Thursday, January 30, 2014

EL RENEGADO V

X. LA NACIÓN DE LOS SABIOS SE INQUIETA. LOS OLMECAS.

Un atardecer al escuchar los  acostumbrados aullidos de los lejanos centinelas que indicaban que se acercaba a la aldea gentes desconocidas me hicieron saltar de mi hamaca y correr a empuñar mi lanza. Pronto llegó un mensajero y Sirupré con un grupo de guerreros partió hacía el bosque.
Sin duda se trataba de una visita fuera de lo corriente, pero nadie se armó como para repeler un ataque. Tampoco  nadie se  movilizó hacía la maloca donde  se recibía a los extranjeros.
Dada mi ya larga experiencia en la tribu me convencía que hacer preguntas era algo indigno de un guerrero. Solamente debía controlar mi curiosidad y mantenerme tranquilo y preparado para cualquier emergencia. Toda la aldea esperaba incluyendo mujeres y niños pero vacando a sus quehaceres ordinarios como si nada  fuera de lo común sucediese.
Pasó aun mucho tiempo puesto que la avanzada de centinelas se encontraba a larga distancia de la aldea. En un momento dado sin advertir reacción alguna en los otros percibí con ese nuevo instinto que se había desarrollado lentamente en mí que ya estaban de vuelta. Pronto apareció en el lindero de los árboles que rodeaban la aldea el grupo de guerreros  que partió. Detrás de ellos, en fila seguían cuatro hombres muy singulares en nada parecidos a las gentes que yo había alcanzado a conocer de tribus vecinas detrás de ellos caminaba Sirupré con el resto de nuestros guerreros.
Aquellos  hombres parecían rodeados por los nuestros  como en señal de honor y respeto. Ellos era unos colosos imponentes que sobresalían una cabeza sobre el más alto de nuestros guerreros. Era muy llamativa la anchura de sus hombros con unos músculos muy marcados. Su cabeza era muy grande. A pesar de su aparente pesadez caminaba con esa agilidad que solamente poseían nuestras amazonas.
Pensé que según es nuestra costumbre  se habían acicalado antes de  tomar contacto con nosotros. Sus cuerpos brillabban como ungidos con aceite. Al principio pensé que portaban sobre la cabez una especie de casquete, para darme cuenta enseguida que era su pelo cortado mucho más largo que nosotros y amasado con algún tipo de substancia, En ese pelo como casco llevaban atravesadas multicolores plumas. Tampoco iban completamente desnudos como nosotros, sino que llevaban unos delantalillos muy angostos que daban una vuelta a su cintura y que caian graciosamente por delante y detrás de ellos hasta sus rodillas. Eran verdaderas telas  delicadamente bordadas y las partes colgantes terminaban  en flecos y borlas de colores. Tampoco caminaban descalzos sino que llevaban unas sandalias como de cordel que se sujetaban en los dedos de  sus pies y que me pareciron por lo nuevas más ceremoniales que de uso corriente. Las armas que portaban eran muy diferentes a las nuestras, excepto sus enormes arcos. Macanas con magos tallados y rematadas por afiladas piedras negras. Igualmente de sus pechos pendían cuchillos de una piedra negra afiladísima. Como nosotros también llevaban antebraceros y rodilleras pero no de fibras vegetales sino tejidas esmeradamente con diversos colores.
Cuando ya estuvieron cerca  lo que les hacía aun más diferentes era sus rostros tan absolutamente diferente de  la tribu,  y del mio propio. Eran caras rectangulares de ángulos duros y pronunciados. Narices anchas y labios gruesos y carnosos. Sus grandes ojos eran muy negros y vivos. Había algo en ellos que me recordaba las estatuas de los antiguos romanos que había visto  cerca de Roma. Uno de ellos, el cuchillo que pendía de su cuello era transparente, quizá de cristal de roca. Más tarde supe que los llamaban Tokikura y que era un distintivo y poderoso talismán respetado y como pasaporte reconocido por todas las tribus de esta inmensa isla.
Llegados a la plaza de la aldea Sirupré les condujo como a cualquier otra visita ala cobertizo maloca donde se recibía a los huéspedes.

Los extranjeros reposaron en sus hamacas hasta la tarde sin que se les hiciese la recepción acostumbrada de ofrecimiento de los rollos de tabaco. Al Consejo tribal no faltó absolutamente nadie. Aquella visita que más parecía embajada me tenía altamente suspenso. Nadie m e trataba de dar explicaciones como solía suceder en otras ocasiones, considerada  mi persona que  era aun ignorante del sentido de muchos acontecimientos.
El consejo comenzó en forma inhabitual. Sirupré rodeado de los principales capitanes entre los que ya me encontraba yo nos dirigimos a la maloca de los huéspedes. Estos se encontraban  hieráticos al pie de sus hamacas, Sirupré tomó de la mano a quien parecía el jefe, le siguiron los otros a quienes nosotros rodeamos y nos dirigimos  hacía la gran hoguera en que estaba reunida y sentada toda la tribu. Se les ofreció unos grandes cueros nuevos y aquellos macizos hombres  se sentaron graciosa y ágilmente con las piernas cruzadas y las espaldas muy derechas.
Había un gran silencio y fue largo. Era como un momento meditativo. No era como siempre  el silencio cortado por los juegos y carreras de los niños que continuaban en sus bullicios de la tarde.. Por fin Sirupré se lanzó en un modulado y estudiado discurso cuyo contenido era lo honrados que nos sentíamos por recibir una embajada de los grandes y sabios Olmecas.
Terminado el discurso todos esperamos en silencio la respuesta de nuestros invitados, Uno tomó la palabra, Conocía bien nuestra lengua, pero se expresaba e n una forma más gutural y un tanto extraña. Su brevedad yo la atribuí a problemas linguisticos hasta que supe que era su manera corriente de expresarse.
        Somos los enviados del Primer Orador de los olmecas. Hemos sabido que están llegando a nuestro mundo tribus de cara pálida y peluda que  proceden del otro lado de la Gran agua. Viene a ocupar  nuestras tierras.
Los sabios conocen que uno  de esos humanos llegó a vuestras tierras y le adoptasteis como uno de vosotros. El Orador os pide que  que lo llevéis a presentarse ante los sabios para que nos hable de las costumbres e intenciones de los invasores. Este es el mensaje que os traemos.

