EL RENEGADO V
X. LA
NACIÓN DE LOS SABIOS SE INQUIETA. LOS OLMECAS.
Un atardecer al escuchar los
acostumbrados aullidos de los lejanos centinelas que indicaban que se
acercaba a la aldea gentes desconocidas me hicieron saltar de mi hamaca y
correr a empuñar mi lanza. Pronto llegó un mensajero y Sirupré con un grupo de
guerreros partió hacía el bosque.
Sin duda se trataba de una visita fuera de lo corriente, pero nadie se
armó como para repeler un ataque. Tampoco
nadie se movilizó hacía la maloca
donde se recibía a los extranjeros.
Dada mi ya larga experiencia en la tribu me convencía que hacer
preguntas era algo indigno de un guerrero. Solamente debía controlar mi
curiosidad y mantenerme tranquilo y preparado para cualquier emergencia. Toda
la aldea esperaba incluyendo mujeres y niños pero vacando a sus quehaceres
ordinarios como si nada fuera de lo
común sucediese.
Pasó aun mucho tiempo puesto que la avanzada de centinelas se
encontraba a larga distancia de la aldea. En un momento dado sin advertir
reacción alguna en los otros percibí con ese nuevo instinto que se había
desarrollado lentamente en mí que ya estaban de vuelta. Pronto apareció en el
lindero de los árboles que rodeaban la aldea el grupo de guerreros que partió. Detrás de ellos, en fila seguían
cuatro hombres muy singulares en nada parecidos a las gentes que yo había
alcanzado a conocer de tribus vecinas detrás de ellos caminaba Sirupré con el
resto de nuestros guerreros.
Aquellos hombres parecían
rodeados por los nuestros como en señal
de honor y respeto. Ellos era unos colosos imponentes que sobresalían una
cabeza sobre el más alto de nuestros guerreros. Era muy llamativa la anchura de
sus hombros con unos músculos muy marcados. Su cabeza era muy grande. A pesar
de su aparente pesadez caminaba con esa agilidad que solamente poseían nuestras
amazonas.
Pensé que según es nuestra costumbre
se habían acicalado antes de
tomar contacto con nosotros. Sus cuerpos brillabban como ungidos con
aceite. Al principio pensé que portaban sobre la cabez una especie de casquete,
para darme cuenta enseguida que era su pelo cortado mucho más largo que
nosotros y amasado con algún tipo de substancia, En ese pelo como casco
llevaban atravesadas multicolores plumas. Tampoco iban completamente desnudos
como nosotros, sino que llevaban unos delantalillos muy angostos que daban una
vuelta a su cintura y que caian graciosamente por delante y detrás de ellos
hasta sus rodillas. Eran verdaderas telas
delicadamente bordadas y las partes colgantes terminaban en flecos y borlas de colores. Tampoco
caminaban descalzos sino que llevaban unas sandalias como de cordel que se
sujetaban en los dedos de sus pies y que
me pareciron por lo nuevas más ceremoniales que de uso corriente. Las armas que
portaban eran muy diferentes a las nuestras, excepto sus enormes arcos. Macanas
con magos tallados y rematadas por afiladas piedras negras. Igualmente de sus
pechos pendían cuchillos de una piedra negra afiladísima. Como nosotros también
llevaban antebraceros y rodilleras pero no de fibras vegetales sino tejidas
esmeradamente con diversos colores.
Cuando ya estuvieron cerca lo
que les hacía aun más diferentes era sus rostros tan absolutamente diferente
de la tribu, y del mio propio. Eran caras rectangulares de
ángulos duros y pronunciados. Narices anchas y labios gruesos y carnosos. Sus
grandes ojos eran muy negros y vivos. Había algo en ellos que me recordaba las
estatuas de los antiguos romanos que había visto cerca de Roma. Uno de ellos, el cuchillo que
pendía de su cuello era transparente, quizá de cristal de roca. Más tarde supe
que los llamaban Tokikura y que era un distintivo y poderoso talismán respetado
y como pasaporte reconocido por todas las tribus de esta inmensa isla.
Llegados a la plaza de la aldea Sirupré les condujo como a cualquier
otra visita ala cobertizo maloca donde se recibía a los huéspedes.
Los extranjeros reposaron en sus hamacas hasta la tarde sin que se les
hiciese la recepción acostumbrada de ofrecimiento de los rollos de tabaco. Al
Consejo tribal no faltó absolutamente nadie. Aquella visita que más parecía
embajada me tenía altamente suspenso. Nadie m e trataba de dar explicaciones
como solía suceder en otras ocasiones, considerada mi persona que era aun ignorante del sentido de muchos
acontecimientos.
El consejo comenzó en forma inhabitual. Sirupré rodeado de los
principales capitanes entre los que ya me encontraba yo nos dirigimos a la
maloca de los huéspedes. Estos se encontraban
hieráticos al pie de sus hamacas, Sirupré tomó de la mano a quien
parecía el jefe, le siguiron los otros a quienes nosotros rodeamos y nos
dirigimos hacía la gran hoguera en que
estaba reunida y sentada toda la tribu. Se les ofreció unos grandes cueros
nuevos y aquellos macizos hombres se
sentaron graciosa y ágilmente con las piernas cruzadas y las espaldas muy
derechas.
