Thursday, January 30, 2014

EL RENEGADO IV

VIII. EL TÉRMINO DE LA INICIACION. GUERRERO INDIO.


La primera experiencia después de la declaración del shaman sobre su próxima muerte  fue la decisión de llevarnos a las grutas de  los antepasados. Inmensas cavernas que solamente tenían acceso por  dificultosos y laberínticos  pasadizos, pozos y galerías. Solamente llegar a  su entrada  era ya una penosa aventura, cuanto más descender  yo creo que una legua bajo tierra en la más absoluta oscuridad. Ciertamente no eran lugares, supongo yo donde estuviesen enterrados sus antepasados, sino el lugar  en que el shaman se comunicaba con ellos.
Como debíamos estar libre de toda preocupación el shaman  hizo que nos acompañasen  para que se aprovisionarnos, cubrir todas nuestras necesidades y protegernos de cualquier peligro a Nujena y Pineabe sus amazonas de confianza. eEn este aspecto   yo creo que  había muchos guerreros que sentían celos y despecho por esta predilección del viejo. Ivi, la atractiva viuda nos serviría en todas nuestras necesidades. Por lo demás ellas no tenían contacto con nosotros pues se instalaron en otra parte  de aquel complicado dédalo de grutas. Sirupré, el shaman y yo acampamos en una inmensa cavidad que tenía un maravilloso laguito y una lejana cavidad a gran altura la proporcionaba una cierta claridad..desde esa oqueda caía un vertiginoso derrumbe que en nuestros ratos de ocio y descanso tratábamos de esclar nosotros dos los jóvenes sin éxito alguno.

Me acuerdo una de las reflexiones o clases que nos impartió el anciano.
Ser un buen  cazador es considerado aquel que es capaz de cobrar  siempre muchas piezs, muchos animales comestibles para el clan. Para ello hay que conocer los hábitos de los animales y todo lo que nos rodea. Para los “antiguos” ser este tipo de cazador era mediocre porque muchas veces tiene suerte y otras muchas  vuelven con las manos vacías. El buen cazador, manifestaban es aquel que está en equilibrio con todo los seres que le rodena y en un momento determinado  “ser uno de ellos”.
Habéis observado como una amazona mucho más débil muscularmente, que pesaba la mitad que cualquiera de sus oponentes vencía fácilmente a aquellos fortachines que  habían  muerto quizá cientos de hombres en la guerra.
        Es la agilidad y flexibilidad de ellas, opinó Sirupré.
        Eso es cierto pero no era suficiente. Hombres pesadísmo  cuando atacaban a Pineabe salían despedidos a gran distancia como la piedra de las hondas incas.
El secreto radica  en que ellas manejan una fuerza que no está en el cuerpo de ellas sino que está a nuestro alrededor y ellas se unen con él. Es algo que todos podemos usar si somos sabios. Yo mismo, aun siendo tan viejo puedo haceros caer con un golpe de mi mano sin siquiera incorporarme. Es una fuerza que no está en los músculos y que no se debilita con la vejez.
        ¿Cómo se adquiere?
        Es uno de los “aliados de los que os he  hablado tantas veces.venid.
El anciano estaba sentado sobre el arenosos pios, completamente relajado  y con las piernas cruzadas una sobre otra. Una posición en la que a mí me parecía no se podía hacer fuerza alguna. Pidió que nos acercásemos uno por vez. Nos tomaba de una mano, sin apenas moverse, nos proyectaba, volteándonos a dos o tres varas de distancia. Lo repitió varias veces.
Sirupré caía  siempre sobre us dos pies como si fuera un gato. Yo caía pesado aunque sin  lastimarme debido a mi entrenamiento y la gruesa capa de arena que cubría la roca.
        ¿Ven? Yo soy un anciano con pocas fuerzas que va a morir muy pronto, pero mis “aliados” son poderosos.
Esta experiencia fu el comienzo del aprendizaje de las relaciones diferentes con el mundo que nos rodea y las fuerzas que existen en él que la mayoría de los seres humanos desconocemos.
En España  habrían considerado  todo ello  efecto de la brujería ye el viejo habría sido juzgado, torturado y quemado en la hoguera. Yo tenía miedo a ese mundo desconocido que se estaba presentando ante mí y del queel viejo quería formase parte, pero a la vez me daba cuenta que en aqellas cosas no existía nada demoniaco ni malo. Era como cualquier  herramienta que se puede utilizar para el bien o para el mal. En España había muchas de esas hechiceras, creo que la mayoría que usaban  estas fuerzas secretas para curar y mejorar  a las gentes. Es cierto que existían algunas que las usaban mal, pero esa no era la razón para perseguirlas y hacer morir a todas.

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En otra ocasión el viejo nos explicó:
        En estas cavernas han sido “iniciados” siempre los “elegidos” de nuestra tribu, tanto como  nos lo han contado nuestros abuelos que a su vez  se lo dijeron sus abuelos en interminable cadena hacia atrás.
        No es arbitrario que eligieran este lugar. Estas cavernas son lugares de “poder”, aquí los corazones de los humanos, libres de las ataduras de los sentidos y del pensamiento pueden concentrarse y  recorrer mundos llevados por el espíritu de nuestros antecesores. Ellos nos enseñan a ver con sus ojos, oir con sus oídos y recorrer los lejanos lugares desde donde ellos vinieron hace incontables lunas.
El shaman ignoraba  que sus palabras en múltiples ocasiones, como ya lo he dicho, despertaban en mí temores y supersticiones que casi había mamado con la leche  de mi madre.
Aquella obsesión de magia y brujería condenada por nuestros sacerdotes como las últimas perversiones  del ser humano que debían ser extirpadas con los más  horribles tormentos en esta vida para continuar en el infierno con la tortura eterna. Quería siempre convencerme a mí mismo que no eran fuerzas malévolas sino que estaban en la naturaleza y que los shamanes con su sabiduría ancestral heredada de padres a hijo durante cientos de generaciones habían aprendido a “aliarse” con ellas. Comprendí que se aliaban, no las manejaban, ni se podían aprovechar  arbitrariamente de ellas en su propio beneficio. Para ellos seguían siendo fuerzas secretas y misteriosas con las que debían relacionarse respetuosamente. Indudablemente que no las consideraban divinas como nosotros a dios y sus santos. Quizá eran fuerzas que estaban allí como las virtudes curativas de las plantas. Energías sutiles y etéreas. Bien efectivas en el mundo real si sabían escoger y emplear correctamente. Cosas que podían convertirse por la impericia de quien las manejase en poderosos venenos. Posiblemente el hecho anterior era el que desencadenaba la temida brujería.
Envuelto en mis prejuicios me preguntaba a veces ¿por qué estas fuerzas que están en la naturaleza y en el mundo que nos rodea tendrán que ser diabólicas? Si Dios el creador del universo las diseñó no pueden ser intrínsecamente malas. Tiene que ser como n otras cosas el mal uso que les dan los humanos  que son quien las pervierten.

Pensé muchas veces  en las técnicas guerreras que me han sido enseñadas  que a pesar del mandamiento cristiano del amor  implican la muerte y la destrucción de los seres humano que son juzgados enemigos. Utilicé esas herramienta que  se decía  eran para defender a mis prójimos  sino a aquel a quien debía rendir vasallaje y reconocer comi mi señor natural  para que cumpliese sus ambiciones y se hiciese más poderoso. En cambio aquí se me enseña que  la lucha  se utiliza solamente para defender nuestros meritorios de caza, pesca y recolección , es decir para mantener el alimento del clan y de toda la tribu. Si alguien  me ataca con una lanza debo defenderme con mi lanza, lo mismo con las otras armas. Al enemigo  no se le tiene necesariamente que matar, sino hacerle huir, Por eso nunca los indios persiguen a los que huyen, ni menos caen sobre ellos cuando han sido derrotados para aniquilarlos.