Qquede petrificado al escuchar aquellas palabras que hacían clara referencia a mí. En ocasiones escuché al viejo shaman hablar del fabuloso pueblo de los olmecas. El decía que en su juventud los había visitado. Más aun, afirmaba que gran parte de la sabiduría de todos los shamanes había sido enseñada por ellos. Tanto los alababa que yo los concebí como un pueblo mítico que en realidad no existía. Ahora no solo los tenía delante, sino que ellos venían en mi busca. Sentí el deseo de conocerles, pero sabía bien que la decisión no dependía de mí sino del Consejo de  mi tribu y yo  acataría las decisiones que ellos tomasen.
Sirupré tomo la palabra:
        Venerables hermanos, hemos escuchado con atención  vuestras palabras y las ponemos en nuestro corazón. Habéis hecho un viaje largo y penoso. Comeréis, descansareis y la tribu meditará en vuestras palabras.
Era, más o menos, la repuesta diplomática que yo esperaba. En la tribu no se tomaban decisiones en forma precipitada.

En la mañana siguiente todos advertimos que si bien los olmecas habían realizado u n largo y penoso viaje para llegar hasta nosotros tenían igualmente su especial manera de comportarse como huéspedes.
Habían abandonado sus delantales y adornos, su pelo estaba liberado de su apelmazado casco y sujeto por una  atadura de envira. Empuñando sus armas se sumergieron en el bosque. En la tarde llegaron cargados con abundante caza y muchos frutos, algunos que desconocíamos a pesar de encontrarse en el bosque que frecuentábamos. La  recolección la  depositaron a los pies de los ancianos como era la costumbre para que la repartiesen. Eran huéspedes que desde el primer momento contribuían al alimento común y que no se iban dejar festejar a expensas de la tribu. Este proceder causó admiración y despertó la simpatía general hacia ellos.

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Finalmente la tribu no tuvo objeción alguna que yo partiese con los olmecas. Sirupré habría deseado acompañarme pero sus deberes no le permitían alejarse tanto tiempo de la tribu.
Se decidió darme una escolta tanto de honor  como para que  dirigiese mi regreso. La formaban dos amazonas, mi esposa Pineabe y Nujena y dos importantes guerreros aebe y Sokino. Pineabe  deseaba poco  dejar a nuestro hijo Ureita. Por lo demás, una amazona en los raros casos en como ella parean un hijo nunca lo criaban sino que lo entregaban inmediatamente a una nodriza, en este caso la hermana de Pineabe que era mi segunda esposa. Normalmente me deberían haber acompañado únicamente los guerreros, pero creo que aun me consideraban una especie de inválido y quizá siempre tenían un resto de desconfianza hacia mí.
Desde el momento que la tribu aceptó mi viaje y designó mis acompañantes los olmecas tomaron la  dirección de los preparativos.  Explicaron que el viaje siendo muy largo debíamos llevar provisiones adecuadas de manera que no tuviéramos que perder tiempo en cazar y por ello disminuir el largo de nuestras jornadas. Nos demostraron tener una eficiencia práctica mucho mayor que ninguno de nosotros. Todo parecía estar sabiamente calculado desde el número y calidad de las flechas hasta el último detalle. Lo principal del alimento se componía de carne ahumada, molida apretada en pequeños ladrillos pescado de la misma forma y gran catidad de fruta seca. Nos enseñaron a tejer mallas para llevar en la espalda infinitamente  más liviansas que nuestras acostumbradas bahura.
Como de costumbre no hubo despedida entre nosotros. Yo más expresivo no podía disimular mis preocupaciones dejando mis mujeres y ya numerosos hijos, sobre todo mi hijo preferido Ureíta. Sabía bastante bien que en un viaje tan largo teníamos que atravesar los territorios de diversas naciones entre ellas  muchas ciudades de belicosos náhuatles y estar cerca de la poderosa Technochtilant. Confiaba en la sabiduría y prestigio de los olmecas, lo que ignoraba entonces que poseían un salvoconducto que los hacía sagrado e intocable como dioses vivientes.