Había un gran silencio y fue largo. Era como un momento meditativo. No
era como siempre el silencio cortado por
los juegos y carreras de los niños que continuaban en sus bullicios de la
tarde.. Por fin Sirupré se lanzó en un modulado y estudiado discurso cuyo
contenido era lo honrados que nos sentíamos por recibir una embajada de los
grandes y sabios Olmecas.
Terminado el discurso todos esperamos en silencio la respuesta de
nuestros invitados, Uno tomó la palabra, Conocía bien nuestra lengua, pero se
expresaba e n una forma más gutural y un tanto extraña. Su brevedad yo la
atribuí a problemas linguisticos hasta que supe que era su manera corriente de
expresarse.
•
Somos los enviados del Primer Orador de
los olmecas. Hemos sabido que están llegando a nuestro mundo tribus de cara
pálida y peluda que proceden del otro
lado de la Gran agua. Viene a ocupar
nuestras tierras.
Los sabios
conocen que uno de esos humanos llegó a
vuestras tierras y le adoptasteis como uno de vosotros. El Orador os pide
que que lo llevéis a presentarse ante
los sabios para que nos hable de las costumbres e intenciones de los invasores.
Este es el mensaje que os traemos.
Qquede petrificado al escuchar aquellas palabras que hacían clara
referencia a mí. En ocasiones escuché al viejo shaman hablar del fabuloso
pueblo de los olmecas. El decía que en su juventud los había visitado. Más aun,
afirmaba que gran parte de la sabiduría de todos los shamanes había sido
enseñada por ellos. Tanto los alababa que yo los concebí como un pueblo mítico
que en realidad no existía. Ahora no solo los tenía delante, sino que ellos
venían en mi busca. Sentí el deseo de conocerles, pero sabía bien que la
decisión no dependía de mí sino del Consejo de
mi tribu y yo acataría las
decisiones que ellos tomasen.
Sirupré tomo la palabra:
•
Venerables hermanos, hemos escuchado con
atención vuestras palabras y las ponemos
en nuestro corazón. Habéis hecho un viaje largo y penoso. Comeréis,
descansareis y la tribu meditará en vuestras palabras.
Era, más o
menos, la repuesta diplomática que yo esperaba. En la tribu no se tomaban
decisiones en forma precipitada.
En la mañana siguiente todos advertimos que si bien los olmecas habían
realizado u n largo y penoso viaje para llegar hasta nosotros tenían igualmente
su especial manera de comportarse como huéspedes.
Habían abandonado sus delantales y adornos, su pelo estaba liberado de
su apelmazado casco y sujeto por una
atadura de envira. Empuñando sus armas se sumergieron en el bosque. En
la tarde llegaron cargados con abundante caza y muchos frutos, algunos que
desconocíamos a pesar de encontrarse en el bosque que frecuentábamos. La recolección la depositaron a los pies de los ancianos como
era la costumbre para que la repartiesen. Eran huéspedes que desde el primer
momento contribuían al alimento común y que no se iban dejar festejar a
expensas de la tribu. Este proceder causó admiración y despertó la simpatía general
hacia ellos.
+++++++++++
Finalmente la tribu no tuvo objeción alguna que yo partiese con los
olmecas. Sirupré habría deseado acompañarme pero sus deberes no le permitían
alejarse tanto tiempo de la tribu.
Se decidió darme una escolta tanto de honor como para que
dirigiese mi regreso. La formaban dos amazonas, mi esposa Pineabe y
Nujena y dos importantes guerreros aebe y Sokino. Pineabe deseaba poco
dejar a nuestro hijo Ureita. Por lo demás, una amazona en los raros
casos en como ella parean un hijo nunca lo criaban sino que lo entregaban
inmediatamente a una nodriza, en este caso la hermana de Pineabe que era mi
segunda esposa. Normalmente me deberían haber acompañado únicamente los
guerreros, pero creo que aun me consideraban una especie de inválido y quizá
siempre tenían un resto de desconfianza hacia mí.
Desde el momento que la tribu aceptó mi viaje y designó mis
acompañantes los olmecas tomaron la
dirección de los preparativos.
Explicaron que el viaje siendo muy largo debíamos llevar provisiones
adecuadas de manera que no tuviéramos que perder tiempo en cazar y por ello
disminuir el largo de nuestras jornadas. Nos demostraron tener una eficiencia
práctica mucho mayor que ninguno de nosotros. Todo parecía estar sabiamente
calculado desde el número y calidad de las flechas hasta el último detalle. Lo
principal del alimento se componía de carne ahumada, molida apretada en
pequeños ladrillos pescado de la misma forma y gran catidad de fruta seca. Nos
enseñaron a tejer mallas para llevar en la espalda infinitamente más liviansas que nuestras acostumbradas
bahura.
Como de costumbre no hubo despedida entre nosotros. Yo más expresivo
no podía disimular mis preocupaciones dejando mis mujeres y ya numerosos hijos,
sobre todo mi hijo preferido Ureíta. Sabía bastante bien que en un viaje tan
largo teníamos que atravesar los territorios de diversas naciones entre
ellas muchas ciudades de belicosos
náhuatles y estar cerca de la poderosa Technochtilant. Confiaba en la sabiduría
y prestigio de los olmecas, lo que ignoraba entonces que poseían un
salvoconducto que los hacía sagrado e intocable como dioses vivientes.
+++++++++++
Desde la salida de nuestra aldea observamos un orden que nunca se
alteró. Abría la marcha el jefe de los olmecas y le seguía uno de sus
compañeros. Les seguían las dos
amazonas. A continuación iba yo con mis dos acompañantes y cerraban la
marcha los otros dos olmecas. Indudablemente íbamos siempre en una fila única
de a uno. En una ocasión pregunté or qué seguíamos aquel orden y me contestaron
que er el único que nos daba una protección adecuada.