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        Vuestro  cuerpo es sabio, nos repetía continuamente el shaman.
        ¿Qué dieres decir con ello?  preguntaba yo.
        Tenis que aprender a escuchar a vuestro cuerpo porque os habla sin palabras. Es lo mismo que cuando se escucha a los ancianos porque ellos han aprendido mucho durante su vida. En nuestros cuerpos, no sé como, nuestros antepasados han ido dejando algo. Yo creo que nuestros cuerpos  han guardado las experiencias de nuestros padres y de los padres de ellos.
        ¿Cómo podrá ser eso? Yo nunca escuché nada semejante entre los grandes  sabiios de mi país.
        Probablemente ellos no lo sabían igualmente que yo no sé muchas cosas de las que seguramente ellos sabían por las cosas que tu nos sueles contar. Cada tribu, cada clan tiene su propia sabiduría. La han adquiriendo a través de muchas generaciones. Esa es la razón por laque existimos los shamanes medicados a aprender , conocer y guardar los conocimientos que la tribu va adquiriendo.
        Volvamos a lo que os quiero enseñar. El saber escuchar  a vuestro cuerpo. Otros días os enseñaré a escuchar a lo animales, a lo árboles, a las piedras…
Con frecuencia, Apoena me has preguntado poseemos un sentido, un instinto del que tu careces. Siempre te maravillas cuando, por ejemplo, te aseguramos que por ese lugar pasó un tapir hembra, estaba preñada y se dirigía hacía el poniente. Te hemos tenido que explicar pacientemente que todo eso se veía en la profundidad de su huella, en la dirección de esta y en el torno de lo que había pisado. Dificilmente has comprendido estas cosas.  Lo que no  has podido comprender nunca es cuando te decimos que hay agua cerca o que un jaguar  nos acecha, alguien está emboscado en las cercanías, una trampa cuelga del camino… todo ello si haber escuchado, olido, visto nada.
Dime, Apoena que haces cuando vas caminando por el bosque o cuando sin dormir te balanceas en tu hamaca?
        Pienso en algo.
        ¿Piensas en algo de ahora o de antes?
        Depende de  mi ánimo.
        En eso es  lo que te diferencias de nosotros.
        Nosotros no pensamos sino que en todo momento vemos, escuchamos, olemos y sentimos con nuestros cuerpo cuanto nos rodea dondequiera que estemos. Cuando caminamos por el bosque  o trepamos  en la montaña somos unos con todo aquello que nos rodea. Estamos integrados con  todo aquello como les ocurre a los animales, a las plantas o las mismas piedras.
        Estamos tan  unidos con cada parte de nuestro cuerpo que podemos casi siempre movernos en armonía con todo aquello que nos rodea. Esa es la razón por la que raramente nos lastimamos y nos herimos al contrario de lo que te sucede a ti. Tu no escuchas tu cuerpo. Sin duda desde que llegaste entre nosotros has progresado. Tenías continuas heridas y accidentes en cada expedición fuera del poblado. Aun ahora eres más torpe que los más inexpertos jóvenes.
Se debe a  porque “piensas” en algo  fuera de ti y no escuchas lo que  siente tu cuerpo. El sabe cuando  retirar  a tiempo el pie de una punta  de  aguda espina porque piensas retiras tardíamente  tu pie y te la clavas. Tu cuerpo te advirtió que debías retirar tu pie a la primera sensación pero tu estaba pensando en otra cosa o en la manera de no herirte. Vives como “soñando”. En ocasiones me pregunto como estás aun vivo. Desde que llegaste entre nosotros te he estado observando y sé que  ni cuando te estás balanceando en tu hamaca “estás ahí”. Cucando  estás en la hamaca es para reposar y dormir. No es necesario que estés alerta, tu cuerpo es quien debe estar alerta. Y no le debes distraer con lo que no existe sino en tu cabeza.
        Shaman, si nunca pienso, seré como los animales. Tú tratas de enseñarme a ser shaman. Vosotros pensáis mucho, memorizáis interminables leyendas y poemas, fórmulas mágicas, formas de curación….
        Cuanto dices, como siempre, parece cierto, pero no lo es.  La diferencia está en que nosotros hacemos  algo cuando lo tenemos que hacer, no antes, en nuestra cabeza, ni cuando caminamos, comemos o descansamos. Tú mezclas todo, te conviertes en un fantasma, uno de esos pobres seres que los dioses crearon sin mente.

Ahora vete a la oscuridad de una de esas grutas  alejadas. Medita solamente en todo esto que hemos hablado. No descanses, no fantasees. Cuando te llame tendrás que “vivir “cuanto te he enseñado. Ello  es algo que Sirupré no tiene que aprender. Entre nosotros no ocurre como entre los sabios de tu pueblo según me has contado que gozan acumulando conocimientos para decir que son ricos en sabiduría, porque ellos acumulan igualmente cosas para intercambiarlas. Nosotros vivimos lo que aprendemos y solamente aprendemos aquello que nos hace vivir mejor. No enseñamos cosas a la tribu sino que la tribu aprende de lo que hacemos.

Me he dejado deslizar por una de las estrechas chimeneas que perforan la montaña en todas direcciones y  que me producen siempre pavor. Caí en una estrecha cavidad. Tengo miedo y frío.  No sé donde estoy, ni siquiera si podré salir de aquí. Me encuentro sólo con mi cuerpo desnudo como quería el shaman, sin armas, sin comida, sin nada fabricado por mano humana, eso que nos puede dar una cierta confianza. Es una experiencia terrible. Permaneceré aquí hasta que sienta el llamado que partirá de mi mismo para intentar volver. Sé ahora que no debo fantasear sobre el  pasado, lo que fui, lo que seré, sino sobre mí mismo “escucharme” como dice el shaman.
Este formidable mundo subterráneo me produce  un temor cuyo origen desconozco. Ellos en cambio se mueven por túneles en que apenas se puede reptar, se dejan  caer por interminables chimeneas que tanto son verticales como horizontales en que  uno se returece como gusano . Parecen haber vivido siempre  en estos lugares y se mueven tanto apenas  tengan algo de claridad como en la más profunda oscuridad. Se orientan y saben salir siempre. Yo creo que  si quedase solo nunca más emergería la mundo de la luz. En estos lugares se pierde completamente la noción del tiempo y de la dirección. En este cubículo en que me encuentro el piso  no es de arena como lo suele ser en las grandes cavernas sino de filudas rocas como de lajas verticales. En ningún momento puedo colocar los pies juntos ni paralelos, tengo que buscar  una depresión entre las cuhillas donde poder colocarlos. Tampoco me puedo sentar cómodamente, ni arrodillar. Temo apartarme del orificio por donde desemboqué  ya que  es posible que nunca  más lo encontrase. En estas condiciones me parece bien divertido el consejo del shaman de que no me duerma. No sabría como tenderme en esta superficie de cuchillas y agudas estalagmitas.
Al cabo de un rato comencé a angustiarme, no tanto por la posición violenta que tenía que adoptar que por el momento era soportable, sino pensando  como  aguantaría si no podía llegar a salir de aquel lugar. Recordé algo sobre lo que siempre  insiste en el saman conmigo, que no debo proyectarme en el futuro ni en el pasado. Que debo estar atento al momento que estoy viviendo. Nunca el shaman en estos tiempos de iniciación me ha sometido a algo que no pueda superar por mí mismo ni que pueda superar mis fuerzas o poner en grave peligro mi cuerpo. El nunca ha tratado de endurecerme contra el dolor aplicándome instancias muy penosas como lo hacían los maestros de armas de mi juventud. Es indudable que la situación en quue me encontraba me obligaba a poner en práctica algo de lo que ya tenía aprendido. En consecuencia de estos pensamientos lo que se me ocurrió es que tenía que buscar “mi lugar” en  en este llugar que parecía una cámara de tortura. No se traba de aquel, que como hasta entonces, buscaba para tener una cierta comodidad, sino en el que me sintiese  uno conmigo mismo. Me empecé a mover cautelosamente porque los conos  puntiagudos me podían atravesar como cuchillos puntudos. Debía ubicarme perdiendo todo el miedo a desorientarme. Me decía a mí mismo ¿será este mi lugar? Finalmente, quizá sea esto lo que busco. No me siento particularmente cómodo, pero siento como una sensación extraña, una  como tranquilidad. Me dí cuenta que transpiraba copiosamente a pesar del frio de aquel lugar. Era el miedo  a la soledad, el desamparo, el cansancio y a lo desconocido. Comprendí que el shaman había  querido enfrentarme directamente con mis miedos, con  los sucesos que “podrían ocurrir” pero que no se puede certificar que ocurrir.
Que aquella posición de mis pies, piernas y cuerpo me desmostrase cuan poca cosa es capaz de arrancar la seguridad a un ser humano a un guerrero avezado a todos los peligros y a la muerte.
¿Qué desaba de mí el shaman? ¿Qué permaneciese solamente? Comprendí súbitamente que  aquella situación me llevaba a concentrarme en algo que  nunca el shaman conseguía de mí. Descubrir el que “estoy, donde ahora estoy”. Una paradoja. Hacerme uno con lo que me rodea, escuchar las señales que el cuerpo me envía y no las que me envía la emoción aprendida durante  muchos años y enseñada por aquellos con quienes conviví. Esos cambios sutiles de percepción tan diferentes entre el mundo suyo y el que había sido hasta hace muy poco elmio. Comprendí que  el miedo no era de lo que me sucedía sino miedo hacía el “futuro”. No de lo que sucedía “ahora” sino de lo que podía suceder más tarde.

El shaman  me pide que escuche mi cuerpo. He dejado de transpirar lo que  indica que me encuentre más tranquilo. Silencio. Puedo profundizar en la escucha. No podía escuchar por mi miedo ante las cosas nuevas que me están sucediendo. Escucho ahora  ago que estaba por debajo de  de los sonidos ordinarios. Tambbién huelo algo nuevo.
Los indios son capaces de oler  muchs cosas que yo nunca percibo, Quizá porque yo “pienso” y eso me quita capacidad a mis sentidos.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que llegué a este lugar?

