había
flechado un pecarí de regular tamaño. Comimos carne en abundancia cosa que no
sucedía desde que empezamos nuestra
navegación. Esta carne es bastante parecida a la del jabalí. Yo no hice
pregunta alguna conociendo ya bastante la filosofía india que prefiere que se observe pues hacer preguntas
lo juzgan un tipo de pereza mental.
Aquí en tierra firme era diferente que cuando dormíamos en los bancos de arena. Se debían
hacer guardias. Escuché con frecuencia las toses de un jaguar atraído por los
despojos del pecarí. En la mañana, después del baño matinal, nos friccionamos
el cuerpo con aceite de palma y luego mutuamente nos pin todo el cuerpo con
losdibujos tradicionales de la tribu en rojo y negro. Endosamos los adornos
fabricados el día anterior y con las armas bien lustradas nos embarcamos de
nuevo.
Apenas transcurrieron dos horas
de viaje cuando Nujena que era la remera de proa, sin dejar de remar lanzó un agudísimo aullido bastante semejante al que
se profería cuando nos acercábamos a nuestra aldea para alertar a los
centinelas de nuestra llegada. Repitió el grito con pequeños intervalos. Era
evidente que se estaba anunciando
nuestra llegada a alguien. En aquel lugar el rio se estrechaba un poco porque
era un recodo con numerosas islitas de arena. Tan pronto como doblamos ví que
se desprendían de las islas como una docena de canoas emboscadas en la
orilla. Las embarcaciones se dirigían hacia nosotros y sus ocupantes remaban
con furia, Nosotros dejamos de remar. Cuando estuvieron a nuestra altura nos
rodearon en silencio y todos juntos viramos y nos dirigimos hacía una especie
de embarcadero en la orilla izquierda. Allí muy tiesos, junto a la orilla nos
esperaba una especie de comité de recepción. Un grupo de de guerreros
vistosamente adornados con plumas. Acostamos y haciendo gala de la tradicional
indiferencia en un absoluto silencio amarramos la canoa a un tronco y tomando
nuestras armas nos alineamos frente a ellos. Entonces un guerrero muy alto y
anciano dijo:
•
Llegaste Deimpriba.
•
Llegué, respondió el shaman.
Sin más el comité de recepción dio media vuelta y se internó en la
selva. Nosotros les seguimos y detrás de nosotros el números grupo de las
canoas y que iban fuertemente armados.
Caminamos una buena legua hasta desembocar en un claro del bosque que
había sido limpiado recientemente. En este lugar había una veintena de pequeñas chozas también
recién construidas. Cortésmente nos indicaron que entrásemos en una de ellas.
Inmediatamente trajeron cueros para que snos sentásemos lo que hicimos apoyados
en las paredes. Algunas mujeres entraron con troncos encendidos e improvisaron
en el centro una hoguera. Solamente en ese momento entraron los guerreros que
habían formado el comité de recepción que se quedaron en pie a nuestro lado. El
principal tomó varias hojas de esas que yo mascaba para alejar los
insectos que llaman tabaco, las enrolló cuidadosamente y encendió la
punta . Chupó golosamente y lanzó humo por la boca y las narices. Se lo pasó a
nuestro shaman que siguió chupando y echando humo. Hizo lo mismo con cada uno de
nosotros según el rango de manera que yo fui el último. Traté de imitar us
chupadas y me atosigué completamente. Es un humo acre y fuerte que las primeras
veces que se traga produce mareo, pero cuando un se acostumbra da mucho
bienestar. Ahora ya sé que que este es un rito que se hace en las recepciones,
en los momentos importantes como ciertas reuniones y para la cura de los
enfermos.
Cuando finalmente todos teníamos nuestro envoltorio o canuto, empezó la conversación, intercambio
de noticias y saludos. Muy pronto las mujeres empezaron a traer abundante
comida y muchas frutas diferentes de las que yo ya conocía.