Los olmecas o tenían un sentido de la orientación especial o bien
conocían todo el país como la palma de su mano. En ningún momento se les notaba duda alguna por la dirección u
orientación que debían tomar. Según advertí caminábamos siempre hacía el
noroeste.
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Aunque se sea indio no es fácil caminar por la selva. Cuando e hace
sin rumbo fijo persiguiendo la caza y en lugares que se frecuenta uno acaba por
acostumbrarse con cierta facilidad. Es muy distinto cuando se camina con un rumbo determinado y
se trata de avanzar lo más posible cada jornada. Se debe estar concentrado en
caminar, evitar obstáculos y deslizarse por aberturas desapercibidas de una vegetación salvaje.
Esto pone a prueba la mayor destreza y una continua flexibilidad física. Una
monotonía de caminar siempre
deslizándose en un túnel verde y sombrío pone a prueba los nervios mejor
templados.
Los olmecas a pesar de su enorme talla y corpulencia, demostraban una
gran superioridad sobre nosotros. Los primeros días no nos exigieron mucho.
Según avanzábamos fueron acelerando la
marcha hasta niveles que los primeros
días me hubieran parecido imposibles. Las amazonas eran las que se plegaban
mejor a aquel género de marcha, para mí era absolutamente agotadora y mis
compañeros con su tradicional orgullo ocultaban completamente sus sentimientos.
Se me antojó que los olmecas nos estaban observando y probando. Al décimo día de marcha los olmecas sacaron
su primera carta de la manga lo que es mucho decir, frente a personas
absolutamente desnudas. Hasta ese momento caminamos siempre en silencio. Los
olmecas en un momento dado empezaron a cantar en un tono muy suave, con
extrañas palabras que en sí mismas parecían musicales. El ritmo era extraño,
obsesionante y pegajoso. A los pocos momentos todos lo habíamos captado y lo
repetíamos con extraña facilidad. Ellos aprobaban. Increíblemente con el canto
parecía que entrábamos en una especie de trance y caminábamos fácilmente ahora que habíamos salido de la selva y nos
internábamos en inmensas praderas herbosas.
Cuando finalmente acabamos con las provisiones que llevábamos hicimos
un largo alto y nos dedicamos a cazar, recolectar y preparar provisiones con el
consabido ahumado, secado y molido. En este alto observamos que los olmecas
eran muy superiores a nosotros en el
conocimiento de todo aquello que podía servir de alimento. También conocimos un
tipo de arma que es un largo canuto por el que se lanza una pequeña flecha
envenenada y que ellos llamaban cerbatana.
Era fabuloso el conocimiento que tenían de plantas no solamente
alimenticias, sino también curativas para las frecuentes heridas que nuestro avance nos ocasionaba. Mu buenos y
rápidos para la extracción de espinas y sobre todo de las miguas y otros
insectos parecidos que se alojan bajo las uñas o la piel. Estos animalillos
deben ser extraidos sin romperlos, se hace con un palito aguzado o una larga y
fuerte espina.
La selva en la que volvimos a penetrar a los veinte días era muy
diferente de la que rodeaba a nuestra tribu. Había multitud de especies de
árboles diferentes que ni yo ni ninguno de mis compañeros sabíamos reconocer.
Mcha abundancia de culebras venenosas.
Los olmecas nos enseñaron un silbido especial que detenía sus ataques y nos
enseñaron a reconocer con facilidad la mimetización de estos animales con lo
que les rodeaba para que supiésemos como evitarlos y menos aun pisarlos por
inadvertencia. En cambio los ríos eran cada vez menos y poco importantes. A
veces la selva se aclaraba y caminábamos por espacios muy áridos cubiertos con
arbustos espinosos alejados unos de otros. Encontramos también como pequeñas
lagunas o pozos muy grandes que ellos dijeron se llamaban cenotes y que , según
decían, tenían muchas brazas de profundidad. Mucho después supe que eran
lugares en que las gentes cercanas sacrificaban a sus dioses y solían arrojar a
personas vivas en sacrificio.
Lo que no solamente amí sino a todos nosotros nos extrañaba es que
después de tantos días de viaje no hubiésemos encontrado ningún ser humano ni
siquiera rastros de ellos, u olor de
fogatas lejanas. Cuando, por fin nos
atrevimos a preguntarles la causa nos contestaron que habíamos atravesado los territorios de diversas tribus, incluso
de las que tenían las ciudades de piedra, pero que debíamos llegar lo antes
posible ante la presencia de los Grandes Ancianos (olmecas) y que de todas
maneras conoceríamos muy pronto a muchos de los habitantes de aquellas
regiones.
+++++++++++++++
XI. LA
NACIÓN DE LOS OLMECAS
Habíamos viajado tantos días juntos participando de un
compañerismo intenso que yo ya sentía
que se estaban derritiendo las barreras que nos separaban de aquellos seres
humano extraordinarios. Igualmente se nos hacía más transparente su lenguaje breve
y conciso. Empecé a darme cuenta que siendo este lenguaje tan diferente de
la ampulosidad hispánica era muy hermoso
y expresivo en su escueta sobriedad y comunicaba los mensajes con mayor pureza.