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No hubo cambio alguno. Solamente  el ligero roce de un cuerpo que caía cerca de mí. Luego otro y otro.
        Llegasteis, dije.
Escuché la risa  contenida de Sirupré.
        Si has aprendido algo, dijo Pineabe en un susurro tienes que estar preparado para la “marcha de poder”.
Se aproximaron hasta tocarme casi. Pineabe por la derecha y Sirupré por la izquierda. Cada uno me tomó de la mano como si realmente en aquella completa oscuridad me estuviesen viendo.
        Vas a caminar de la siguiente forma, dijo el shaman detrás de mí y hasta entonces silenciosos. Levantarás una pierna  de modo que tu rodilla quede a la altura de tu ombligo, Primero una, después en otro paso la otra.
Quedé pasmado. Unos pasos así en aquel lugar lleno de puntiagudos conos que salian del piso ensartarían mis pies.
El shaman, adivinando mis pensamientos dijo:
        El Poder es incompatible con el pensamiento.
Sentí como una corriente cálida que salía de las manos de mis acompañantes. No dudé más y me puse en marcha al unísono con mis compañeros en aquella extraña marcha. Al principio  caminamos con lentitud, a ciegas, todos al mismo ritmo.
        Quédate quieto, ahora, Apoena, dijo el shaman.
 Inmediatamente me soltaron las manos y todos  emprendieron una loca carrera en círculo a mi alrededor, profiriendo un ronco y gutural aullido que parecía les salía del vientre. Se detuvieron.
        Adelante dijo firmemente Pineabe,
Tímidamente, ahora sin sujeción, comencé el paso aprendido. Sin casi darme cuenta  me integré en una carrera alucinante. Tan pronto como quería darme cuenta de lo que sucedía me hería. Tomé  seguridad  y corrí lócamente en la oscuridad, hasta que mis acompañantes riendo me frenaron y me hicieron tocar con mis manos la pared rocosa frente a la que estaba y con la que me debería haber estrellado.
        Descansamos un momento, dijo el shaman.
Yo pensaba en los faquires  indios que recorrían los pueblos y se acostaban  sobre tablones de agudos clavos sin herirse. Algo  semejante me había ocurrido en aquella loca carrera. Como si ellos  estuviesen leyendo mis pensamientos:
        Podemos acostarnos es un lugar  bueno para hacer el amor con una mujer.
        Acuéstate, Apoena, dijo seriamente el shaman, aun nos queda mucho que recorrer. Lo puedes hacer. Un guerrero nunca teme.
Obedecí la primera sensación fue terrible. Estaba tenso como una tabla y creí desfallecer de dolor. Me incorporé de un salto.
        Permite que las puntas te penetren, dijo Pineabe. Si endureces tu cuerpo es peor.
Hice un nuevo intento inútilmente.
        Ya aprenderás, dijo Sirupré. ¡Tocame!
Me aproximé y toqué a cada uno de ellos. Estaban tranquilamente acostados y yo sabía que debajo de ellos era imposible que no hubiese  aquellos malditos y aguzados conos de piedra. Decidido, pasase lo que pasase me iba a dejar caer en el pisso en la oscuridad el shaman dijo:
        No lo hagas, Apoena, el Poder aun no está contigo. Todo llega en su momento.

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La experiencia de la marcha de poder no sólo me dio confianza en mí mismo sino que me descubrió que ciertamente  mi cuerpo poseía una sabiduría propia y olvidada, pero qu con la ayuda de un sabio como el shaman podía recuperar  al menos parcialmente. Aun tenía que aprender mucho.
El viejo shaman después del dia que demostró su gran vitalidad en la marcha de poder empezó a decaer físicamente  y a mostrar actitudes que no eran   las habituales en él. Pasaba  mucho tiempo ensimismado manteniéndose inmóvil  como una estatua. Cuando se relacionaba con nosotros parecía hacerlo con gran esfuerzo como si él estuviera viviendo en otra dimensión y este mundo careciese ya de importancia para él. Yo creo que todos pensábamos que se estaba extinguiendo como un fuego en el que ya quedan solamente las brasas.
Según la costumbre de mi país le preguntaba:
        ¿Deimpriba te sientes bien?
        Lo estoy. Era su contestación breve y enigmática.
Probablemente estaba sintiendo la llamada, como nos lo dijo días antes, de sus antepasados. Me era imposible calcular la edad del anciano. Como cualquier indio que ha pasado la edad de los treinta o cuarenta años quedan como fijados corporalmente hasta que de repente se dsploman. Ocurre  también que viejecillos encorvados, llenos de arrugas y tambaleantes sean mucho más jóvenes que otros que parecen  llenos aun de vigor. Pienso que esto se debe especialmente a las rudas vicisitudes de sus vidas. Aquí las generaciones  son muy rápidas por lo temprano que las mujeres empiezan a parir hijos, de tal manera que aun muy jóvenes son abuelas o bisabuelas.
Tuve la impresión muy personal que shaman se aferraba a la vida  con el fin de comunicarnos aun sus últimas enseñanzas como previendo que nosotros los escogidos íbamos a tener que llevar a cabo delicadas misiones.
Uno de aquellos días, cuando Ivi nos trajo la comida que preparaba el shaman le pidió que bajase a la aldea y que  pidiese a un determinado guerrero que viniese inmediatamente con otros que supuse consideraba los más  distinguidos  miembros de la tribu.
Llegaron todos al día siguiente. Aparecían tan imperturbables como de ordinario, pero  debían estar muy preocupados debido a lo insólito de la llamada.
Sorpresivamente el viejo  nos dijo que  partiésemos a cazar, cosa que no sucedía desde  que estábamos sepultados en las cavernas ya que Yvi era la encargada de acarrear desde la tribu la alimentación. La caza fue muy satisfactoria porque llegamos con dos hermosos pecarís.
El anciano  acostado sobre un lecho de hojarasca a la entrada de las cavernas conversaba apaciblemente con sus visitantes. Tan pronto como llegamos nos pidió que nos acercásemos a su lecho. Cuando llegamos empezó a hablar con lentitud como para subrayar la importancia de sus palabras para que todos los presntes las conservásemos grabadas.
        Mis padres y los padres de mis padres me llaman. En estos días  he hablado largamente con todos ellos. Mi hijo Sirupré a quien he instruido largamente durante muchos años, será el jefe de mi clan y el Consejero de la tribu. He instruido igualmente a muchos guerreros de mi clan y de los otros clanes quienes llegarán a ser grandes capitanes en los aciagos tiempos que se aproximan.
Aquí junto a nosotros está Apoena, mi hijo adoptivo llegado de una lejanísima tribu al otro lado de la Gran Agua. La tribu le eligió para que llegado el día, la guie porque su corazón es limpio y fiel. El Gran anciano del cielo lo envió par que nos conduzca en las lunas que vendrán. Ya todos sabeas que continuamente están llegando grandes canoas con gentes procedentes de lugares  semejantes de donde llegó Apoena. No vienen, como él para ser parte de nosotros sino para apoderarse de nuestros territorios de caza y recolección. Son gentes cuyo corazón no es sincero. Van a venir días muy difíciles  para las tribus incluso las más lejanas y fuertes como los mexicas y mayas.
Apoena que ya es uno de  nosotros y los conoce bien, indicará como luchar contra ellos y lo que deberéis hacer. Confiad en él.
Apoena aun tien mucho que aprender.  Sirupré su hermano será su guía en todo.
Es la voluntad de nuestros antepasados que entreguéis por esposa a Apoena a la amazona  Pineabe como máximo honor que  otorga nuestro pueblo. Solamente yacerá con ella hasta que tenga un hijo varón. El podrá tener las esposas que desee y engendrar muchos  descendientes en nuestra tribu.
Luego dirigiéndose a mí:
        Apoena, bien sabes  que una amazona solamente en casos privilegiados debido a la bravura de ella y del que la hará parir un varón  es entregada a un gran guerrero. Te aconsejo que  como  otros escojas tus esposas entre las hermanas de Pineabe para que procrees muchos hijos y para que ellos hagan fuerte a nuestro clan.
        Escuchaste Apoena, dijeron  los presentes al unísono lo que has escuchado es la voluntad de nuestra tribu.
Agaché la cabeza sin decir nada. Sabía que se daba por descontada mi aprobación. Para sus mentes era inconcebible otra opción. Me sentí abrumado por tanta confianza y conmovido hasta lo más profundo de mí mismo.
Aquella sencilla forma de entregarme su confianza era  mayor de cuando el rey de España  otorgaba  un feudo.

Aquella noche tuvimos un esplendido banquete  debido a la  caza abundante que trajimos.. Los guerreros  se pusieron en camino hacia l aldea mucho antes del alba. Sin ninguna  forma de despedida. Esa es la costumbre.
Sorpresivamente para mí después de esta reunión el shaman pareció recuperar fuerzas. Aparecía con vivos deseos, creo yo, de comunicarnos sus últimas enseñanzas. Abandonó su lenta  costumbre de enseñanza basada en que  cada nuevo conocimiento se debía poner en práctica inmediatamente. Ahora estaba tan teórico como cualquier  maestro  occidental.