Deimpriba me presentó como un aspirante a shaman y guerrero igual que
hizo con su hijo Sirupré. Ninguno de los presentes pareció preocuparse
demasiado de mi apariencia tan diferente de la tribu y si les intrigó fingieron
no darse cuenta. Por lo demás la gran variedad de personas que no habíamos
reunido no representaban ningún tipo homogéneo. parecíamos representar todas y
cada una de las tribus de la región incluyendo las más lejanas. No solamente en
las pinturas corporales y adornos sino también en sus formas corporales y las
tonalidades de su piel. Algunos llevaban taparrabos de lienzo anudados a sus cinturas contrastando
con la desnudez de nosotros y la absoluta de otros. Cuando comenté mi extrañeza
con Sirupré, me expresó que nos encontrábamos en una reunión de representantes
de diversas tribus y que muchos de ellos
provenían de lejanas regiones y que
vivian al otro lado de inmensas montañas. Era tanta la diferencia que aquellas
gentes, según le había contado su padre que en lejanos tiempos los visitó,
vivían en inmensas malocas hechas de piedra.
Cuando me fui familiarizando con los habitantes del provisorio poblado
que habitábamos, observé que las mujeres eran todas del tipo de mujer-madre y
que las mujeres-guereras como las amazonas eran muy escasas. Nuestras guerreras
parecían despertar la admiración de lla
mayoría de los varones y creo que
las miraban con mucha concupiscencia.
El campamento parecía
organizado en consideración de cuatro
estratos bien definidos. Los ancianos, , los jóvenes ente los que nos
encontrábamos nosotros dos, las amazonas y e l resto de las mujeres. Los
ancianos pasaban el día conversando y discutiendo. Parecía que la mayoría se
conocían entre sí.
Nosotros éramos los proveedores de la caza mayor. Las amazonas se
dedicaban a su preferida caza de volátiles. Las otras mujeres recolectaban
fruta, miel y otros alimentos vegetales
que se encargaban de cocinar con la caza que se aportaba. Cuando
nosotros y las amazonas terminábamos nuestras tareas o no saíamo a ellas ,
permanecíamos escuchando a los ancianos. Estos hablaban una interlingua que yo
comprendía muy escasamente pero que parecía familiar para el resto de mis
compañeros. En cuanto el resto de las mujeres pasaban el día preparando
alimentos. A mi se me imaginaba que aquello de alguna manera se parecía a una
universidad en que los viejos eran los catedráticos y nosotros los alumnos.
VII. LA
UUNIVERSIDAD DE LA SELVA
La aldea provisoria funcionaba a la perfección. El grupo de alumnos
aspirantes a Shaman, entonces no sabía
ni siquiera por qué estábamos allí, nos entendíamos bien, aunque desde
los primeros días no solamente en la lengua sino en muchas técnicas como las de
caza éramos muy diferentes. Teníamos que aprender muchos de otros. Vi con
asombro que aginos utilizaban hondas como las de Castilla, pero que en vez de estar
hechas de cuero como las nuestras estaban tejidas en lana y ellos cuando no las usaban las llevaban como cerco en su cabeza. A pesar de ser de
lana y más cortas no son menos eficaces ya que ellos las manejan con gran
habilidad, sobre todo en lugares despejados. En bosque tupido no son tan
buenas. Otros en vez de arcos usaban unas larguísimas cañas huecas en las que soplaban e impulsaban unas
pequeñas flechas muy eficaces no por su tamaño sino por el veneno poderoso del
que estaban impregnadas. Me recordaban los pequeños canutos que utilizan en
España los niños para disparar cuescos jugando. El arma que otros traían era muy rara .tres cordeles
largos de cuero terminados por una
piedra forrada también de cuero. Se llaman boleadoras totalmente inútiles en el bosque pero que cuando fuimos a cerros y
terrenos despejados hacían maravillas con ellas. Si conseguíamos llevara una
manada de pecaríes a un lugar despejado ellos los cazaban vivos enredándoles las patas con esta arma. Ellos
dicen que donde ellos viven son montañas y grandes llanuras y que en ellas hay
unos pájaros que no vuelan, sino que corren, son más altos que un hombre y se
cazan con esa arma de ellos. Tienen mucha y buena carne. También contaban que
esas aves que llamaban ñandú, pueden matar una persona de una patada.