A pesar que poco antes los olmecas nos advirtieron que pronto contemplaríamos algo inconcebible
muy pronto y creado por manos humanas, fue demasiado fuerte la impresión que
sufrimos todos, tanto mis compañeros como yo mismo que había contemplado tantas
maravillas en mi país de nacimiento.
Salimos casi repentinamente del bosque y nos encontramos frente a una
amplia avenida libre de toda vegetación flanqueada a ambos lados por
gigantescas pétreas estatuas de una sola pieza. Esa avenida estaba enlosada
igualmente por gigantescas losas de
piedra incomparablemente más grandes que
las que se ven en las antiguas calzadas
costruidas, según dicen, por los romanos. Esas carreteras que me habían admirado en la cercanía de algunas ciudades españolas
y la famosa via Apia cerca de Roma. Este recto camino que se abria ante
nosotros parecía hecho por gigantes y para gigantes. Ancho de unas veinte varas
y largo como de una legua si como pensé
se terminaba en aquellos como grandes castillos que se divisaban en la lejanía.
Mis hermanos de tribu que nunca se maravillaban por nada, estaban
sobrecogidos y desorientados. Equivocadamente pensé entonces que aquello que se
distinguía en la lejanías sería la ciudad de los olmecas.
Al penetrar en la ancha calzada
abandonamos instintivamente nuestra habitual forma de caminar en fila uno
detrás de otros y avanzamos de frente y en abanico.
El rostro de los olmecas aparecía tan impenetrable como siempre,
posiblemente porque esta visión era más
habitual en ellos. Yo creí adivinar en sus negros ojos una lucecilla de
malicia.
Después de caminar durante semanas en terrenos ásperos, pedregosos o
llenos de obstáculos, caminar descalzo sobre aquellas pulidas y cálidas losas
descalzo era para mí como hacerlo sobre
una mullida alfombra. Advertí enseguida que aquel camino no era muy transitado porque en los
finísmosinterticios de aquellas losas tan bien ensambladas crecía la hierba.
Me sentía nervioso pensando como serían los habitantes de aquella
misteriosa ciudad de la lejanía y cual sería el recibimiento que nos pudiesen
hacer
Avanzábamos a paso regular, cad uno sumido en sus propias emociones.
Cuando distinguí con claridad poco a poco las inmensas edificaciones me empecé
a dar cuenta que no eran castillos tal
como según mi imaginación había pensado antes eran elevados palacios sobre
enormes pirámides o, quizá, templos. No existían murallas que delimitasen las
inmensas edificaciones y la calzada los
dividía ampliamente.
¿Cómo se podría defender una ciudad como aquella sin murallas? Todo
era completamente diferente a lo que yo
había conocido en mis viajes por el Viejo Mundo. La vestimenta de aquellas
inmensas estatuas fajadas con enormes delantales con colgantes, cabezas
emplumadas y llenas de adornos todo tallado en la misma piedra. El calzado era
muy curioso unas sandalias que se asemejaban a los coturnos de los actores
griegos y romanos..
Nosotros cuando penetramos a los pies de aquellas inmensas pirámides
parecíamos un grupo de pequeñas hormigas ya que cada uno de los sillares de
piedra era mucho más alto que nosotros, Me preguntaba que formidables artificios habrían sido ocupados
para levantar unos sobre otros aquellos
grandes bloques que debían pesar mucho más de quinientos quintales cada
uno. Estaban tan bien tallados que ni el más delgado cuchillo se podría haber
introducido en sus junturas.
Los creadores de aquella ciudad
parecían haber sido muy aficionados a las grandes escalinatas. Cada
palacio en lo alto que bordeaba la
avenida tenía la suya cada una desafiando en majestuosidad con escalones tan
altos que parecían diseñados para que subiesen gigantes y no humanos a nuestra
medida.
Sin embargo el silencio que reinaba y la ausencia de gente me hacían comprender que estábamos en
una ciudad abandonada. Quizá sus habitantes la habían abandonado no hacía
demasiados años puesto que la selva aun no la había invadido.
Aun nos esperaba una sorpresa mayor cuando desembocamos en una
amplísima plaza tan grande que yo no había contemplado nada semejante en mi
vida rodeada de todavía mayores pirámides y a su vista pensé que eran lugares de adoración algo así
como la Biblia habla de la torre de Babel. Quizá una especie de iglesias de un
pueblo desconocido o bien de los mismos olmecas porque aun nada de lo que veía era claro para mí y
no era el momento de hacer preguntas a nuestros guiase.
Solamente cuando por fin nos alejamos de aquellos fastuosos
edificios uno de los olmecas se detuvo,
se dio vuelta y señalando la abandonada ciudad dijo TEHOTIHUACAN ¡la maldita
ciudad de los dioses!
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El poblado de los olmecas comparado con la imponente ciudad que
dejamos atrás me pareció insignificante.
Visto desde la colina que íbamos descendiendo. Más que un poblado parecía un
conjunto de alquerías espaciadas regularmente en una circunferencia. El bosque
había sido aclarado en forma sistemática dejando a intervalos fijos espacios
para las viviendas y sus huertas. Las casas eran muy singulares como media
naranja de piedra. Bastante pequeñas comparadas con nuestras grandes malocas.
Senderitos muy bien marcados, probablemente por el constante uso unían las
medias naranjas entre sí y con una mucho más grande que se encontraba en el
centro de la circunferencia. Esta no estaba rodeada de huerta como las otras
sino algo así como un parque de árboles.