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Desde la salida de nuestra aldea observamos un orden que nunca se alteró. Abría la marcha el jefe de los olmecas y le seguía uno de sus compañeros. Les seguían las dos  amazonas. A continuación iba yo con mis dos acompañantes y cerraban la marcha los otros dos olmecas. Indudablemente íbamos siempre en una fila única de a uno. En una ocasión pregunté or qué seguíamos aquel orden y me contestaron que er el único que nos daba una protección adecuada.
Los olmecas o tenían un sentido de la orientación especial o bien conocían todo el país como la palma de su mano. En ningún momento  se les notaba duda alguna por la dirección u orientación que debían tomar. Según advertí caminábamos siempre hacía el noroeste.

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Aunque se sea indio no es fácil caminar por la selva. Cuando e hace sin rumbo fijo persiguiendo la caza y en lugares que se frecuenta uno acaba por acostumbrarse con cierta facilidad. Es muy distinto  cuando se camina con un rumbo determinado y se trata de avanzar lo más posible cada jornada. Se debe estar concentrado en caminar, evitar obstáculos y deslizarse por aberturas  desapercibidas de una vegetación salvaje. Esto pone a prueba la mayor destreza y una continua flexibilidad física. Una monotonía  de caminar siempre deslizándose en un túnel verde y sombrío pone a prueba los nervios mejor templados.
Los olmecas a pesar de su enorme talla y corpulencia, demostraban una gran superioridad sobre nosotros. Los primeros días no nos exigieron mucho. Según avanzábamos  fueron acelerando la marcha hasta niveles que  los primeros días me hubieran parecido imposibles. Las amazonas eran las que se plegaban mejor a aquel género de marcha, para mí era absolutamente agotadora y mis compañeros con su tradicional orgullo ocultaban completamente sus sentimientos. Se me antojó que los olmecas nos estaban observando y probando.  Al décimo día de marcha los olmecas sacaron su primera carta de la manga lo que es mucho decir, frente a personas absolutamente desnudas. Hasta ese momento caminamos siempre en silencio. Los olmecas en un momento dado empezaron a cantar en un tono muy suave, con extrañas palabras que en sí mismas parecían musicales. El ritmo era extraño, obsesionante y pegajoso. A los pocos momentos todos lo habíamos captado y lo repetíamos con extraña facilidad. Ellos aprobaban. Increíblemente con el canto parecía que entrábamos en una especie de trance y caminábamos fácilmente  ahora que habíamos salido de la selva y nos internábamos en inmensas praderas herbosas.
Cuando finalmente acabamos con las provisiones que llevábamos hicimos un largo alto y nos dedicamos a cazar, recolectar y preparar provisiones con el consabido ahumado, secado y molido. En este alto observamos que los olmecas eran muy superiores a nosotros  en el conocimiento de todo aquello que podía servir de alimento. También conocimos un tipo de arma que es un largo canuto por el que se lanza una pequeña flecha envenenada y que ellos llamaban cerbatana.
Era fabuloso el conocimiento que tenían de plantas no solamente alimenticias, sino también curativas para las frecuentes heridas que  nuestro avance nos ocasionaba. Mu buenos y rápidos para la extracción de espinas y sobre todo de las miguas y otros insectos parecidos que se alojan bajo las uñas o la piel. Estos animalillos deben ser extraidos sin romperlos, se hace con un palito aguzado o una larga y fuerte espina.

La selva en la que volvimos a penetrar a los veinte días era muy diferente de la que rodeaba a nuestra tribu. Había multitud de especies de árboles diferentes que ni yo ni ninguno de mis compañeros sabíamos reconocer. Mcha abundancia de  culebras venenosas. Los olmecas nos enseñaron un silbido especial que detenía sus ataques y nos enseñaron a reconocer con facilidad la mimetización de estos animales con lo que les rodeaba para que supiésemos como evitarlos y menos aun pisarlos por inadvertencia. En cambio los ríos eran cada vez menos y poco importantes. A veces la selva se aclaraba y caminábamos por espacios muy áridos cubiertos con arbustos espinosos alejados unos de otros. Encontramos también como pequeñas lagunas o pozos muy grandes que ellos dijeron se llamaban cenotes y que , según decían, tenían muchas brazas de profundidad. Mucho después supe que eran lugares en que las gentes cercanas sacrificaban a sus dioses y solían arrojar a personas vivas en sacrificio.

Lo que no solamente amí sino a todos nosotros nos extrañaba es que después de tantos días de viaje no hubiésemos encontrado ningún ser humano ni siquiera rastros de ellos,  u olor de fogatas lejanas. Cuando, por fin  nos atrevimos a preguntarles la causa nos contestaron que habíamos atravesado  los territorios de diversas tribus, incluso de las que tenían las ciudades de piedra, pero que debíamos llegar lo antes posible ante la presencia de los Grandes Ancianos (olmecas) y que de todas maneras conoceríamos muy pronto a muchos de los habitantes de aquellas regiones.