Empecé a aprender el lenguaje que ellos hablaban para la ocasión no
tan diferente del nuestro como me pareció cuando llegamos. Se llama
tupi-guaraní y se usa entre las tribus
para entenderse. Pocos de nosotros lo dominábamos y suplíamos de mil manera con signos lo que nos faltaba.
++++++++++
Cuando en las reuniones escuchaba a los viejos los temas me parecían
completamente anárquicos y derivados de la fantasea de quien hablaba. Muy
lentamente me fui interiorizando de la estructura de la asamblea y observé que
existía un “orador” que desarrollaba un tema que obligatoriamente tenía que
haber sido previamente preparado. Las discusiones posteriores giraban siempre
sobre el tema del primer orador.
Al principio los temas se centraron
invariablemente en plantas e hierbas curativas. La planta corría de mano
en mano y el que hablaba explicaba sus
cualidades. Generalmente eran plantas de
sus lejanas comarcas y la discusión solía versar sobre si donde nos encontrábamos había alguna parecida o que tuviese sus
mismas cualidades. El disertante solía haber trído una buena cantidad de su
planta regalona que distribuía generosamente entre los Viejos. A veces, sucedía
que se enzarzaban en interminables
discusiones a semejanza de cualquier boticario que defiende su remedio
preferido.
En aquellos días presencié una
curación muy extraña. En las jornadas de caza uno de nosotros recibió un
terrible colmillazo de un pecarí. Estos animales son como los jabalíes pero más
pequeños y en ocasiones los machos viejos tienen colmillos peligrosos. Le abrió
el muslo de la rodilla a la cintura. Le llevamos inmediatamente al campamento y yo me
preguntaba como harían pues si bien le atamos con bejucos el muslo sangraba
mucho y yo no comprendía como se podía cerrar aquel tremendo tajo.
Uno de los shamanes lo tomó a su cargo mientras todos nosotros, en
círculo tratábamos de observar. Ante todo
abrió los labios de la herida y los lavó con agua hervida en que colocó diversas plantas.
Rellenó la herida con unos polvos pardos. Mientras lentamente hacía esta
curación las mujeres habían ido a buscar
en la selva unas descomunales hormigas negras muy abundantes. Se las iban
pasando al viejo que con una mano iba cerrado los bordes de la herida y hacía
que las hormigas con sus grandes pinzas mordiesen los bordes y luego las
decapitaba con un golpe seco de su uña.
Me explicaron que cuando las cabezas se secaban y desintegraban, la
herida ya no se abría más y que pronto
estaría curada.
Igualmente me dí cuenta que las mujeres en nuestras ausencias se enseñaban unas a otras
diversas técnicas, tales como tejer
hamacas o hacer ollas de greda, cosa que en nuestra tribu se ignoraba.
Estaba dándome cuenta de todas las concepciones falsas que había
escuchado en España sobre los indios, repetidas majaderamente por viajeros y
descubridores. Esas ideas unánimes
parecían confirmadas hasta que viví con ellos. Indudablemente que las gentes de estos países conocía muchas
técnicas que se daban en Europa
igualmente desde tiempos inmemoriales. Ciertamente, como sucedía con los
cacharros de greda no eran universales entre todas las tribus, pero
precisamente aquella reunión a la que yo
había sido llevado tenía, al parecer, el objetivo de que se difundiesen técnicas que algunos cultivaban desde siempre pero que
los otros ignoraban. Las gentes que
venían del lejano sur y del este sabían
mucho de tejido. En sus tribus usaban
algún tipo de vestido aun que en nuestra reunión habían prescindido de él no sé
por qué razón. Cuando abrieron sus canastos nos mostraron pedazos de tela
maravillosos en algodón y una lana que no era de oveja. Otros hechos con
vistosas plumas. Según pude comprender para ellos el tejido y las vestiduras
eran sobre todo de ornato y lujo. Ellos hablaban de inmensas casa de piedra y
templos que según describían debían ser tan grandes como nuestras catedrales.