Muy cerca del poblado, al pie de la colina que acabábamos de descender
nuestros guiase decidieron hacer un alto junto a un profundo y hermoso estero o
canal donde nos bañamos prolijamente. Eran
las costumbres habituales antes de presentarse en la tribu después de una
larga ausencia.
Los olmecas sacaron de sus
mochilas, sus “mástiles” y sandalias de ceremonia. Se peinaron prolijamente.
Hasta entonces habían caminado desnudos y descalzos como nosotros
mismos. Nosotros nos pintamos prolijamente el cuerpo con el rojo “urucum” y el
azul jenipapo. En esta ocasión nuestros dibujos eran los de mayor ceremonia.
Igualmente nos peinamos pero dejando el
cabello largo hacía atrás que cayese sobre los hombros. Admirando el complejo
peinado de nuestros compañeros olmecas. Las amazonas se fabricaron sus pequeños
olurí y nosotros tejimos las capuchas cubre sexo. Eso es lo que parecía
adecuado vistos los preparativos de
nuestros compañeros y guias, aunque ellos no nos dijeron nada sobre lo que deberíamos hacer.
Ya acicalados seguimos a
nuestros compañeros que dirigirían hacía la ciudad que estaba muy cerca y sin
aparente vigilancia. Cuando penetramos en la primera senda advertimos que era curva, como el canal que la bordeaba y pronto era evidente que como habíamos visto desde la
altura todo era curvo. Ahora aquía abajo vimos que las viviendas estaban
rodeadas de pircas de piedra muy bien construidas. Que las habitaciones como media naranja estaban construidas con dovelas de arco talladas perfectamente como las mejores de
España.
Las viviendas en número de cinco rodeaban una pequeña plaza con pasto y árboles de sombra. Era todo tan
admirable que yo estaba suspenso.
Nunca nos aproximamos a vivienda alguna. Veíamos a algunos de los
habitantes de la ciudad, muy pocos, que trabajaban en sus huertas cerca de las
viviendas.
Tanto los varones como las mujeres parecían muy altos y macizos a
semejanza de nuestros guías Estos atravesando todos los círculos nos conducían
indudablemente hacía aquel gran círculo
central que divisamos desde lo alto Nos encontramos frente yuna colosal
construcción, igualmente como todas las otras
en forma de media naranja pero a
diferencia de las viviendas particulares no reposaba directamente sobre la
tierra sino sobre un conjunto de gráciles columnas En realidad era una bóveda
esférica que parecía como colgada en el aire en aquella construcción se
detectaba algo tan sencillo y complejo que me pareció que no podía haber sido
hecho por mano de artesanos por hábiles que ellos fueran.
Quien lo ideó no podía ser otro que un sabio matemático. En aquella
ciudad existía en todo un diseño proporcional en el que nada había sido dejado
al azar, tanto en las viviendas, canales, caminos y la misma disposición de los
árboles.
Los olmecas sin darnos explicación alguna nos conducían hacía el
edificio. Alrededor de él, circundándolo completamente había un profundo canla
forrado con sillares de piedra rosada por el que corría un agua extremadamente límpida que permitía ver perfectamente las paredes y fondo del canal,
igualmente que los numerosos peces de todos los tamaños que lo poblaban.
Finalmente penetramos en el edificio que no tenía puerta ni paredes.
Entonces me dí cuenta que se trataba de una esfera perfecta pues a la cúpula
correspondía una excavación proporcionalmente del mismo tamaño. El interior era
todo de piedra verdosa extremadamente bien pulida. Todo aquello me recordaba
lejanamente el Coliseo de Roma aunque mucho más pequeño y mejor pulido.
En la parte inferior estaban tallados a espacios regulares unos
extraños asientos tallados en hueco modelados como para personas que se
sentasen en ellos con las piernas cruzadas a lo turco. Más tarde exprimenté
cuan cómodo era esta clase de asiento. Desde luego las piedra en que estaban
tallados difería en color y textura a la del resto del edificio. Incluso cuando aprendí a ocupar estos extraños asientos pensé que la dura piedra tenía una cierta y
misteriosa elasticidad.
Entre estas filas concéntricas de asientos había como una especie de
corredores para facilitar la circulación de sus ocupantes.
En el centro de es lugar cóncavo existía una especie de altar u hogar rodeado de un anillo de agua en el
que flotaban plantas con hermosas flores. Este canalito tendría como una vara
de ancho y otra de hondo.
Alrededor de la bóveda corría una cornisa de piedra como cajón lleno
todo alrededor de plantas trepadoras que colgaban hacía abajo graciosamente
haciendo unas frescas y olorosas cortinas y sus florecillas daban un olor penetrante
parecido a la de los jazmines. En el interior, a pesar de ya ser casi
mediodía reinaba una fresca penumbra.
Sobre aquel como altar en lo alto de la bóveda una abertura cubierta
con un florón de piedra fabricado con tal artificio que según me dirían no
permitía entrar la lluvia.
Cuando penetramos el edificio me pareció vacio hasta que un movimiento
imperceptible m ehizo descubrir que de uno de aquellos asientos se levantaba un
anciano fuerte y derecho que se acercó a nosotros caminando suavemente. El moño
delantero de los olmecas no era rojizo como el de todos sino que tenía un tinte
dorado. Su mástil estaba adornado con complicados dibujos también con hilos dorados. Se detuvo a unos
pasos de nosotros que permanecíamos
parados junto a las columnas que sustentaban el edificio y nos hizo una
reverencia. Luego se acercó a nosotros y fue tomando sucesivamente la mano derecha de cada uno de nosotros y la apoyó brevemente sobre su
corazón.