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XI. LA NACIÓN DE LOS OLMECAS

Habíamos viajado tantos días juntos participando de un compañerismo  intenso que yo ya sentía que se estaban derritiendo las barreras que nos separaban de aquellos seres humano extraordinarios. Igualmente se nos hacía más transparente su lenguaje breve y conciso. Empecé a darme cuenta que siendo este lenguaje tan diferente de la  ampulosidad hispánica era muy hermoso y expresivo en su escueta sobriedad y comunicaba los mensajes con mayor pureza.
A pesar que poco antes los olmecas nos advirtieron  que pronto contemplaríamos algo inconcebible muy pronto y creado por manos humanas, fue demasiado fuerte la impresión que sufrimos todos, tanto mis compañeros como yo mismo que había contemplado tantas maravillas en mi país de nacimiento.
Salimos casi repentinamente del bosque y nos encontramos frente a una amplia avenida libre de toda vegetación flanqueada a ambos lados por gigantescas pétreas estatuas de una sola pieza. Esa avenida estaba enlosada igualmente por gigantescas losas  de piedra incomparablemente más grandes que  las que se ven en las antiguas calzadas  costruidas, según dicen, por los romanos. Esas carreteras que  me habían admirado  en la cercanía de algunas ciudades españolas y la famosa via Apia cerca de Roma. Este recto camino que se abria ante nosotros parecía hecho por gigantes y para gigantes. Ancho de unas veinte varas y largo  como de una legua si como pensé se terminaba en aquellos como grandes castillos que se divisaban en la lejanía.
Mis hermanos de tribu que nunca se maravillaban por nada, estaban sobrecogidos y desorientados. Equivocadamente pensé entonces que aquello que se distinguía en la lejanías sería la ciudad de los olmecas.
Al penetrar en la  ancha calzada abandonamos instintivamente nuestra habitual forma de caminar en fila uno detrás de otros y avanzamos de frente y en abanico.
El rostro de los olmecas aparecía tan impenetrable como siempre, posiblemente porque  esta visión era más habitual en ellos. Yo creí adivinar en sus negros ojos una lucecilla de malicia.
Después de caminar durante semanas en terrenos ásperos, pedregosos o llenos de obstáculos, caminar descalzo sobre aquellas pulidas y cálidas losas descalzo era para mí como hacerlo sobre  una mullida alfombra. Advertí enseguida que aquel camino  no era muy transitado porque en los finísmosinterticios de aquellas losas tan bien ensambladas  crecía la hierba.
Me sentía nervioso pensando como serían los habitantes de aquella misteriosa ciudad de la lejanía y cual sería el recibimiento que nos pudiesen hacer
Avanzábamos a paso regular, cad uno sumido en sus propias emociones. Cuando distinguí con claridad poco a poco las inmensas edificaciones me empecé a dar cuenta que no eran castillos  tal como según mi imaginación había pensado antes eran elevados palacios sobre enormes pirámides o, quizá, templos. No existían murallas que delimitasen las inmensas edificaciones y la calzada  los dividía ampliamente.
¿Cómo se podría defender una ciudad como aquella sin murallas? Todo era completamente  diferente a lo que yo había conocido en mis viajes por el Viejo Mundo. La vestimenta de aquellas inmensas estatuas fajadas con enormes delantales con colgantes, cabezas emplumadas y llenas de adornos todo tallado en la misma piedra. El calzado era muy curioso unas sandalias que se asemejaban a los coturnos de los actores griegos y romanos..

Nosotros cuando penetramos a los pies de aquellas inmensas pirámides parecíamos un grupo de pequeñas hormigas ya que cada uno de los sillares de piedra era mucho más alto que nosotros, Me preguntaba que  formidables artificios habrían sido ocupados para levantar unos sobre otros aquellos  grandes bloques que debían pesar mucho más de quinientos quintales cada uno. Estaban tan bien  tallados que  ni el más delgado cuchillo se podría haber introducido en sus junturas.
Los creadores de aquella ciudad  parecían haber sido muy aficionados a las grandes escalinatas. Cada palacio en lo alto que  bordeaba la avenida tenía la suya cada una desafiando en majestuosidad con escalones tan altos que parecían diseñados para que subiesen gigantes y no humanos a nuestra medida.
Sin embargo el silencio que reinaba y la ausencia de  gente me hacían comprender que estábamos en una ciudad abandonada. Quizá sus habitantes la habían abandonado no hacía demasiados años puesto que la selva aun no la había invadido.
Aun nos esperaba una sorpresa mayor cuando desembocamos en una amplísima plaza tan grande que yo no había contemplado nada semejante en mi vida rodeada de todavía mayores pirámides y a su vista  pensé que eran lugares de adoración algo así como la Biblia habla de la torre de Babel. Quizá una especie de iglesias de un pueblo desconocido o bien de los mismos olmecas porque  aun nada de lo que veía era claro para mí y no era el momento de hacer preguntas a nuestros guiase.
Solamente cuando por fin nos alejamos de aquellos fastuosos edificios  uno de los olmecas se detuvo, se dio vuelta y señalando la abandonada ciudad dijo TEHOTIHUACAN ¡la maldita ciudad de los dioses!

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El poblado de los olmecas comparado con la imponente ciudad que dejamos atrás  me pareció insignificante. Visto desde la colina que íbamos descendiendo. Más que un poblado parecía un conjunto de alquerías espaciadas regularmente en una circunferencia. El bosque había sido aclarado en forma sistemática dejando a intervalos fijos espacios para las viviendas y sus huertas. Las casas eran muy singulares como media naranja de piedra. Bastante pequeñas comparadas con nuestras grandes malocas. Senderitos muy bien marcados, probablemente por el constante uso unían las medias naranjas entre sí y con una mucho más grande que se encontraba en el centro de la circunferencia. Esta no estaba rodeada de huerta como las otras sino algo así como un parque de árboles.