Yo les miraba desnudos y pintados como yo mismo y me parecía algo
increíble lo que describían y tampoco
podía suponer como serían aquellas edificaciones. Por lo demás estaba
feliz con la simplicidad de la tribu que me había adoptado.
Por sus descripciones colegí que en algunas de aquellas regiones
existía la nieve y el hielo. Esas gentes que verosímilmente por sus
descripciones vivían en ciudades de
alguna manera conocía la técnica y la
construcción de algún tipo de máquina. Nuestro shaman las criticaba. No le
gustaban. Decía que los seres humanos
perdíamos nuestra capacidades usándolas. Comprendí entonces que en nuestra tribu que conocían muchas fibras
textiles que tenían diversos usos tal
como la fabricación de las hamacas no tejían telas. No las encontraban útiles
lo mismo que despreciaban el suo del cuerode los animales. En la selva son cosa
altameneperecíbles o que impiden la
adaptación y llegan a ser un estorbo.
+++++++++++++
Cuando las gentes de las ciudades mostraron objetos metálicos observé
que no les daban tampoco fines utilitarios sino de simple adorno. Eran de oro,
plata y cobre. El hierro no lo conocían. Pendientes, collares, diademas… Nuestros
adornos eran dientes de animales y pulseras tejidas en dos o tres colores. En ocasiones plumas
para el cabello de lindos colores.
En el fondo me parecían más bellas que aquellos objetos metálicos sin
duda muy bien trabajados pero que supuse implicaban ya una diferencia entre
pobres y ricos.
+++++++++
La comparación de nuestras armas
y su examen por cada uno fue casi rutinario. Lo interesante resultó
cuando aprendimos unos de otros diversas técnicas de caza basadas
sobre todo en trampas y lazos diversos de una ingeniosidad increíble. Estas
trampas en ocasiones podían usarse contra seres humano, aunque si esos
otros las conocían era fácil que se cuidasen de ellas. Yo pensé que me la
futura lucha contra los españoles, cosa que era evidente que sucedería más
pronto que tarde, podían ser de extraordinaria utilidad tanto para ellos como
para sus perros de guerra. Para los caballos y sus jinetes tendrían que ser repensadas y remodeladas.
Solamente los viejos discutieron los grandes temas que se podrían llamar
de política entre las tribus que estaban
representadas en esta reunión. Según me enteré algo se habló de la llegada de
“extranjeros” aunque la principal preocupación eran las guerras e incursiones que organizaban las ciudades
mayas y los lejanos mexicas.
Para mí no era nada claro las complejas relaciones tribales. Era
evidente que varios de los
representantes que participaban con
nosotros pertenecían a tribus grandes e importantes que no tenían buenas
relaciones con nosotros las gentes de la selva.
Los fundadores de reuniones como esta eran los Olmecas. Su representante en esta asamblea
nuestra siempre me había fascinado. Era
un gigante de enorme cabeza y su cuerpo
estaba compuesto por una voluminosa masa de músculos. Hablaba muy poco y
todos los viejos parecían venerarle.
Pineabe la amazona en esta
expedición conversaba bastante conmigo y
me contaba cosas de las que discutían
solamente los viejos ya que ella con Nujena participaban de sus reuniones
aunque pienso que no en forma activa
porque yo las divisaba siempre un poco alejadas. Según me dijo el Olmeca
conocía la llegada de los españoles a la Española y algunos desembarcos ocasionales en tierra firme. Los describía
como blancos y peludos en la cara como los monos. Yo no comprendía que él no se hubiese dado cuenta que yo
había sido uno de ellos a pesar de mi depilación el cierto
oscurecimiento de mi piel por los untos del shaman y las pinturas de mi cuerpo.
Estas informaciones del Olmeca habían
puesto nerviosos a los viejos que deseaban saber más detalles. Supongo que
nuestro shaman se reía para su interior ya que él si sabía muchas cosas
contadas por mí mismo. Creo que pensaba que era demasiado prematuro contarlas quizá temiendo por mi integridad u
otras razones intrincadas debidas a su gran inteligencia y tacto.