Nos dirigió la plabar en un lenguaje musical en que abundaban las
vocales y que nuestros acompañantes nos
tradujeron como mensaje de
bienvenida en nombre de todo el pueblo Olmeca. Nos agradecía nuestro esfuerzo
por haber empprendido tan largo viaje y nos deseaba días felices entre ellos.
Nos dijeron que el anciano era el Primer Orador.
Terminada la sencilla
recepción, nos condujeron hasta una de
la viviendas cercanas.
La casa a la que nos condujeron
estaba rodeada como todas las otras, de una huerta circular con tres
canales concéntricos para el riego. La huerta estaba dividida por pequeños
caminos ligeramente elevados, de pequeñas losas de piedra. En los bordes de
cada canal había pequeños árboles de
especies completamente desconocidas para mí y como luego supe igualmente para
los de mi tribu. Todo estaba
prolijamente cultivado y no se desperciaba ni un palmo de tierra.
Yo había pensado que aquellas casas debían ser sumamente oscuras
puesto que no se advertía ventana alguna en ellas. Me equivoqué de nuevo.
Dentro había una luz tenue y tamizada que penetraba por numerosas troneras
colocadas en las paredes de manera muy
curiosa de tal manera que permitían que la luz siempre fuese igual a cualquier altura y dirección que
estuviese el sol.
El piso estaba cubierto de finísima arena blanca. En el centro había
un hogar de piedra de extraña forma rodeado en dos de sus partes por bancos
bajos de piedra que podrían servir como de lechos y que estaban cubiertos con
cojines bordados de plantas y pájaros en
alegres colores. En el muro de la vivienda había una como boca de dragón de la
que salía un chorro de agua que caía en una pileta en forma de concha. En las
paredes había una serie de hornacinas de diversos tamños escavadas e en el muro
en donde se guardaban víveres y utensilios como si se tratase de armarios.
Otras más amplias tenían colchones y hermosos tejidos y eran indudablemente los
lechos donde acostarse.. No había otros adornos ni ajuar, excepto maceteros vidriados de diversos colores con
plantas de flores hermosas..
Nuestros guías nos presentaron a los dueños de aquella morada, un
hombre y una mujer de mediana edad que nos saludaron cariñosamente y se
apresuraron a extender hermosos tejidos multicolores en el piso para que nos
sentásemos. El varón llevaba un “mastil2
diferente de los que habíamos visto. Una estrecha tira de tela que le pasaba
entre las piernas colgándole por delante y detrás, terminada en flecos y sin
adorno alguno sujeto a la cintura en un cordón sencillo. La mujer llevaba una camisa corta de escote
cuadrado y sin mangas. Ambas ropas eran de color granate.
Tan pronto como nos acomodamos nuestros guías se fueron. Nuestros huéspedes se
apuraron a ofrecernos diferentes refrescos y manjares, dentro de unos
cuencos de madera dura y brillante.
Estos nuevos olmecas utilizaban
una lengua parecida a la que se
utilizó en la reunión de los shamanes
años atrás. Nosotros la dominábamos mal supongo que era una lengua que usaban
para entenderse entre las diversas tribus shamanes, diplomáticos y
comerciantes.
Nos expresaron que hacía harto tiempo que los ancianos de su pueblo
nos esperaban ya que tenían gran deseo de conocer al “hermano venido de pueblo
lejano”, para tratar de informarse de las costumbres e intenciones de gentes
que llegaban de tan lejanos mundos.
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Si los dirigentes de los olmecas estaban tan ansiosos por conocerme e
interrogarme no mostraron en momento alguno impaciencia ni precipitación.
Nuestros huéspedes nos significaron que dejaban aquella vivienda a
nuestra entera disposición con todo lo que contenía y discretamente nos dejaron
solos. Desde luego antes de hacerlo nos mostraron donde se almacenaban los víveres
y todo lo que podíamos obtener de su huerta. Dijeron que todo lo podíamos
utilizar según las costumbres de nuestra propia
tribu.
Pronto me dí cuenta que cada uno de nosotros estaba admirado y
sorprendido por todo aquello que acabábamos de contemplar en la ciudad de los
olmecas. En efecto cada uno de nosotros tenía su propio punto de referencia.
Mis compañeros habían escuchado hablar de las ciudades de piedra pero no
comprendían mucho como podían ser y
suponían que eran bastante parecidas a sus mismos poblados.
Yo comprendía lo que podían ser
esas ciudades, pero su disimilitud con las de Europa me había admirado
hasta el extremo. Así que me encontraba poco menos admirado que mis compañeros
de tribu.
Los mismos olmecas escapaban a la comparación con cualquiera de los
tipos humanos que yo había conocido en mi vida aventurera y en los contactos
con algunas de las tribus vecinas de este mundo.
Aquellas personas tan enormes y macizas y, sin embargo tan
equilibrados y reposados en su modo de comportarse. Ninguno de ellos podía asemejarse a una persona obesa siendo así que
cada uno normalmente pesaría bien sus diez arrobas.
Los adornos con los que decoraban todas sus cosas y aquella
misteriosa preferencia por la circular y
el esférico.
La armonía de sus movimientos que eran tales que ellos parecían como
flotar en un misterioso fluido y carecer de la pesantez de sus macizos cuerpos.