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        Un guerrero no nace sabiendo ser guerrero.
Estaba seguro de haber escuchado sentencia  semejante en otra ocasión  e igualmente de alguien muy anciano. Traté de recordar el episodio. Lo había escuchado en lengua árabe. Tuvo lugar en una alocada expedición en la que participé siendo muy joven emprendida para  liberar cautivos en Argel. Fue una aventura desastrosa. Los genízaros nos descubrieron al desembarcar y dieron muerte a todos mis compañeros. Solamente yo y el renegado que nos servía de guía conseguimos huir al interior del desierto y nos refugiamos en la ermita de un santón solitario. Venerable anciano musulmán que a sabiendas que éramos cristianos nos dio refugio y curó nuestras heridas con hierbas aromáticas. No nos ñ denunció porque  ya para él no existían moros ni cristianos, uenos ni malos. Era un hombre santo y puro que  había traspasado los pequeños odios de los mortales. Quedé tan impresionado por su manera de comportarse que casi  pensé en quedarme con él si me aceptaba como su discípulo. Aquel anciano había alcanzado un estado sublime en que se borran las diferencias humanas. <<nos repetía con frecuencia:
        Dejen que las cosas “sucedan” No tomen nunca la iniciativa. No traten de “manipular” ni seres, ni situaciones. Respeten todos los seres porque son sagrados.
Poniendo  en práctica aquellos vagos y sabios consejos el renegado y yo pudimos volver a España no sin sufrir  muchas penalidades y peligros.

Lo que nos inculcaba el shaman en aquellos últimos días de su vida, con su propio lenguaje y manera de pensar era exactamente lo que nos inculcó el anciano árabe en los  escasos días que convivimos con él.
El árabe  no había sido un shaman toda la vida como Deimpriba, por lo que supe había sido  un importante jeque y gran señor que por alguna circunstancia de su vida abandonó riquezas, honores y su tribu para vivir solitario en aquel minúsculo gurbí del desierto argelino.
El shaman  nos repetía:
        Hay que ir con la Vida tal como esta transcurre aprendiendo lo que nos enseña cada día.
        Yo he sido entrenado para Hacer, ir siempre adelantándome a aquello que puede suceder, ser eficaz, lograr rápidamente resultados. Esa es la enseñanza que se da en nuestra tribu desde niños. Hace muchas lunas, muy lejos, escuché de  un anciano cosas como las que tu enseñas, pero  no las comprendí porque yo era un jovenzuelo inexperimentado.
        ¿cómo te salvaste cuando llegaste a la gran  Playa con tu canoa que había arrastrado y roto el huracán? ¿acaso tenías todo planeado y ya sabías lo que te iba a suceder? ¿Tú Apoena que fuiste enseñado según dijiste a prevenir todo, qué es lo hiciste?
        Aunque hubieses preparado alimentos y comida ¿habrías tenido posibilidad de llevarlo contigo?
        Fue todo de improvisto. El barco se partió e n dos  y me encontré en el agua turbulenta. Apenas me pude tomar de algo que flotaba a mi lado.
        Comprendes, añadió Sirupré,  que nada pudiste Hacer en una situación tan sencilla. Cuando uno sube a una canoa sabe que se puede dar vuelta en cualquier momento. No siempre ocurre. Lo importante es estar atento continuamente a lo que sucede. No lo que vas a hacer si ocurre algo imprevisto, sino cuando ocurre algo imprevisto hacer lo apropiado sin miedo ni temeridad.
        Está bien, interrumpió el shaman todo eso ya ocurrió. Es bueno  para saber como se debe  vivir. Ahora me preocupa que siento que te cuesta mucho aun aceptar las decisiones que la tribu  decide para ti.
        ¿acaso no obedezco?
        Obedeces, pero no te adaptas. Aun te siento sorprendido por la decisión que tomaron de darte a Pineabe como esposa. Pero lo que  no puedes aceptar es tomar a sus hermanos también como esposas.
        ¿Me he negado?
        No lo has hecho y no lo harás, pero porque así te lo enseñaron, pero no lo aceptas de corazón. Sé que lo haces porque  nuestras costumbres son diferentes de las de la tribu en que naciste. Lo que no te das cuenta que  ahora eres uno de nosotros.
        Aun podrías volver con  los de tu tribu ahora que dicen están llegando, dijo maliciosamente Sirupré.
        No, no volveré. Cuando vosotros me adoptasteis, nací de nuevo. Ahora que he sido  iniciado por el shaman, me debo a la tribu como cualquiera de vosotros.
        Sabes, dijo Pineabe sombría, que las gentes de tu tribu llegarán aquí un día y nos harán la guerra.
        Sucederá o no sucederá. No importa ahora.  Apoena no puede responder ahora, porque lo haría solamente con sus labios y corazón. Ese día, aun lejano deberá enfrentar a aquellos que tienen su misma sangre y en esos momentos yo sé que no dudará sobre lo que tendrá que hacer.
Yo mismo pensaba entonces  que sentido tendría para los españoles internarse en estas intrincadas selvas donde no se encuentra oro ni plata. Sin duda su principal objetivo serían esas  lejanas e ignotas ciudades de piedra llenas de riquezas y fácil de  reclutar esclavos que perseguir  tribus desnudas que los eludirían con cierta facilidad.
¡Cuan poco conocía  aun en ese tiempo la codicia, curiosidad, ambición de tierras  de mis ávidos coterráneos!

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Te estoy enseñando a se un guerrero shaman. Aun no te he enseñado como tienes que ser dentro de ti mismo para que llegues a serlo. Tienes que aprender a ser “impecable”. <un shaman  es el ser que tiene que  crear continuamente la unidad entre los miembros de la tribu, no por lo que aconseja, ni lo que el mismos hace, sino por lo que él mismo es. Cuando la comunidad en las ocasiones que lo necesita elige sus capitanes estos no inventan lo que la tribu debe hacer sino que guian a la tribu en lo que ella quiere y par lo que les ha designado. Esa voluntad se expresa en los Consejos diarios que se realizan al anochecer. Un shaman, las amazonas, los grandes guerreros son los ejemplos vivos de lo que la tribu desea realizar. En ellos es normal, por tanto, que su comportamiento difiera del común de los demás. Eso siempre ha sido así. Eso es lo que desean todos. Solamente quien  construye arcos y flechas perfectos puede ser el guía de  los  varones de la tribu para que les imiten en la confección de arcos y flechas.

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        Lo que crea la unidad entre los miembros del clan y de la tribu es el hacer siempre a los otros lo que tu deseas que ellos  hagan por ti. Si haces algún favor no tienes que tener  un objetivo posterior de retribución, sea el retorno de cualquier orden. Esa es la razón por la que el cazador no distribuye su caza sino que lo hacen los ancianos  y él recibe una parte igual al resto.
Lo que hacen los otros puede ser diferente a lo que haces tú pero no por eso está mal hecho. En el bosque nunca existen dos árboles iguales, unos son grandes, otros pequeños. Todos tienen ramas pero ninguna rama es igual. Ellos forman el gran  bosque que nos  hace vivir a nosotros y a un  a inmensa variedad de animales.

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Poco a poco el shaman  cayó en un profundo agotamiento. Pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Pensamos que de   uno de esos sueños no despertaría más.
Grande fue nuestro asombro cuando  nos anunció  que todos saldríamos a cazar con él. Porque volvíamos de nuevo a la aldea. De ahora en adelante  pondríamos en práctica sus enseñanzas.
Estos periodos de depresión  del anciano en que  parecía que le quedaban pocos momentos de vida y sus resurrecciones repentinas me llenaban de asombro. Era l a primera vez en mi vida que las observaba en un humano tan viejo como parecía él.

Nos reunimos por última vez en la gran gruta del estanque de aguas azulinas. Allí Yvvi asaba en su cuero un gran pecarí. Todos sin excepción estábamos seguros que íbamos a enfrentar un nuevo periodo en nuestras vidas. Sirupré y las dos amazonas estaban completamente des contractadas cosa que yo admiraba sin poderlas imitar. Nuestra cocinera Yvi estaba radiante de alegría porque por fin  volvía definitivamente a la aldea. Ella  como  mujer – madre estaba  adiestrada a todas estas circunstancias aun las más penosas, prefería la vida cotidiana de la aldea  y sus relaciones en espera de un compañero definitivo. La vida con nosotros en la semioscuridad de la gran caverna y el recorrido de las complicadas galerías no eran de su gusto. Tampoco del mio sobre todo nosotros que permanecíamos   y nos movíamos habituamente en la completa oscuridad de cubículos y túneles.

Terminada la comida limpiamos cuidadosamente el lugar de cualquier desperdicio que enterramos profundamente y emprendimos  la vuelta a la superficie trepando por las inclinadas chimeneas. Me parecía increíble haberme  habituado un tanto a aquella vida de troglodita, ahora me movía ágilmente en aquellos oscuros y misteriosos dédalos, aunque dudaba  si sabría orientarme  como mis compañeros una vez que me alejase de los lugares habituales.

Llegados a la superficie y a la cuesta que se dirigía a la aldea Yvi tomó el camino de ella, mientras que nosotros en fila detrás del shaman nos dirigimos al lado contrario de la montaña.
Ya ahora decir que el shaman estaba rejuvenecido sería engañar. Nuestro guía era  un viejecillo inverosímilmente arrugado, huesudo y consumido, aunque en modo alguno senil. Su fuerza interior parecía irradiar  a través de su cuerpo.