Pineabe decía que se pidió que
todos los pueblos del oeste, entre los
cuales nos encontrábamos nosotros, debían enviar continuas expediciones por la
costa vigilando la posible llegada de esos extranjeros que solían llegar en
grandes canoas muy altas sobre el agua.
Se terminaron las conversaciones fijando la próxima reunión para
veinte lunas más tarde en un lugar determinado que solamente algunos podían ubicar, pero que
estaba muy lejano del que ahora ocupábamos.
Quedaba el festejo de despedida con un banquete, justas
deportivas y baile.
Cada uno de los grupos que allí estábamos nos esforzamos por preparar con los escasos medios de que
disponíamos los manjares que para
nosotros eran los más suculentos. Parecía que los manjares más exquisitos para
mis gustos los echaban a perder con el terrible chile que cada grupo se
gloriaba era el más picante y abrasador.
Durante eta reunión tuve la certitud que existía un mar oriental tan grande como el atlántico. Me parecía
claro que la tierra en que vivíamos era
una inmensa isla que se interponía entre
Europa y la China y que no era como Colón creía el comienzo de la India.
Tuvieron lugar las justas de
lucha de muy diversas maneras. Algunas eran las que ya conocía o sus variantes.
Casi siempre se vence haciendo tocar la
tierra la espalda del contrincante.
Para mí fue nuevo un juego en que
se tiraban unos a otros una
pelota de resina muy elástica que ellos
llamaban “cauchot” y que rebotaba en el piso con saltos inversímiles
hasta gran altura.
Exista la forma de lucha de las amazonas en que no primaba
especialmente la fuerza sino la agilidad, velocidad de movimientos y astucia.
Algunos hombres intentaron luchar con ellas. Los asistentes de más edad se miraban unos a otros con ironía porque
sabían que era poca la posibilidad que un varón dominase a aquellas
resbaladizas mujeres. Yo siempre las había visto luchar entre sí en sus
ejercicios de entrenamiento nunca con musculosos varones. La lucha resultaba
aparentemente desigual, pero tan pronto
como comenzaba era desigual para los varones que rápidamente caían en tierra.
Esto causaba la hilaridad de los viejos , pero en los jóvenes se mostraba una
rabia mal contenida. Los que hacían de árbitros se percataron que la
cosa podía llevar a una violencia
verdadera y decidieron hacer cesar los combates. Tuvieron que explicar que las
amazonas no deseaban humillar a sus oponentes sino mostrar un género de
lucha que ellas usaban en la guerra o para demostrar que era muy importante desarrollar
habilidad y flexibilidad que la pura
fuerza muscular. Creo que los vencidos y sus amigos no se quedaron muy contentos con la
explicación y me alegré quue la reunión se terminase porque era evidente que
deseaban algún tipo de revancha. Pensé que
entre ellos solamente existían las mujeres-madre sometidas a la
servidumbre propia de las mujeres.
Por fí se danzó interminablemente
hasta que despuntó el alba. Ese baile
no me gustó. Era algo que carecía
de la gallardía y alegría de las danzas españolas. Su ritmo era
lento y cansador y tristes los rústicos instrumentos que le acompañaban.
Fuimos el primer grupo que partió. Yo creo que el shaman lo dispuso
así en vista del mal ambiente que había despertado la invencibilidad de las
amazonas. No llevábamos otra impedimenta que nuestras armas. Habíamos pasado en
aquel campamento cerca dedos lunas.
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La vuelta fue mucho más lenta que el viaje de llegada. Hacíamos muchas detenciones en búsqueda de alimento
que no era abundante en aquellos parajes. Se tomaban muchas medidas de
seguridad, no sé si para nuestra enseñanza o porque realmente estábamos
atravesando territorios de caza de tribus poco amistosas.
En ocasiones los fuegos del campamento no debían dejar escapar humo
que se elevase en el cielo y delatase nuestra presencia. En determinado lugares debíamos borrar nuestras huellas
arrastrando ramas tras nosotros.