Muy cerca del poblado, al pie de la colina que acabábamos de descender nuestros guiase decidieron hacer un alto junto a un profundo y hermoso estero o canal donde nos bañamos prolijamente. Eran  las costumbres habituales antes de presentarse en la tribu después de una larga ausencia.
Los olmecas  sacaron de sus mochilas, sus “mástiles” y sandalias de ceremonia. Se peinaron prolijamente. Hasta entonces  habían  caminado desnudos y descalzos como nosotros mismos. Nosotros nos pintamos prolijamente el cuerpo con el rojo “urucum” y el azul jenipapo. En esta ocasión nuestros dibujos eran los de mayor ceremonia. Igualmente nos peinamos pero  dejando el cabello largo hacía atrás que cayese sobre los hombros. Admirando el complejo peinado de nuestros compañeros olmecas. Las amazonas se fabricaron sus pequeños olurí y nosotros tejimos las capuchas cubre sexo. Eso es lo que parecía adecuado  vistos los preparativos de nuestros compañeros y guias, aunque ellos no nos dijeron nada sobre  lo que deberíamos hacer.
Ya acicalados  seguimos a nuestros compañeros que dirigirían hacía la ciudad que estaba muy cerca y sin aparente vigilancia. Cuando penetramos en la primera senda advertimos que  era curva, como el canal que la  bordeaba y pronto  era evidente que como habíamos visto desde la altura todo era curvo. Ahora aquía abajo vimos que las viviendas estaban rodeadas de pircas de piedra muy bien construidas. Que las habitaciones  como media naranja  estaban construidas con dovelas de arco  talladas perfectamente como las mejores de España.
Las viviendas en número de cinco rodeaban una pequeña plaza  con pasto y árboles de sombra. Era todo tan admirable que yo estaba suspenso.
Nunca nos aproximamos a vivienda alguna. Veíamos a algunos de los habitantes de la ciudad, muy pocos, que trabajaban en sus huertas cerca de las viviendas.
Tanto los varones como las mujeres parecían muy altos y macizos a semejanza de nuestros guías Estos atravesando todos los círculos nos conducían indudablemente  hacía aquel gran círculo central que divisamos desde lo alto Nos encontramos frente yuna colosal construcción, igualmente como todas las otras  en forma de media naranja pero  a diferencia de las viviendas particulares no reposaba directamente sobre la tierra sino sobre un conjunto de gráciles columnas En realidad era una bóveda esférica que parecía como colgada en el aire en aquella construcción se detectaba algo tan sencillo y complejo que me pareció que no podía haber sido hecho por mano de artesanos por hábiles que ellos fueran.
Quien lo ideó no podía ser otro que un sabio matemático. En aquella ciudad existía en todo un diseño proporcional en el que nada había sido dejado al azar, tanto en las viviendas, canales, caminos y la misma disposición de los árboles.
Los olmecas sin darnos explicación alguna nos conducían hacía el edificio. Alrededor de él, circundándolo completamente había un profundo canla forrado con sillares de piedra rosada por el que corría un agua  extremadamente límpida que permitía ver  perfectamente las paredes y fondo del canal, igualmente que los numerosos peces de todos los tamaños  que lo poblaban.
Finalmente penetramos en el edificio que no tenía puerta ni paredes. Entonces me dí cuenta que se trataba de una esfera perfecta pues a la cúpula correspondía una excavación proporcionalmente del mismo tamaño. El interior era todo de piedra verdosa extremadamente bien pulida. Todo aquello me recordaba lejanamente el Coliseo de Roma aunque mucho más pequeño y mejor pulido.
En la parte inferior estaban tallados a espacios regulares unos extraños asientos tallados en hueco modelados como para personas que se sentasen en ellos con las piernas cruzadas a lo turco. Más tarde exprimenté cuan cómodo era esta clase de asiento. Desde luego las piedra en que estaban tallados difería en color y textura a la del resto del edificio. Incluso cuando  aprendí a ocupar estos extraños asientos  pensé que la dura piedra tenía una cierta y misteriosa elasticidad.
Entre estas filas concéntricas de asientos había como una especie de corredores para facilitar la circulación de sus ocupantes.
En el centro de es lugar cóncavo existía una especie de altar  u hogar rodeado de un anillo de agua en el que flotaban plantas con hermosas flores. Este canalito tendría como una vara de ancho y otra de hondo.
Alrededor de la bóveda corría una cornisa de piedra como cajón lleno todo alrededor de plantas trepadoras que colgaban hacía abajo graciosamente haciendo unas frescas y olorosas cortinas y sus florecillas daban un olor  penetrante  parecido a la de los jazmines. En el interior, a pesar de ya ser casi mediodía reinaba una fresca penumbra.
Sobre aquel como altar en lo alto de la bóveda una abertura cubierta con un florón de piedra fabricado con tal artificio que según me dirían no permitía entrar la lluvia.