Sumido en estas reflexiones no
advertóia que mis compañeros una vez que los dueños de la vivienda e ausentaron
comenzaron a inspeccionar toda la vivienda como un grupo de chiqquillos
curiosos. Hacían grandes exclamaciones de asombro por todo aquello que en la tribu era absolutamente
desconocido. Hata este momento su natural dominio les hacía parecer como
pasivos y lejanos pero aquella situación iba más lejos de lo que podían
soportar en privado. No recuerdo haberles visto nunca antes ni después tan
excitados. Yo mismo no pude resistir la tentación de unirme a ellos registrando
y palpando cuanto había en aquella vivienda tan gentilmente puesta a nuestra
disposición.
Con frecuencia teníamos que adivinar entre todos el destino y objetivo
de aquellos utensilios y cosas desconocidas para nosotros. Olvidamos
completamente el cansancio de la dura jornada que había comenzado con la salida
del sol hasta aquel momento cercano a su
puesta.
Pienso que nuestros huéspedes sospecharon nuestro estado de ánimo y
nos dejaron sólos para que digiriésemos todo aquel cúmulo de cosas nuevas que
habíamos experimentado tan bruscamente. Querían que nos adecuásemos al nuevo ambiente antes de
interrogarnos acerca de lo que sabíamos sobre las nuevas gentes que estaban
llegando en las grandes canoas.
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Lo que más llamó la atención de mis compañeros fueron los lechos para
dormir. En nuestra tribu y en todas las cercanas no se utilizaba otra cosa que
las hamacas tejidas con algodón que eran el lecho, la silla y y sillón. No les
gustan aquellos lechos empotrados en la
potrea pared y buscaban un punto
donde colgar nuestras queridas hamacas. Es indudable que para gentes como
nosotros que vivimos en medio de la selva, la hamaca es un invento maravilloso.
Además debido a las temperaturas
generalmente muy calurosas son muy frescss y saludables. En ellas nos mantenemos
lejanos de la humedad en el periodo de las grandes lluvias y bastante
protegidos de insectos y animales
ponzoñosos ya que estos no tiene donde guarecerse y son ubicados fácilmente.
Aquí mucho más tarde supimos que las condiciones ambientales eran muy
diferentes. Lo que me preocupaba la abundancia de tanto reptil como había en
aquellos lugares y que la mayoría tendrían que ser ponzoñosos. Esa es la razón
que entonces no conocía por la que estas viviendas están rodeadas de un amplio
espacio de piedrecilla molida que tienen el doble fin de impedir el
acercamiento de los reptiles que no pueden deslizarse sobre ellas y también
mantener las viviendas secas durante el periodo de lluvias.
El piso de las alacenas para dormir era ligeramente cóncavo. Encima
había un colchón relleno con hojas de lo
que llaman maíz y uno se cubría con una frazada de ¡plumas! Ingeniosamente
tejidas!
En aquella vivienda, lo más importante era que casi todo
estaba hecho con piedra o cun su hermana menor la cerámica. Barro muy
bien cocido y grueso cubierto con una capa vítrea de ordinario monocroma. No
existía el metal para nada. Lo que en España y se hace con metal aquí
invariablemente estaba hecho con piedra. Lo que
debía tener corte con una piedra durísima negra como vidrio que dicen se
llama obsidiana. Todo muy bien tallado.
Como se trataba de un pueblo
sobrio y que cultivaba todos sus alimentos, tenían mucho tiempo
libre para dedicarse a otras actividades. Mientras se perfeccionan los métodos
de cultivo, la productividad es alta, se producen fácilmente los alimentos sobre todo
cuando no se dedican al comercio. Para mis compañeros que
conocían el cultivo en pequeñísima escala pues solamente cultivaban el ñame sin
conocer instrumento de labranza alguno era difícil comprender como nuestros amables huéspedes disponían de
tanto tiempo para fabricar cosas tan complicadas como las viviendas y su ajuar.
Ellos juzgaban que la mayoría de las
cosas que nos rodeaban eran absolutamente innecesarias para la vida.
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Después de haber explorado prolijamente nuestra vivienda todos
deseábamos conocer mejor el poblado y sus habitantes. Yo más que ninguno.
Convinimos y en esto insistían sobre
todo las amazonas, que podía ser una
falta de cortesía salir a recorrer el poblado sin antes ser invitados y quizá
acompañados por alguno de sus
habitantes. Yo alegaba que los olmecas
por lo que conocíamos de ellos eran gentes
desprovistas de artificio y segunda intención..
En esta aldea la vida era muy diferente de la de nuestra tribu. Allí
bastaba con salir de una maloca para estar integrado en la vida de la myoría de
sus habitantes porque la vida se desarrollaba especialmente en el exterior.
Aquí, por el contrario, la vida se
verificaba, por lo poco que habíamos visto, dentro de cada uno de los
enclaves.
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Empezaron a transcurrir los días y estábamos bastante desorientados
acerca de lo que se esperaba de nosotros más allá de familiarizarnos con las
gentes del poblado. Parecía igualmente que
ellos deseaban que aprendiésemos
su propio modo de vida pero sin presionarnos
en modo alguno.
Por ejemplo si las mujeres enseñaban a
las amazonas la manera de hilar y tejer el algodón, fabricar sus
camisolas y adornarlas con sus típicos bordados, en ningún momento les
significaron que adoptasen el vestido qe para ellos como nos habían
demostrado en nuestro viaje no era algo
de esencial sino algo como ceremonial y un adorno en la convivencia del que
se prescindía cuando era más práctico no
usarlo como en la selva y el trabajo.