Aqueella parte de la selva separada de la aldea por la montaña nunca  era frecuentada por la tribu, como si hubiera sobre ella una especie implícita de tabú. Nosotros, en todas nuestras expediciones nos movíamos en la selva que  seencontraba entre la aldea y el mar.
Nunc se me había dicho que este enmarañado bosque porque el que nos deslizábamos penosamente  fuera el territorio de caza de una tribu vecina diferente de la nuestra. El hecho de lo intrincado del mismo o el largo camino que  se tenía que recorrer y la áspera ascensión a la montaña me parecían obstáculos que detuviesen a mis hermanos. La verdad que hasta ahora  me parecía tan natural no dirigirse hacía esta región que nunca había indagado la causa de ello.
Según íbamos penetrando  en aquella inverosímil maraña vegetal entre la que siguiendo al anciano, unas veces nos deslizábamos y otras reptábamos como serpientes al principio añoraba un cortante sable toledano para ir cortando la vegetación y así abriros un camino, pero poco a poco me  me di cuenta que estaba poniendo en práctica gran parte de lo aprendido recientemente y aunque fuese de una manera  mucho más torpe de la de mis compañeros estaba desarrollando un sexto sentio capaz de percibir una hoja que se moviese en uno de aquellos arboles gigantescos envueltos en una vegetación imponente y aparentemente impenetrable.
En esta selva por la que nos deslizábamos no existían senderos  recorridos por humanos ni siquiera por animales. No percibía la presencia de animales, ni escuchaba los vocingleros monos compañeros de todas nuestras expediciones o el aleto de pájaro alguno. Quizá es que todos se movían  en el nivel superior, las copas de  aquellos gigantes de   muchas varas de altura.
Sin comunicarme con mis compañeros advertía un comportamiento receloso y cauto diferente de su habitual manera de comportarse en situaciones semejante a la que estábamos viviendo. Solamente el shaman  aparecía como siempre o como si en esta situación se encontrase en su elementos o muy familiarizado.

Caminamos de esta manera muchas horas hasta que empecé  a escuchar, primero levemente el rumor como de un trueno apagado que lentamente se iba haciendo más perceptible y fuerte. Cuando desembocamos  en un pedazo de cielo azul salpicado.toda su extensión por olas de espuma que saltaban en el espacio a gran altura, contemplé una inmensa catarata tan grande y alta como yo nunca había visto nada semejante enn lugar alguno. El retumbar del trueno ahora era ensordecedor y creo que la tierra vibraba. Era un espectáculo grandioso y atemorizador.
Un pequeño rio que caía desde una altura inconmensurable formando aquella cortina de agua que se desplomaba en una poza  que había excavado en la dura roca.
El shaman nos permitió que apoyados en nuestras lanzas contemplásemos aquel espectáculo que mis compañeros  parecían desconocer igualmente que yo. Luego con señas nos indicó que le siguiésemos.
Bordeaos lentamente la gran poza donde se despeñaba  el agua quedando  completamente bañados por las minúsculas gotas que se expandían muy lejos y que corría por nuestros cuerpos. Finalmente llegamos lateralmente al comienzo de la catarata o muro de agua. El anciano se detuvo al mismo borde de la profunda excavación de tal manera que bastaba con que extendiese su brazo para tocar la violenta manga de agua. Se volvió sonriente hacia nosotros y con el cuento de su lanza señaló en sus pies la estruendosa cortina y a continuación con un ligero salto se precipitó en la violenta cortina y no cayó sino simplemente desapareció. A pesar de nuestro entrenamiento y  confianza en el anciano permanecimos indecisos. Creo que en aquel momento ninguno de nosotros dudó que nos arrastrara a un suicidio colectivo. Sirupré fue el primero en reaccionar y saltó desapareciendo a su vez. Le siguió Nujena, yo indeciso sentí la agguda  punta de lanza de Pineabe en mi espalda y comprendí que no había retroceso posible. Tomé aliento y me precipité recibiendo unos instantes como una lluvia de rodas  el terrible golpe de la cascada que me aplastaba, sin embargo su espesor era  pequeño y me encontré inmediatamente junto a los que me precedieron  en una amplia cavidad como un balcón muy grande  que cerraba el fragoso derrumbe de agua. Inmediatamente se junto con nosotros la impasible Pineabe.
Por un motivo que desconozco aquí debajo de la columna de agua el sonido de esta se apagaba. Al estruendo indescriptible de afuera, aquí había un cierto silencio. Lo queera muy hermoso era la luz que al atravesar el agua se convertía en colores semejantes a los del arco iris. Y los cuerpos de mis compañeros chorreantes de agua reflejaban aquellos hermosos colores.
        Hemos llegado, dijo sencillamente el shaman y en sus palabras me dí cuenta lo agotado que se encontraba.
Dicen, continuó el shaman que existen animales que cuando presienten su muerte se dirigen a un lugar determinado donde están los restos de sus antepasados. Aquí vino a morir mi padre y antes que él, su padre. Ahora vengo yo. Ignoro, si Sirupré mi hijo vendrá a descansar con nosotros, probablemente no será posible porque la tribu tendrá que peregrinar de nuevo para huir de los extranjeros. Deberán alejarse de estos lugares benditos en que hemos habitado por muchas generaciones. Así olvidamos que el caminar forma parte de la vida de toda tribu, más pronto o más tarde..
Este es un lugar admirable para entrar en otra vida que uno no conoce. Sé muy bien que vosotros ignorantes de lo que existe detrás de la cortina de agua tuvisteis el pensamiento  que os conducía a la muerte. Lo sé porque igualmente me ocurrió a mí acompañando a mi padre cuando por primera vez cruce el agua. Un instante  durante el que pensasteis morir y luego ya estabais al otro lado cubiertos de esta claridad maravillosa
, es posible que mis antepasados escogieron este lugar para hacer comprender a los elegidos el paso a un nuevo nacimiento y una nueva vida. Todos pensasteis que detrás de la cortina de agua existía una pared de roca y no esta luz y hermosura.
Mientras decía estas cosas no podíamos menos de darle la razón dentro de nosotros mismos. Contemplábamos al viejecillo sentado en el piso con las piernas cruzadas bañado en los resplandores multicolores de la luz que se filtraba a través del agua de la catarata.
        Es lo que pensaban nuestros antepasados, seguía diciendo él, pasamos de una luz a otra más hermosa. Por eso ellos no temían la muerte aya que decían que era como el vuelo de un pájaro que va planeando en el cielo, de repente cierra las alas en la cima de un gran árbol. Temo que ninguno de vosotros morirá de esa dulce manera, pero  sea como fuere siempre será como atravesar un agua más o menos turbulenta.
        Ahora quiero que escuchéis mis ultimas instrucciones Os iréis a la aldea.
        Sirupré tomará mi lugar en el clan y frente a la tribu porque ya es el custodio de los conocimientos más sagrados de nuestra tribu. Desde la curación de heridas y enfermedades hasta las normas que nos dejaron nuestros antepasados para los momentos de mayor amenaza a la sobrevivencia de la tribu.
        Cuando hay transcurrido una luna a partir de ahora, Sirupré  volverá a este lugar. Tomará mi cuerpo y lo conducirá por el corredor que se encuentra  más allá hasta una cueva pequeña donde descansan mis padres. Me colocará entre ellos y volverá a la tribu. Nadie deberá conocer  donde reposa mi cuerpo.
A estas palabras de su padre, Sirupré se volvió y atravesó decididamente hacia afuera la gran cortina de agua. No era un acto inhumano sino lo que se esperaba que hiciese. Los demás le seguimos. Lo inesperado del desenlace no me permitió la intensa emoción del momento. Siguiendo a los otros atravesando la selva me decía que quedaría para siempre en mi memoria la maravillosa imagen del anciano transfigurado en su paz y bañado por aquellos milagrosos colores.

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IX. SE ANUNCIA QUE LLEGAN LOS INVASORES.

Desde mi nuevo nacimiento en este mundo de lo natural ya han pasado diez y seis años. Años transcurridos para mí en un soplo lleno de acontecimientos.
Sin embargo desde que llegué tuve el convencimiento que llegaría el momento ineludible y temible, mis antiguos connacionales llegarían  para conquistar estas regiones.
Ahora, en el transcurso de los últimos años habían estado llegando continuas noticias de que en lugares muy lejanos se habían visto las enormes canoas de los extranjeros. Estas noticias se escuchaban sin mucha inquietud entre  las gentes de la tribu a pesar de llegar adornadas con barrocas  narraciones sobre ellos  y todo lo que les rodeaba. Yo sabía muy bien que llegarían cada vez en mayor número y que se irían aproximando a nuestro territorio en su ansia de buscar oro.
Cuando reflexiono en la frase  íntima como denomino a los españoles  como antiguos compatriotas comprendo  que he renegado  de mis raíces identificándome profundamente con mi nueva manera de vivir y ser. No deseo ser un renegado, me encantaría ser  un hombre de dos mundos en que se conjugase lo mejor de ambos. Desde luego esto me parece muy difícil tanto en lo personal cuanto a la comprensión de  las gentes entre que nací que se sienten infinitamente superiores y desprecian  a todos los que no piensan y viven como ellos..ciertamente que el único pensamiento que les domina es apoderarse de estas tierras y reducir a la esclavitud a sus ocupantes para que generen riqueza y honor para ellos. Este horrendo designio, hace treinta generaciones que ya no era aceptado por mi antecesor el glorioso Cid Campeador mi antecesor. Intentó en valencia que conviviesen en igualdad y respeto moros y cristianos. Nunca pensó en arrojar  a los árabes de la perla de levante y menos aun, convertirlos en esclavos.
Estos pensamientos me hacen comprender que  nunca podremos llegar a un entendimiento con los españoles y por tanto mi deber ineludible de  si llega la ocasión cierta tener que luchar contra ellos. En la tradición de leal caballero que teóricamente me enseñaron ya que  escaso la cumplen he de tomar el partido de los agredidos.
En esa época, probablemente influenciado por  esos pensamientos tuve el siguiente sueño:



Estaba muy lejos de aquí en una comarca y lugar diferente. No me parecía soñar sino que era la realidad cierta. Como despertando de un largo desvanecimiento. No me podía mover y sentía todo muy cuerpo muy dolorido. Me encontraba en el centro de una amplia playa, La claridad era muy tenue pero distinguía claramente los alrededores. Detrás mio un bosque y al pie de los árboles grandes cabañas de troncos y techos puntiagudos, parecidas a las cabañas de los montañeses del norte de España. Silencio y soledad absoluta.
¿Por qué me era imposible moverme? ¿Por qué esa continua sensación de estrangulamiento?
Acabe dándome cuenta que tenía el cuello apretado por un aro  de hierro firmemente apretado a un madero al que estaba encadenado de pies y manos. Poco a poco, me dí cuenta que era un tosco remedo de las picotas de las ciudades de España donde se da tormento y se ejecuta a los criminales.
Merodeaban a mi alrededor multitud de perros de guerra. Perros  de España, lebreles y enormes alanos. Se acercaban erizados y me gruñían amenazadores.
Pasado un tiempo  empecé asentir el olor a humo. No era el olor habitual de las maderas que  quemaban en nuestras aldeas. Penosamente  tratando de mirar hacía arriba percibí que el humo salía de alguna de las cabañas por el techo lo que significaba que no  tenían chimeneas. Olor de fritos tal como se podría haber olido en una aldea de españoles.
Repentinamente se me impuso la realidad me encontraba  prisionero en una aldea de los invasores y preparado para mi ejecución.
Se empezó a sentir movimiento  en el poblado. Gritos con órdenes caseras, juramentos, palabras fuertes, blasfemias. Un soldado a medio vestir pero llevando puesta la cota de malla se acercó al pilori y apretó mis ataduras. Al verme despierto  me dirigió los insultos más obscenos de su repertorio. Parecía alguien muy joven. Lentamente  se aumentó el movimiento en la aldea aunque nadie se acercó. Yo estaba en un lugar alto  el sol comenzó a quemar con fuerza mi cuerpo.
Sonó largo y lúgubre la trompeta llamando a reunión. Los pobladores se fueron congregando a mi alrededor. Soldados en su mayoría forrados de hiero y cuero. Algunas mujeres indias  cubiertas con grotescos harapos. Percibía el odio  con que me contemplaban, ahora en silencio.
La trompeta dio  la orden de Asamblea. Las gentes que me rodeaban formaron un circuloaun más compacto. Pronto abrieron paso a una fila de hijosdalgo engreídos seguidos de unos obsequiosos indios que portaban toscos banquillos bajos. Se sentaron frente a mí en n remdo de tribunal.
El que presidía habló solemne:
        Como camaradas de armas, como hermanos, como varones embarcados en una misma aventura debemos juzgar rigurosamente este  raro e increíble caso, único en la historia  peor que el de los desgraciados renegados argelinos
Cedo la palabra:
        No sólo es increíble sino que muestra una demencia demoniaca.
        Es cierto. Los tormentos han demostrado que no es loco ni pobre de espíritu. Esa persona degrada que tenemos ante nuestros ojos, sabía muy bien lo que hacía y no es digno de la menor misericordia.
El que actuaba como juez intervino:
        Nos encontramos con el caso inaudito de alguien  que ha cometido un crimenn contra Dios nuestro Señor  y de leda patria. Aun más grave es el pésimo ejemplo que ha dado a estos desgraciados indios nuestros  temporales aliados, puesto que ninguno de los tormentos que le hemos dado  le ha hecho desdecirse de sus crímenes.
        Excelentísimo juez, comenzó alguien que vestía como clérigo, es importante arrancar el mal de raíz en forma ejemplar antes que crezca. Allende los mares he tenido la gracia de asistir a muchos autos de fe por herejía, brujería, magia negra, deshonestidad, pero a esta bestia la hoguera sería una bendición porque es renegado, apostata y profesa todos cuantos crímenes he  descrito.
Imaginad, alguien que ha declarado como él lo ha hecho ser un español de claro linaje no sólo aceptó todas las nefandas costumbres de esos indios idólatras y pervertidos sino que añadió ultrajes a su linaje permaneciendo en cocubinato con varias indias a la vez todas hermanas entre sí. Nos califica como  un puñado de aventureros sin dios ni ley.
        Mal abogado defensor serías como vuestra tonsura obliga, dijo alguien.
        Piadoso abogado deberías decir, contestó el clérigo, dada la enormidad de los delitos de este aborto del diablo ¡que Dios confunda!
        El clérigo Don Lope de la Aguada, cortó el juez, ha hablado elocuentemente. Mi embarazo no consiste en determinar la gravedad de sus delitos sino la aplicación de una sentencia que sea ejemplar y que quede por años impresa en la mente de todos estos indios depravados como señal de que frente a sus delitos ni siquiera fuimos piadosos con alguien que fue uno de nosotros y renegó de ello.
        Excelente Juez, dijo una voz femenina, renegados ha habido siempre y la Santa Iglesia supo perdonarles, porque lo hicieron  no pudiendo soportar la esclavitud y sus tormentos cuando fueron hechos prisioneros por los moros. Yo he conocido muchos.
        Hacerse indio, respondió el exaltado clérigo, es volver voluntariamente a convertirse en animal. Vean a esos indios “pelados” como era este que andan con sus partes pudendas al aire preparados para cometer  continuamente toda serie de abominaciones con hembras y también con varones y todo ello públicamente.
Pido que su ejecución y tormento final sea en las partes que pecó.
        ¿Por qué ofendes a Dios, dije en un gemido doloroso, que nos creó desnudos, y además macho y hembra?
El clérigo incorporándose avanzó hacía mí y me escupió repetidamente a la cara gritándome, ¡perro blasfemo!
        Cubrid mi desnudez ahora ya que tanto os ofende. Vestidme con hermosas ropas en vez de estos desgarros de mi cuerpo sagrado.
        Sabe desalmado que ahora tu desnudez es el escarnio que se da a un reo como  tú para que el verdugo  ejecute sobre su cuerpo la santa ira de Dios.
        Pides hermosas ropas exijo que se te arranque la piel  ya que eres indigno de tu condición humana
        Os pido que empleéis vuestra ira. El castigo  seguirá al juicio y la sentencia.
        Perdonad Excelencia pero esa boca blasfema debe ser callada, exigimos que se le arranque la lengua.
        Ya lo habría ordenado si no tuviera que confesarnos aun muchos secretos útiles al servicio de su Majestad.
        Estamos rodeados de enemigos, Excelencia, lo importante es que confiese el número de guerreros, el lugar donde se encuentran las aldeas y la manera de llegar a ellas, la ubicación de las minas de oro sobre todo.
        Tranquilo, Don Juan, todo tendrá su momento.
        Yo no soy juez, ni clérigo, lo que pido es que se apure el juicio para que este miserable confiese cuanto sabe.
        Soldado, un ser tan depravado como este ya no tiene nada más que perder y no confesará tan fácilmente. Habiendo pertenecido a una noble familia no deseo que más tarde en mi juicio de residencia se me acuse que le hice perecer en el tormento por codicia y no por la aplicación de un justo juicio.
        Escribano levante acta de estas deliberaciones para que  queden como instrumento público de lo actuado. Por tanto  daré cumplimiento al proceso:
        A ti AlvaroDiaz del Vivar conmino, antes que se reunan los jueces para determinar  tu sentencia y proclamo que habiendo  llegado a estas tierras hace  diez y ocho años debido a un naufragio fuiste salvado y acogido por indios. Te conmino que renunciando a sus costumbres paganas que adoptaste te sometas de nuevo al sagrado  gremio de la Santa Iglesia Católica y la obediencia debida a su Majestad nuestro señor el rey Carlos I. En consecuencia que nos facilites cuanto conoces sobre los indios entre los que viviste, nos conduzcas a sus aldeas y minas. Si esto ejecutas podemos aplicarte una sentencia más benigna de acuerdo con tus crímenes y apostasías.
Ante tantos despropósitos en medio de mi agotamiento me sentí posedio de una energía nueva y grité con todas mis fuerzas:
        Los que me salvaron y adoptaron como uno de ellos fueron y son mis padres y hermanos a una nueva vida más verdaderamente humana. Mientras tenga fuerzas no los traicionaré aunque por ello reciba todo el peso de la soberbia asesina de  aquellos  cuyo solo dios es el oro.
        ¿Quién os ha dado poder para invadir estas tierras y esclavizar a sus habitantes? ¿a pueblos naturales  y nobles que han vivido libres en estos lugares durante milenios?
Mi voz se estranguló porque alguien  apretó con ferocidad el torniquete que  rodeaba mi cuello y probablemente me desmayé. Cuando  recobré penosamente el conocimiento con la terrible presión en mi cuello se estaba leyendo mi sentencia:

….Y otrosí dada la enormidad de unos crímenes que no se ajustan a ley alguna de nación cristiana ordenamos que su cuerpo se atormentado hasta que confiese todo aquello que se juzgue  necesario para la salvaguarda de esta recién fundada ciudad.
Otrosí, si el susodicho Alvaro sobrevírese aun  o fuese cadáver será atravesado  por una lanza desde aus partes naturales y se le arrancará toda la piel  de su cuerpo que finalmente descuartizado será arrojado a los perros…

Desperté terriblemente conmocionado, gritando y transpirando copiosamente. Me rodeaban mis esposas  asustadas y sobresaltadas. Nunca pude revelar a nadie este horrible sueño que me parecía premonitorio si caía en manos de mis antiguos connacionales.
Años atrás habría afirmado que ni la más espantosa tortura me haría flaquear. Con los años y la experiencia prefiero que esto no me suceda. Mi decisión absoluta es la de morir matando, nunca ser hecho prisionero.
Después de mucho  meditar en aquella horrible pesadilla me decidí a pedir a Pineabe que cuando  luchásemos con los invasores si se daba cuenta que iba a caer prisionero  que ellame matase. No la quise angustiar con mi sueño porque ellos creen mucho en los sueños. A pesar de su promesa formal, no he podido desde entonces perder mis aprensiones.


X. LA NACIÓN DE LOS SABIOS SE INQUIETA. LOS OLMECAS.

Un atardecer al escuchar los  acostumbrados aullidos de los lejanos centinelas que indicaban que se acercaba a la aldea gentes desconocidas me hicieron saltar de mi hamaca y correr a empuñar mi lanza. Pronto llegó un mensajero y Sirupré con un grupo de guerreros partió hacía el bosque.
Sin duda se trataba de una visita fuera de lo corriente, pero nadie se armó como para repeler un ataque. Tampoco  nadie se  movilizó hacía la maloca donde  se recibía a los extranjeros.
Dada mi ya larga experiencia en la tribu me convencía que hacer preguntas era algo indigno de un guerrero. Solamente debía controlar mi curiosidad y mantenerme tranquilo y preparado para cualquier emergencia. Toda la aldea esperaba incluyendo mujeres y niños pero vacando a sus quehaceres ordinarios como si nada  fuera de lo común sucediese.
Pasó aun mucho tiempo puesto que la avanzada de centinelas se encontraba a larga distancia de la aldea. En un momento dado sin advertir reacción alguna en los otros percibí con ese nuevo instinto que se había desarrollado lentamente en mí que ya estaban de vuelta. Pronto apareció en el lindero de los árboles que rodeaban la aldea el grupo de guerreros  que partió. Detrás de ellos, en fila seguían cuatro hombres muy singulares en nada parecidos a las gentes que yo había alcanzado a conocer de tribus vecinas detrás de ellos caminaba Sirupré con el resto de nuestros guerreros.
Aquellos  hombres parecían rodeados por los nuestros  como en señal de honor y respeto. Ellos era unos colosos imponentes que sobresalían una cabeza sobre el más alto de nuestros guerreros. Era muy llamativa la anchura de sus hombros con unos músculos muy marcados. Su cabeza era muy grande. A pesar de su aparente pesadez caminaba con esa agilidad que solamente poseían nuestras amazonas.
Pensé que según es nuestra costumbre  se habían acicalado antes de  tomar contacto con nosotros. Sus cuerpos brillabban como ungidos con aceite. Al principio pensé que portaban sobre la cabez una especie de casquete, para darme cuenta enseguida que era su pelo cortado mucho más largo que nosotros y amasado con algún tipo de substancia, En ese pelo como casco llevaban atravesadas multicolores plumas. Tampoco iban completamente desnudos como nosotros, sino que llevaban unos delantalillos muy angostos que daban una vuelta a su cintura y que caian graciosamente por delante y detrás de ellos hasta sus rodillas. Eran verdaderas telas  delicadamente bordadas y las partes colgantes terminaban  en flecos y borlas de colores. Tampoco caminaban descalzos sino que llevaban unas sandalias como de cordel que se sujetaban en los dedos de  sus pies y que me pareciron por lo nuevas más ceremoniales que de uso corriente. Las armas que portaban eran muy diferentes a las nuestras, excepto sus enormes arcos. Macanas con magos tallados y rematadas por afiladas piedras negras. Igualmente de sus pechos pendían cuchillos de una piedra negra afiladísima. Como nosotros también llevaban antebraceros y rodilleras pero no de fibras vegetales sino tejidas esmeradamente con diversos colores.
Cuando ya estuvieron cerca  lo que les hacía aun más diferentes era sus rostros tan absolutamente diferente de  la tribu,  y del mio propio. Eran caras rectangulares de ángulos duros y pronunciados. Narices anchas y labios gruesos y carnosos. Sus grandes ojos eran muy negros y vivos. Había algo en ellos que me recordaba las estatuas de los antiguos romanos que había visto  cerca de Roma. Uno de ellos, el cuchillo que pendía de su cuello era transparente, quizá de cristal de roca. Más tarde supe que los llamaban Tokikura y que era un distintivo y poderoso talismán respetado y como pasaporte reconocido por todas las tribus de esta inmensa isla.
Llegados a la plaza de la aldea Sirupré les condujo como a cualquier otra visita ala cobertizo maloca donde se recibía a los huéspedes.

Los extranjeros reposaron en sus hamacas hasta la tarde sin que se les hiciese la recepción acostumbrada de ofrecimiento de los rollos de tabaco. Al Consejo tribal no faltó absolutamente nadie. Aquella visita que más parecía embajada me tenía altamente suspenso. Nadie m e trataba de dar explicaciones como solía suceder en otras ocasiones, considerada  mi persona que  era aun ignorante del sentido de muchos acontecimientos.
El consejo comenzó en forma inhabitual. Sirupré rodeado de los principales capitanes entre los que ya me encontraba yo nos dirigimos a la maloca de los huéspedes. Estos se encontraban  hieráticos al pie de sus hamacas, Sirupré tomó de la mano a quien parecía el jefe, le siguiron los otros a quienes nosotros rodeamos y nos dirigimos  hacía la gran hoguera en que estaba reunida y sentada toda la tribu. Se les ofreció unos grandes cueros nuevos y aquellos macizos hombres  se sentaron graciosa y ágilmente con las piernas cruzadas y las espaldas muy derechas.
Había un gran silencio y fue largo. Era como un momento meditativo. No era como siempre  el silencio cortado por los juegos y carreras de los niños que continuaban en sus bullicios de la tarde.. Por fin Sirupré se lanzó en un modulado y estudiado discurso cuyo contenido era lo honrados que nos sentíamos por recibir una embajada de los grandes y sabios Olmecas.
Terminado el discurso todos esperamos en silencio la respuesta de nuestros invitados, Uno tomó la palabra, Conocía bien nuestra lengua, pero se expresaba e n una forma más gutural y un tanto extraña. Su brevedad yo la atribuí a problemas linguisticos hasta que supe que era su manera corriente de expresarse.
        Somos los enviados del Primer Orador de los olmecas. Hemos sabido que están llegando a nuestro mundo tribus de cara pálida y peluda que  proceden del otro lado de la Gran agua. Viene a ocupar  nuestras tierras.
Los sabios conocen que uno  de esos humanos llegó a vuestras tierras y le adoptasteis como uno de vosotros. El Orador os pide que  que lo llevéis a presentarse ante los sabios para que nos hable de las costumbres e intenciones de los invasores. Este es el mensaje que os traemos.

Qquede petrificado al escuchar aquellas palabras que hacían clara referencia a mí. En ocasiones escuché al viejo shaman hablar del fabuloso pueblo de los olmecas. El decía que en su juventud los había visitado. Más aun, afirmaba que gran parte de la sabiduría de todos los shamanes había sido enseñada por ellos. Tanto los alababa que yo los concebí como un pueblo mítico que en realidad no existía. Ahora no solo los tenía delante, sino que ellos venían en mi busca. Sentí el deseo de conocerles, pero sabía bien que la decisión no dependía de mí sino del Consejo de  mi tribu y yo  acataría las decisiones que ellos tomasen.
Sirupré tomo la palabra:
        Venerables hermanos, hemos escuchado con atención  vuestras palabras y las ponemos en nuestro corazón. Habéis hecho un viaje largo y penoso. Comeréis, descansareis y la tribu meditará en vuestras palabras.
Era, más o menos, la repuesta diplomática que yo esperaba. En la tribu no se tomaban decisiones en forma precipitada.