Observaba como caminaban mis compañeros que podían deslizarse
silenciosamente sobre la hojarasca en ocasiones. Ellos apoyaban el dedo gordo
del pie y los otros dedos en forma muy elástica con pasos cortos, rápidos y
livianos. Realmente en cada paso uno se
desliza a lo largo del piso en el
momento del contacto. El choque del pie con la tierra se absorbe con todo el
pie no con la punta ni con el talón. Con la práctica apenas se deja una mínima
huella apenas notable y difícil de
identificar. Esta manera de caminar, incluso correr, es casi como una especie
de baile.
Cuando llegamos a la aldea-madre, estábamos flacos y cansados. Cada
uno de nosotros por diversas razones, contentos. Yo había aprendido gran
cantidad de cosas y practicado otras que hasta entonces para mí eran completamente desconocidas.
Descansamos durante muchos días. Contamos todo lo sucedido y esto haciéndolo a la manera india describiendo todo minuciosamente y con los
menores detalles y demostrando lo que habíamos aprendido.
Un día el shaman nos llamó aparte a Sirupré y amí.Estaba un tanto solemne hablando con
tranquilidad. No dijo que ya hacía mucho tiempo que sentía la llamada de sus
antepasados y que pronto se iba a ir con ellos. Debido a esto iba a
activar el adiestramiento de Sirupré y
el mi propio utilizando las últimas fuerzas que aun le quedaban. Determino que
en adelante Sirupré tomaría su lugar
porque las gentes de la tribu tenían que acostumbrarse a que Sirupré era su nuevo shaman.
Quedé muy angustiado con la noticia. Bien sabía que en la tribu las personas, sobre todo los
ancianos se mostraban casi normales ates
de morir. Solamente en ocasiones unos pocos días antes se acurrucaban en su
hamaca, dejaban de comer y en el momento menos pensado aparecían muertos.
El shaman representaba para mí mucho más que mi lejano padre español
que solamente me consideraba como segundón y con el cual las relaciones eran sobre
todo protocolares. El shaman depositó en mi su confianza desde el primer día,
creo que debía a él que la tribu no me expulsase o ejecutase. Ahora la tribu me
consideraba como uno de ellos gracias a él.
VIII. EL
TÉRMINO DE LA INICIACION. GUERRERO INDIO.
La primera experiencia después de la declaración del shaman sobre su
próxima muerte fue la decisión de
llevarnos a las grutas de los
antepasados. Inmensas cavernas que solamente tenían acceso por dificultosos y laberínticos pasadizos, pozos y galerías. Solamente llegar
a su entrada era ya una penosa aventura, cuanto más
descender yo creo que una legua bajo
tierra en la más absoluta oscuridad. Ciertamente no eran lugares, supongo yo
donde estuviesen enterrados sus antepasados, sino el lugar en que el shaman se comunicaba con ellos.
Como debíamos estar libre de toda preocupación el shaman hizo que nos acompañasen para que se aprovisionarnos, cubrir todas
nuestras necesidades y protegernos de cualquier peligro a Nujena y Pineabe sus
amazonas de confianza. eEn este aspecto
yo creo que había muchos
guerreros que sentían celos y despecho por esta predilección del viejo. Ivi, la
atractiva viuda nos serviría en todas nuestras necesidades. Por lo demás ellas
no tenían contacto con nosotros pues se instalaron en otra parte de aquel complicado dédalo de grutas.
Sirupré, el shaman y yo acampamos en una inmensa cavidad que tenía un
maravilloso laguito y una lejana cavidad a gran altura la proporcionaba una
cierta claridad..desde esa oqueda caía un vertiginoso derrumbe que en nuestros
ratos de ocio y descanso tratábamos de esclar nosotros dos los jóvenes sin
éxito alguno.
Me acuerdo una de las reflexiones o clases que nos impartió el
anciano.
Ser un buen
cazador es considerado aquel que es capaz de cobrar siempre muchas piezs, muchos animales
comestibles para el clan. Para ello hay que conocer los hábitos de los animales
y todo lo
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