Cuando penetramos el edificio me pareció vacio hasta que un movimiento imperceptible m ehizo descubrir que de uno de aquellos asientos se levantaba un anciano fuerte y derecho que se acercó a nosotros caminando suavemente. El moño delantero de los olmecas no era rojizo como el de todos sino que tenía un tinte dorado. Su mástil estaba adornado con complicados dibujos  también con hilos dorados. Se detuvo a unos pasos de nosotros que  permanecíamos parados  junto a las columnas que  sustentaban el edificio y nos hizo una reverencia. Luego se acercó a nosotros y fue tomando sucesivamente  la mano derecha de cada uno de  nosotros y la apoyó brevemente sobre su corazón.
Nos dirigió la plabar en un lenguaje musical en que abundaban las vocales y que nuestros acompañantes nos  tradujeron  como mensaje de bienvenida en nombre de todo el pueblo Olmeca. Nos agradecía nuestro esfuerzo por haber empprendido tan largo viaje y nos deseaba días felices entre ellos.
Nos dijeron que el anciano era el Primer Orador.
Terminada la  sencilla recepción, nos condujeron  hasta una de la viviendas cercanas.

La casa a la que nos condujeron  estaba rodeada como todas las otras, de una huerta circular con tres canales concéntricos para el riego. La huerta estaba dividida por pequeños caminos ligeramente elevados, de pequeñas losas de piedra. En los bordes de cada canal  había pequeños árboles de especies completamente desconocidas para mí y como luego supe igualmente para los de mi tribu. Todo estaba   prolijamente cultivado y no se desperciaba ni un palmo de tierra.
Yo había pensado que aquellas casas debían ser sumamente oscuras puesto que no se advertía ventana alguna en ellas. Me equivoqué de nuevo. Dentro había una luz tenue y tamizada que penetraba por numerosas troneras colocadas  en las paredes de manera muy curiosa de tal manera que permitían que la luz siempre fuese  igual a cualquier altura y dirección que estuviese el sol.
El piso estaba cubierto de finísima arena blanca. En el centro había un hogar de piedra de extraña forma rodeado en dos de sus partes por bancos bajos de piedra que podrían servir como de lechos y que estaban cubiertos con cojines  bordados de plantas y pájaros en alegres colores. En el muro de la vivienda había una como boca de dragón de la que salía un chorro de agua que caía en una pileta en forma de concha. En las paredes había una serie de hornacinas de diversos tamños escavadas e en el muro en donde se guardaban víveres y utensilios como si se tratase de armarios. Otras más amplias tenían colchones y hermosos tejidos y eran indudablemente los lechos donde acostarse.. No había otros adornos ni ajuar, excepto  maceteros vidriados de diversos colores con plantas  de flores hermosas..
Nuestros guías nos presentaron a los dueños de aquella morada, un hombre y una mujer de mediana edad que nos saludaron cariñosamente y se apresuraron a extender hermosos tejidos multicolores en el piso para que nos sentásemos. El varón llevaba un  “mastil2 diferente de los que habíamos visto. Una estrecha tira de tela que le pasaba entre las piernas colgándole por delante y detrás, terminada en flecos y sin adorno alguno sujeto a la cintura en un cordón sencillo.  La mujer llevaba una camisa corta de escote cuadrado y sin mangas. Ambas ropas eran de color granate.
Tan pronto como nos acomodamos nuestros guías se fueron. Nuestros  huéspedes se  apuraron a ofrecernos diferentes refrescos y manjares, dentro de unos cuencos de madera dura y brillante.
Estos nuevos olmecas  utilizaban una lengua parecida a la que  se utilizó  en la reunión de los shamanes años atrás. Nosotros la dominábamos mal supongo que era una lengua que usaban para entenderse entre las diversas tribus shamanes, diplomáticos y comerciantes.
Nos expresaron que  hacía  harto tiempo que los ancianos de su pueblo nos esperaban ya que tenían gran deseo de conocer al “hermano venido de pueblo lejano”, para tratar de informarse de las costumbres e intenciones de gentes que llegaban de tan lejanos mundos.

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Si los dirigentes de los olmecas estaban tan ansiosos por conocerme e interrogarme no mostraron en momento alguno impaciencia ni precipitación.
Nuestros huéspedes nos significaron que dejaban aquella vivienda a nuestra entera disposición con todo lo que contenía y discretamente nos dejaron solos. Desde luego antes de hacerlo nos mostraron donde se almacenaban los víveres y todo lo que podíamos obtener de su huerta. Dijeron que todo lo podíamos utilizar según las costumbres de nuestra propia  tribu.