En la mañana siguiente todos advertimos que si bien los olmecas habían realizado u n largo y penoso viaje para llegar hasta nosotros tenían igualmente su especial manera de comportarse como huéspedes.
Habían abandonado sus delantales y adornos, su pelo estaba liberado de su apelmazado casco y sujeto por una  atadura de envira. Empuñando sus armas se sumergieron en el bosque. En la tarde llegaron cargados con abundante caza y muchos frutos, algunos que desconocíamos a pesar de encontrarse en el bosque que frecuentábamos. La  recolección la  depositaron a los pies de los ancianos como era la costumbre para que la repartiesen. Eran huéspedes que desde el primer momento contribuían al alimento común y que no se iban dejar festejar a expensas de la tribu. Este proceder causó admiración y despertó la simpatía general hacia ellos.

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Finalmente la tribu no tuvo objeción alguna que yo partiese con los olmecas. Sirupré habría deseado acompañarme pero sus deberes no le permitían alejarse tanto tiempo de la tribu.
Se decidió darme una escolta tanto de honor  como para que  dirigiese mi regreso. La formaban dos amazonas, mi esposa Pineabe y Nujena y dos importantes guerreros aebe y Sokino. Pineabe  deseaba poco  dejar a nuestro hijo Ureita. Por lo demás, una amazona en los raros casos en como ella parean un hijo nunca lo criaban sino que lo entregaban inmediatamente a una nodriza, en este caso la hermana de Pineabe que era mi segunda esposa. Normalmente me deberían haber acompañado únicamente los guerreros, pero creo que aun me consideraban una especie de inválido y quizá siempre tenían un resto de desconfianza hacia mí.
Desde el momento que la tribu aceptó mi viaje y designó mis acompañantes los olmecas tomaron la  dirección de los preparativos.  Explicaron que el viaje siendo muy largo debíamos llevar provisiones adecuadas de manera que no tuviéramos que perder tiempo en cazar y por ello disminuir el largo de nuestras jornadas. Nos demostraron tener una eficiencia práctica mucho mayor que ninguno de nosotros. Todo parecía estar sabiamente calculado desde el número y calidad de las flechas hasta el último detalle. Lo principal del alimento se componía de carne ahumada, molida apretada en pequeños ladrillos pescado de la misma forma y gran catidad de fruta seca. Nos enseñaron a tejer mallas para llevar en la espalda infinitamente  más liviansas que nuestras acostumbradas bahura.
Como de costumbre no hubo despedida entre nosotros. Yo más expresivo no podía disimular mis preocupaciones dejando mis mujeres y ya numerosos hijos, sobre todo mi hijo preferido Ureíta. Sabía bastante bien que en un viaje tan largo teníamos que atravesar los territorios de diversas naciones entre ellas  muchas ciudades de belicosos náhuatles y estar cerca de la poderosa Technochtilant. Confiaba en la sabiduría y prestigio de los olmecas, lo que ignoraba entonces que poseían un salvoconducto que los hacía sagrado e intocable como dioses vivientes.

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Desde la salida de nuestra aldea observamos un orden que nunca se alteró. Abría la marcha el jefe de los olmecas y le seguía uno de sus compañeros. Les seguían las dos  amazonas. A continuación iba yo con mis dos acompañantes y cerraban la marcha los otros dos olmecas. Indudablemente íbamos siempre en una fila única de a uno. En una ocasión pregunté or qué seguíamos aquel orden y me contestaron que er el único que nos daba una protección adecuada.
Los olmecas o tenían un sentido de la orientación especial o bien conocían todo el país como la palma de su mano. En ningún momento  se les notaba duda alguna por la dirección u orientación que debían tomar. Según advertí caminábamos siempre hacía el noroeste.

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Aunque se sea indio no es fácil caminar por la selva. Cuando e hace sin rumbo fijo persiguiendo la caza y en lugares que se frecuenta uno acaba por acostumbrarse con cierta facilidad. Es muy distinto  cuando se camina con un rumbo determinado y se trata de avanzar lo más posible cada jornada. Se debe estar concentrado en caminar, evitar obstáculos y deslizarse por aberturas  desapercibidas de una vegetación salvaje. Esto pone a prueba la mayor destreza y una continua flexibilidad física. Una monotonía  de caminar siempre deslizándose en un túnel verde y sombrío pone a prueba los nervios mejor templados.
Los olmecas a pesar de su enorme talla y corpulencia, demostraban una gran superioridad sobre nosotros. Los primeros días no nos exigieron mucho. Según avanzábamos  fueron acelerando la marcha hasta niveles que  los primeros días me hubieran parecido imposibles. Las amazonas eran las que se plegaban mejor a aquel género de marcha, para mí era absolutamente agotadora y mis compañeros con su tradicional orgullo ocultaban completamente sus sentimientos. Se me antojó que los olmecas nos estaban observando y probando.  Al décimo día de marcha los olmecas sacaron su primera carta de la manga lo que es mucho decir, frente a personas absolutamente desnudas. Hasta ese momento caminamos siempre en silencio. Los olmecas en un momento dado empezaron a cantar en un tono muy suave, con extrañas palabras que en sí mismas parecían musicales. El ritmo era extraño, obsesionante y pegajoso. A los pocos momentos todos lo habíamos captado y lo repetíamos con extraña facilidad. Ellos aprobaban. Increíblemente con el canto parecía que entrábamos en una especie de trance y caminábamos fácilmente  ahora que habíamos salido de la selva y nos internábamos en inmensas praderas herbosas.
Cuando finalmente acabamos con las provisiones que llevábamos hicimos un largo alto y nos dedicamos a cazar, recolectar y preparar provisiones con el consabido ahumado, secado y molido. En este alto observamos que los olmecas eran muy superiores a nosotros  en el conocimiento de todo aquello que podía servir de alimento. También conocimos un tipo de arma que es un largo canuto por el que se lanza una pequeña flecha envenenada y que ellos llamaban cerbatana.
Era fabuloso el conocimiento que tenían de plantas no solamente alimenticias, sino también curativas para las frecuentes heridas que  nuestro avance nos ocasionaba. Mu buenos y rápidos para la extracción de espinas y sobre todo de las miguas y otros insectos parecidos que se alojan bajo las uñas o la piel. Estos animalillos deben ser extraidos sin romperlos, se hace con un palito aguzado o una larga y fuerte espina.

La selva en la que volvimos a penetrar a los veinte días era muy diferente de la que rodeaba a nuestra tribu. Había multitud de especies de árboles diferentes que ni yo ni ninguno de mis compañeros sabíamos reconocer. Mcha abundancia de  culebras venenosas. Los olmecas nos enseñaron un silbido especial que detenía sus ataques y nos enseñaron a reconocer con facilidad la mimetización de estos animales con lo que les rodeaba para que supiésemos como evitarlos y menos aun pisarlos por inadvertencia. En cambio los ríos eran cada vez menos y poco importantes. A veces la selva se aclaraba y caminábamos por espacios muy áridos cubiertos con arbustos espinosos alejados unos de otros. Encontramos también como pequeñas lagunas o pozos muy grandes que ellos dijeron se llamaban cenotes y que , según decían, tenían muchas brazas de profundidad. Mucho después supe que eran lugares en que las gentes cercanas sacrificaban a sus dioses y solían arrojar a personas vivas en sacrificio.

Lo que no solamente amí sino a todos nosotros nos extrañaba es que después de tantos días de viaje no hubiésemos encontrado ningún ser humano ni siquiera rastros de ellos,  u olor de fogatas lejanas. Cuando, por fin  nos atrevimos a preguntarles la causa nos contestaron que habíamos atravesado  los territorios de diversas tribus, incluso de las que tenían las ciudades de piedra, pero que debíamos llegar lo antes posible ante la presencia de los Grandes Ancianos (olmecas) y que de todas maneras conoceríamos muy pronto a muchos de los habitantes de aquellas regiones.

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XI. LA NACIÓN DE LOS OLMECAS

Habíamos viajado tantos días juntos participando de un compañerismo  intenso que yo ya sentía que se estaban derritiendo las barreras que nos separaban de aquellos seres humano extraordinarios. Igualmente se nos hacía más transparente su lenguaje breve y conciso. Empecé a darme cuenta que siendo este lenguaje tan diferente de la  ampulosidad hispánica era muy hermoso y expresivo en su escueta sobriedad y comunicaba los mensajes con mayor pureza.
A pesar que poco antes los olmecas nos advirtieron  que pronto contemplaríamos algo inconcebible muy pronto y creado por manos humanas, fue demasiado fuerte la impresión que sufrimos todos, tanto mis compañeros como yo mismo que había contemplado tantas maravillas en mi país de nacimiento.

Salimos casi repentinamente del bosque y nos encontramos frente a una amplia avenida libre de toda vegetación flanqueada a ambos lados por gigantescas pétreas estatuas de una sola pieza. Esa avenida estaba enlosada igualmente por gigantescas losas  de piedra incomparablemente más grandes que  las que se ven en las antiguas calzadas  costruidas, según dicen, por los romanos. Esas carreteras que  me habían admirado  en la cercanía de algunas ciudades españolas y la famosa via Apia cerca de Roma. Este recto camino que se abria ante nosotros parecía hecho por gigantes y para gigantes. Ancho de unas veinte varas y largo  como de una legua si como pensé se terminaba en aquellos como grandes castillos que se divisaban en la lejanía.