Según la experiencia que ya teníamos
en nuestra convivencia con ellos los olmecas parecían no darse prisa por
nada. Los ancianos que parecían ser los
más sabios tenían largas conversaciones
con nosotros, amables y pausadas. Me demostraron claramente que para ellos yo no era un extranjero y menos aun un
enemigo.
Les intrigaba mucho como eran los pueblos allende el mar como había
sido el mio propio y sobre todo saber lo que se proponían desembarcando en
nuestras costas.
Cuando yo hablaba con llos me daba cuenta que me comprendían con toda
claridad a pesar de mis dificultades en la expresión del idioma que utilizaba.
Tuve la sensación que ellos de alguna manera leían dentro de mi mente. En mis
conversaciones con ellos no tenía que hacer
continuas comparaciones como cuando contaa cosas desconocidas para las
gentes de mi actual tribu.. Parecía como si los olmecas viesen dentro de mi
mente las imágenes de lo que trataba de describirles.
+++++++++++++
•
¿Qué es lo que lleva a esos extranjeros a desafiar durante días y días el poder de las aguas,
los temporales y sus furias que como nos has contado les hace perecer muchas
veces y como sucedió a tus compañeros de viaje.
La verdad que pregunta semejante me la había hecho yo mismo multitud
de veces sin llegar nunca a una buena y definitiva respuesta. Quizá existían
tantas respuestas como aventureros. Ellos adivinaban mis dudas.
•
No te aflijas, decían, no sufras ni te
acongojes. Te ayudaremos como una buena
y sabia partera para que sues de dentro de ti lo que ahora juzgas confuso.
Háblanos primero de ti ¿para qué viniste? Eras un reputado capitán entre los
tuyos como nos contaste y llevabas una
buena vida. ¿Por qué decidiste afrontar
esos riesgos y penurias?
•
Empecé a contar temiendo que no me
comprendiesen, pero aun no me había hecho ni con la lengua que utilizaba y menos con su mentalidad a pesar
de todos mis esfuerzos. Empecé así:
Mi
decisión de venir a estas tierras la
tomé porque supe que en estas
tierras Vivian gentes diferentes de la
se mi tribu que tenían formas de vivir muy hermosas .. No deseaba el poder ni la aventura. Mis antepasados
fueron grandes guerreros y su recuerdo me daba el respeto de muchas gentes de
mi tribu..
Fui un
capitán atrevido y recorrí muchas veces
una gran laguna que separa las grandes tribus y que en nuestra lengua llamamos
Mediterráneo, que de todas manera es mucho más pequeña que la Gran Agua.
Yo tenía
que hacer siempre todo lo que se
esperaba que yo hiciera. No era libre. Ellos me enseñaban lo que era bueno y malo. No como entre
nosotros ahora que uno tiene que conocerlo por sí mismo. Mis antecesores todo
lo tenían ya determinado.
Eso es lo
que me hizo pensar que viniendo a estas tierras podría llegar a ser lo que yo
quisiera.
•
¿Por qué aceptaste con tanta facilidad
hacerte hijo de una tribu Caribe?
•
¿Tuve
posibilidad de sobrevivir de otra manera? Cierto que no estando herido,
muy enfermo y desconociendo completamente estas tierras. No estoy arrepentido haber aceptado que la
tribu me recibiese y ahora estoy orgulloso de ser uno más de ellos.
Es cierto
que en mi nueva tribu tampoco me es
permitido ser completamente yo mismo y debo seguir y respetar lo que me han enseñado y me enseñan
diariamente.
Yo hago
con gusto porque las costumbres de mi tribu están dirigidas al provecho e todos
y cada uno de nosotros y no al provecho
de unos cuantos que se llaman a sí mismos jefes y gobernadores.
Por
ejemplo la caza que yo haya obtenido no será para mí sino que la repartirán los
ancianos, pero igualmente de la caza que obtenga otro cazador obtendré una
parte.
Me siento
liberado de la necesidad de atesorar para mi ancianidad o para el mantenimiento
de mi familia. Si yo muero o llego a muy anciano los otros se preocuparán de
seguir alimentando a mi familia o mí mismo.
No soy
servidor de nadie, ni nadie me sirve a mí.
No tengo
que conseguirme más cosas de
aquellas que he aprendido a fabricarme
yo mismo y tampoco tengo que reunir
cantidad de ellas.
Entre aquellos que me crié se llegaba a ser famoso
y respetado cuando se conseguía reunir muchas cosas, desde servidores, armas y metales….
Esa afición por amontonar cosas que ellos llama
riquezas les lleva a continuas luchas entre ellos, heridas y muertes.
Os pondré
un ejemplo de esas gentes que reúnen infinitas cosas para demostrar lo
poderosos que son. Es lo mismo que si un cazador exitoso llegase a su tribu y
delante de toda la gente hambrienta se comiese
todo lo que ha cazado sin repartir cosa alguna y que sobre todo gozase
porque los otros no tuviesen la fuerza o el coraje para quitarle lo que
necesitan.
Los que entre los de mi antiguo pueblo eran
llamados ricos acaparaban todo solamente
para ellos territorios de caza, viviendas, frutos del campo y a quienes se
atrevían a desafiarles los matan. En
cambio a
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