Pronto me dí cuenta que cada uno de nosotros estaba admirado y sorprendido por todo aquello que acabábamos de contemplar en la ciudad de los olmecas. En efecto cada uno de nosotros tenía su propio punto de referencia. Mis compañeros habían escuchado hablar de las ciudades de piedra pero no comprendían mucho como podían ser y  suponían que eran bastante parecidas a sus mismos poblados.
Yo comprendía lo que podían ser  esas ciudades, pero su disimilitud con las de Europa me había admirado hasta el extremo. Así que me encontraba poco menos admirado que mis compañeros de tribu.
Los mismos olmecas escapaban a la comparación con cualquiera de los tipos humanos que yo había conocido en mi vida aventurera y en los contactos con algunas de las tribus vecinas de este mundo.
Aquellas personas tan enormes y macizas y, sin embargo tan equilibrados y reposados en su modo de comportarse. Ninguno de ellos podía  asemejarse a una persona obesa siendo así que cada uno normalmente pesaría bien sus diez arrobas.
Los adornos con los que decoraban todas sus cosas y aquella misteriosa  preferencia por la circular y el esférico.
La armonía de sus movimientos que eran tales que ellos parecían como flotar en un misterioso fluido y carecer de la pesantez de sus macizos cuerpos.
Sumido  en estas reflexiones no advertóia que mis compañeros una vez que los dueños de la vivienda e ausentaron comenzaron a inspeccionar toda la vivienda como un grupo de chiqquillos curiosos. Hacían grandes exclamaciones de asombro por todo  aquello que en la tribu era absolutamente desconocido. Hata este momento su natural dominio les hacía parecer como pasivos y lejanos pero aquella situación iba más lejos de lo que podían soportar en privado. No recuerdo haberles visto nunca antes ni después tan excitados. Yo mismo no pude resistir la tentación de unirme a ellos registrando y palpando cuanto había en aquella vivienda tan gentilmente puesta a nuestra disposición.
Con frecuencia teníamos que adivinar entre todos el destino y objetivo de aquellos utensilios y cosas desconocidas para nosotros. Olvidamos completamente el cansancio de la dura jornada que había comenzado con la salida del sol hasta aquel momento  cercano a su puesta.
Pienso que nuestros huéspedes sospecharon nuestro estado de ánimo y nos dejaron sólos para que digiriésemos todo aquel cúmulo de cosas nuevas que habíamos experimentado tan bruscamente. Querían que  nos adecuásemos al nuevo ambiente antes de interrogarnos acerca de lo que sabíamos sobre las nuevas gentes que estaban llegando en las grandes canoas.

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Lo que más llamó la atención de mis compañeros fueron los lechos para dormir. En nuestra tribu y en todas las cercanas no se utilizaba otra cosa que las hamacas tejidas con algodón que eran el lecho, la silla y y sillón. No les gustan aquellos lechos empotrados en la  potrea pared y buscaban  un punto donde colgar nuestras queridas hamacas. Es indudable que para gentes como nosotros que vivimos en medio de la selva, la hamaca es un invento maravilloso. Además  debido a las temperaturas generalmente muy calurosas son muy frescss y saludables. En ellas nos mantenemos lejanos de la humedad en el periodo de las grandes lluvias y bastante protegidos de  insectos y animales ponzoñosos ya que estos no tiene donde guarecerse y son ubicados fácilmente.
Aquí mucho más tarde supimos que las condiciones ambientales eran muy diferentes. Lo que me preocupaba la abundancia de tanto reptil como había en aquellos lugares y que la mayoría tendrían que ser ponzoñosos. Esa es la razón que entonces no conocía por la que estas viviendas están rodeadas de un amplio espacio de piedrecilla molida que tienen el doble fin de impedir el acercamiento de los reptiles que no pueden deslizarse sobre ellas y también mantener las viviendas secas durante el periodo de lluvias.
El piso de las alacenas para dormir era ligeramente cóncavo. Encima había un colchón relleno  con hojas de lo que llaman maíz y uno se cubría con una frazada de ¡plumas! Ingeniosamente tejidas!
En aquella vivienda, lo más importante era que  casi todo  estaba hecho con piedra o cun su hermana menor la cerámica. Barro muy bien cocido y grueso cubierto con una capa vítrea de ordinario monocroma. No existía el metal para nada. Lo que en España y se hace con metal aquí invariablemente estaba hecho con piedra. Lo que  debía tener corte con una piedra durísima negra como vidrio que dicen se llama obsidiana. Todo muy bien tallado.

Como se trataba de un pueblo  sobrio y que  cultivaba  todos sus alimentos, tenían mucho tiempo libre para dedicarse a otras actividades. Mientras se perfeccionan los métodos de cultivo, la productividad es alta, se producen  fácilmente los alimentos sobre todo cuando  no se  dedican al comercio. Para mis compañeros que conocían el cultivo en pequeñísima escala pues solamente cultivaban el ñame sin conocer instrumento de labranza alguno era difícil comprender  como nuestros amables huéspedes disponían de tanto tiempo para fabricar cosas tan complicadas como las viviendas y su ajuar. Ellos juzgaban que  la mayoría de las cosas que nos rodeaban eran absolutamente innecesarias para la vida.

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Después de haber explorado prolijamente nuestra vivienda todos deseábamos conocer mejor el poblado y sus habitantes. Yo más que ninguno. Convinimos y en esto  insistían sobre todo las amazonas, que  podía ser una falta de cortesía salir a recorrer el poblado sin antes ser invitados y quizá acompañados por  alguno de sus habitantes. Yo alegaba que  los olmecas por lo que conocíamos de ellos eran gentes  desprovistas de artificio y segunda intención..
En esta aldea la vida era muy diferente de la de nuestra tribu. Allí bastaba con salir de una maloca para estar integrado en la vida de la myoría de sus habitantes porque la vida se desarrollaba especialmente en el exterior. Aquí, por el contrario, la vida se  verificaba, por lo poco que habíamos visto, dentro de cada uno de los enclaves.
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Empezaron a transcurrir los días y estábamos bastante desorientados acerca de lo que se esperaba de nosotros más allá de familiarizarnos con las gentes del poblado. Parecía igualmente que  ellos  deseaban que aprendiésemos su propio  modo de vida pero sin presionarnos en modo alguno.
Por ejemplo si las mujeres enseñaban a  las amazonas la manera de hilar y tejer el algodón, fabricar sus camisolas y adornarlas con sus típicos bordados, en ningún momento les significaron que adoptasen el vestido qe para ellos como nos habían demostrado  en nuestro viaje no era algo de esencial sino algo como ceremonial y un adorno en la convivencia del que se  prescindía cuando era más práctico no usarlo como en la selva y el trabajo.

Según la experiencia que ya teníamos  en nuestra convivencia con ellos los olmecas parecían no darse prisa por nada. Los ancianos  que parecían ser los más sabios  tenían largas conversaciones con nosotros, amables y pausadas. Me demostraron claramente que para ellos  yo no era un extranjero y menos aun un enemigo.
Les intrigaba mucho como eran los pueblos allende el mar como había sido el mio propio y sobre todo saber lo que se proponían desembarcando en nuestras costas.
Cuando yo hablaba con llos me daba cuenta que me comprendían con toda claridad a pesar de mis dificultades en la expresión del idioma que utilizaba. Tuve la sensación que ellos de alguna manera leían dentro de mi mente. En mis conversaciones con ellos  no tenía que  hacer  continuas comparaciones como cuando contaa cosas desconocidas para las gentes de mi actual tribu.. Parecía como si los olmecas viesen dentro de mi mente las imágenes de lo que trataba de describirles.

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        ¿Qué es lo que  lleva a esos extranjeros a desafiar  durante días y días el poder de las aguas, los temporales y sus furias que como nos has contado les hace perecer muchas veces y como sucedió a tus compañeros de viaje.
La verdad que pregunta semejante me la había hecho yo mismo multitud de veces sin llegar nunca a una buena y definitiva respuesta. Quizá existían tantas respuestas como aventureros. Ellos adivinaban mis dudas.
        No te aflijas, decían, no sufras ni te acongojes.  Te ayudaremos como una buena y sabia partera para que sues de dentro de ti lo que ahora juzgas confuso. Háblanos primero de ti ¿para qué viniste? Eras un reputado capitán entre los tuyos como nos contaste y llevabas  una buena vida. ¿Por qué decidiste afrontar  esos riesgos y penurias?
        Empecé a contar temiendo que no me comprendiesen, pero aun no me había hecho ni con la lengua que  utilizaba y menos con su mentalidad a pesar de todos mis esfuerzos. Empecé así:

Mi decisión de venir a estas tierras  la tomé porque  supe que en estas tierras  Vivian gentes diferentes de la se mi tribu que tenían formas de vivir muy hermosas .. No deseaba  el poder ni la aventura. Mis antepasados fueron grandes guerreros y su recuerdo me daba el respeto de muchas gentes de mi tribu..
Fui un capitán  atrevido y recorrí muchas veces una gran laguna que separa las grandes tribus y que en nuestra lengua llamamos Mediterráneo, que de todas manera es mucho más pequeña que la Gran Agua.
Yo tenía que hacer  siempre todo lo que se esperaba que yo hiciera. No era libre. Ellos me enseñaban  lo que era bueno y malo. No como entre nosotros ahora que uno tiene que conocerlo por sí mismo. Mis antecesores todo lo tenían ya determinado.
Eso es lo que me hizo pensar que viniendo a estas tierras podría llegar a ser lo que yo quisiera.
        ¿Por qué aceptaste con tanta facilidad hacerte hijo de una tribu Caribe?
        ¿Tuve  posibilidad de sobrevivir de otra manera? Cierto que no estando herido, muy enfermo y desconociendo completamente estas tierras.  No estoy arrepentido haber aceptado que la tribu me recibiese y ahora estoy orgulloso de ser uno más de ellos.
Es cierto que en mi nueva tribu tampoco  me es permitido ser completamente yo mismo y debo seguir y respetar  lo que me han enseñado y me enseñan diariamente.
Yo hago con gusto porque las costumbres de mi tribu están dirigidas al provecho e todos y cada  uno de nosotros y no al provecho de unos cuantos que se llaman a sí mismos jefes y gobernadores.
Por ejemplo la caza que yo haya obtenido no será para mí sino que la repartirán los ancianos, pero igualmente de la caza que obtenga otro cazador obtendré una parte.
Me siento liberado de la necesidad de atesorar para mi ancianidad o para el mantenimiento de mi familia. Si yo muero o llego a muy anciano los otros se preocuparán de seguir alimentando a mi familia o mí mismo.
No soy servidor de nadie, ni nadie me sirve a mí.
No tengo que  conseguirme más cosas de aquellas  que he aprendido a fabricarme yo mismo y tampoco tengo que reunir  cantidad de ellas.
Entre  aquellos que me crié se llegaba a ser famoso y respetado cuando se conseguía reunir muchas cosas, desde  servidores, armas y metales….
Esa  afición por amontonar cosas que ellos llama riquezas les lleva a continuas luchas entre ellos, heridas y muertes.
Os pondré un ejemplo de esas gentes que reúnen infinitas cosas para demostrar lo poderosos que son. Es lo mismo que si un cazador exitoso llegase a su tribu y delante de toda la gente hambrienta se comiese   todo lo que ha cazado sin repartir cosa alguna y que sobre todo gozase porque los otros no tuviesen la fuerza o el coraje para quitarle lo que necesitan.
Los que entre los de mi antiguo pueblo eran llamados ricos acaparaban  todo solamente para ellos territorios de caza, viviendas, frutos del campo y a quienes se atrevían  a desafiarles los matan. En cambio a